Jirí Orten
Nace en Kutná Hora, República Checa en 1919. El mundo de su infancia es el de una familia donde reina la armonía y la afición al teatro: su padre, que es tendero, escribe de teatro en el periódico local, su madre es una gran aficionada, su hermano mayor se prepara muy pronto para dicha carrera y el mismo Jirí, que frecuenta las tertulias infantiles, actúa con el grupo de aficionados Tyl e igualmente en los campamentos donde pasa las vacaciones como estudiante falto de recursos. Por ello, cuando tiene que elegir carrera, opta por la de actor, aunque ha empezado ya a escribir poesía.
A los diecisiete años marcha a Praga donde, si bien no pasa el primer examen de ingreso en el Conservatorio de arte dramático, consigue un puesto de archivero, lo que le permite mantenerse parcialmente y estudiar en la escuela de idiomas. Ingresa en la Asociación de jóvenes adeptos a la poesía y la prosa y en el Colectivo teatral de jóvenes, y un año después logra entrar en el conservatorio, donde estudia hasta que, como judío, se ve privado de ello al final del curso escolar 1938-40. Hace ya un año que algunos de sus parientes más cercanos han emigrado pero él decide quedarse en su patria, no abandonar su lengua ni a su amada, aunque el círculo de aislamiento en torno a su persona se estrecha y él vive la amenaza de un trágico fin. Este tiene lugar en 1941, cuando muere en un hospital de Praga tras haber sido atropellado por una ambulancia nazi el mismo día que cumplía 22 años.
Orten escribió de sí mismo "Soy un Rimbaud que no se ha convertido en tal. Soy un Rimbaud que ha tenido otro valor..." Se refería, sin duda, a su propio destino de poeta, ya que en una carta a Frantisek Halas escrita en 1938 decía: "Quiero ser poeta con todo el corazón y aún más, morir por ello". Desde la edad de 17 años escribe y figura en la revista estudiantil y a la edad de 18 empieza a hacerlo sistemáticamente, realizando, además, adaptaciones de obras de teatro para el colectivo del que forma parte y relacionándose con otros artistas jóvenes con los que crea el club Noche, donde se reúnen a leer sus obras y publican algunos ejemplares escritos a máquina, así como una revista del mismo nombre y de la que salieron sólo dos ejemplares. Pronto entra en contacto con eminentes poetas y su primer libro, Libro de lectura primavera, se publica en 1939 en una colección dirigida precisamente por Frantisek Halas, al que Orten admira, firmado con el seudónimo de Karel Jílek. Con el mismo seudónimo se publica su segundo libro Camino del frío, en 1940 y con el de Jirí Jakub el tercero, El lamento de Jeremías, y el cuarto, Maleza, en 1941. Elegías y Sin rumbo, aunque preparados por él, se publican después de su muerte, en 1946 y 1947 respectivamente. También son póstumos sus diarios llamados Cuaderno azul, Cuaderno rojo y Cuaderno graneado (publicados en España con el título Sólo al atardecer por editorial Pre-Textos), impresionante testimonio de sus últimos tres años de vida, donde se integran la poética, las reflexiones y la narración de los acontecimientos cotidianos. Late en ellos todo el drama de este poeta del que se ha dicho "Quiere ser su propio texto definitivo, vivir su propio texto, ser vivido por su propio texto". Orten, ciertamente, acude a las palabras y a la lengua como única posibilidad de existencia, de "ser" frente a la "nada", y como superación del correr del tiempo.
La poesía de Jirí Orten sigue la línea trágica de la lírica checa cuyas máximos representantes son el romántico Karel Hynek Mácha, Frantisek Halas y Vladimír Holan.
por Clara Janés
- Un poema -
Séptima elegía
Le escribo, Karina, y no sé si está viva,
si no está usted ya donde no existe el deseo,
si mientras tanto ha llegado a su fin su aún crítica edad.
¿Está muerta? Pida, pues, a su losa
que se haga leve. Pida a las rosas, señora,
que vuelvan a cerrarse. Pida al disgregarse
que le lea el informe de mi disgregación.
La muerte calla a la vista de los versos
en los que voy a usted
tan cruelmente joven y ya maduro,
que en mi juventud me parezco a un rey
de un reino perdido. Pero usted sabe
cuántas alas nos faltan para echar a volar en el vuelo de un ángel
cómo reímos con la sangre y con la sangre lloramos.
Encontré mi caída y quiero decirle dónde sucedió.
Una vez en el cielo (esto de Dios lo escribo)
la transparencia se hirió de rojo celeste
y sangraba. Luego partió.Era el crepúsculo.
Tal vez fue sólo un sueño en el que soñaba
madre y padre, la casa, mis dos hermanos;
tal vez fue sólo un sueño en el que un hombre
se descubre a sí mismo bajo los círculos de agua del estanque;
tal vez fue sólo un sueño, espejo de la luna,
mas no debí soñarlo, si no me hubiera despertado luego,
no debía dejarme en las llamas que daban frío.
¡La caída de Dios! ¡qué caída! Luego está el niño solo,
sin la fuerza de la gracia que sabe
disminuir las dificultades, acortar la lejanía,
cerrar el infierno con el perfume y la violeta.
Y luego el niño está solo y se despierta y va
hacia una realidad de males. Piensa que no llegará.
El tiempo si no quiere no cura. El tiempo es un charlatán.
Una vez una mujer, llena de encantos,
la caída parecía un no-caer: estoy hablando de Narcisa.
Todo era leve. E inexpresablemente próximo
nos habló? el gozo. Fueron palabras
que nunca podrá disolver el viento,
era una lengua, la amada lengua materna
de labios, manos, ojos, cuerpos y del vientre amado,
donde la espléndida seguridad sobre un lecho se inclina;
era esa lengua que sin lengua habla.
¿Qué quería Narcisa, cuando ante sus espejos
se quedaba y las cosas de en torno al tocarlas rápidamente se helaban?
Como Narciso, su sombra, ella nada, no quería otra cosa
que contemplarse a sí misma sin alma, sin cuerpo,
en el transparente espejo, hallaba sólo palabras de belleza,
de dureza, más dura que el diamante,
anhelaba de sí misma saber en sueños ajenos.
No era como una fuente, sino que en fuentes se ahogaba.
Ah, ¿dónde brota aquello en cuyo seno fluimos?
¿De quién las noches insomnes tanto se han posado en mí
y se han dilatado tanto que ya no me queda espacio?
He encontrado mi caída. ¿Sobre qué? ¡Sobre el llanto!
Caían mis lágrimas. Caían sobre la ciénaga;
caían por un reino vivo de miseria y de lamento;
caían sin pudor, Karina, a usted le escribo,
pida a su losa, que con la lluvia lavo,
me siento como lluvia que llueve sobre su tumba,
me siento como un llanto, sin forma ni tiempo,
le escribo, Karina, y no sé si está viva,
si no está usted ya donde no existe el deseo,
si mientras tanto ha llegado a su fin su aún crítica edad.
Conozco a una niña. Es como un beso
todavía escondido en la boca, no se le permite más,
se despereza solamente al sol, que es tenue,
no quema, apaga la sed: adormece en el seno.
Es joven como la tierra, leve como el aliento,
como las hojas tiernas, como el alba y la felicidad.
También yo conozco hermosos días. ¿Mas donde me llevarán?
¿Lo sabía usted ya? ¿Y sabe usted, Karina?
Conozco también la grandeza de las mujeres: la espera de la madre,
tal vez regrese a ella un triste hijo.
Y conozco mi tierra, alegría sin causa,
y la fidelidad. Sí, pero ignoro dónde se encuentra ahora.
Conozco el despertar súbito de amarguras y desesperanzas,
mas conocer es muy poco, y muy poco es querer,
poco es saber la traición si el perdón es imposible.
La muerte calla en presencia de los versos, verá, lo sueño aún.
¿Ante qué tempestad calla? ¿Ante qué horror?
¿Qué entenderemos allí? ¿Qué nos disgrega?
¿Qué muere también allí? ¿Qué cae allí eternamente?
¿Los amores?
No quería, no quería callar,
perdonad a Narcisa, perdonad el pecado y al mundo,
encended una vela y rogad por la tierra,
que diciembre con su hielo no la postre demasiado,
que se le dé en abril lo que se les da a las flores,
que sea para ella la noche bandera en una torre,
que ondee hacia la luz, a la hora de los astros,
que los amantes la alaben por el dolor.
Tan cruelmente joven y ya maduro,
me río hasta sangrar y lloro lágrimas de sangre
y abandonado de Dios y a Dios abandonado,
le escribo, Karina, y no sé si estoy vivo...
Publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
[http://www.adamar.org/numero_16/000092.janes.htm]
Sabe una cosa?
Traducción de Clara Janés
Oh ¿sabe una cosa? Es agradable estar enfermo,
lejos en algún sitio descansa la escuela
y tantos libritos queridos en la almohada,
que no da tiempo a leer antes de morir,
la amiga fiebre está un momento en casa,
ha venido sólo por un rato,
nos golpea el corazón, nos ruboriza la cara,
y asusta a mamá, pero sólo un poco,
como para que se lleve las manos a la cabeza,
luego viene el doctor, para mirar,
dónde está metida, dónde se ha escondido,
tal vez en la garganta, o sólo en la lengua,
sonríe, la encuentra y dirá,
que he soñado con un muerto
y que estaba vivo, que no estaba muerto, ¡no lo estaba!
En Clara Janés,
Cinco poetas checos,
Adamar, 2007.
Pequeña elegía
Traducción de Clara Janés
16 de septiembre de 1939
Los amigos partieron. Mi amada duerme en la lejanía.
Y fuera hay una gran oscuridad.
Me digo palabras, son blancas por la lámpara,
y ya casi dormido
recuerdo a mi madre. El recuerdo otoñal.
En verdad, como el frío, como si yo supiera
todo lo que ahora sin duda hace mamá.
Está en casa, en su habitación. La estufa de mi infancia,
hacia la cual el caballito de balancín siempre conmigo trotará,
la estufa de mi infancia, que hace ya tiempo no se enciende.
Le da calor. A mamá. Mi mamá. Está silenciosa,
junta las manos, piensa en mi padre
que ya murió.
Y luego pela fruta para mí.
Estoy a su lado. Con ella. Sin duda nos verás,
Dios, cruel, que tanto nos quitaste.
¡Qué oscuridad hay fuera! ¿Qué es lo que decía?
Ah, ya sé, quería decir
por todas las horas, en las que dormí tranquilamente
y por todos los seres queridos que descansan,
que ahora, cuando llega el otoño
y todo, hasta los días, se acorta,
no sé estar solo, sólo con la lámpara que ilumina,
y que a pesar de haber sembrado la tierra
no viviré ya.
Del libro
Solo al atardecer
Prólogo, traducción y notas de Clara Janés
Pre-textos, Valencia, 1996.
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