Gabriel Chávez Casazola
[1972] es escritor, periodista y gestor cultural boliviano.
En poesía ha publicado Lugar Común (1999), Escalera de Mano (2003), El agua iluminada (La Hoguera, 2010), seleccionado entre los 12 mejores libros bolivianos de 2010 por escritores, lectores y críticos consultados por el suplemento “Fondo Negro” de “La Prensa” de La Paz.. y La mañana se llenará de jardineros, Editorial la Hoguera, 2014
Poemas suyos se encuentran recogidos en suplementos, revistas literarias y antologías.
En otros géneros ha publicado La apuesta de Odisea y otros ensayos [Agua del Inisterio, 2000] y cuentos en revistas como Correveidile y Medusa de fuego.
Es Editor de la Historia de la Cultura Boliviana del Siglo XX – Vol. 1: La Música [Agua del Inisterio 2005], y asimismo ha cuidado la reedición anotada de varias obras de autores clásicos bolivianos para este mismo sello editorial.
Condujo el Taller de Poesía de la Universidad Andina ‘Simón Bolívar’ entre 1999 y 2004, y fue docente invitado de Literatura Latinoamericana en la Universidad de San Francisco Xavier.
Dirigió durante tres años el suplemento literario Puño y Letra de la Capital boliviana y ha sido editor de periódicos nacionales como La Prensa, Última Hora y Correo del Sur.
Como gestor cultural, dirigió el Festival Internacional de la Cultura y organizó numerosos eventos literarios, historiográficos y artísticos en la ciudad de Sucre, entre 1999 y 2005, recibiendo la Medalla al Mérito Cultural que otorga el Estado boliviano, el 16 de enero de 2006.
En 2010, Gabriel Chávez Casazola retorna a la poesía con “El agua iluminada”.
BARTIMEO SUEÑA
No puedo ver
mi indigencia como un cayado
golpea a tientas la roca de la noche
quiere beber del agua
que lava la ceniza
de los ojos del mundo
entonces
alguien me arroja un sueño
pasa un dios
limpia mis párpados con su saliva
veo
todos los ríos dividirse
todas las aguas confluir
es más
me hundo hasta el cuello
en el río primigenio
y contemplo los manzanares a su orilla
me tiendo en la hierba
despliego
un muy precioso mantel blanco
que compré allá en Esmirna
vuelvo a comer de la manzana
veo a Eva llegar
Eva que baila
con blancos pies en la mañana del río
el fulgor me enceguece y
despierto
es el veneno de la manzana
no puedo ver
busco el cayado
a mi diestra
a mi siniestra
duerme una mujer
toco su rostro
tiene la cara del dios
pero está ciega.
[de Escalera de Mano, Apagaluz, 2003]
Hubiera preferido cantar blues en cualquier
pequeño sitio lleno de humo,
en vez de pasarme las noches de mi vida
escarbando en el lenguaje como una loca.
A. Pizarnik
1
En el principio fue la palabra
dicha
y la escritura se hizo
La hizo
[la hace]
un náugrafo
exasperado
Un melogramático
buscando
siempre
desa[r]mar las palabras
Quitarles las sandalias
apenas eso
para que puedan caminar
descalzas
6
Hace frío y no quieres escribir esta frase
Es que
La cosa comienza a resonar y
No hay de qué echar mano
Ninguna semilla podrá aplacar tu semoviente
Ira
Ni tostada ni fumada ni
Bajo destilación
Es mejor estar claros
Quisieras acostarte pero
En el caracol
Algo rechina y vibra
No tienes otro remedio que echarte
sobre los pies una manta
De esas a cuadritos
Escribir no más esta frase
Y ponerte tu también a rechinar.
7
Para escalar
a lo indecible
como un albañil has de subir primero
peldaño tras peldaño
el balde de lo dicho
Y aunque nunca te acerques
a la cima
En el momento justo
has de vaciar
el balde
y es preciso además
renunciar a la escala.
[The ultimate to talk
It's the impotence to tell.
Así escribió Emily, la que sabía
de las fronteras del jardín
y de esos anchos senderos
-no recorridos por ella-
que más allí se abrían]
Ahora que las mujeres que amé o me amaron frisan la cuarentena
y los tres o cuatro perros que tuve
(pues nunca me compraron la oveja ni el papagayo que pedía)
se han encontrado con San Roque, el peregrino.
Ahora que ya no existen varios países cuyas banderas dibujaba de niño, como
Yemen del Norte, Yemen del Sur, Transkei, Ciskei y
Boputhatswana.
Ahora que
mis hijos pequeños están grandes
mis máquinas de escribir yacen en la basura
y enhebro mis poemas en una pantalla
escribo mis cartas en una pantalla
encuentro a mis amigos en una pantalla
y hasta leo a Stevenson en una pantalla
prosiguiendo nuestra vieja conversación
que no han podido interrumpir los bares y la suerte,
me siento algo extraviado, confundido
como un humanista o un místico en el siglo XXI
y sólo puedo esperar como regalo
por favor
un GPS.
Memento mori
Ni el arco que contempló las pomposas victorias de César Marco Aurelio Antonino Augusto
ni aquél que casi fue rozado por la tiara del Papa Rey erguido en una cabalgadura
preciosamente enjaezada
ni ese otro que vio al Gran Corso desfilar con sus tropas en el cénit
de su tardío imperio decimonónico
y ni siquiera el pequeño seto de pino bajo el cual paseaba el Libertador, hombre más bien
menudo,
en la quinta de San Pedro Alejandrino,
cobijaron el mismo poder
que el arco que forma tu cintura
ni celebraron mejor
la frágil duración
de los reinos y el reino de este mundo
que la curvatura de tu espalda
cuando mi mano, en el alba, la atraviesa.
Beyond the rainbow
Al viajero le fue dado una mañana conocer el lugar donde termina el arcoíris
el más allá del arcoíris
el tesoro enterrado a los pies del arcoíris,
poner punto final a todas las magias y misterios que los hombres hemos imaginado
sobre (y debajo) de los arcoíris.
Me explico mejor. Una mañana
el viajero (extenuado acaso de tanto buscarlo)
recibió el don de contemplar la totalidad del arcoíris.
Sobre las nubes, desde un biplano, lo vio dibujarse perfectamente
rotundo
redondo
circular como solo los círculos saben serlo.
Así supo
que los arcoíris no tienen final
(ni tampoco principio),
que no tienen más allá
ni lugar a sus pies donde enterrar tesoros.
Pero os prevengo, desatinados lectores, que esto no puso final
ni mucho menos
a la magia y misterio de los arcoíris.
Por el contrario, les confirió la especial dignidad
que solo las esfinges sin secreto
suelen atesorar
en algún lugar
beyond the rainbow
somewhere over the rainbow;
esto es,
justo
allá,
donde termina
(y comienza)
el arcoíris.
Paso de Ecuador (o Amor 77 revisited)
Poner la pila al reloj
encender el celular
y
–como aquellos olvidados personajes de Cortázar-
levantarnos, bañarnos, entalcarnos, perfumarnos, peinarnos,
vestirnos
y así progresivamente
volver a ser lo que no somos
o lo que somos,
que es aún peor.
Bola de cristal
Él puede leer los ojos de los niños, sabe
qué será del mejor alumno de la clase
y del niño becado y de esa alta morena.
Paladea un Jack Daniels lentamente
en la esquina del bar.
Sus ojos están fijos en el fondo del vaso.
Ya no quiero mirar ya no quiero mirar.
Descansa en la hierba
¿Quién mató a Norma Jean?
Yo, respondió la ciudad.
Como deber cívico, yo maté a Norma Jean.
Norman Rosten
para M.
Descansa en la hierba, muchacha,
de tu sueño de anorexia y plastilina
de tu destino sudamericano de Amy Winehouse criolla
de ese t shirt rosado con dos círculos de púrpura en los senos.
Descansa, ven, sobre la hierba.
Olvida la ciudad de estiércol que te tocó en mala suerte;
que el Leteo disipe las palabras melifluas y los gestos
equívocos
de los muchos que decían quererte pero no te querían,
arrojándote piedras hasta tapiarte el alma.
Y descansa también, por qué no, muchacha de piel láctea,
de quienes sí lo hacían a su modo:
de tu hermosa madre con ínfulas de grandeza ferretera,
de tu padre invisible y acaso cariñoso,
de tu espigada hermana, la morena y distante, que pude haber amado.
Y hablando del amor,
descansa de los amantes y las amantes
–si cabe llamarlos tales–
que arrugaron tu cama.
Descansa en la hierba, muchacha,
de esa ciudad maldita.
Rest in peace.
Soledad del vampiro
Me busco con desespero en los espejos,
mi risa triste entre sus vacías lunas.
Quisiera, a veces, poder peinarme recta
la raya del cabello, saber cómo es mi rostro
de imposible Narciso.
Lo que escribí en el vientre de mi madre
ante la luz desaparece
Eugenio Montejo, ¨Letra profunda”
Sabrás disculpar, madre, no lo hice aún, pero un día de estos construiré la casa de tus sueños.
En mi descargo, debo decir que fue imposible hasta aquí levantarla por falta de monedas.
No me enseñaste a acumularlas ni yo pude aprenderlo por mí mismo, y no sabes cuánto, en algunas ocasiones, lo lamento.
Puntualmente, cada mes, tras cobrar tu salario de maestra, me enseñaste a elegir libros y a comprarlos, mas no a ganar dinero.
Puntualmente, cada día, tras cumplir tus deberes de maestra, me enseñaste el color de las palabras, su sabor, su textura, hasta su aroma.
De las palabras de Stevenson y Dickens y Wilde y Julio Verne y Lewis Carroll llenaste mis días y mis noches –pongo al conejo blanco por testigo- mas no de las 100 maneras eficaces de hacerse millonario (en tapa dura).
Por eso, terminando este breve descargo, sabrás comprender, madre, que te estoy muy agradecido –no sabes cuánto, siempre- por haberme presentado a las palabras,
y a la vez que lamento tu habitar una casa pequeña, demasiado sencilla, no como la que te merecieras.
Sé que no tienes en ella espacio suficiente para poner tus libros y las telas que pintas, que es eso lo que acaso más lamentas y no la falta de un salón amplísimo donde lucir jarrones con orquídeas.
A propósito de flores, es verdad que a ti nunca te gustaron suntuosas o cultivadas, ni tampoco los jardines de diseño.
Prefieres –o preferías, he de decir, me temo, un día- los jardines agrestes y las flores del campo, esas que nacen, espontáneas y blancas, cual unas leves pinceladas puntillistas.
Por eso te hago esta tarde una propuesta: construirte, por fin, la casa de tus sueños; levantar sus paredes con palabras vehementes, encalar sus ladrillos con voces luminosas y guarecer sus cielos con palabras veraces. Habrá todo un salón de palabras, lo prometo, para poner tus libros. Será amplísimo y hasta podrá tener jarrones con sonidos de orquídeas.
Mas hay algo que yo no podré hacer, madre, y lo confieso. Y no será por falta de monedas.
Yo no podría cultivar un jardín a la medida de tus expectativas, pues ya sé que te gustan los jardines agrestes.
Por eso modifico –o mejor, enderezo- mi propuesta inicial: yo levanto la casa de palabras de tus sueños y tú pintas las flores campesinas.
¿Qué me dices?
La Mañana se llenará de Jardineros
SELECCIÓN POÉTICA
Ya nada queda por descubrir a lo largo y ancho de esta tierra, todos
los cabos, las bahías, las penínsulas, los istmos,
los volcanes encendidos y los volcanes apagados,
los mares, los océanos,
incluso las corrientes submarinas y
hasta la última isla otrora ignota
todos
los puntos de la geografía y todas las geografías
han
perdido
su misterio.
Tienen
nombre
–es el problema–
y ahora que nada queda por nombrar, tampoco
quedan héroes, pioneros, descubridores, adelantados,
y ni siquiera
viajeros de aventuras.
Sólo
restan
los libros
y la
remota y siempre tentadora
posibilidad de un asalto a los transbordadores.
El tiempo y las copas
Hay días en que la vida es como un champán muy ligero,
una efusión de burbujas y luces
Hay otros -los más- en que es una cerveza un poco agria,
áspera pero al fin y al cabo refrescante
Noches en que existir es un ron profundo
denso y dulce, hecho de las melazas del deseo
Madrugadas como un absintio de los buenos
donde los dedos hacen líneas de luz en la penumbra
Mediodías radiantes y en molicie como un cóctel de tumbo bajo un molle
Tardecitas como un vino viejo y generoso
Atardeceres y alboradas de agua fresca
Minutos intensos como un shot de tequila
Horas que son como el último whisky antes de irnos.
Y si tan solo nos fuera dado
que a la embriaguez de la alta noche pudiera sucederle la lucidez de la mañana;
si pudiéramos ser
locos y claros
sin solución de continuidad,
sin el torpor de la resaca,
sin el quiebre
que supone aterrizar en el suelo al lado de la cama
con el pie izquierdo tras una noche de caídas
y de resurrecciones.
Sin tan solo pudiéramos resucitar sin haber muerto.
Mas la luz y la sombra no
son buenas vecinas
ni la locura con la lucidez.
No se saludan al amanecer con un good morning
cual Judy Garland
ni se desean al mismo tiempo buenas noches
como Jim Carrey en The Truman Show.
No se cruzan en la vereda recogiendo el periódico o la leche
mientras bailan –una de deseo, la otra de gratitud.
Viven en cuartos separados por el sueño,
por tabiques de sueños,
por paredes de olvido y de black outs.
Mas todo eso, que sabemos,
no nos impide codiciar
que a la embriaguez de anoche
debió haberle sucedido la lucidez
esta mañana.
KOYU ABE SIEMBRA UNA SEMILLA DE GIRASOL
EN LOS JARDINES DEL TEMPLO DE GENJI
Koyu Abe, con rigurosa túnica negra,
alta y rapada la cabeza
llano el ceño
siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji.
Con parsimonia deposita la pequeña cáscara repleta
de luz en potencia
de futuros asombros
en un cuenco cavado entre la tierra.
La cubre con una pequeña pala
la riega con una regadera anaranjada.
Pasa la brisa sobre los jardines del templo de Genji
la siente Koyu Abe en sus manos salpicadas por el agua.
En una bolsa de tela colgada en el regazo lleva
unas decenas o cientos de semillas.
Es aún muy de mañana y sembrar cada una es su tarea
y cubrirla
y regarla con su regadera anaranjada.
Un millón de girasoles habrán de alfombrar pronto los jardines de Genji y los huertos
aledaños.
Monjes, campesinas,
todos habrán de tener manos humedecidas por el agua que riega los futuros
asombros amarillos de los niños,
las que serán luces piadosas para ojos extenuados.
Koyu Abe no conoce a Van Gogh, mas pinta girasoles con su pala.
Koyu Abe, cuya mirada divisa, en lontananza, los perfiles grisáceos de los silos nucleares.
A la vera de Fukushima se levantan los jardines del templo de Genji
y es preciso purificar el cielo, purificar las aguas, purificar el suelo, purificar los soles sembrando girasoles.
No es un efecto estético, me dice Koyu Abe, en el silencio de la imagen:
las raíces absorben los metales pesados
y del veneno nace, como si tal, la flor.
Mas es verdad que también la belleza purifica
por sí misma,
acota el holandés, saliendo del silencio de la tela,
y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas
de cáscaras repletas de diminuta luz.
La enorme regadera anaranjada
me la alcanza Van Gogh.
ARGUMENTO ESTÉTICO
¡Jesucristo, Dios mío verdadero!
¿Es verdad que fue así la cara vuestra?
Dante, Paradiso XXXI, 127-128
La Síndone es auténtica.
Ningún pintor medioeval en su sano juicio
habría impreso un daguerrotipo de la espalda de Dios.
ME GUSTA TODO LO QUE YA NO ESTÁ:
pájaros dodos mastodontes plesiosaurios
tigres dientes de sable
helechos de tamaño insensato
flores carnívoras grandiosas
tú
fabricantes de relojes de sol para el bolsillo
emperatrices de Abisinia
mandarines
voivodas de Valaquia
EL TIEMPO Y LAS COPAS
Hay días en que la vida es como un champán muy ligero,
una efusión de burbujas y de luces
Hay otros -los más- en que es una cerveza un poco agria,
áspera pero al fin y al cabo refrescante
Noches en que existir es un ron profundo
denso y dulce, hecho de las melazas del deseo
Madrugadas como un absintio de los buenos
donde los dedos hacen líneas de luz en la penumbra
Mediodías radiantes y en molicie como un cóctel de tumbo bajo un molle
Tardecitas como un vino viejo y generoso
Atardeceres y alboradas de agua fresca
Minutos intensos como un shot de tequila
Horas que son como el último whisky antes de irnos.
BOLA DE CRISTAL
Él puede leer los ojos de los niños, sabe
qué será del mejor alumno de la clase
y del niño becado y de esa alta morena.
Paladea un Jack Daniels lentamente
en la esquina del bar.
Sus ojos están fijos en el fondo del vaso.
Ya no quiero mirar ya no quiero mirar.
TROPICALIA
Pronuncio: la tarde
—y ella entra por la ventana, imprevista,
rebalsándola.
Digo entonces: palmera
—y una brisa cimbreante
va aliviando este cuerpo imprevisto,
despojándolo.
En la hamaca
a la que he primero, claro, pronunciado,
—hamacad al peregrino, reza el
primer mandamiento del calor—
voy nombrando luego la lluvia esporádica
el arcoíris doble, el sol del sur,
el sol celaje que extiende una gasa en los hombros
de la ciudad
vistiéndola de naranja
para que
ella
salga más tarde
a pasear con elegancia
cuando ya yo haya dicho atardecer, pradera,
canto de guacamayas.
Sólo en ese momento será cuando instaure
la noche del trópico con mi voz
(noche: habré articulado)
y sobrevendrá la penumbra
arrullada por el olor febril
de selva
que asciende de ocho a ocho como un licor de huevo
embriagando a los ángeles
y a los pasajeros de los aviones transcontinentales.
Ellos no me verán
partir
del hotel de la fiebre
—si acaso parto alguna vez—
a las blancas y terribles residencias
de la lucidez.
1972
Fue el año en que Nixon visitó la China
que Marco Antonio Campos refutó a Neruda
—Las páginas no sirven. La poesía no cambia
sino la forma de una página—
que estrenaron Solaris (lo dije en otro poema) pero también Aguirre Cabaret Garganta profunda El hombre de La Mancha Gritos y susurros El último tango —ah María Schneider en la tina y Brando ubicuo, bilocal, al mismo tiempo en el ático parisino y en Villa Corleone, otro y el mismo— mientras Zefirelli hacía volar a Chiara y Francesco en una nube de flores y Chaplin volvía a Hollywood (ya Osvaldo Soriano lo contó en una novela suya).
Murieron Chevalier, Alejandra y Kawabata, el primero bailando los otros dos
al filo del espejo
y se despidió de este mundo una princesa
Carolina Matilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg,
bautizada como Princesa Viktoria-Irene Adelheid Auguste
Alberta Feodora Karoline Mathilde de Schleswig-Holstein
Sonderburg-Glücksburg
de la que solo queda el nombre en Wikipedia.
También dijo arrivederci el profeta de la usura, que solía contemplarse en los ríos
en noches de plenilunio y enderezar aun las torres con sus cantos.
Una estela explosiva dejó el cohete fallido que propulsaba a la sonda Cosmos hacia Venus
y otra Harry S. Truman, con su cortejo de átomos y carne chamuscada.
Bobby Fischer, el díscolo, el irreductible, venció a Boris Spassky
llevándose el título a casa junto a unas cervezas,
en tanto el odio ensangrentaba los juegos olímpicos de Munich el penal de Trelew
un domingo en Irlanda del Norte el campus de la universidad de El Salvador
en cuanto un terremoto destruía Managua y en Roma
un tal Laszlo Toth atacaba la Pietà de Miguel Ángel con un martillo,
gritando que él era Jesucristo.
Era 1972 y en un país perdido entre montañas,
en una clínica metodista, por puro azar,
nacía yo, que debí haber nacido en otra ciudad y otro hospital;
y poco antes o después nacían otros niños y niñas con los ojos también maravillados,
de este y del otro lado del Ecuador, dedicados ahora, como yo, a este inútil,
maravillosamente inútil oficio de escritura.
Sí, de seguro fueron los efectos del cohete de la Cosmos
el poderoso cóctel de todas esas películas
algo de los últimos alientos de Pound y la Pizarnik,
y sobre todo la estela del poema de Marco Antonio Campos:
Las páginas no sirven. / La poesía no cambia / sino la forma de
una página, la emoción, / una meditación ya tan gastada. / Pero,
en concreto, señores, nada cambia. / La poesía no hace nada. / Y
yo escribo estas páginas sabiéndolo.
Eppur si muove, cuarenta años después
ya solo quedan en pie los poemas de Alejandra, los cantos de Ezra, algo de las novelas de Kawabata, muchos de los versos de Neruda y casi todas esas cintas
indescriptibles
mientras el resto: Nixon Mao Neftalí Reyes Tarkovski Klaus Kinski
Bob Fosse la deliciosa Linda Lovelace el insoportable
Ingmar Bergman la más deliciosa María Schneider el más
insoportable Marlon Brando el ya no se diga Charles
Chaplin Osvaldo el Negro Soriano Maurice Chevalier
Carolina Matilde de Schleswig- Holstein-Sonderburg-
Glücksburg el propio Ezra el programa espacial soviético
la URSS Truman Bobby Fischer y todos sus rivales las víctimas
y los asesinos el loco del martillo
son ya carne de gusanos y de la desmemoria
como lo seremos los poetas del 72 y Zefirelli y Marco Antonio Campos algún día
pero no su refutación a Neruda que se refuta a sí misma
perdurando
inútil y maravillosa
como la poesía,
como la Loren
como La Pietá
triste, solitaria
y final.
VUELO NOCTURNO / ARTE POÉTICA
El eje del mundo se ha movido hoy diez centímetros
a la izquierda o a la derecha quién lo sabe
pero los poetas esta noche andan revueltos
y se descalzan
y entran al río
y se ponen
a atrapar
el resplandor
de las estrellas
a atraparlas
con las manos
en el agua.
DONDE EL POETA, INVESTIDO COMO
UN PERSONAJE DE KOZINSKI,
CONVERSA CON SU HIJA
Para Clara
Y si de pronto un rayo o un camión se abaten
sobre la palma erguida,
sobre su razón llena de pájaros
y mediodías
si la malaventura hiere su frente de luz
y la desguaza
y convierte en escombros su razón
y su alegría
que era también la nuestra
no te dejes llevar por la tristeza,
hija,
recuerda que detrás de los escombros
siempre quedan semillas
y que algún día,
pronto,
después del rayo y la malaventura
se abrirá la luz
cantarán los pájaros
y nuestra calle y todas las calles del mundo
donde alguna vez hubo palmeras abatidas
se llenarán de felices jardineros
que peinarán
los nuevos brotes
y regarán los mediodías.
Te lo prometo, hija:
la mañana se llenará de jardineros.
La Mañana se llenará de Jardineros
Por Xavier Oquendo Troncoso
Epifánica, torrencial y efusiva. Así encontramos la novísima poesía de Gabriel Chávez Casazola, una de las voces más imprescindibles de la poesía boliviana contemporánea. Su discurso es ceremonioso en algunos casos (cuando, por ejemplo, recrea atmósferas y les da un toque de leyenda) y libre, en otros (cuando la voz poética es un yo preciso en medio del espacio).
La mañana se llenará de jardineros es un libro de la memoria. Asentando los pasos va el poeta por esos caminos en donde ajusta cuentas con el recuerdo. El problema filosófico de la memoria y el placer se hace presente (como nos diría el filósofo Bentham en su Aritmética del placer) para entretejer de manera insólitamente hermosa los trazos de estos poemas que contienen sugerencias de largo aliento en una suerte de poesía épica personal, que es a la vez capaz de conmover a sus lectores.
Chávez Casazola busca a sus (anti)héroes en medio de la contienda poética. Y a lo mejor los encuentra, pero eso no nos interesa. El poeta es agarrado desde los flancos de su corazón por la poesía. Y de allí saldrá triunfante, pero también golpeado por haber caminado por esa escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido, como diría San Juan de la Cruz.
Este libro es un inventario de aquello que nos mueve a todos: el manso y a la par exasperante mundo del recuerdo, por cuyos intersticios transita esta valiosa obra de un gran poeta latinoamericano. Ni más ni menos.
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