Diane Wakoski
Es una poeta norteamericana de la BEAT GENERATION.
Es una poeta norteamericana de la BEAT GENERATION.
Wakoski nació en Whittier, California el 3 de agosto 1937. Estudió en la Universidad de California, Berkeley, y se graduó en 1960 con una Licenciatura en Artes, donde participó en talleres de poesía. Fue allí donde leyó por primera vez a muchos de los poetas modernistas que influirían en su estilo de escritura. Sus primeros escritos fueron considerados parte del movimiento que también incluyó las obras de Jerome Rothenberg, Robert Kelly, y Clayton Eshleman, entre otros. También cita a William Carlos Williams, Allen Ginsberg y Charles Bukowski como influencias.
Su trabajo ha sido publicado en más de una veintena de colecciones y en muchos volúmenes de poesía.
Premios
William Carlos Williams Award for her book Emerald Ice.
Guggenheim Foundation grant
National Endowment for the Arts grant
Fulbright Grant
Pansy Award from The Society of Western Flowers
Bibliografía
Colecciones Poesía
The butcher's apron: new & selected poems, including "Greed: part 14" . David R. Godine Publisher. 2000. ISBN 978-1-57423-144-1 .
The Archaeology of Movies and Books sequence:
Argonaut Rose . David R. Godine Publisher. 1998. ISBN 978-1-57423-046-8 .
The Emerald City of Las Vegas . David R. Godine Publisher. 1995. ISBN 978-0-87685-971-1
Jason the Sailor . David R. Godine Publisher. 1993. ISBN 978-0-87685-902-5 .
Medea the Sorceress . David R. Godine Publisher. 1991. ISBN 978-0-87685-810-3 .
Emerald Ice : Selected Poems 1962-1987 . David R Godine Pub. 1988. ISBN 978-0-87685-746-5 .
The rings of Saturn . Black Sparrow Press. 1986. ISBN 978-0-87685-675-8 .
The Collected Greed . David R. Godine Publisher. 1984. ISBN 978-0-87685-464-8 .
Waiting for the King of Spain . David R. Godine Publisher. 1980. ISBN 978-0-87685-293-4 .
Cap of darkness: including looking for the king of Spain & Pachelbel's Canon . Black Sparrow Press. 1980. ISBN 978-0-87685-455-6 .
The man who shook hands . Doubleday. 1978. ISBN 978-0-385-13407-1 .
Virtuoso literature for two and four hands . Doubleday. 1975. ISBN 978-0-385-00532-6 .
Trilogy: Coins & coffins: Discrepancies and apparitions; The George Washington poems . Doubleday. 1974. ISBN 978-0-385-08910-4 .
Dancing on the grave of a son of a bitch . Black Sparrow Press. 1973. ISBN 978-0-87685-180-7 .
The motorcycle betrayal poems . Simon and Schuster. 1971.
The Magellanic Clouds . Black Sparrow Press. 1970.
Inside the Blood Factory . Doubleday. 1968.
Coins & coffins . Hawk's Well Press. 1962.
Ensayos
Towards a New Poetry . University of Michigan Press. 1980. ISBN 978-0-472-06307-9 .
Discrepancia
Mastico pulpa de cerezas,
chupo piedras y luego
las pongo en mis manos.
Mis huesos están secos—
La respuesta a este acertijo
es mi autobiografía.
Mi acta de matrimonio
En tus pulmones hay sombras
que parecen tizne peligroso e
invaden la foto que de ti
tengo en mi mente.
Traducción de José Vicente Anaya
http://circulodepoesia.com/
Gracias a mi madre por las clases de piano
El alivio al poner los dedos sobre las teclas
como si caminando en la playa
encontraras un diamante
tan grande como un zapato;
como si
acabaras de construir una mesa de madera
y el olor del aserrín estuviera en el aire,
tus manos secas y ásperas;
como si
hubieras eludido
al hombre en la oscuridad que te ha estado siguiendo
todo la semana;
el alivio
de poner tus dedos en el teclado
tocando los acordes de
Beethoven
Bach,
Chopin
una tarde en que no tenía con quien hablar,
en que los suaves suéteres con forma de anuncios de revista
y el cabello de clase media, republicano, limpio y brillante
entraba a las casas alfombradas
y me dejaba sola
con los pisos desnudos y unos pocos libros
Quiero agradecerle a mi madre
por trabajar a diario
en una oficina gris
en garajes y compañías de agua
le quitaba la crema a su café a los 40
para perder peso. Su pesado cuerpo
escribía sus delicados libros de bibliotecaria
sola, sin un hombre que mirara su rostro
su cuerpo, su prematuro cabello blanco
enamorado
Quiero agradecerle a mi madre
por trabajar y pagar siempre
mis clases de piano
antes de pagar el préstamo al Banco de América
o comprar la despensa
o arreglar nuestro viejo y ruidoso Ford.
Yo era una niña tranquila
con miedo de entrar sola a una tienda
con miedo al agua
al sol
a las hierbas sucias en los traspatios
con miedo al mal aliento de mi madre
y con miedo a las visitas ocasionales de mi padre
al saber que volvería a marcharse
con miedo a no tener dinero
con miedo a mi torpe cuerpo
que sabia
nadie amaría jamás
Pero atravesé tocando
en el viejo piano vertical
que obtuvimos por $10,
toqué a través del miedo
a través de la fealdad,
de crecer en un mundo de comprar en tiendas de baratijas,
y un deseo de amar
un mundo sin amor.
Toqué a través de una cara fea
y de tardes, días, veladas y noches solitarias,
incluso mañanas, vacía
como una lata de café oxidada,
toqué a través del susurro de la primavera
y quise que todo a mi alrededor brillara como una ola angosta
en una playa lisa al atardecer en el sur de California,
Toqué a través de
un sombrero vacío de mi padre en el closet de mi madre
y una cama en la que dormía sólo de un lado,
sin arrugar nunca una pulgada
del otro
esperando
esperando.
Toqué a través de los honores escolares
el único lugar en que podía
hablar
el salón de clases,
o en mis clases de piano, el canario de la señora Hillhouse siempre
cantaba más por mi talento,
como si hubiera dejado una parte de mi cuerpo al entrar
a su casa
y buscara ahora cada pieza de marfil
en el teclado, deslizaba mis dedos en crestas negras
y por suaves rocas
me preguntaba dónde perdí mis órganos,
o mi boca que a veces se abría
como una amapola de California,
ancha y con contrastes,
hermosa en grandes campos,
cerrada por completo día y noche,
Toqué a través decada edad,
pero todas parecían eternas
o tal vez siempre
viejas y solitarias,
solo quería una cosa, rodeada por las polvosas hojas
con olor amargo de los naranjos,
solo quería ser tocada por el hombre que me amara,
que estuviera ahí cada noche
para poner su larga y fuerte mano en mi hombro,
cuyas caderas despertaría junto a mí en la mañana,
cuyo bigote podría peinar un rostro hasta dormir,
soñando con pianos que hicieran el sonido de Mozart
y Schubert sin pedir
que la vida absorbiera todo
lo que tienes a diario,
sin pedir el vacío
de una pequeña vida tímida.
Quiero agradecer a mi madre
por dejarme a veces despertarla a las 6 de la mañana
cuando practicaba mis clases
y por asegurarse de que tuviera un piano
en donde dejar mis libros de la escuela, todas las tardes.
No he tocado el piano en 10 años,
tal vez por miedo a que el poco amor que he logrado recoger
como polvo, del fondo de los bolsillos
se pierda,
se escape,
hacia la caverna terriblemente vacía que soy
si la vuelvo a abrir por completo, alguna vez.
El amor es un hombre
con bigote
que me abraza dulcemente cada noche.
que siempre está ahí cuando necesito tocarlo;
no podría conocer el doloroso
estruendo de la música del pasado
que su amor evita que golpee, que sacuda,
que retumbe en mi cerebro
que hace todo lo posible para destrozar la precaria materia gris
cuando estoy sola;
él no escucha al canario de la señorita Hillhouse cantar para mi,
cómo le gusta el sonido de mi clase esta semana,
decirme,
confirmarme lo que dice mi maestra,
que tengo un talento para el piano
que pocos de sus alumnos tenían.
Cuando toco al hombre
que amo
quiero agradecerle a mi madre
por las clases de piano
durante todos esos años,
que mantienen el recuerdo de Beethoven,
un atormentado hombre sordo,
en mi mente;
de la belleza que puede venir
incluso de un horrible
pasado.
[Versión del poeta y traductor Iván Viñas]
HISTORIA
Un hombre me preguntó
la historia de mi vida.
Dije
que yo no tenía
historia.
Que todas mis historias eran vidas,
como hongos,
aparentemente sin raíces,
aunque las esporas, microscópicas, que bailan en la
tierra
como mi mano roza tu cara mientras
duermes,
ya no son misteriosas;
y recordé que todas mis historias son una sola,
dejando a una mujer con un puñado de plata
que se vuelve luz de luna
desvanece como el aire,
desaparece con el sol,
permaneciendo ella con sus manos abiertas
y la poesía que es música,
una canción que nos ronda a todos
es lo que le queda,
su realidad misteriosamente,
quizá microscópicamente, ida
para aparecer en otro
terreno pantanoso.
Yo busco al mago que entienda
lo que es invisible
al ojo desnudo,
que lea la poesía como un texto
para una nueva especie de jardín,
que convierta la luz de luna
en un puñado de plata,
en algo sólido y real,
no en ilusión,
no en viejas historias,
no en la vieja versión de la vida,
no en hongos venenosos.
Hongos,
comibles,
hermosos,
que dejan caer las esporas
y dan vida
justamente
como nosotros.
La historia de mi vida
es
que continúa.
traducción de Beth Miller
Thanking My Mother for Piano Lessons
The relief of putting your fingers on the keyboard,
as if you were walking on the beach
and found a diamond
as big as a shoe;
as if
you had just built a wooden table
and the smell of sawdust was in the air,
your hands dry and woody;
as if
you had eluded
the man in the dark hat who had been following you
all week;
the relief
of putting your fingers on the keyboard,
playing the chords of
Beethoven,
Bach,
Chopin
in an afternoon when I had no one to talk to,
when the magazine advertisement forms of soft sweaters
and clean shining Republican middle-class hair
walked into carpeted houses
and left me alone
with bare floors and a few books
I want to thank my mother
for working every day
in a drab office
in garages and water companies
cutting the cream out of her coffee at 40
to lose weight, her heavy body
writing its delicate bookkeeper’s ledgers
alone, with no man to look at her face,
her body, her prematurely white hair
in love
I want to thank
my mother for working and always paying for
my piano lessons
before she paid the Bank of America loan
or bought the groceries
or had our old rattling Ford repaired.
I was a quiet child,
afraid of walking into a store alone,
afraid of the water,
the sun,
the dirty weeds in back yards,
afraid of my mother’s bad breath,
and afraid of my father’s occasional visits home,
knowing he would leave again;
afraid of not having any money,
afraid of my clumsy body,
that I knew
no one would ever love
But I played my way
on the old upright piano
obtained for $10,
played my way through fear,
through ugliness,
through growing up in a world of dime-store purchases,
and a desire to love
a loveless world.
I played my way through an ugly face
and lonely afternoons, days, evenings, nights,
mornings even, empty
as a rusty coffee can,
played my way through the rustles of spring
and wanted everything around me to shimmer like the narrow tide
on a flat beach at sunset in Southern California,
I played my way through
an empty father’s hat in my mother’s closet
and a bed she slept on only one side of,
never wrinkling an inch of
the other side,
waiting,
waiting,
I played my way through honors in school,
the only place I could
talk
the classroom,
or at my piano lessons, Mrs. Hillhouse’s canary always
singing the most for my talents,
as if I had thrown some part of my body away upon entering
her house
and was now searching every ivory case
of the keyboard, slipping my fingers over black
ridges and around smooth rocks,
wondering where I had lost my bloody organs,
or my mouth which sometimes opened
like a California poppy,
wide and with contrasts
beautiful in sweeping fields,
entirely closed morning and night,
I played my way from age to age,
but they all seemed ageless
or perhaps always
old and lonely,
wanting only one thing, surrounded by the dusty bitter-smelling
leaves of orange trees,
wanting only to be touched by a man who loved me,
who would be there every night
to put his large strong hand over my shoulder,
whose hips I would wake up against in the morning,
whose mustaches might brush a face asleep,
dreaming of pianos that made the sound of Mozart
and Schubert without demanding
that life suck everything
out of you each day,
without demanding the emptiness
of a timid little life.
I want to thank my mother
for letting me wake her up sometimes at 6 in the morning
when I practiced my lessons
and for making sure I had a piano
to lay my school books down on, every afternoon.
I haven’t touched the piano in 10 years,
perhaps in fear that what little love I’ve been able to
pick, like lint, out of the corners of pockets,
will get lost,
slide away,
into the terribly empty cavern of me
if I ever open it all the way up again.
Love is a man
with a mustache
gently holding me every night,
always being there when I need to touch him;
he could not know the painfully loud
music from the past that
his loving stops from pounding, banging,
battering through my brain,
which does its best to destroy the precarious gray matter when I
am alone;
he does not hear Mrs. Hillhouse’s canary singing for me,
liking the sound of my lesson this week,
telling me,
confirming what my teacher says,
that I have a gift for the piano
few of her other pupils had.
When I touch the man
I love,
I want to thank my mother for giving me
piano lessons
all those years,
keeping the memory of Beethoven,
a deaf tortured man,
in mind;
of the beauty that can come
from even an ugly
past.
[http://circulodepoesia.com/nueva/]
Mastico pulpa de cerezas,
chupo piedras y luego
las pongo en mis manos.
Mis huesos están secos—
La respuesta a este acertijo
es mi autobiografía.
Mi acta de matrimonio
En tus pulmones hay sombras
que parecen tizne peligroso e
invaden la foto que de ti
tengo en mi mente.
Traducción de José Vicente Anaya
http://circulodepoesia.com/
Gracias a mi madre por las clases de piano
El alivio al poner los dedos sobre las teclas
como si caminando en la playa
encontraras un diamante
tan grande como un zapato;
como si
acabaras de construir una mesa de madera
y el olor del aserrín estuviera en el aire,
tus manos secas y ásperas;
como si
hubieras eludido
al hombre en la oscuridad que te ha estado siguiendo
todo la semana;
el alivio
de poner tus dedos en el teclado
tocando los acordes de
Beethoven
Bach,
Chopin
una tarde en que no tenía con quien hablar,
en que los suaves suéteres con forma de anuncios de revista
y el cabello de clase media, republicano, limpio y brillante
entraba a las casas alfombradas
y me dejaba sola
con los pisos desnudos y unos pocos libros
Quiero agradecerle a mi madre
por trabajar a diario
en una oficina gris
en garajes y compañías de agua
le quitaba la crema a su café a los 40
para perder peso. Su pesado cuerpo
escribía sus delicados libros de bibliotecaria
sola, sin un hombre que mirara su rostro
su cuerpo, su prematuro cabello blanco
enamorado
Quiero agradecerle a mi madre
por trabajar y pagar siempre
mis clases de piano
antes de pagar el préstamo al Banco de América
o comprar la despensa
o arreglar nuestro viejo y ruidoso Ford.
Yo era una niña tranquila
con miedo de entrar sola a una tienda
con miedo al agua
al sol
a las hierbas sucias en los traspatios
con miedo al mal aliento de mi madre
y con miedo a las visitas ocasionales de mi padre
al saber que volvería a marcharse
con miedo a no tener dinero
con miedo a mi torpe cuerpo
que sabia
nadie amaría jamás
Pero atravesé tocando
en el viejo piano vertical
que obtuvimos por $10,
toqué a través del miedo
a través de la fealdad,
de crecer en un mundo de comprar en tiendas de baratijas,
y un deseo de amar
un mundo sin amor.
Toqué a través de una cara fea
y de tardes, días, veladas y noches solitarias,
incluso mañanas, vacía
como una lata de café oxidada,
toqué a través del susurro de la primavera
y quise que todo a mi alrededor brillara como una ola angosta
en una playa lisa al atardecer en el sur de California,
Toqué a través de
un sombrero vacío de mi padre en el closet de mi madre
y una cama en la que dormía sólo de un lado,
sin arrugar nunca una pulgada
del otro
esperando
esperando.
Toqué a través de los honores escolares
el único lugar en que podía
hablar
el salón de clases,
o en mis clases de piano, el canario de la señora Hillhouse siempre
cantaba más por mi talento,
como si hubiera dejado una parte de mi cuerpo al entrar
a su casa
y buscara ahora cada pieza de marfil
en el teclado, deslizaba mis dedos en crestas negras
y por suaves rocas
me preguntaba dónde perdí mis órganos,
o mi boca que a veces se abría
como una amapola de California,
ancha y con contrastes,
hermosa en grandes campos,
cerrada por completo día y noche,
Toqué a través decada edad,
pero todas parecían eternas
o tal vez siempre
viejas y solitarias,
solo quería una cosa, rodeada por las polvosas hojas
con olor amargo de los naranjos,
solo quería ser tocada por el hombre que me amara,
que estuviera ahí cada noche
para poner su larga y fuerte mano en mi hombro,
cuyas caderas despertaría junto a mí en la mañana,
cuyo bigote podría peinar un rostro hasta dormir,
soñando con pianos que hicieran el sonido de Mozart
y Schubert sin pedir
que la vida absorbiera todo
lo que tienes a diario,
sin pedir el vacío
de una pequeña vida tímida.
Quiero agradecer a mi madre
por dejarme a veces despertarla a las 6 de la mañana
cuando practicaba mis clases
y por asegurarse de que tuviera un piano
en donde dejar mis libros de la escuela, todas las tardes.
No he tocado el piano en 10 años,
tal vez por miedo a que el poco amor que he logrado recoger
como polvo, del fondo de los bolsillos
se pierda,
se escape,
hacia la caverna terriblemente vacía que soy
si la vuelvo a abrir por completo, alguna vez.
El amor es un hombre
con bigote
que me abraza dulcemente cada noche.
que siempre está ahí cuando necesito tocarlo;
no podría conocer el doloroso
estruendo de la música del pasado
que su amor evita que golpee, que sacuda,
que retumbe en mi cerebro
que hace todo lo posible para destrozar la precaria materia gris
cuando estoy sola;
él no escucha al canario de la señorita Hillhouse cantar para mi,
cómo le gusta el sonido de mi clase esta semana,
decirme,
confirmarme lo que dice mi maestra,
que tengo un talento para el piano
que pocos de sus alumnos tenían.
Cuando toco al hombre
que amo
quiero agradecerle a mi madre
por las clases de piano
durante todos esos años,
que mantienen el recuerdo de Beethoven,
un atormentado hombre sordo,
en mi mente;
de la belleza que puede venir
incluso de un horrible
pasado.
[Versión del poeta y traductor Iván Viñas]
HISTORIA
Un hombre me preguntó
la historia de mi vida.
Dije
que yo no tenía
historia.
Que todas mis historias eran vidas,
como hongos,
aparentemente sin raíces,
aunque las esporas, microscópicas, que bailan en la
tierra
como mi mano roza tu cara mientras
duermes,
ya no son misteriosas;
y recordé que todas mis historias son una sola,
dejando a una mujer con un puñado de plata
que se vuelve luz de luna
desvanece como el aire,
desaparece con el sol,
permaneciendo ella con sus manos abiertas
y la poesía que es música,
una canción que nos ronda a todos
es lo que le queda,
su realidad misteriosamente,
quizá microscópicamente, ida
para aparecer en otro
terreno pantanoso.
Yo busco al mago que entienda
lo que es invisible
al ojo desnudo,
que lea la poesía como un texto
para una nueva especie de jardín,
que convierta la luz de luna
en un puñado de plata,
en algo sólido y real,
no en ilusión,
no en viejas historias,
no en la vieja versión de la vida,
no en hongos venenosos.
Hongos,
comibles,
hermosos,
que dejan caer las esporas
y dan vida
justamente
como nosotros.
La historia de mi vida
es
que continúa.
traducción de Beth Miller
Thanking My Mother for Piano Lessons
The relief of putting your fingers on the keyboard,
as if you were walking on the beach
and found a diamond
as big as a shoe;
as if
you had just built a wooden table
and the smell of sawdust was in the air,
your hands dry and woody;
as if
you had eluded
the man in the dark hat who had been following you
all week;
the relief
of putting your fingers on the keyboard,
playing the chords of
Beethoven,
Bach,
Chopin
in an afternoon when I had no one to talk to,
when the magazine advertisement forms of soft sweaters
and clean shining Republican middle-class hair
walked into carpeted houses
and left me alone
with bare floors and a few books
I want to thank my mother
for working every day
in a drab office
in garages and water companies
cutting the cream out of her coffee at 40
to lose weight, her heavy body
writing its delicate bookkeeper’s ledgers
alone, with no man to look at her face,
her body, her prematurely white hair
in love
I want to thank
my mother for working and always paying for
my piano lessons
before she paid the Bank of America loan
or bought the groceries
or had our old rattling Ford repaired.
I was a quiet child,
afraid of walking into a store alone,
afraid of the water,
the sun,
the dirty weeds in back yards,
afraid of my mother’s bad breath,
and afraid of my father’s occasional visits home,
knowing he would leave again;
afraid of not having any money,
afraid of my clumsy body,
that I knew
no one would ever love
But I played my way
on the old upright piano
obtained for $10,
played my way through fear,
through ugliness,
through growing up in a world of dime-store purchases,
and a desire to love
a loveless world.
I played my way through an ugly face
and lonely afternoons, days, evenings, nights,
mornings even, empty
as a rusty coffee can,
played my way through the rustles of spring
and wanted everything around me to shimmer like the narrow tide
on a flat beach at sunset in Southern California,
I played my way through
an empty father’s hat in my mother’s closet
and a bed she slept on only one side of,
never wrinkling an inch of
the other side,
waiting,
waiting,
I played my way through honors in school,
the only place I could
talk
the classroom,
or at my piano lessons, Mrs. Hillhouse’s canary always
singing the most for my talents,
as if I had thrown some part of my body away upon entering
her house
and was now searching every ivory case
of the keyboard, slipping my fingers over black
ridges and around smooth rocks,
wondering where I had lost my bloody organs,
or my mouth which sometimes opened
like a California poppy,
wide and with contrasts
beautiful in sweeping fields,
entirely closed morning and night,
I played my way from age to age,
but they all seemed ageless
or perhaps always
old and lonely,
wanting only one thing, surrounded by the dusty bitter-smelling
leaves of orange trees,
wanting only to be touched by a man who loved me,
who would be there every night
to put his large strong hand over my shoulder,
whose hips I would wake up against in the morning,
whose mustaches might brush a face asleep,
dreaming of pianos that made the sound of Mozart
and Schubert without demanding
that life suck everything
out of you each day,
without demanding the emptiness
of a timid little life.
I want to thank my mother
for letting me wake her up sometimes at 6 in the morning
when I practiced my lessons
and for making sure I had a piano
to lay my school books down on, every afternoon.
I haven’t touched the piano in 10 years,
perhaps in fear that what little love I’ve been able to
pick, like lint, out of the corners of pockets,
will get lost,
slide away,
into the terribly empty cavern of me
if I ever open it all the way up again.
Love is a man
with a mustache
gently holding me every night,
always being there when I need to touch him;
he could not know the painfully loud
music from the past that
his loving stops from pounding, banging,
battering through my brain,
which does its best to destroy the precarious gray matter when I
am alone;
he does not hear Mrs. Hillhouse’s canary singing for me,
liking the sound of my lesson this week,
telling me,
confirming what my teacher says,
that I have a gift for the piano
few of her other pupils had.
When I touch the man
I love,
I want to thank my mother for giving me
piano lessons
all those years,
keeping the memory of Beethoven,
a deaf tortured man,
in mind;
of the beauty that can come
from even an ugly
past.
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