José Manuel Benítez Ariza
José Manuel Benítez Ariza (Nació en 1963 en Cádiz, España) es un escritor y poeta español. Autor de novelas y libros de relatos, ha traducido obras de Rudyard Kipling, Joseph Conrad, Herman Melville y Henry James, entre otros. Ha colaborado en periódicos como Diario de Cádiz, El Independiente de Cádiz, etc. y hace crítica literaria para el suplemento El Cultural del diario El Mundo.
Obra
Novelas
La raya de tiza (Pre-Textos, Valencia, 1996)
Las islas pensativas (ídem, 2000)
Vacaciones de invierno (Paréntesis, 2009)
Vida nueva (Paréntesis, 2010)
Ronda de Madrid (Paréntesis, 2011)
Libros de relatos[editar]
La sonrisa del diablo (Renacimiento, Sevilla, 1998)
El hombre del velador (“Calembé”, Ayto. de Cádiz, 1999)
Lluvia ácida (Algaida, Sevilla, 2004)
Sexteto de Madrid y otros cuentos (Hipálage, Sevilla, 2007).
Poesía
Expreso y otros poemas (Ayto. de Rota, 1988)
Las amigas (Qüásyeditorial, Sevilla, 1991)
Cuento de invierno (Diputación de Granada, 1992)
Malos pensamientos (Renacimiento, Sevilla, 1994)
Los extraños (Pre-Textos, Valencia,1998)
Cuaderno de Zahara (Pre-Textos, Valencia,2002)
Cuatro nocturnos (Pre-Textos, Valencia,2004),
Casa en construcción -antología- (Renacimiento,Sevilla, 2007).
Diario de Benaocaz (Pre-Textos, Valencia,2010)
Panorama y perfil (Libros Canto y Cuento, Jerez de la Frontera, 2014)
Nosotros los de entonces. Poesía amatoria 1984-2015 (La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015)
Ensayo / Recopilaciones de artículos[editar]
La vida imaginaria (Ediciones La Mirada, Valencia, 1999)
Me enamoré de Kim Novak (Renacimiento, 2002)
Columna de humo (Quórum Editores, Cádiz, 2005)
Gigantes y molinos (Renacimiento, 2006).
Un sueño dentro de otro. La poesía en arabesco de Edgar Allan Poe (Universidad de Valencia, 2014)
Diario
Señales de humo (Diputación de Cádiz, 2008).
Pintura rápida (Ediciones La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011)
La novela de K. (Dos Mil Locos Editores, Cádiz, 2013)
POÉTICA
Es posible que estemos confundidos;
que acaso por haberles
hecho excesivo caso a los dictados
de una noche confidencial,
o a los razonamientos
precisos del insomnio, muchas cosas
que parecían claras
permanezcan oscuras. Y que hayamos
olvidado otro modo de pensar
anterior, más abstracto, parecido
a ese juego de niños que consiste
en encajar figuras en un hueco
con forma de manzana, de triángulo,
de estrella (más bien pienso
en un niño obstinado, que se empeña
en poner el triángulo en el hueco
de la estrella)… O, tal vez,
en el fondo se trate de otro juego
más simple, consistente en juntar cosas
desiguales, que evocan otras cosas:
un caracol, un ábaco, un sombrero
que son el tiempo, el miedo, la cercana
presencia de la muerte (de la muerte,
que es un niño que encaja una figura
de pájaro en el hueco de una luna);
para acabar sacando del sombrero
–y aquí es inevitable hacer de mago,
son gajes del oficio–
un paraguas que se abre y del que salen
palomas silenciosas que nos dejan
un nudo en la garganta. Y uno, en ese
momento, balbucea como un niño
(otra vez ese niño de antes, ya
cansado y aburrido)
y se escucha a sí mismo y se consuela
buscando en el dibujo de la alfombra
la pieza que le falta, la silueta
cambiante de la nube
que se le escurre siempre entre los dedos.
Los extraños, 1998.
LAS AMIGAS
Es posible que sepan demasiado
de ti, después de tantos años, cuando
vuelven a la ciudad, tienen un título
o quizá un buen empleo y te presentan
a un tipo que se esfuerza por caer bien.
Y es que de nada sirve haber cambiado,
creerte algo más listo o tener una
docena de aventuras que contar,
para contrarrestar esta penosa
sensación de que sigues siendo el mismo
muchacho al que trataban con afecto
y una cierta distancia; de que son
cada vez más hermosas las amigas
y, me temo, también inalcanzables.
VIAJE DE ESTUDIOS
(Habla C.)
El aire es de cristal y la ciudad
está guardada dentro de una urna.
Inútilmente alargo la mano hasta tocar
su superficie satinada.
Y esa luz en los techos de los coches:
élitros bajo el sol filtrado entre los árboles.
Ahora todo está desenfocado.
Mis recuerdos operan, no sobre la experiencia directa de las cosas,
sino sobre recuerdos anteriores,
y las imágenes que guardo
de la ciudad no son de la ciudad,
sino meros reflejos de reflejos,
la foto que se superpone
a la imagen real de lo vivido,
la rosa que es la rosa que es la rosa.
Y he perdido las fotos como perdí mi infancia.
Y ya no soy quien era entonces.
Y si me acuerdo ahora de París
(aquellos élitros que destellaban
bajo las ancas poderosas
de la Torre –Bergère ô tour Eiffel–)
es porque ya mi infancia se me ha borrado igual;
es porque ya cumplí los dieciséis;
es por la lejanía de mis padres
y sus abrumadoras convicciones
y su asfixiante intimidad
y sus cenas con vino
y sus extenuantes confidencias,
y su decirme cómo era,
cómo tiene que ser, París,
donde nunca han estado.
CONCIERTO
AHORA pulsa el canalón
y la nota metálica percute
en algún olvidado sentimiento de culpa.
Tan sólo yo la oigo.
Avanzo un paso más y me sorprende
un rumor de corriente subterránea.
(Una mano rasando un arpa.)
Y luego soy yo mismo el instrumento,
y suenan en mi espalda las notas en sordina
de un pizzicato tenue,
mientras la calle entera alza su canto unánime de río desbordado.
Me he cruzado con hombres embozados
que venían, quizá, de apalear a un mendigo
o de robar un banco.
A esa mujer la tela de la falda
se le ciñe a los muslos
como los pliegues de una túnica
al cuerpo de una estatua.
Mi deseo resbala entre las piernas.
La ciudad se deshace.
Como ropa mojada
pesan sus injusticias sobre mí.
Suena un redoble de tambor.
Y no me canso de escucharte,
ensimismada multiinstrumentista,
lluvia.
Panorama y perfil (Libros Canto y Cuento, Jerez de la Frontera, 2014)
PADRE
MALABARISTA
Mago también,
por la extensión ilimitada
de todos los prodigios a tu alcance.
Recuerdo que podías
saltar de un tren en marcha.
(Eso decías.)
Recuerdo que podías acertar de un disparo
una moneda al vuelo.
(Lo viste hacer a James Stewart
en Winchester 73.)
Y el aullar de esos lobos en la sierra,
en una noche de tu juventud
(estabas de maniobras),
alimentó mis pesadillas...
Panorama y perfil (Libros Canto y Cuento, Jerez de la Frontera, 2014)
Contra heráclito
La idea de que el tiempo es como un río
Y, como el río, deja de ser a cada instante
Lo que es, a cada instante muere
La idea de que el río es como el tiempo,
La desmiente, esta tarde de julio, la presencia
Del sol sobre el remanso, la existencia
De este mismo remanso en el que la corriente
Cede a la permanencia de las cosas
Que refleja, duplica las adelfas
Y el laberinto del cañaveral,
Se mancha con la mancha negra
Del pájaro que sobrevuela
El paisaje invertido recogido en su cauce.
El tiempo es el camino polvoriento,
Las cañas astilladas,
El fuego que devora los rastrojos.
El tiempo son las cosas que mueren con el tiempo
No este eterno remanso
Que ha hecho iguales a si misma, fieles,
todas las tardes del verano.
de “Poesía de la Luz”
NARNIA
Sobre el mundo de C. S. Lewis
Cualquier lugar –un pueblo inglés,
con universidad antigua y pozo mágico
en lo más hondo de un bosque ancestral;
o una casa en el campo,
con estancias secretas y armarios insondables
en los que cabe un mundo;
cualquier lugar, en fin, podría ser,
de nuevo, el escenario
de la eterna batalla que ya una vez perdimos;
la que perdemos siempre que aceptamos
de las brujas de Narnia (o de cualquier
otro reino igualmente sumido en las tinieblas
de un armario cerrado)
sus dulces insidiosos...
Y nosotros allí,
sin más armas que nuestra pretensión
de poder renunciar a tiempo a lo que ya
saboreamos de antemano
como la miel de la derrota.
[Cuaderno de Zahara (Pre-Textos, Valencia, 2002)]
LA BIBLIOTECA
Aquellos días empezaban antes
de que fuera de día.
Y luego, por la claraboya
iba filtrándose despacio
un primer sol que parecía el último.
Había algo nocturno en aquellas mañanas:
ese desorden sensorial
por el que la penumbra se traduce
en el zumbido de los fluorescentes
y el silencio es un modo de estancarse la luz.
Y había también músicas secretas:
el lento despertar de las maderas
al calor de las luces encendidas,
el ritmo de la propia respiración, sentida como presencia extraña,
el tacto de los libros;
y el tiempo, que era música también,
con sus silencios y sus pausas
en las que se imponía
un modo de durar que no era sucesión,
un modo de sentir la plenitud
de la luz al ganar los espacios diáfanos
que no presuponía la mirada cansada,
una conciencia de uno mismo ajena
al hecho de alentar o respirar
o sentir en los dedos el roce del papel.
Al fondo de la sala un lector dormitaba sobre un libro.
Yo lo miraba sin rencor ni envidia,
como quien mira en un cristal
el reflejo de algo que queda fuera o lejos,
sólo visible para ti en su sombra.
Los dos soñábamos la realidad.
LLANOS DE LÍBAR
El llano es cima y más allá no hay más que cielo
alineado de altas crestas
a cuyo pie se extienden los ranchos alargados,
el camino de tierra entre los pastizales,
los rebaños dispersos.
Hemos dejado atrás la atareada
rutina de los pueblos bajos,
su frescura de huertas junto a un cauce,
el subrayado de la línea férrea
junto a las alamedas de otro siglo.
Hemos dejado atrás un rumor de tabernas y cocinas
y un recato de alcobas sin ventilar al filo de la siesta.
.
Hemos dejado atrás un mulo melancólico con las patas trabadas
y una mujer que riega un patio con agua de fregar.
Ahora el sol restalla sobre nuestras cabezas
y en el silencio sobrevenido a la parada del motor
un prolongado grito de ave
ha formulado una protesta.
Busca el ojo la sombra en las encinas arriscadas
y el gesto panorámico de mirar se traduce
en el asombro de saberse centro
de un vasto entorno circular
que es también un instante suspendido
de atención expectante.
Tras un cercado
un toro y una vaca restriegan tiernamente las testuces
antes de acometer la monta.
También el tiempo ahora es circular
y en su centro no se distingue el intervalo
entre la expectativa y su consumación;
quiero decir: las cosas son eternas
y sólo es temporal nuestra manera
de percibirlas, que es también vivirlas.
Cansados, sucesivos, redundantes,
lo nuestro ahora es desaparecer
–una rápida nube de polvo que se aleja–
bajo el vuelo concéntrico de las rapaces.
.
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