jueves, 6 de enero de 2011
2797.- DANIEL CASADO
Daniel Casado Porras nace en Trujillo (Cáceres) en 1975.
A los catorce años descubre la poesía a través de la obra de Walt Whitman. Sus primeras lecturas de Whitman, Lorca, Cernuda, San Juan de la Cruz, Valente o Gil de Biedma lo apartan pronto de la cotidianidad y el hastío adolescente. Entre libros, discos y poemas, cada día será único e irrepetible.
En 1993 fundó el grupo de rock No Más Lágrimas y en 1995 formó parte de la banda de fusión Tierra Prometida. Ha compuesto y escrito canciones para diversos grupos.
En 1999 publica Me acuerdo, libro firmado al alimón con el poeta Elías Moro, y que supone un homenaje al escritor francés George Pèrec.
Ese mismo año comienza a publicar artesanalmente textos inéditos de amigos y autores a los que admira; para ello crea EL ERMITAÑO EDICIONES. En la mayoría de los casos se trata de tiradas no venales que en ningún caso superan los cincuenta ejemplares, a excepción de la colección El Pájaro Solitario, que consta de cien. Pronto estas ediciones tendrán una acogida entusiasta por parte de amigos y lectores, siendo muy celebradas las presentaciones, que siempre incluirán alguna sorpresa.
En 2002 obtiene el Premio de Poesía Ciudad de Mérida por la obra El Largo andar tan breve. En el jurado: Álvaro Valverde, Clara Janés, Santiago Castelo, Carlos Murciano, y Pureza Canelo. El libro aparecerá en la primavera de 2003 publicado por la editorial madrileña Vitruvio.
Durante el año 2002-2003 crea, junto a Fco. Javier Carmona y Ana Castillo, los Encuentros Literarios ADAMAR que serán un importante punto de encuentro de la cultura en Mérida.
A principios de 2003 y por encargo de la Biblioteca Jesús Delgado Valhondo comienza a coordinar en Mérida el Club de Lectura Jesús Delgado Valhondo con unas treinta personas.
Desde 2004 coordina, junto a José María Cumbreño y Plácido Ramírez, la revista de creación El Espejo, de la Asociación de Escritores de Extremadura.
En 2004 un jurado compuesto por Antonio Carvajal, Vicente Gallego y Manuel Ramírez, entre otros, concede el XV Premio de Poesía Arcipreste de Hita a su obra El viento y las brasas, que aparece en la primavera de ese año publicado por la editorial Pre-Textos.
Durante el curso 2004-2005 coordinará los clubes de lectura de Mérida, Almendralejo, Trujillo y La Zarza.
Asimismo, dirige el ciclo Encuentros con la literatura, en la librería Biblos de Trujillo por donde pasarán, entre otros, Julián Rodríguez, Pilar Fernández, Serafín Portillo, Álvaro Valverde, Pilar Galán, Antonio Sáez Delgado...
En junio de 2005 aparece publicado en la Editora Regional de Extremadura El proyector de sombras, poemario en prosa escrito en 1997.
En 2006 se dedica activamente a la gestión cultural, coordinando diversos programas para instituciones públicas y empresas privadas. Durante dos años ha sido técnico del programa Extremadura: EstacionCultura desarrollado por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura.
En noviembre de 2006 aparece la antología Cuatro poetas en un tobogán, que recoge la obra de cuatro jóvenes autores extremeños: José María Cumbreño, Hilario Jiménez, Antonio Reseco y Daniel Casado.
En enero de 2007 crea el proyecto audiovisual Mundo en Verso, un intento de difundir la poesía a través de las nuevas tecnologías (vídeo e internet), mendiante un formato ameno y sencillo en el que participan tanto autores consagrados como lectores.
En 2008 comienza a coordinar las campañas de animación a la lectura de la Asociación de Gestores Culturales de Extremadura (AGCEX).
En diciembre de 2008, el poemario inédito Oscuro pez del fondo queda finalista del Premio Adonáis.
Retrato de Daniel Casado, por José Hierro
En 2009 es reconocido con el premio La Voz + Joven (Fundación Caja Madrid) y ese mismo año Oscuro pez del fondo obtiene un accésit del Premio Adonáis. El libro, escrito entre 2001 y 2008 aparece publicado por Rialp en abril de 2010, dentro de la colección Adonáis.
Ese mismo año vuelve a colaborar con el músico y productor Álvaro Gil y juntos dan forma a Pneuma, proyecto musical abierto a la colaboración y la experimentación.
En la actualidad compagina la gestión cultural, especialmente en el ámbito del fomento de la lectura, con la creación literaria y musical.
Mantiene desde 2005 su blog Derivas y es administrador de la Red Social de clubes de lectura ULISES.
No conoce el aburrimiento.
WEB DEL AUTOR
De El proyector de sombras
Poemas Seleccionados:
ZÍNGAROS
Venían los cántaros y el temblor de sus manos en el barro. Palidez de las fuentes bajo los gritos. Manaba de los caños el veneno y las familias lo acumulaban para ritos inconcretos. Salían al cabo de los carromatos, presos de brillantina y algodón. Lamidos por la sombra infecciosa de la noche, atravesaban el pueblo y su música blandía en las fachadas.
La huida, días más tarde, daba a sus nombres, de inmediato, categoría de fantasmas.
PORTUGUESES
Estaban allí, una noche.
Con sus anclajes de óxido y pobreza plantaron la cámara en mitad de la plazoleta, con nerviosas madres y niños tumefactos. Mirábamos de soslayo a aquellos hombres, sus manos negras, de una grasa incompatible con la alegría. Los viejos nos metían el miedo en el cuerpo, narraban ante ellos sus sombríos planes. "Los portugueses, - nos decían -, los portugueses".
Luego era el cine en las noches altas del verano. Con la insistente magia del proyector, acabábamos durmiendo entre los huéspedes, ya acogidos en el barrio con un invisible afecto unánime.
SUSTANCIA DEL OLVIDO
Como navíos que la tormenta arrojara hacia una destrucción sin nombre, uno a uno los viejos golpeaban la aldaba. Nudillos resecos, largos índices, cartílagos infectados por la urgencia, y el temblor dulcísimo de sus furtivas rondas. Atravesando cardos y escombros al atardecer se reunían bajo una misma luz, bajo idéntica solución de furia y dulzura, de tristeza y venenos acariciaban a mujeres oscuras, niñas de orfanato.
Sobre el carmín abrasado por el alcohol y la mentira, desesperados, ciegos se tendían.
Exprimido el jornal, iban quedando a un lado del camino como perros sin dueño y nuestro juego era la sustancia de su olvido.
INTERIOR CON FIGURA
En sus ojos, como un vilano temblaba el sol de otoño. Sílabas hendidas en la respiración, como en otro tiempo el rosario o cierto nombre de mujer. Bajo la retorcida parra, frutos negros, buganvilla y trébol frente a la cal roída por la lluvia, donde pesa, desgastado, el silencio.
Nos jugaba la infancia junto a su puerta y nuestra risa era libre.
(Sus ojos, dos lirios contra la pared).
Consultó sin más el escaso horizonte: regadas las plantas, apagada toda luz, el sobre cercano, y algo cómico, tal vez. Entonces lo vimos, estirado y móvil, como alambre dado de sí, ajeno y gótico, bien afeitado.
Luego, urgente, fue la tarde tapándolo todo.
SONIDOS
El origen de la locura manó de esos cartones cuadrados que mi padre adquiría por correspondencia. Llegaban con la urgencia del náufrago que se sabe acorralado por el tiempo, del que se entrega al delirio último de atesorar voces de ilustres muertos. Tal vez guarden para sí aquellos registros del microsurco la última noche de Janis, el acento ya francés del Morrison poeta custodiado por gendarmes y ángeles, o el vicio de la soledad que acabó con Hendrix en un vómito de noche y terciopelo.
Yo a veces miro a mi padre con ojos que apuntan sobre sonidos clandestinos que nadie debe guardar.
Siento ese estúpido respeto hacia los muertos. Como si no debiéramos obligarles a un último baile, al brillante ejercicio de su triste cacofonía.
DÍA DEL PADRE
Hoy es el día del padre
y estamos heridos
Leonard Cohen
El día del padre lloras como un niño. Tus labios rebosan líquenes dormidos que un beso no cubre. Abre tus ojos suavemente, padre. La herencia del año ha dado en este yermo donde los bueyes se hunden en las aguas invernales. Membrillos podridos por la nieve, perros polvorientos azuzados en la tristeza y la luz como un abismo de esperanza para el que se incendie tras ella.
Tiemblas de sed junto al hielo, éste es tu reino, padre.
Bajo la muerte silenciosa de tu nombre, nos hundimos.
NOCHE SOBRE NOSOTROS
Como los ojos del abuelo, la ciudad también va tomando una serena elegancia. Las ropas están húmedas, los arroyos secos; yace entre mis manos su vejez, piel de la memoria, piel de esta sombra. Sostengo contra la luz su palma. Me avengo a sus líneas claras, vertiginosas, y sé que las atraviesa mi entera juventud, y las burla entonces, y las desdice del tiempo y los inviernos su música, que es palabra al aire, que es ciega llama, a solas, contra la noche.
(De bruces cae, abuelo, la noche sobre nosotros).
Es tiempo, me dicen, de subir a los distritos del llanto. Al silencio obsceno de las salas donde nadie comprende. Los ojos del abuelo, como la ciudad, van tomando una serena elegancia. Su aliento aún brilla contra mis pómulos incendiados.
MIRO MIS MANOS
Ahora,
cuando es más dura la luz
y el silencio cae, ancho
como un río de mercurio
sobre nuestras sienes, levanto aquí,
memorial y póstumo, tu recuerdo.
Elevo estas manos
que tu cintura alzaran
como un soplo, furtivas,
y las convoco ahora
al antiguo oficio -inútil-
de la melancolía.
Son manos -solías decir-
de pianista, albinas y huesudas,
inocentes y tibias. Las apretabas
contra el pecho y soplabas
sobre ellas como al final de un truco
de magia.
Ahora,
cuando es más dura la luz
y el silencio cae, ancho,
con un bostezo amargo
en su pupila, miro, a solas,
mis manos.
Sólo en ellas parece posarse,
siquiera un segundo,
el abrasado gesto de tu amor.
DE UN LIBRO ATRAPADO
Un canto en la espesura del tiempo
Nuno Júdice
A Martín, de nuevo
Si existe una contraseña, una fórmula
o palabra, un solo pensamiento capaz
de regresarte, está entre las páginas
de ese libro que para siempre quedó
abierto sobre tu mesa, imperceptible.
Ahora lo rozan manos que tiemblan,
surcos que la noche abre en sus versos,
o quizá seas tú mismo que aún te entregas
a su lectura, en el silencio claro y lejano
del estudio, en su rudimentaria aurora.
Y piensas, o anotas ideas sobre una esquina
del papel; te ríes o lloras, te enojas, en fin,
con versos que parecen escritos por alguno
de nosotros, mitad verdad, mitad sangre.
Y ya el alba te va cubriendo, amigo mío,
ya amorosamente requiere tu atención;
Levantas la mirada y abandonas tu silla,
sales - ¿por dónde? - al encuentro del olvido.
Entre nosotros queda ese libro atrapado,
sus páginas, que nadie advierte, son movidas
al anochecer por fugaces manos de niebla.
¿Quién, me pregunto, está más lejos
de esos versos? ¿Quién de su secreta armonía
ha perdido ya un leve rastro, una pista?
Y sin embargo sé que ya no daré el paso
de requerirlo, ni sabría rescatarlo de ti,
robarte a ti mi libro, donde aún no se borran
las sagradas palabras que nos unen.
HOMENAJE A BLAKE
Pregunta a aquel que habla solo.
Aquel en cuyas manos gimen
los colores de la alucinación
las estepas grises del sueño.
Pregúntale a él,
que avanza esta noche.
Que trae en sus ojos
la vertical simetría
de los ángeles.
De A vista de las aguas
(Selección)
La paulatina deshabitación de los amaneceres fue dando al lugar su transparencia definitiva. Los teólogos advirtieron este hecho al sostener, la última tarde, la incolora palpitación de un ángel aplastado en la página anterior al Apocalipsis.
* * *
No vieron las esquirlas ni el vello atroz bajo sus alas. Sólo la luz inexacta de las olas donde, hundido el ángel, rompían de sangre y éter las palabras: Te amo
* * *
Cuando alcanzaron a descifrar el primer verso, la luz del entendimiento se hizo noche en sus corazones. Un ángel trajo sedas de Oriente con que arropar a aquellos hombres.
Dio así comienzo el sueño de los cabalistas.
* * *
A menudo expuestos a una insolación de versos, los poetas dan mala noche. Sus ronquidos resbalan por los dormitorios de la literatura como la hermosa serpiente al pie de Eurídice; son precarios en la utilidad y molestos en el decoro. Yacen, sin embargo, los poetas en el revés de un sueño tejido largamente por bestias de un color indescriptible, que lavan por la noche sus rimas entregando a la mañana el fresco enigma de un verso perfecto.
Los hombres, en su despertar, atribuyen este hallazgo al soplo de los dioses.
* * *
Despojad al verso de toda huella humana, dijo el maestro. Vaciad el poema de vosotros hacia la extrema unción de lo infinito. Desapareced de la escena por sí misma levantada y dormid al claro de la noche, donde el alma reside.
A las pocas semanas, los alumnos menguaron con la excitación de las primeras rimas. Sus manos se volvieron lentas y pesadas, sus rostros afilados bajo la tibia barba de la adolescencia. Sólo quedó de aquellos a los que el abandono tentó sin suerte, algunos pliegos de versos depositados en el suelo, junto al charco silencioso de sus ropas donde aún vocifera la palabra poética.
* * *
Para alcanzar aquella tonalidad, Kandinsky hizo llamar a un flautista. El joven, colocado frente al lienzo observó unos minutos la obra, guardó silencio y estrajo, al fin, un Si bemol levemente azulado. Luego de pagarlo debidamente y acompañarlo hasta la puerta, el maestro borró de su paleta los tonos ocres, y con aquel sonido vibrando puro en sus oídos alcanzó el azul deseado. Este no era, para sorpresa suya, sino la esencia misma de la música, tanto tiempo silenciada.
* * *
Existe, en ciertas abadías, la costumbre de someter al hambre los cuerpos y las sombras. Así, del grueso de las túnicas va quedando, en los días precedentes al Adviento, un seco charco de piel y de retórica: son los monjes, deshidratados bajo la estricta vigilancia de los cielos. Va el latín mermando sus estómagos, noche a noche, con la acidez de un dios incandescente. Se debaten en la furia, el amor o la tristeza. Tras las alcobas, alguna vez quedó tendida con llagas y lodos la sombra mortal de un monje. Aquel, desposeído de sí mismo, frecuentó los atardeceres y las regiones del día sumidas en la niebla, buscando insomne el cuerpo, mustio y ceniciento, de su sombra.
DE EL VIENTO Y LAS BRASAS
Vem sentar-se comigo, Lídia, à beira do rio...
Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río,
a la enhebrada orilla oscura de este río
donde aún nos sentimos,
donde, dioses implacables, apenas acertamos
a consumir el aire, juntos, de la tarde.
O quizá tan sólo, como otras veces, deba
presentirte a mi lado, en las cercanas ondas
perfectas del agua, entre los brotes tardíos,
en el incendio solitario de la tarde
queriendo desvelar mi pensamiento.
Ven, te pido, inclinémonos, (aún con falsa devoción),
ante el milagro hiriente de cuanto vive aquí,
en torno a nosotros, ajeno a nuestro gozo,
extraño a nuestra preocupación.
Y silba, Lidia, entre los juncos echados;
entonemos, párvulos ancianos, el resignado canto.
Que ama el que sabe perecedero el aire
que lo habita y lo consume, que sólo aire
besamos cuando oponemos labios, cinturas,
en el secreto reino de la yerba emboscados.
Y dejemos, luego, caer la noche,
que su frío alcance nuestros huesos,
porque sólo en el temblor
razón tenemos del frío, sólo en el beso
la tibia noticia hallamos de estar vivos.
Ven, - la tarde se agrieta en nuestras manos -,
concede este baile entre las ramas, no a mí,
que acaso te quiera tanto que no acierte
el compás; concédetelo, Lidia, a ti,
a tus enamorados ojos.
Ciérralos, ahora, y no mires atrás.
Allí, en el secreto de los bosques,
vive sola la nostalgia.
Las pausas
de la niebla habrán borrado en ella
nuestros nombres.
Episodio con lluvia y ventana
Antes que ella misma
fue el olor de la lluvia.
Llegaba antiguo y frágil, despistado
y se agolpaba
tras los cristales, y su presencia
se hacia acaso deseable,
cobijo aquel sedoso estruendo
en el sagrado, intangible centro
de la nada.
La lluvia, se dijo, es siempre
una forma de exilio.
Lamidos fueron
al instante los amplios ventanales,
el corazón
emitió un sonido similar
al de la nieve al derretirse
mientras ella miraba
las perfectas hojas del césped
mutiladas por el agua.
Abrázame
oyó decirse en voz baja.
Abrázame.
Después fue la lluvia
borrándolo todo, deshaciendo
cristal y ramas,
labios y ventana,
automóviles, casas, y al cabo
a ella misma.
Tendido,
sobre un único trozo de pizarra
quedó el corazón anegado,
sin olor.
Primeros fríos
¿A quién besas cuando me besas?
¿A quién buscas en mis labios, mi saliva,
en la íntima sequedad de mi garganta?
¿A quien contemplas despierto
mientras duermes?
Tal vez te miras a ti, enamorada.
Y dices Amor, tendida sobre mí,
con tus senos como blancos interrogantes,
mientras te hundes,
emerges, naufragas impaciente
sobre mi piel, que te contempla
y así te mira en mí, abandonada.
Como la brasa
Como la brasa inerme espera al viento,
como el soplo nocturno incendia
su vientre descuidado, y lo alza
y lo prende, y largas horas lo tiene
envalentonado y frágil;
como aún respira en la ceniza
la memoria de lo ardido, así te cito
en esta tarde imperfecta.
Te digo ven,
vienes, aparecemos, se respira mejor
el frío de diciembre, y en su silencio
damos lugar al milagro.
Bajan sucias las aguas,
restos de espuma lamen la orilla:
con ellos va
cuanto debió arder en nosotros,
cuanto arrasó nuestras vidas
con su lumbre cotidiana, cuanto no arderá ya
en las calderas ciegas del corazón.
Tú estás aquí,
tengo en mis manos tus cabellos
y un largo frío compartido.
Como el viento y las brasas,
también nosotros estamos aquí.
A fuerza elementos de un paisaje
que en nosotros nace y se destruye.
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