jueves, 6 de enero de 2011
2786.- LEONOR GARCÍA HERNANDO
Leonor García Hernando (Tucumán, Argentina 1955-2001). Formó parte del taller literario "Mario Jorge de Lellis" y de la dirección de la revista Mascaró. Publicó Mudanzas (1974), Negras ropas de mujer (1987), La enagua cuelga de un clavo en la pared, y Tangos del asesinato (1999).
caricia de tu mano breve
el placer, el desdén, el vínculo perverso que retiene a los
desdichados en la pecera del abrazo
breve
el clima de la fiesta se pierde como aguas de riego entre las
franjas del balcón.
La fiesta se apagaba
era el vientre de un insecto luminoso que se sostuvo un
instante en el aire que encierran las manos de un niño
breve
Tangos del orfelinato.
El gesto que con la mano en alto, los dedos molestando
el aire, dice adiós
es el gesto de las mutaciones
devorado por la intensidad de los aviones que cruzan la
pista
No volveremos a estrecharnos las cabezas desnudas
bajo la ráfaga.
No volveremos.
Somos el desesperado giro del insecto tocado por el
veneno.
y ella dijo: sueño y desorden. La noche
me da esos frutos porosos.
No me quejo del azar.
No me quejo del llanto de los animales atados,
ni del hambre de la noche que come los objetos y los hace
carne de su oscuridad.
y ella dijo:_se supone que hay algo
pesado en mi corazón.
Mis piernas son blancas, sin solear y de una pereza que es
la turbia apariencia de la sangre.
Se me supone iluminada de frialdad y de astucia;
en el desorden pero estéril,
acabada por un aprendiz que hizo lo que pudo.
si el desastre fuese pudoroso conmigo,
0yo sería. pudorosa con él, supongo
pero siendo así las cosas, yo también soy lujosa.
Tener y no tener sería la novela de mi
pasión rota de lencería, inundada puntilla del corazón,
Tener y no tener
si esa rubia de peinado violento sonriera
con menos placer, la vida sería, en fin, menos canalla
la camisa que la cubre de seda blanca no mejora un paisaje
de lenta desviación
y al fondo del mostrador, rancio, con anillo de sello en el
anular que se hunde en ceniza, un hombre mira a su
acompañante
Mejilla a niejilla sería la novela de mi
pasión
cheek to cheek cantaría mi novela la
voz de Sarah.
el devoto paso de los animales a las
aguas.
En plástica humillación, ese recorrido elude todo infierno.
Ellos están mansos en su olfato. Conocen su deseo como
nosotros las marcas de la frente
una tensión de bestias en el polvo
y las lenguas pesadas, entregadas al paisaje que aguarda.
La huérfana soy yo entre los animales
que embisten empecinados.
La huérfana soy yo sin mandato que
termine con la sed
soy la que está en el fuego de la estampida.
quizás en mi monedero sostenga,
remota, un arma pequeña, de dama, adornada con
incrustaciones de nácar
un instrumento cursi para matar.
(del libro de poemas Tangos del Orfelinato
Tangos del asesinato)
Ofrezco una espalda sin corazón delante.
Si el asesino viene, mi corazón, no dará sombra.
Si duermo, seré un tamaño blanco entre sábanas blancas.
Ningún arquero arrojó su dardo amoroso a mi cama
estaré sola
con la espalda en la luz
el cabello caído en la madera.
Le pediré al asesino que me abrace.
en Negras ropas de mujer,
Colección de poesía Mascaró, Buenos Aires, 1987.
y el resto era oscuridad estancada después del ligustro
tierra extranjera, con vándalos de torcidas piernas
¿fui huraña con los emboscados que en la noche duraba?
¿fui taciturna con ellos que venían a pedir un jarro de sangría?
Nada era bueno si llegaba de esa sombra.
La humedad descampada impregnaba sus telas
y el sombrero empapado derramaba el fieltro del ala sobre los ojos pardos.
Nada era bueno si quedaba detenido de ese estorbo, esa noche compacta para tocar como un objeto.
La fatiga acumulaba hombres y oscuridad tras el ligustro hiedras de la inocencia alcanzaban la pared
Ese el rito de los jardines en La Matanza.
los tullidos de la ciudad se deslizan por esta vereda. Cuando mi boca se tuerce en mueca compasiva, ellos
se alejan sonriendo
sobre sus débiles piernas incompletas.
en la mesa familiar mi padre no tenía silla.
Él comía parado, erguido sobre el mármol como un monumento fúnebre;
pero su voz era alegre y ronca
y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar el almuerzo
porque mi padre era quien cocinaba en casa
Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del lavadero
y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua
Con mi madre compartían ese espacio.
Allí donde mi madre golpeaba la ropa
él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia que su entrega a una muerte cruenta.
Supe entonces que si era fea compartiría la suerte de unas plumas sangrientas
y así fue cierto
que mi garganta respira por el tajo.
ingratos
los objetos cayeron por la escalera, desentendidos de todo cuidado.
La arenilla de las cosas rotas, como líneas de cocaína en los escalones,
invitan a la fiesta inversa del desastre.
La puerta del balcón está abierta
y el frío colma los platos sucios olvidados sobre el mantel
¿recuerdas cómo oscurecía mi frente bajo el sombrero de ala rota
o el dolor esa aguada esparcida en la noche donde un animal bebe apartado
porque su sed es de ese brillo de agua rara en la oscuridad
la sospecha de que las cosas empiezan a empeorar es lo único que duerme sobre mi hombro
tranquila Leonor
los vidrios ya están rotos al fondo de la escalera
y asomada al barral
ves los destellos insignificantes de lo que tuvo un orden de belleza y utilidad.
Rabiosos insectos corren por los tabiques porque el ruido de lo que estallaba los quitó de la armonía
tranquila Leonor
serena como el criminal en el momento de quitar el cuchillo de entre los cubiertos
porque en tu mano los objetos pierden su inocencia
y en tu vida los sucesos se ordenan con crueldad
¿recuerdas la corrida en la media, a lo largo del muslo como una vena expuesta
y el sombrío perfume del tiempo que perdías contemplando actores de teleteatro en las tardes inmensas como otra patagonia en las sienes
eterno femenino
de fastidiados mechones humedecidos en la comisura de la boca
no pidas otro lugar que este descanso en lo alto de la escalera
donde verás el derrumbe de las construcciones;
como ocurre a esta altura de la vida
embebido en acetona el algodón con el que vas a quitarte el esmalte de los ojos.
No deberíamos ser más astutos que la vida. Advertir la trampa
suma a la caída, la humillación
ahora la botella impregna la mesa con su sombra angosta.
Tardaré en alzar el plato. La comida fue escasa y las sobras en el mantel me tranquilizan.
Los días se saturan de estos detalles. Es la sumisión del cautivo
imágenes de vicios:
el cigarrillo que se consume a un costado de la boca
o la mínima felicidad que inspiran las tazas acomodadas en el estante.
Recoge el telón sobre tus hombros, el cabellos en trenzas sobre tu nuca. Que los
pequeños lunares sean el estrellado cielo de la Osa Menor sobre la tierra helada
que el consuelo sea un relato de encaje tirado sobre tu corazón
tan esquivo es el aire que pide la boca
los ciclistas atraviesan la calle como un perfume de almendras quemadas
oscurecen el fondo de un pocillo
y es zozobra el pañuelo que agita el viento en la garganta.
Lo cómico es siempre una torción de tragedia, un cambio en su velocidad.
Uno de los ciclistas cayó en el asfalto y a la mancha de aceite se la ve brillar desde la altura
rezagos el tobillo parece sangrar
y otra mancha humedece la mancha de aceite que brilla.
Es perdido el cielo tras las nubes oscuras
y sin elegancia, incómodo, el ciclista vuelve a escapar en la calle vacía.
He perdido mi piloto en otro invierno
el agua se inquieta y la figura de piedra se inclina a beber en la plaza oscura.
Imágenes descoloridas agitan la ventana, como en la pantalla de un cine de provincias
aquella vez, en el trópico, con mi tía bajo un paraguas,
viendo “El bebé de Rosemarie” en el aguacero que repetía sus golpes de pequeño martillo de joyero en una
función al aire libre
provincias perros de ojos azules y las baldosas rojas de los patios
un paisaje de crímenes consumados.
y ella dijo: __no te daré mi muerte
como no te daré el pañuelo que anuda pequeños objetos rotos.
Seré otra historia de raras fauces un escalón de piedra alquitranada
pero no distraeré tu fastidiada mano con mi espalda,
ni me quitaré las medias para que conozcas el tamaño de mi pie.
Seré imprevista aún en tu melancolía
cuando retires tus dedos de los guantes y un deseo de frío,
de algo lastimado que rozar, los agite.
esta materia de la deformidad no quiere gestos
ligustro amargo para demorar mis sienes
y precarias tazas de arcilla donde beba mi alcohol blanco
y los días lluviosos de junio alzados en una terraza viva
pero no devuelvas mi cuerpo
envuelto por vendas que se deslizan como culebras pálidas
porque no te daré mi muerte
ni el pedido de agua de los lastimados
ni el estupor de los traicionados entre hierros curvos, en una estación de tren.
Dame el brindis en esa copa de hierro que asegura tu boca dame el desvío de paredes en la
celda.
Estoy atada al mástil del despecho en el pavimento ardido
bandera negra en plaza de armas blancas.
barco roto
en la inmensa bañera de loza fría juguete antiguo
barco roto en más rojos corales
bañera vacía y seca y el barco en su fondo
Tuve otras aguas de desidia y espuma que reía fácil.
Tuve otras imágenes de lenta curva hacia la noche otra desproporción entre la araña y su
sombra en la pared
ahora el barco olvidado el pequeño velamen quebrado, tirado sobre cubierta, su mínimo y delicado
timón en un final de loza
sobre hierro cáscaras quebradas de un huevo fúnebre
barco que imagina otra suerte
el agrio manotazo que le otorgue su banco de costras rojas
y en el hedor de basuras acumuladas; regrese a la materia
infancia de los objetos miserables tan tristes en su resbalar sobre los baños de vapor y azulejos colmados
un espejo muestra el cuerpo desnudo que se empaña
otra infancia que desvió hacia este margen de lavatorio sobre mi boca
canción de los acuarios y nieve sacudida por la luz
barco que te encimas a este poco deseo de bañarse de estar presentable para la familia
la canción se queda en este contorno frío
el miedo es un resumidero de bronce sucio
barco pequeñísimo como otro niño lastimado en el sigilo de voces
pasión de la delicadeza que nubla los bordes de la puerta
carne que crece para la herida
no quiero doblar como pastizal en la helada
lavatorios de nieve donde quedo aferrada como un animal de invierno
roces
deseo de otra luz y no este foco que cae sobre el espejo
deseo de otro pasaje y no este pasillo blanco con un barco en el abismo
y no quiero bañarme
no quiero otra lluvia que el agua de los trópicos que inicia las fiebres
temblores de pantano donde un bote se arrastra entre serpientes
infancia de aguas ásperas
caracol que deja su rasguño en lajas de jardín
brote de la noche arrastrada como una niña de fango los altivos ojos en la carita rancia
noche de caídos que muestran su lujo de costuras en la nuca
y una ansiedad de barco retenido
bocinas por muelles saturados
el temblor de faroles de papel empapado en aceite
la tijera junto a la lejía que hierve
la trenza quitada de cuajo
rasguño del pudor en los párpados
los labios que se apartan sobre el vidrio y la mueca en un collar desatado donde caen las perlas / palabras de
Mallorca poesía de los barcos
apartar los ojales de los botones de vidrio
quitar las delgadas ropas de cursis encajes
los breteles como una leve herida sobre las clavículas que se transparentan las vértebras en ese ángulo
donde los cuerpos no tienen densidad; sólo una respiración en el vapor
sólo un resplandor oculto por el foco
quejan que maúllan en los reservados
tanta agitación sobre sábanas tiesas
y un malestar de hierros comidos por la sal
el pequeño barco roto
atraído por la succión a un fondo de aguas servidas
un pliegue de rejillas donde tiramos la sangre de los confesionarios.
y ella dijo: __el verano era un estirarse en las baldosas del patio para alcanzar algo parecido
a la calma
algo de calma y mucho de sofocación
como si un asaltante nos tapara la boca antes de mostrar la navaja. El mosaico rojo disimularía la sangre;
en cualquier caso el calor era inmenso
y las begonias agotadas dejaban caer sus hojas de carne oscura sobre los bordes de las macetas.
En los trópicos las paredes no se empapelan. Demasiada humedad. Demasiado abandono. La cal es
suficiente para empalidecer el deterioro.
Del pequeño jardín llegan tufos de fiebre
y los perros de ojos relucientes se mueven entre los cuartos buscando sombra y aguas olvidadas.
y ella dijo: __era otro paisaje, un paisaje sometido a infamias.
El sol deshacía los muebles.
En las sombras los herrajes se herrumbraban y en la luz ardían como labios que se conocen en la sed
y en ese agobio de calores tumefactos, los amores contrariados que estancan la sangre surgían misteriosos
como el origen de la vida,
maravillosos y extensos como la muerte
y una armonía pesada entre el paisaje y la carne sofocaba los gemidos
Lujuriosa botánica de flores nocturnas
y los perfumes que crecen como trampas tejidas por insectos ilusorios
y el latido de la siesta fermenta como fruta arrojada en alcohol blanco
y los blancos batracios que duermen bajo las piedras
pereza del desorden que resbala.
Las estrellas tardaban en retirarse de la noche
y al comienzo del día, el sol, como una girante herida de fiebre,
recordaba los días pasados y mantenía el presagio de un tiempo no vivido.
No dormiríamos en ese calor de lluvias mórbidas
no descansaríamos en esa casa de familia donde las sábanas se almidonaban y los postigos impedían la llegada
de la luz
no hincaríamos las rodillas en el reclinatorio oscuro del dormitorio bajo la imagen de la virgen española.
Como dados alzados de una mesa, nos quitaron de esa tarima de tablas hinchadas para llevarnos a
dormir en celdas de hotel con tragaluces mínimos en lo alto de la pared
¿qué reino nos quitaron como a un niño nacido sin llanto, tan desdichado como otro que
vivió para tirar sus días a los perros?
El paraíso era esa pesada orilla donde se pudren los dátiles
o este espejo de vestidor donde nos contemplamos desnudos en el error,
inocentes de llorar sobre sábanas huecas
o al fingir estar viajando en tren hacia las salinas junto a la ventana del café
y entonces el día permanecía fijo como un alfiler clavado a una mariposa de colección
y las grandes alamedas se cerraban para nosotros
y la oscuridad era una bolsa de polietileno que nos tapaba la boca
y en los estadios nos cortaban las manos
y la poesía era un poco de carne podrida, oscura de moscas, al sol.
Estos poemas pertenecen a su último libro "El Cansancio de los Materiales"
y fueron cedidos por Leonor para ser publicados como adelanto exclusivo en la desaparecida revista "perro negro" Nº2
de agosto 2000, editada por mauro pereira
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