miércoles, 29 de diciembre de 2010

2708.- ELÍAS LETELIER RUZ


Elías Letelier-Ruz, poeta, nació en Santiago (Chile) y cuenta con una obra poética publicada en diferentes idiomas y por prestigiosas casas editoriales. Salió de Chile el 1981 y desempeñó funciones como Director del diario El Siglo (ver. inglés); Comisionado de derechos Humanos de las Universidades Marítimas del Canadá; corresponsal de diferentes medios de prensa; ex-editor del Consejo Nacional de Cultura de Nicaragua, Oficial Teniente Primero del Ejercito Popular Sandinista de Nicaragua y miembro de la guerrilla guatemalteca. Ha residido en Suecia, Francia, Alemania, Nicaragua, Guatemala. Estudió lingüística antropológica, psicología, inglés, francés, alemán, electrónica, robótica, computación, como también literatura para una maestría inconclusa. Ha publicado un sinnúmero de ensayos y artículos sobre el arte, literatura y las luchas sociales.

Del mismo autor

Mural. Ottawa: Poetas.com, 2002
Poemas Escogidos. Ottawa: Poetas.com – CdPoesía. 2002.
Histoire de la Nuit. Montréal: l'Hexagone. 1999.
Silence. Montréal: l'Hexagone. 1997 (francés).
Silence. Dorion: The Muses Co. 1992 (inglés).
Symphony. Montréal: The Muses Co. 1988.
Canciones del Gato. Santiago: Horizonte. 1976.



Abandono

Asisto al despojo del día
con su luto de marfil herido,
a la ausencia del que no volvió de la guerra,
que sin decir su nombre
quedó clavado en la monarquía del silencio.

Sin ser carpintero ni ir más lejos,
hago todo lo que pertenece al martillo:
me voy de golpe en golpe cantando
por el tajo abierto de la madera.

No tengo que cerrar los ojos
ni amanecer en la hoguera de la noche
para escuchar la navegada voz de la sal
que se ahoga en el imperio del agua.

Concurro al mundo sombrío del espejo,
al murmullo de una vasija rota,
a una figura estática que duerme
en la lengua metálica de un espejo roto;
pero, por sobre todo esos guijarros y derrumbes,
yo acudo a la ansiedad de una campana
que no puede sonar.







¿Cómo te llamas?

Incógnito, pasa el reloj golpeando su itinerario,
en una marcha rumbo al olvido:
se parece a tus manos que laboran,
a tus pies circunscritos a un agujero,
a tus ojos que no tienen derecho a soñar.

¡Yo insisto en quedarme!

Y mientras la piedra con su granulometría
y tenaz monopolio de memoria dura,
insonora consolida su áspero ligamento
en el basto ejercicio del concreto;
tú gritas y tiembla el mundo:
interrumpes el misterio de los palacios
y allí,
ellos consternados cierran los ojos
y expectoran en lo que tú podrías ser.

Para tu confesión con el lamento,
hay un postulado de tiros al blanco:
el estómago deshabitado de las cucharas
puede corroer los barrotes del universo,
estandarizar el oro y el cristal de las lámparas.

Y como el péndulo
que lengüetea la brisa,
para ti,
sólo hay lo que hubo:
un gran silencio
y eso es todo.








El Muelle

Y en el universo,
la curva del tiempo
es mucho más grande que una manzana,
se parece a una línea recta
que el hombre no quiere entender.

Allí,
antes que existieran
tus ojos,
Dios,
la Coca - Cola
y el teléfono,
el universo tenía sentido:
era una lámpara, una manzana,
una fábrica de ladrillos;
era un canto vertido en una copa.

Sin embargo,
el hombre con sus pilares,
parásito bajo el imperio del Sol,
al no poder descifrar su origen,
se llamó hijo de Dios,
para creerse heredero del universo.


Sin tierra

Entre la uña del relámpago
inmerso en el manifiesto de los campanarios
con sus racimos de copa,
temblor y fuego,
el hombre,
frágil y navegable,
invasor e invadido;
el ciclo límite de la vida,
el emperador del espacio incalculable;
la temperada materia superior del universo
se desmorona como caen los pistilos,
cierra los ojos
y se va.

Ahí,
donde la liturgia de las campanas
con sus clítoris pendulares
se revuelca en el aire,
el primogénito de la arcilla
que no requirió un alfarero de arte mayor,
el hombre que otorgó identidad al firmamento;
él, que es todo lo que se puede ser
en la frágil alzada de la vida,
vive bajo el terror de otra aurora,
como la estancada impotencia
de un río descuartizado
o la arquitectura inconclusa
de un complejo circuito.








Colombia

La lluvia es un horizonte
que se derrama,
otra hoja que cae
cuando sale el sol
o llega la noche.

No te atormentes con mis palabras.

De nuevo ascenderá al tacto
el odio de otra teoría perfecta
y tendremos que volver a las guerras
que destruyen al hombre,
en nombre de la paz.

Mi corazón,
por ejemplo,
un día vio a la lluvia caer
sin reposo, sobre vastas multitudes
olvidadas por los humanistas.

Ahora,
nadie habla,
mientras los rostros se esfuman
entre los bosques petroleros
ocupados por la codicia.








Caminando Solo

Amo la compostura ordenada del viento,
su crespa uña de enredadera llega hasta mí
y trae algunos olores de fuego al atardecer.

Rodando bajo el árbol del silicio,
entre la duda del cuarzo lechoso
y la arrogancia laureada del ópalo,
murmuro por las calles versos de Emily Dickinson,
y sin saber cómo llego a todas partes,
vuelvo perdido desde el fondo de las lilas de agua,
hecho pájaro con una rara canción.

Juego con la voluntad eólica de mi oscura infancia,
danzo en mis sangrientos territorios desbocados,
y por las calles, enrarecido en la espuma volátil,
esculpo teorías fantásticas
que insulto con una sonrisa:

No hay silencio más allá del silencio.








Día de descanso en Managua

Por las noches,
las cucarachas
bajan por las paredes
a escoltar mi sueño
y sin respetar mi rango,
se miran en el espejo
y alegres,
por todas partes pasan.

Atacan la generosidad de mis calcetines,
el dogma estético de mis pies que,
desvanecidos como osamentas,
en el suelo descansan.

Sitian la tiranía de mis botas,
humillan su linaje perverso
y entonces,
ellas me hacen doler el alma.

Atrapo un trueno con mis manos
y ellas se asustan y arrancan;
entran y salen por el cañón de mi metralleta
y entre los cargadores
hacen un cónclave:
allí se pertrechan
como si quisieran matarme.

Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y gritando
cito al diablo
y a sus orígenes.

Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.









Descubrimiento del Cobre

Y desde entonces, cuando
la arteria del pálido metal
fue abierta de par en par
sobre la extendida industria de la clorofila:
no quedó flor
sin bajar la mollera;
no quedó obrero crucificado
sin un cuchillo en el pecho;
no quedó esquina sin un niño mutilado;
no quedó espacio sin un grito de dolor.

Ojos muertos florecen,
ojos muertos vuelan
y caen sobre el duro pecho
del país diseminado.

Ya, ni los versos bastan,
ni un ojo abierto
en la monumental geografía nocturna,
para que la lágrima derramada
posponga su nivel de escultura.









No me Gustan Estos Versos

Cuando voy por las calles
de los EE.UU.
y veo a los niños,
les extiendo mis manos,
los abrazo, si puedo,
y luego,
triste me voy.

Algún día,
cuando estén más grandes
los enviarán a mi país
y allí,
a mis hijos
dejarán muertos.

Tal vez,
me disparen a mí,
mientras,
en otro lugar
lea este poema.

Ellos,
también sonríen conmigo,
y sin saber nada de invasiones
siguen jugando
y corriendo.








La estirpe desnuda de la cuchara

Veo al oro verde con su espiga de dolor,
multiplicando su fruta de pan y espuma,
y vestido de lentitud, traer silbando
hasta la estirpe desnuda de la cuchara,
pólvora, vidrio molido y un largo grito.

Muere de hambre el hombre en la cosecha,
para su configuración y su boca, no hay espacio:
para él hay un sueño escrito en las paredes
y un monumento que amenaza su libertad.

La tumba lo espera
y él sangra.

Él desfila con su confusa historia de humo,
y rastreando en los párpados de la mañana
busca en la batalla del cereal
la muchedumbre de un amanecer imperecedero.

Pero llega la noche con el cuchillo,
y enredándose con el sudor amputa la lluvia,
hasta que difuso en el pulcro paisaje,
a su flor, mortalmente derrama.

Labora el hombre
y luego
cae muerto.








La Teniente Juanita Gutiérrez

El cielo suelta su racimo, tejiendo
sobre la arena que cosecha el mar,
el silencio y ya no existes.

Nadie te vio partir,
sólo la carpintería del agua,
de golpe en golpe asistió al funeral de tus pies
y tragó, mordiendo, el océano tu esqueleto.

Bajo la imaginación carbonífera de la noche,
entre el humo de las oscuras chozas,
pláñido busca tu ausencia y se despide
el pueblo con su soliloquio
y luego se duerme.

Con tu sonoridad de muerta
agitas el reposo de todo lo inmóvil,
como el agua que pierde la dentadura en la roca
y se marcha con su ejército cantando.








La hoja

La hoja,
sin saber que está muerta,
cambia la curvatura de su periferia
y declina
con el rigor de los cristales del agua,
en el universo de cuanto nace.

En su memoria de caída,
su orfandad precipita el derrumbe de su calavera;
se torna cieno
y sume el néctar de su proceso
en el poro subterráneo
de alguna raíz maternal.

Y en su largo viaje
de muerta hecha gota,
sin darse cuenta
de su trágica progresión,
vuelve a la copa de la rama,
en un gesto de insurrección infatigable,
se multiplica
y repite su hazaña mortal.







Los Últimos Serán los Primeros

El gato se subió a la mesa,
comió el pan y lamió el mantel,
luego nos sentamos a la mesa
y nos comimos al gato.




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