viernes, 26 de noviembre de 2010

TERESA SOTO [2.128]


Teresa Soto 

(Oviedo 1982). Poeta española, ganadora de la edición del 2007 Premio Adonáis de Poesía por su obra "Un poemario". Este premio es organizado por Ediciones Rialp y el Ateneo de Madrid.

Teresa Soto es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada.
Cursó estudios de posgrado en literatura en el departamento de Español y Portugués de la University of Colorado at Boulder Boulder (Colorado). Teresa Soto ha publicado varias reseñas en la revista de estudios aljamiado-moriscos 'Aljamía' de la Universidad de Oviedo, además colabora con diversas publicaciones literarias como Caterwaul Quarterly, Clarín, Númenor o Confluencia

Es autora de los libros de poemas Un poemario (Rialp, 2008, Premio Adonáis), Erosión en paisaje (Vaso Roto, 2011), Nudos (Arrebato Libros, 2011) y Caídas (Incorpore Editorial, 2016). 

Ha vivido en Estados Unidos, Italia, Egipto y Líbano. Actualmente reside en Madrid. Fue incluida en la antología de Antonio Jiménez Morato Poesía en mutación (Alpha Decay, 2011).



Sé que ardes, 
que te cubre una piel sola
que te duele. 
Dime por dónde se llega,
dime cuál es el camino,
dime cómo de un salto,
o dos o cientos,
llegar,
ahí donde estás,
vaciar el agua
sobre la hoguera.





Quieta y atenta
ningún esfuerzo para decir
entra humo y sale,
mi mirada directa hacia ti
un movimiento muy previsible
como una persiana que sube y baja
al mirarte busco datos,
como los curiosos del museo:
una fecha, un lugar, un nombre,
tu información es nada,
la palidez, la suavidad, las heridas.





De entre todas
las metamorfosis tuyas
prefiero esta:
corva, más blanca,
los ojos más pequeños,
un animal que nace 
cuando todos lo daban por muerto.

De entre todas,
esta:
blanda, endeble,
todos se espantan a tu paso.
Te oigo respirar,
hacerte camino.





LA FATALIDAD

Durante dos semanas fui de un lado a otro
arrastrando una fatalidad
pesada como una piedra de catedral.
Uno de vuelve muy pequeño junto a las catedrales,
especialmente sí lleva al hombro una fatalidad
de piedras muy pesada.

De no ser esta fatalidad algo accidental,
podría decir que fue una herencia de algún tío
y dejarla en algún lugar noble y seco de la casa.
Pero no era una fatalidad heredada sino algo que encontré
en una mañana no demasiado feliz
en la que mi pie izquierdo se precipitó por la calle
contra algo duro y frío.

Así son las fatalidades: frías, duras, constantes.
Cargué con ella de casa al parque y del parque al autobús
durante dos semanas, sin descansar un solo día.
Hasta que se fue andando por su propio pie.
Me cansé de ella o ella de mí.
Con la ligereza de un gamo, rodó por las aceras
hasta que la perdí de vista en una esquina,
dos calles más abajo.



Imitación de Wislawa

Mis hermanas no escriben poesía,
mis hermanas no leen los periódicos
ni se ponen sombreros
ni saben a las cinco de la tarde
que son las cinco de la tarde.
Yo no soy Wislawa Szymborska,
no soy Marina Tsvietáieva
y no soy Hölderlin.
No soy ninguno de los tres
y no quisiera ser los tres a la vez.
Mis vecinos no saben que escribo,
les agradezco que no lo sepan.
No lo saben y no me leen
y a mí me gusta que no me lean.
Gracias a que no me leen
no pienso nunca en qué pensarán
mis vecinos de mis versos.
La ciudad donde vivo no es silenciosa
así que en mis versos no está el silencio
de mi ciudad.
Mi portero no sabe pronunciar mi nombre
y no lo pronuncia por las mañanas
cuando se sacan los nombres
a pasear atados a una correa de saludos.
Así que no oigo mi nombre cada mañana.
De tanto no oír mi nombre
empecé a pensar que no lo había tenido nunca.

¿Se puede perder un nombre?

Yo no necesito mi nombre para escribir,
así que no lo escribo.
Esto es una imitación.
Para una imitación
sólo sirve el nombre de otro.



[Sin título]

MI ABUELA tiene las manos en el mismo sitio que yo,
al final de los brazos.
Se las mira con calma.
Tienen algunas manchas y restos de tierra.

Su falda negra forma pliegues raros, diría que vegetales,
llegan casi a tocar el suelo.
Pienso que si lo tocasen tal vez germinarían.
¡Imaginad una corregüela de pliegues negros!

¡Pliegues vegetales! ¡negros pliegues!
¡tejidos de pliegues! ¡senderos plegados!
¡creciendo por todas partes! ¡pliegues!

Los pliegues de la falda negra son un final.
Dicen en su nueva forma de corregüela negra:
“Aquí termina un luto”.

La falda se aleja del suelo unos centímetros.
El luto nunca toca la tierra.
Las manos de mi abuela sí la tocan.
Desde el final del brazo tocan la tierra,
la surcan, la remueven con todos los dedos,
con todas las manchas.

Aunque tengo las manos en el mismo sitio que mi abuela,
al final de los brazos;
no puedo tocar la tierra de la misma forma,
no puedo surcarla ni removerla.

Me temo que tampoco puedo colgarme un luto
y dejarlo a unos centímetros del suelo.
No podría hacer que se quedase ahí suspendido,
ni hacerlo callar.
Mi luto se escurriría quejumbroso
queriendo embadurnar el mundo
con la punta negra de su nariz.



Caídas (Incorpore Editorial, 2016).
   


A ti que lo perdiste todo
y buscas
y corres
para que el gris de las cenizas
hable con una voz que diga
«deja de buscar, ven aquí, te quiero».



El escondite abierto de Teresa Soto

Publicado por Martín López-Vega 

Teresa Soto (Oviedo, 1982) se dio a conocer cuando ganó el Adonais en 2007 con el libro Un poemario (Rialp). El título, poco llamativo, ciertamente, escondía una voz muy personal, completamente formada ya, que bebía en las fuentes de lo mejor de la poesía universal del último siglo (con parada y fonda en nombres esenciales como Yehuda Amijai) y se vertía en el poema de forma cristalina, con una ironía pariente de la de Szymborska, de la que podría uno decir que no genera una distancia irónica, sino una cercanía irónica. Soto, como Szymborska, en aquel libro no practicaba la ironía poniendo a Baco entre borrachos, sino otorgando a sus escenas la dignidad de un mito familiar. Un poemario (su lectura desvelaba después lo acertado del título; tal vez algo soso, sí, pero acertado) sigue siendo uno de los poemarios más memorables de entre los publicados por los poetas nacidos en los años ochenta del pasado siglo.

A Un poemario le siguieron dos libros, Erosión en paisaje (Vaso Roto, 2011) y Nudos (Arrebato, 2013) en los que la palabra de Teresa Soto se fue limando de aristas, borrando rastros de bibliografía, asumiendo otras influencias más secretas que en secreto se mantienen en el poema. El punto seguido de esta evolución es su nuevo libro, Caídas (Incorpore, www.incorpore.org).

Caídas es una especie de cuaderno de bitácora (a veces anticipado) de una pariente de Ícaro algo empecinada; cae pero vuelve a volar. Las caídas del título se asimilan siempre a pérdidas. La primera sección del libro, “El Dorado”, arranca en el momento anterior a la pérdida:

En el suelo lunar de granito
extendimos los brazos y las piernas
nos sonreímos
un poco
con cautela
estábamos siendo felices
entre tanta ruina
y tanta pérdida
qué miedo nos daba
el puro contento del agua dorada
del aire limpio, las bocas llenas de besos
El Dorado.

Llega el fin y lo único que queda es “formar algo con las astillas / y los huesos. / Formar, reformar / volver, revolver / resucitar”. Pérdida y resurrección recorren el libro:

En la casa
que en tu vida
existió tres veces
una cuando naciste
otra cuando la dejaste
otra cuando volviste.
A la vuelta
con la habilidad
del ladrón
registraste
las diferencias:
todo distinto
nada igual,
salvo las amapolas.
Amapolas naranjas
de California
estaban vivas
y eran hijas de las hijas.
Tú, hijo del hijo,
te llevaste una semilla
para que siguiera vivo
en el naranja
del pétalo
y te viera pasar por las mañanas
hermoso, alto
reluciente, al sol
hijo suyo
vivo
como él.

“Oro”, sección segunda del libro, repite estructura y hallazgos, si bien aspira más a la miniatura: “Porque eres hilo de oro / y tiro de ti / pero no te deshago / y tiro de mí / y te acercas / con todas tus distancias / la de la geografía, / la de la lengua, / la del secreto”. En “Caídas”, sección tercera del libro, el dolor, la herida, la enfermedad, el hueco son las formas de la caída y la ausencia. El escondite tras la caída, tras la ausencia se convierte en estos poemas de Teresa Soto no en un lugar cerrado, sino en una abertura por la que ver el mundo a través de sus experiencias aparentemente negativas, peldaños sobre los que crecer.

Cuatro libros después de su estreno, queda poco de la Teresa Soto de Un poemario. Resulta más difícil reconocer las referencias que la hacían distinta entre sus coetáneos en aquel estreno, por ejemplo. Pero queda lo esencial: su entendimiento del poema como grieta a través de la cual percibir el mundo de un modo mejor, su esfuerzo por limar lo superfluo, su voz que busca la ausencia de contaminación en un mundo saturado de referencias. Como cada uno de sus poemas, su obra nos hace asomarnos al mundo con una mirada distinta, con la voz lavada, atreviéndose a decir sin miedo a ser inevitable eco de un eco, pues eco o no, nuestra es la caída y nuestra la decisión de volver a levantarnos.


En el suelo lunar de granito
extendimos los brazos y las piernas
nos sonreímos
un poco
con cautela
estábamos siendo felices
entre tanta ruina
y tanta pérdida
qué miedo nos daba
el puro contento del agua dorada
del aire limpio, las bocas llenas de besos
El Dorado.


*

Mordeduras
ranas minúsculas que habitaron el verano
al final del paseo,
un paseo al futuro:
qué voy a ser, qué vas a ser.
Futuro,
como las ranas
tantas, tantos
tan pequeños
se las oía moverse
un crepitar fuerte
al acercarnos
como si hubiesen tirado
un saco de gravilla.
El asco y no,
la alegría y no,
el final del verano.


*


Mírame para saber que aún.
Tócame para saber que sí.
Sujétame para entender cómo.
Deshaz la línea toda
que me demarca.


*


Sentaste tu peso frente a la casa.
Tu peso:
el de tu cuerpo
más el de lo que guardabas
más
el de lo que guardaba
un niño de nueve años
que fuiste tú.
Te sentaste con todo aquello encima.
Creí que el suelo iba a reventar.
Se acabó
ahora todo va a reventar.
Se acabó
ahora todo va a reventar.
Pero no lo hizo.
Te sentaste y te levantaste
y eso fue todo.


*


Porque eres hilo de oro
y tiro de ti
pero no te deshago
y tiro de mí
y te acercas
con todas tus distancias
la de la geografía,
la de la lengua,
la del secreto.


*


Otro cuerpo.
Hace falta otro cuerpo
que me sirva para transportarte
y transportar también
lo que te duele
lo que me duele
lo que ya no nos cabe.
Nosotras
que día tras día
alargamos los límites
y no nos bastan.



*


Nuestro deseo: habitar una isla,
dejarla que tome forma
a golpe de estar en ella.
Habitar una tierra,
dejarla que se rodee de mar
y se aleje lo justo.









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