Antonio José Trigo. Poeta, ensayista y pintor español, nacido en Lora del Río (Sevilla), el día 22 de abril de 1961. Ha colaborado con poemas, artículos y reseñas en diferentes periódicos y revistas de España y América Latina, como: Diario Córdoba (Córdoba); El Correo de Andalucía (Sevilla); El Mundo (Madrid); diario Ovaciones (México DF); diario El Nacional (México DF); diario Excelsior (México DF); Punto y Aparte (México DF); El Diario Español (Montevideo, Uruguay); diario La Patria (Manizales, Colombia); diario El Quindiano (Armenia, Colombia); diario La Religión (Caracas, Venezuela); Arbol de Fuego (Caracas, Venezuela); Revista Hispanoamericana (Cali, Colombia); La Cultura nel Mondo (Roma, Italia); revista Empireuma (Orihuela, Alicante); revista Kanora (Calarcá Quindío, Colombia); Gráfico de Xalapa (Veracruz, México); El Caracol Marino (Xalapa, Veracruz, México); revista Ritmo de Viento (Utrera, Sevilla); revista Cascadas de Polvo (Caicedonia Valle, Colombia); revista Aleph (Manizales, Colombia); Cuadernos de Roldán (Sevilla); Resto do Mundo (Fortaleza CE, Brasil); International Poetry Letter (Buenos Aires, Argentina); Correio do Minho (Braga, Portugal); revista Palimsesto (Carmona, Sevilla); revista Prometeo (Medellín, Colombia); revista Común Presencia (Santafé de Bogotá, Colombia); revista Canente (Málaga); Dos Filos (Zacatecas, México); Neblina (Calarcá-Quindío, Colombia); La Carpa (México DF); La Gaceta (Málaga); revista El Parnaso (Málaga); diario El Tiempo (Buenos Aires, Argentina); Luna Llena (Rivas-Vaciamadrid, Madrid); Prisma (Bogotá, Colombia); revista Hora de Poesía (Barcelona); revista Imagen (Caracas, Venezuela), Handschar (Revista de Historia y Pensamiento, Ponteceso, La Coruña), etc.
Ha publicado varios libros de poemas: “Rapsodia de lo oscuro ofreciente”, Colección Aquilea, Málaga 1989; “Otra manera de reír”, Suplemento antológico de Poesía Torre Tavira, Cádiz, 1989; “Estancia de los detenimientos”, Editorial Playor, Madrid, 1990; “Esquemas para una decoración del agua”, colección La Cuerda del Arco, Sevilla, 1990, “Reclamos y presencias del advirtiente”, Ediciones Vitruvio, Madrid, 1999. Habiendo sido algunos de sus poemas traducidos al francés y el portugués. Ha publicado también libros de ensayos: “La poesía fue una vez una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad”, Ediciones Volatinero, Sevilla 1991; “El poema está en las palabras, sólo hay que sacar lo que sobra”, Ediciones Abolays, Sevilla, 1991; “La sociedad posmoderna”, Editorial Claves Latinoamericanas (en coedición con el Instituto Politécnico Nacional), México DF, 1992; “Chechenia. Guía histórica y política”, Los Cuadernos del Aljarafe, Granada 1995; “Carta a un joven universitario”, Los Cuadernos del Aljarafe, Sevilla 1996; “La libertad es existencia (A propósito de cómo ser-en-comunidad)”, Ediciones Kalima, Sevilla, 1996; “Desde la Alcazaba (Indicaciones políticas para que la comunidad alcance su liderazgo)”, Ediciones Kalima, Sevilla 1999.
Ha publicado también una antología: “Testimonios (Antología de sonetos de Juan Cervera, 1957-1986)”, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México DF, 1986. Y ha traducido numerosos poemas del poeta portugués Casimiro de Brito.
Fue editor y director de la revista de poesía “La Cuerda del Arco”, que publicó entre 1987 y 1995 cinco números, así como varias separatas y una colección de libros.
Como pintor ha expuesto en varias ocasiones, tanto individual como colectivamente.
BLOG: http://poesia-antoniojosetrigo.blogspot.com/
CANTATA DE LOS AMANTES
I
Siendo resabio de la sangre que amanece
el corazón nos convoca a los acordes del día,
antes que colme la noche su ropaje suntuoso
de flores que se agostan y callan, carcomidas;
antes que el vino funesto en el borde amargo
de la mirada comience a insinuar su afán suicida.
Por una vez más, aunque nos ensombrezca
el hueso en flor de tortuosas alegrías;
aunque se libre el valor de mil olvidos
en ruleta de feroces caricias;
aunque, al bajar juntos las escaleras
que nos acercan, nos reúnen y nos fatigan,
algún dolor que fuimos extienda su aceite oscuro
sobre el mirador de la sangre o rosa removida,
por una vez más, crujen y se derrumban
los sentidos, sin que nos velen sus bellas mentiras.
¡Cómo nos regocijamos en un rumor cóncavo de llama,
cómo juntamos el polvo disperso de la muerte sabida
y reconciliamos, al tiempo que las estrellas
espolvorean su nieve dorada, nuestras cenizas!
Si tenemos en el hueco de nuestras manos juntas,
no el fulgor de la llave sobre cerradura enmohecida,
sino el futuro del sol que no ha de pasar para siempre
sobre este lugar tan abierto de tanta hora vacía,
¿quién vendrá, entonces, falso y ajeno, a cobrarnos
el adeudo inflexible de nuestra estancia vivida?
II
La noche vino por el aire de los pájaros.
La quise levantar y establecer entre mis huesos,
pero huyó despavorida abriéndome en el pecho
los seguros dientes que brotan de tus tactos.
Así está concebido que, al paso de los años,
abra a tu música –definitivo y cierto–
mis pausas de ocio, y que de los nudos abiertos
del amor salga la flecha errante de los astros.
Se funda así el lugar cada vez que nos levantamos
para sufrir la jornada entre el día y los sueños,
de donde, con el alma sola que nos queda, ya sin nervios,
queda lejos esa época en que fuimos tú y yo, sin ambos.
Desde todo, desde el centro en donde hemos llegado
nos consta que crece a nuestra medida el tiempo
porque con la mitad de una flor inventamos
el paraíso, y porque perdimos la gloria al perder el silencio.
III
No sé cómo llamarte para que me respondas.
Pasas con tu gran luz sin cuerpo en tanto cuerpo
como pronta abeja hacia el panal oculto,
como un río que transcurre para que siempre lo posean.
No sé cómo llamarte, con nombre de qué cosa,
hasta alcanzar, ya ruinosa la noche,
la altura de los astros que nos permanecen.
Alzo los ojos. Veo el cielo sin cielo de la ciudad,
donde cada uno con su soledad de pródigo,
en el envés oculto de la penuria,
contempla la imagen deseada de sí mismo.
Pero hoy que mis ojos recuerdan la importancia
de los pájaros, la forma en que siguiéndolos
el aire deja de ser un extremo de la tierra,
sigo sin saber cómo llamarte,
como a qué bosque escondido,
donde una vez y ahora coinciden,
donde el espacio último se ha quedado,
pleno, erguido, sobre ruinas circulares.
¿Quién sabe si no será una fantasía?
Ya no más me preguntes cómo pasa el tiempo.
Otro día al morir dejaré, sin sorpresas,
tu nombre en otro cuerpo mendigo de pasos
que conozca cómo lo que queda desaparece
y lo que fluye está ahora aquí mismo.
IV
Perseguidos del sol que arde el camino,
afrentamos los cuerpos cada día en los cuartos
más dudosos, para desplegar la ceniza memorable
que en el mundo son los que se aman.
Las grietas de los muebles se llenan de horas antiguas,
mas sólo aquel fuego que convoca al fuego no duerme.
De aquí, de este lugar gozado a mares
en donde nos vemos salir y entrar a la luz
como aire que a otro aire sube,
¿quién nos va a sacar?
Vamos, ven, vamos a entrar en nuestro lugar,
cumplirlo, antes de que llegue la noche
con su despoblación,
ahora que todos los sonidos han cesado.
¿No oyes que todos los sonidos han cesado?
DE LA NOCHE Y SU TRIUNFO
Un día asistiremos obligatoriamente
a una melancolía de azucenas,
cumplida ya la cifra inalterable de los pasos,
y a partir de ahí seguiremos solos
como hombres de lóbrego mar
con el moho de algún naufragio
en sus manos infamadas.
Ahí nos reconocemos como máscaras,
como una conjunta mirada ciega
de héroes huérfanos que se ignoran
y se achispan en insensatas tabernas,
los sábados, por no tener con qué comprarnos
una isla extraña, por no encontrar
cartas y fotografías de amores pasados
tal como nos hubiera gustado poder incinerarlas.
La noche se solaza a nuestro lado
como un cóncavo silencio de cerrojos descorridos
y, ¡cómo se amolda a las horas del día!
Ahí llega, está golpeando a la puerta:
un flash de muerte en la sonrisa.
Nada quedará de todo, sino la ceniza
de diluidos imperios de vastos nombres.
Hasta nuestros rostros se desplazarán
entre los espejos peregrinos que inundan las paredes
perdiéndose en monótonas semejanzas.
Pensar que nos vamos a morir de risa de estar vivos,
que nos vamos a agonizar con las palabras
hasta que la luz pregunte por nosotros.
INFORME PARA INADVERTIDOS
Si mi tiempo me contradice
con su amarga canción, declaro
que, en misión de confines,
contra mil vientos aciagos,
vengo de todos los caminos del mundo
y de todos los fuegos explorados.
La luz fuera de quicios
conflagra mis murallas, en tanto
todo se me va dando inútil
y ajeno, muriendo de ordinario,
pues morir no puedo otro día
por más que los hacedores de calendarios
me acosen, afilando sus dientes
en mi pan tierno y ácimo.
¿Qué más puedo decir...?
Sólo me quedo, sólo y desmemoriado.
¿Qué puedo ya decirte si, venciendo mi sed,
ya quema tu vino en mi vaso?
No quiero hablar de la muerte,
porque para serte franco
no abandono el mundo por el mundo,
sino que vengo con tus pasos,
ya míos, de una presencia creciente
corriendo tras el hallazgo,
y no del polvo fugitivo u ocioso
ni del sol que enciende lo soñado.
MONÓLOGO DEL VIENTO
Hago dúctil la horma de los pasos
temerosos de lo que huyen,
porque, ¿quién sabe si corren o si dejan
de correr, si no más que viajeros hay
que han agotado ya todos los paisajes?
Muchas veces reemplazo mi cólera de siglos
por esas calles de dios donde la palabra
convoca la desventura con sus horas, días, años,
sin que el ojo múltiple del vino calme su sed mayor.
Muchas veces despojo a la mirada su seguridad
de perderse entre los árboles donde una vez
dejaron escrita, sin acertar ahora su sitio,
la gramática comparada del lenguaje de los pájaros.
(¿Dónde poner la mirada sino en las cosas rotas,
por descuido, sin lugar exacto, apacible?)
Muchas veces fui dentro de casa
sintiendo cómo la luz, que es voraz,
escribe su memoria desde el sueño
adelantando para todos su vaticinio.
Muchas veces vi lucir el astro negro
sobre el lado de afuera, pero, ¿qué solución
se concibe, de luz no usada, por el lado de adentro?
Ah, qué viejos de luz, los hombres van y vienen
como queriendo comprar, con el oro aciago
de cada día, plenos vestigios a la infancia.
A cuántos desplomó esa densa carga
de clandestino júbilo de hombres, a cuántos,
yendo y viniendo a sus oficios liminares
de mesa y de silencio, para, al fin, confiarse
a esa luz que llega, voraz, que gana
su límite y hace sus vencimientos.
Sólo yo —viento habitado— atravieso ciudades solas.
ARIA
(A mi padre, en el segundo aniversario de su muerte)
Porque un día me enseñaste,
con tus hábitos labriegos,
tanto el cauce en donde se elabora
el agua lenta y dura de la errancia,
como el árbol que vierte
su ruina fiel en el alud del fuego,
¿para qué esta oscura sed escondida,
si a mí me dijiste que las palabras
que no llegan a oírse son las únicas semillas
y que entre la flor y el fruto
está la vida, la mismísima vida,
y aun resistiéndote a la saña del olvido
como la rosa anudada al sarmiento,
supiste cómo dejar a un porvenir seguro
aquel momento en el que el invierno último
te mudó en áspero baldío?
¿para qué, si no importa que, ahora,
ya no me envuelva la música
de tu corazón amante del recuerdo,
si allá donde voy siempre llevo tu mirada
ajustada al curso de anchas temperaturas
y tu manera de tocar las cosas
con manos tan ávidas, ¡tan de tierra!?
Rapsodia de lo Oscuro Ofreciente
(1985-1988)
(Publicado en Aquilea, Cuadernos de Poesía, Málaga, 1989)
A María Victoria
“La noche es un mundo que la misma noche alumbra”
Antonio Porchia
Fragmento I
Y en todo estabas tú…
Ahora tan sólo persiste tu encendimiento
con los bordes carcomidos por la sombra.
Tu palpitación, sitial de mis desgarramientos
donde aves de verano sorben
el agua de mi mirada
formulando otros silencios;
donde se deslíe en paisaje
el rumor implume con que giran
las alas vacías en mitad de la noche,
como en aquel tiempo antiguo
borrando los deslindes del sueño
en que de pronto sentíamos
convertirnos en piedra como el cielo.
Fragmento II
Antes de anochecer
—quieto tu cuerpo—
no sé qué paloma inacabada
punza mi piel con asedio sensitivo.
En la estancia inaplazada
se abalanza el oro fugitivo del reloj
que da la última hora: exacta cadena
de sesenta minutos negros
entre el ayer truncado
y el mañana predicho.
El mobiliario de puertas inconclusas
guarda los planisferios
que me conducen a ti, así lejana.
(El contorno de tu respiración azul
hiere la delgadez del espacio).
Al fondo, luz, suma dimensión,
total entrega.
Es el deseo de vuelta de otra vez
como las nubes innumeradas
sobre el torso azul de los caminos;
esas nubes (asimetrías obsesivas
del agua neutra; exangües pecios
de un gran naufragio),
que nos traen perdidas canciones de niño
en mil tardes inacabadas.
Coronada de rútilos incendios
en mí vienes como cayendo en no sentir,
mas, sólo me ofreces esta escritura dígita
de espejeante vaciedad,
de palabras temiblemente sordas,
que hoy mis manos ofician,
pues no tengo de qué vivir
a tu través anonadado.
Tú me inventas, te rehaces en mí.
Yo te nombro, excediéndome,
o aún mejor, me conformo
con acicalar tus mil colores abolidos,
de donde ya sólo me queda oír
el ruido de la sangre en la hierba
como un gran alboroto de pájaros;
ver pasar las nubes, el tránsito
de las nubes —culmen de mil rostros—,
con efímera ceremoniosidad;
ya sólo morir despacio
con la sensación implacable
de haber perdido algo para siempre:
una sombra de mí mismo,
un estridor súbito de ala sin pájaro,
que, como el borrador total tal del universo,
finca el cerco del molde que todo lo contiene.
Fragmento III
Con lento dolor algo amanece
dentro de la alta oscuridad
y se aleja sin volver por su orígenes
y se me pierde, flama de mis vigilias,
descendiendo, buscando el centro
en esta hora última —nudo de agonía—,
en que alumbro el deseo oscuro de ti.
¡Ah si pudieras ver en mi mirada,
no el largo surco de desmentida lluvia,
sino el cordel de lejanías
que ata el blanco esquivo de mis ojos
a la órbita negra de tu iris
o planeta múltiple salpicado de mar!
¡Ah si pudieras mirar la noche
estirar su ala dura
de vuelta de quién sabe qué mundos,
línea de mar donde el mar tropieza,
abierta para siempre a mis afiladas singladuras!
La luz a ciegas por extraños caminos
descubre el paso tranquilo de tu senda;
desgaja tu aire, tu aleteo de alondra
sobrevolando los largos arrecifes
se mucho confín adentro.
Luz increada que sobre ti columna,
encubriendo tu desnudez de río sin orillas.
Sólo de sí, hipnotizado en su vacío,
tu cuerpo toma del silencio la forma,
mientras en el cristal de los oscuro ofreciente
aldabean las pupilas desnudas de los pájaros.
Fragmento IV
Golpeando los derrumbes de la luz,
vienes a mí, estibadora de mi sueño,
vienes a decirme al oído tu secreto
de materia solar sobre días frágiles;
tu secreto de piedra sedienta en torno del cielo,
de horizonte de agua acariciando
la rosa de las ruinas;
tu secreto que he de guardar
como el poema guarda la voz danzante
o como la tierra la semilla.
Mientras tanto, la danza, el rito,
que encierra acontecimientos primordiales,
agita del mar la luz nocturna
que me obliga a caer en lo vivido,
en la estancia sin idioma,
donde, a través de las palabras
que nacen para arder,
prefiero la condena a la duda
palpando el aire de no ser
más que sumisa ráfaga de ceniza.
Fragmento V
“Et la treille où la Pampre à la Rose s´allie”
Gèrard de Nerval
Una noche sin tiempo viborea
por el duodeno de tus meridianos
o círculos saviales,
y se esponja en arboledas de perdidos ojos.
Así, entre el pámpano y la rosa se bisela
el final de tu mirada, hasta el final de ti:
caudales transcorpóreos revelando
esa orilla muda que soporta el peso de las esferas,
porque siempre hay una rosa preludial
interpretando un gran salmo terrestre
contra el claro abismo,
contra la trepidación de la noche.
Una rosa que hacina
la médula de mis vértebras
buscando venas que acrecentar,
porque ya no soy mío
por morir de vida tuya,
y ya sólo me queda el júbilo ileso
de tu adentrado dominio de alas
para recorrer la cifra incierta de los bosques
—aciago declive de ceniza—, sin decir el mar.
Fragmento VI
Es por ti que la noche se vuelve maternal
residencia omnisilente, hoguera ahuecada.
Es por ti que el horizonte
es un ala trunca o frágil laja;
línea final o luz provisoria
que no cede bajo el agua.
Es por ti que en la espesa tiniebla,
entre las sombras iguales apresada,
la luz graba sus runas de oro
y descuella insospechados vuelos sin alas.
Gozoso aún, como empezando a irme,
a tu sombra —raíz aventada—,
por el huir o camino de verticalidad
a donde conduce el tiempo para verse ascua,
me pierdo y me reencuentro.
Si nada soy déjame en la nada.
Retomas para abrevar el fuego, el aire;
Para devolver a la tierra, al agua,
El espacio desplazado del fondo de la noche
Donde el esqueleto de mi voz descansa,
Donde cabes por prodigiosas exenciones protegida
De la nada de ser, de haber no sido nada.
¡Ah cuántas veces te he creído
creyendo ciertamente que vivir entraña
crecer sin cómplices, del otro lado ya de los sentidos,
como crece el cielo por negación de las alas,
o como crece el sueño que nunca acaba de ser
y que llaman vida por muertes aciagas!
Fragmento VII
Dime en qué confín tienes tu raigambre,
círculo obsesivo de la luz de todos los días,
donde todo parece estar fuera de sitio
haciendo constar a un tiempo su permanencia.
Tiempo logrado del aire, desde la claridad externa
que se abre como una mañana sobre lo inesperado
en la inminencia de las más pequeñas cosas.
(Piedras de solsticio abren tus ojos).
Hiende el aire en mar de noche
pequeños laberintos
como dados que ruedan por adentro y por afuera
del círculo azul del espacio.
Duerme el amor que entrega
mucho más de lo que entrega,
y la teoría de la luz
se rompe en sonidos claros.
Fragmento VIII
Somos dos alas como dos inundaciones
remontando un azul ya mudado
por encima de los montes recién abiertos.
Sobre la piedra del tiempo se oye
dilatarse en mil detonaciones
nuestro corazón corroído de estrellas.
Ya te me deshojas tras el cerco de los montes,
¡quedo tan lejos de mí por morir de vida tuya…!
Instante de abandono en que se es porque se ama.
Fragmento IX
Llueve, llueve en la nocturna encrucijada.
En tus manos las hierbas fantasmas dormitan
y en tus ojos como dos noches puntiagudas
un arco se tensa para asestarme
tu indefinición de bosque que nace sin cesar.
Por tu fulgor sonando alto se entraña el aire.
La brisa trae perdidos signos astronómicos
ya de vuelta, al eco de la luz.
Llueve, llueve en la nocturna encrucijada.
La luz sobre el musgo verde
trenza los sordos cordajes de la lluvia,
silenciando el pulso de este tiempo
donde borbolla tu gémina fosforescencia.
Fragmento X
Suena el azul balbuciendo
grandes bloques de aire
en la noche abierta,
esponsalicia.
Se encienden fuegos
de lentos cirios
al otro lado del espejo,
en el círculo henchido
o vórtice incontenible
que discurre en fuente,
en sueño sumersivo,
y se abren con calor
tus manos —raíces tensoriales—,
sobre lo efímero
del amor y de la noche.
Emerges al fondo de mí
hasta perderte,
hasta desatar tu eclíptica,
en el centro de ese centro
en donde reposa el sol y el aire,
que se desprende
de tus insomnes ojos
de aguas marinas
viniendo del continente
de los pájaros.
Pues muchas felicidades Antonio José. Me gustó mucho leerte y ver de dónde eres.
ResponderEliminarFernando, un saludo.
lou, gracias por tu paseo por la antología
ResponderEliminarun abrazo
Fernando