sábado, 25 de diciembre de 2010

2663.- SANTIAGO A. LÓPEZ NAVIA


Santiago A. López Navia (Madrid, 1961), es Licenciado y Doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid, Doctor en Ciencias de la Educación por la UNED y Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional SEK de Santiago de Chile. Pertenece al equipo directivo del Trinity College Group of Spain, es titular del Seminario de Estudios Retóricos Benito Arias Montano y profesor visitante en la Universidad Internacional SEK de Santiago de Chile. Es colaborador en los Programas de Alta Dirección del Instituto de Empresa y ha enseñado en los programas concertados por la Universidad SEK e IE Universidad con la Universidad de Arizona y el Middlebury College.
Ha publicado hasta el momento cinco libros de poesía (Tremendo arcángel, Madrid, Ediciones de La Discreta, 2004; Sombras de la huella, Barcelona, Abadia Editors, 2006; El cielo de Delhi, primera edición en Granada, Ayuntamiento de Loja, 2007 y reedición en Madrid, Doveliar, 2009, en beneficio de UNICEF; Canción de ausencia rota de mi señor Silente, Madrid, Ediciones de La Discreta, 2008 y Ética y retórica a Jacobo Sadness, Córdoba, Ateneo de Córdoba, 2009), y en 2011 publicará el poemario Canciones de Navidad del País de Nunca Jamás en Ediciones de La Discreta en beneficio de la ONG Acción Alegra. Ha colaborado en diversas revistas poéticas y obras de conjunto, ha participado en numerosos recitales (España, Israel y República Dominicana) y actividades literarias, y pertenece al grupo Paréntesis desde su fundación en 1992. Su obra poética ha sido distinguida en numerosos certámenes nacionales e internacionales.
Pertenece desde su fundación a la Asociación de Cervantistas, de cuya junta directiva ha formado parte desde 1991 hasta 2009, y es miembro de la Asociación Internacional Siglo de Oro, la Cervantes Society of America y la Asociación Internacional de Estudos Galegos. Pertenece al comité editorial de Ediciones de La Discreta. Sus líneas de investigación, centradas preferentemente en el cervantismo y la retórica, se han traducido en numerosas publicaciones. Entre sus últimos libros están la edición del texto de la zarzuela de Sinesio Delgado El carro de la muerte (Madrid, Visor, 2007, bajo la coordinación de Ignacio Arellano), la edición, con Ruth Fine, del volumen colectivo Cervantes y las religiones (Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2008), la reedición de la antología de máximas retóricas de Platón, Aristóteles, Cicerón y Quintiliano Manual del orador.El arte de hablar bien y comvencer (Madrid, Temas de Hoy, 2010) y la edición de La hiedra obstinada de Miquel-Lluís Muntané (Madrid, Ediciones de La Discreta, 2010).


Santiago López Navia
http://www.ucm.es/BUCM/escritores/santiago_lopez_navia/
http://www.redescritoresespa.com/L/lopezNA.htm




ARTE NUEVO DE LA DESPEDIDA


Our souls
Are love and a continual farewell
W. B. Yeats

¿P or qué decir adiós? Baste el silencio.
Mejor asegurar la retirada
fiado en el refugio de las sombras,
amortiguando el eco de los pasos
para que nadie gire la cabeza.

¿Cómo decir adiós? ¿Con qué palabras?
¿Cómo elegir los verbos pertinentes
para tejer las redes del discurso?
¿Cómo seleccionar los argumentos
para que no se enturbie la evidencia?

¿Cuándo decir adiós? ¿En qué momento
conviene interpretar las circunstancias
para que los recuerdos hagan nido
en el pozo abisal de la memoria?
¿Cuándo cerrar la puerta que cruzaste
sellando con tus huellas los pasillos
en los que ha de quedarse tu fantasma?

¿A quién decir adiós? ¿A quién le duele
la herida del adiós en tu garganta?
¿A quién se puede hablar de este vacío
cavado con la azada de la ausencia?

Mejor que no haya quién, que no haya cuándo,
ni dónde, ni por qué. Mejor marcharse
sin levantar el polvo y sin ruido.
Mejor siempre callar.
Silencio y basta.







Finalista en el Premio Hermanos Argensola 2008
Arcadia (Premio Nacional Vicente Cano 2003)


And O, long since the golden groves are dead,
The faery cities vanished from the land!
Robert L. Stevenson


Era mucho mejor ser siempre un niño,
buscar tesoros al sol de la tarde
corriendo tras de alguna lagartija,
o acaso algún misterio que aguardaba
dormido en el calor del descampado.
Era mejor saltar pisando el barro
del patio ahogado en charcos del colegio
(aquel colegio blanco que tiraron
alguna vez. Quizá ya no me acuerde).

Era mejor oír cada mañana
las voces y los ecos a lo lejos
de una ciudad despierta, allí, en la calle,
en medio de la plaza y de la vida
que me esperaba fiel en cualquier sitio.

Era mejor la tregua de la siesta
tras el consuelo dulce de un tebeo,
y el ruido misterioso de los trenes
perdiendo su galope en la distancia.
Los perros que ladraban en la noche,
testigos de la vida que latía
en el dominio frágil de la calle,
y cada tarde el mágico reclamo
que desde las ventanas alentaba
la melodía amable de Indian Summer
tejida por las radios encendidas.

Y todo era mejor. Todo era grande
bajo la luz que ardía temblorosa
en la promesa azul del horizonte:
las flores que adornaban los solares
abriéndose camino en los escombros;
la merienda de pan con chocolate,
el barco de papel a la deriva
en un estanque con rumor de océano
en donde flota aún la primavera.

Era mejor la cálida promesa
de una cajita llena de soldados
o de una carretera construida
con ocho manos sucias en la arena.
Las chapas, las canicas, las peonzas,
los goles disfrutados sobre un campo
tomado por las piedras y los árboles.

Oh, Dios. Era mejor ser aquel niño
hambriento de palabras y de juegos
lejos de un mundo tan pequeño ahora.
Las cajas de cartón y las fogatas,
la puntería fácil sobre un bote
o el mágico lugar del escondite.
La fuente a ras del suelo, las rosquillas,
aquel aroma dulce tan querido
de mantequilla y lápiz de madera,
aquellas risas vivas y el abrazo
feliz, así, al calor de las canciones
alrededor del barrio en el verano.

Ya sólo tengo este recuerdo amable
de entonces, cuando era sólo un niño,
cuando no había dedos en las manos
para contar amigos y proyectos,
cuando el sol del invierno calentaba
y no era imprescindible ser un hombre.

Entonces (¿ya lo he dicho?) todo era
tan fácil como regresar a casa
y ver la luz amiga de la entrada,
o el cofre donde todos mis secretos
me estaban esperando, siempre fieles.
Todo era fácil. Todo estaba cerca:
los muros, el portal, aquellos campos
cuajados de amapolas y cabezas
de cardos agrupados en legiones
(leales enemigos que rendían
sus tropas ante una espada de palo).

Era mejor oler la calle amiga
después de cada lluvia en primavera,
soplar sobre la palma los vilanos
o perseguir las sombras animadas
por el faro de un coche en las paredes.

Era mucho mejor. Sí, ya lo he dicho.
El caso es que hoy me duelen los recuerdos
de aquel niño que fui y que aún me espera
tal vez oculto en todos los rincones
del mundo aquel que un día fue mi casa.






“En este sur cálido” (Premio Isabel de España 1991)


Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir.
Charles Baudelaire

All truths wait in all things.
Walt Whitman

A Jorge Nogales

En este mediodía, ciudad, donde descansas,
los árboles traslucen la luz entre sus hojas
con un celeste poema de sombras y silencios.

Las voces tuyas, ciudad, confunden sus ecos últimos
con el fin de los sonidos lejanos que vienen desde el fondo de las vías.
Por cada uno de tus mágicos acordes de suave canción de infancia
se filtran las armonías rápidas de todas las primaveras limpias
que rescatan del asfalto los genios vivos de la brisa,
y proyectan en tus rincones ocultos las divinidades enterradas en tus portales.

En este sur cálido de tus límites blancos,
yo soy algo que te sigue fiel como una cadena de esperas.
En tu sueño pongo alertas los sueños que se me rezagaron
y albergaron el embrión de hombre que hoy te habita buscándote motivos.

Que así sea, ciudad, siglo tras siglo,
el telón recóndito de mi paso sobre el rastro negro de tu superficie;
tendré que ser, y tú lo verás año tras año, un hombre al fin,
sin más alas que mis manos,
sin más garganta que la que cabe en un cuerpo de ángel etéreo,
mensajero avanzado de marzo y del sol que fecunda los restos de la tierra.

Pero tú renacerás. Nos esperas al final del túnel de la oscuridad anónima,
donde todo tiene un nombre, lo que existe y lo que no existe,
lo que jamás tuvo nombre porque jamás lo vimos;
aquello que jamás quisimos ver porque asustaba.
El espacio que hay que taladrar con el viaje de regreso
es un abismo que cae a ti donde los días se confunden.

De este lado de ti, ciudad, se abren los broches
de la melancolía que atesoras
con la luz que queda debajo de la canción fresca de los niños
que esconden en los bolsillos la potencia fantasma de ser parte de todo.
Podremos iluminar las ilusiones sordas y lentas
si todo es a su tiempo
como está en el alma escrito.

En este mediodía, ciudad, donde te yergues,
late un recuerdo dulce de las historias perdidas.
Y es que de ti, ciudad de barro y distancia,
cándida madre de revelaciones y de confidencias,
de esa razón de ser sólo y siempre con todo lo que eres,
hay un anuncio en cada profecía de trinos que manda el aura de las golondrinas,
anticipando los kilómetros silenciosos
del vuelo oceánico y magistral de Dios cuando sonríe.

¿Qué términos te buscaré, ciudad, con tanta alegría nueva?
La primavera arrebatará los sedimentos de tu tristeza
y los charcos guardarán en sus cristales
los secretos del hielo triste fundido en ti.
Mientras tanto tú serás eternamente
la morada de Circe con las trenzas áureas de todos los amaneceres,
y en ti caeremos todos levantando una mirada de tímido ruego
en el hilo tenue de una súplica de vida y de silencio.
Será entonces un corazón de veinte grados el reflejo de la tarde
para vencer al frío de todo lo que nos falta;
serás, ciudad, traspasando el cartón del calendario,
la fuga y el anuncio de un solsticio deseado
por los versos anhelantes
de los pasos nuevos que se deslizan traicionando a las tormentas.

Entonces los peces astrales del infinito que te trae marzo
verán el agua tibia de tus calles amanecidas en luz plácida,
y te ofreceremos
las primicias vírgenes de las flores breves que salpican las aceras.






Finalista en el Premio Leonor 2009

Canción enamorada de náufrago

(primer finalista en el Premio Internacional
Sant Jordi 2008)



Some ocean throbbing far and free.
Edgar A. Poe

Vasto mar sin cansancio,
última expresión de un amor que no acaba.
Vicente Aleixandre



1


Háblame desde el fondo, océano de sueños represados.
Renáceme la entraña de una noche sin tiempo.
Aquí te aguardo,
en la línea recta inmensa de la playa oscurecida
donde bailan los vacíos de las barcas despobladas.

Yo soy sólo ahora
un oído inmenso abierto desde mi abismo,
extendido, horizontal ante tus poros espumosos,
que son promesas de olas soñadas
desde un profundo hueco abierto en tus raíces.

Yo soy sólo ahora
un enorme ojo atento a las presencias
que ascienden desde el fondo hacia las nubes
que hay en el cielo transparente de tu agua.
Y te veo, transcurriendo vivo sobre tu centro infinito
hasta abortar la impronta
de los pies rosados que hollaron las arenas,
sujetando voces de tarde o de mañana,
voces vivas
que acaso llamaban y respondían por sus nombres.

Aquí, sobre este mundo de este lado de tus venas
yo soy sólo una lengua desatada
bajo la sal feroz de tu silencio.
Una lengua que te repasa los contornos,
gustando los sabores de lo que no tiene nombre,
en este bautismo nocturno de agua virgen.

Pasas sobre los sueños que descienden
desde otro viaje que se recorre a caballo de los siglos.
Y te he visto. Y te he oído. Y te he adivinado
poderoso al otro lado de esta oscuridad ansiosa,
y me has sabido a mar en los pulmones.

Y en este renacer de los sentidos rescatados
no soy más que un intenso deseo que respira,
donde se duerme el aroma anochecido que rezumas,
penetrándome en caídas verticales
que me hacen olerte hasta en todas las distancias
de ese centro de ti al que nunca llego.
Tú me ciñes como un alma que trasmina
intemporales rosas y corales.
Y desde aquí,
en la línea recta abierta de un presagio de horizonte,
seré una mano tendida hacia tu fuga
constante desde dentro hasta más dentro de ti mismo.
Llévame a tocar todos tus peces de palabras no nacidas,
tus peces de misterio y de mensajes nunca revelados,
tus peces como espíritus plateados y veloces
esculpidos con el plomo de la historia de tu masa.
Llévame a tocar tu cuerpo inabarcable
tu cuerpo que roba las formas de los cuerpos
ocultos al ojo escrutador de tus tesoros anhelados.

Desde aquí te miro, te escucho, me sabes, te respiro
y toco tu proyecto de edificios deslizantes,
océano de tormenta liberada,
espejo anónimo, reflejo de las nubes,
herida inabarcable que se cierra en un instante,
siglo constante, autor de tu memoria inacabada.


2

Aquí está el mar entonces. Lo veis desde mí mismo,
y me lo dais
para que ponga el sello de su molde en un poema.

Pero no me deis el mar.
No me regaléis las olas que derriban el aire,
porque ya no podría mirar más
el mar desde este punto en mi distancia.

No me deis el mar.
No robéis la morada de los peces del sueño,
ni turbéis con mi presencia a los corales.

No. Si me dierais el mar
podría ceñiros y atormentaros.
Podría desparramar la soledad del mar por los rincones.

No me deis este mar tan inmediato, tan posible,
que podría tragarme las palabras escondidas,
que podría traspasar el horizonte impenetrable,
que podría miraros desde lejos
y azotaros con las aguas desatadas como látigos.

No me deis el mar.
No me ocultéis tras tanto silencio;
no me dejéis esperando encontraros.
Porque ya no podría ahogarme sin salir del mar
en las palabras que flotan en el viento azul de cada tarde.


y 3

Océano aquí, tan próximo a mis manos,
tan desvelado y tan oculto siempre,
tan transido de formas intangibles
desde su fondo hasta la cresta alzado.
Cogerlo y no cogerlo es ya lo mismo.
Afán inútil dibujar sus límites
que vuelven a escaparse tras el trazo.
Océano inseguro y repartido,
amor de tardes mágicas cerradas
después de un recorrido por sus calles.

Todo en un suelo enorme es el océano,
testigo especular de los ahogados
fundidos con el agua prometida:
aleación de formas, agua y cuerpo,
estatua enamorada de materias.
Total arteria abierta en donde duerme
un dulce dios azul de luz eterna
extenso entre las simas aurorales,
en un núcleo de masas invisibles
donde la realidad pierde sus vértices.


[La estación abandonada]

En medio del viaje, en un momento,
como un cromo de un álbum olvidado,
nimbada de un misterio silencioso
surgía la estación abandonada.

Recuerdo con qué fuerza despertaban
sus fantasmas dormidos, sus secretos,
cuando el sol del verano, al mediodía,
llamaba a una quietud de sueño y sombra.
Todo brillaba inmóvil y callado
desvelando su historia y su sentido:
las puertas y ventanas condenadas,
guardianas impasibles del vacío;
los carteles de letras desvaídas
con nombres que quizá ya a nadie importan,
o la campana que ya sólo mueve
esa mano invisible que es el viento.
Y en todos los rincones, con su herida,
esa nostalgia casi enamorada
del tren que ya no para en sus andenes.






A una dama que perdió un zapato en el andén
del metro y anduvo descalza por las calles
hasta que pudo encontrar un taxi libre


Perdiste tu zapato en el sombrío
andén de una estación del suburbano
y aunque anunció tu pie un fugaz verano
se resignó su planta al suelo frío.

Erguida en tu descalzo señorío
tu caminar de brisa fue liviano
y las aceras se iban de tu mano
cuando tus pies llenaban su vacío.

Aunque no te dio tregua el sol escaso
y aunque el asfalto sucio te ofendía,
no les hizo tu vuelo ningún caso,

y cuando un taxi al fin te recogía,
quedaban suspirando por tu paso
las calles desde Chueca a la Gran Vía.







Haikus


Junto a las vías
la estampida inminente
de los que esperan.

---

El metro acuna
el alma aletargada
de los viajeros.

---

Ojos y sueño
se funden con los libros
en los vagones.

---

Acecha el túnel
tras el espejo negro
de la ventana.
Cuántos secretos
los viajeros olvidan
en sus teléfonos.

---

Alguien comprueba
las traiciones exactas
de los relojes.

---

¿A dónde lleva
la escalera mecánica
del otro lado?







A la goma de borrar

(Soneto purgativo)

Igual que tú, no puedo ser eterno
porque mi esencia acaba en muertes lentas,
y alumbro las palabras casi a tientas
borrando cada niebla de mi infierno.

Igual que tú yo dejo en el cuaderno
girones de mi alma, y las trescientas
sesenta y cinco páginas son cuentas
que borro al calendario cada invierno.

Igual que tú mi forma se desgasta
limando en las aristas su contorno
quebrado en la traición de un movimiento,

y un solo borrador me sobra y basta
para fundir poemas en el horno
que enciende el fuego breve de mi aliento.







Y no hay más

A veces pienso que la vida basta,
que no hay por qué explicar por qué se vive.
Se da lo que en su día se recibe,
y el paso de los días lo desgasta.

No hay más que comprender, al menos hasta
que acabe este renglón que Dios escribe,
y mientras llega el fin, ni Dios prohíbe
andar las sendas de región tan vasta.

No nos falta el espacio; faltan horas
para jugar de nuevo aquella mano
que nos ganó la suerte en los descartes.

El tiempo va muriendo en las demoras.
Cualquier esfuerzo por correr es vano.
Vivir es llegar tarde a todas partes.





Reivindicación de monstruos y espantos

(Premio Internacional Pedro Alonso Morgado 2002)

1

El vampiro

que reclama la fuerza de su inmarcesibilidad invitando al triste mortal a trascender los límites de la vida para disfrutar de una inmortalidad libre y oscura

La noche huele a sangre en cada esquina.
La sed arrasa mi alma de no muerto.
Mi cálido ataúd espera abierto
mi fuga de la luz, esa asesina.

Yo soy la gran promesa en que termina
tu tránsito mortal. Seguro puerto.
Mis brazos son refugio, abrigo cierto
donde la muerte vive y es divina.

Yo te daré otras vidas, aún más lejos,
la niebla con su cómplice celada,
la fuerza de los siglos sin medida.

Para no verte más en tus espejos
me aleja de tu sangre enamorada
tan sólo el privilegio de una herida.

2

El licántropo

el cual, tras haber paladeado las suaves mieles de la animalidad, lamenta con áspero dolor la imperfección de su naturaleza, aún parcialmente humana

En esta luna nace mi condena:
ser lobo una vez más. La noche espera.
Hermosa es la ciudad para una fiera
que ha roto el lastre cruel de su cadena.

Todo es distinto y yo no siento pena.
Si aúllo es porque el sol me desespera.
El sol (maldito sol), la verdadera,
terrible maldición que me envenena.

Es dulce ser un lobo cada noche.
Mi bestia aguarda dulce en mi recuerdo.
No puedo renegar de mi fortuna.

Sólo me brota a veces un reproche
cuando descubro todo lo que pierdo
al ser hombre otra vez cuando no hay luna.

3

La criatura de Frankenstein

que reprocha con oportunos y muy bien traídos argumentos a su creador, el doctor Víctor Frankenstein, su negativa a crear a una mujer que mitigue con su amor la pena de su soledad monstruosa

Si miras más adentro de mis ojos
oirás que laten muchos corazones.
Mi cuerpo, mapa atroz de costurones,
es más que un monumento de despojos.

Curtí mis pies pisando los abrojos.
Lloré mi soledad por los rincones.
No me convencen, Víctor, tus razones.
Tu inútil odio alienta mis enojos.

¿Es mucho, creador, que te reclame
el cálido sosiego de otras manos
donde mi rabia encuentre su consuelo?

La dulce compañera que me ame
con un amor que ignoran los humanos,
con un amor feliz de monstruo en celo.

4

Mr. Hyde

que expone con sinceridad y aplomo no usados las muchas y muy variadas informaciones que se desprenden del lado perverso de su doble identidad

Aquí tenéis el lado más oscuro
que esconden los hipócritas mortales:
el trono de los vicios capitales,
el monstruo en su esplendor, el yo más puro.

La bestia desatada, el pecho duro
que encierra los instintos naturales,
la fragua del poder donde los males
se funden con el fuego más seguro:

ese fuego maldito del infierno
que enciende los deseos olvidados
donde duerme un incendio de pasiones.

El fuego enardecido, el fuego eterno
donde se anuncian todos los pecados
que han roto la pared de sus prisiones.

5

El coco

el cual contempla, amoroso, y absolutamente ajeno a las macabras competencias que se le atribuyen, el rostro de un niño mientras duerme, y dice así:

He aquí mi triste cédula de trasgo:
yo soy aquel que todos llaman coco,
engendro de una orgía de dios loco,
traición de horror y pena en cada rasgo.

En mi callado mundo de tiniebla
por donde vago -dicen- ululando,
noche tras noche lloro derramando
mis lágrimas, las flores de la niebla.

Mi nombre es el castigo de los sueños.
Me hicieron para aullar tras las ventanas
robándome la luz de las mañanas,

robándome la luz de los pequeños
resquicios de alegría. Hoy tengo muerta
la risa al otro lado de tu puerta.


y 6

El fantasma

que describe con desolación lo incomprensible de las sensaciones y experiencias de su nuevo estado tras su tránsito

La eternidad se funde en un segundo.
Qué soledad terrible, qué vacío.
De pronto se perdió cuanto fue mío.
Apenas la memoria me une al mundo.

En este mar sin fondo en que me hundo
se diluyó el caudal que fue mi río.
No sé si siento. Acaso tengo frío,
y un resto de dolor triste y profundo.

Tendré que acostumbrarme a este infinito,
a este silencio enorme que me envuelve,
a este inmenso camino que no entiendo.

Ya nadie oye mi angustia cuando grito.
Soy sólo un alma en fuga que no vuelve,
algo que fue y que ya no sigue siendo.


4 comentarios:

  1. Si, como habéis visto, su poesía es grande y romperá fronteras en el tiempo, apuntad su nombre, apuntadlo, quienes tenemos la suerte de conocerlo -en mi caso y para mi desgracia, poco- sabemos de su bohonomía y su disposición a estar y a ayudar y su gran capacidad para transmitir conocimientos.

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  2. si, amando, santiago es uno de los grandes poetas
    actuales y espero que con publicarlo en mi antología contribuya a que los que lean esta
    pequeña muestra de su obra poética, sientan
    acercarse a toda su obra
    un abrazo y feliz navidad
    nando

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  3. Sin duda un poeta del Siglo XXI...Su poesía es por momentos arriesgada, en algunos versos conservadora. Poesía que no dejará a nadie indiferente.

    Un acierto haberlo traído a este magnífico rincón poético.

    Un abrazo.

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  4. Gracias a mi querido Amando, acaba de llegar a mis manos tu libro, dedicado, 'Ensueño y mediodía' Curiosamente el primer y último poema de ese cuaderno los acabo de leer -Arcadia, con gran emoción- y los encuentro en tu blog Fernando. Gracias por esa gran obra; magnífico Santiago López-Navia.
    Besos del sur, siempre.

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