Juan Bernier Luque
(La Carlota,1911 - Córdoba, 1989), escritor español, perteneciente al Grupo Cántico.
Durante la Guerra Civil no puso su pluma al servicio ideológico de ningún bando, superando la criba que acabó con la vida en 1936 de los poetas cordobeses Juan Ugart, "exageradamente falangista", y de José María Alvariño, reconocido amigo de Federico García Lorca y asociado al comunismo. Fue cofundador de Ardor, en la que colaboraba Ricardo Molina, aunque se le conoce más como uno de los miembros fundadores (con Pablo García Baena y el citado Molina) de la revista de poesía Cántico en el año 1947, grupo con el que compartía la idea de otorgar la primacía a la estética antes que al «mensaje». Sus poemas se caracterizan por la riqueza expresiva y sensorial. Sostuvo una gran pasión por la arqueología y su amada ciudad de Córdoba. Escribió un duro Diario en se definía muy bien a sí mismo y descubría su faceta más desconocida, la de homosexual, así como el deseo de hacerla pública, lo que se frustró por el contexto de la Córdoba de entreguerras, que por una parte ensalzaba la labor de los autores de Cántico y, por otra, la repudiaba. Dicho diario fue entregado por Bernier aún en vida de este a su amigo Antonio Ramos Espejo, por entonces director de Diario Córdoba y éste transcribió algunos capítulos en el periódico.
Sus principales obras son Aquí en la tierra (1948), Una voz cualquiera (1959), Poesía en seis tiempos (1977), En el pozo del yo (1982) y Los muertos (1986).
DESEO PAGANO
A Vicente Aleixandre
Dioses innúmeros perdidos en los campos
entre hierba y mirto, paciendo los sonidos de los vientos suaves.
Inmóviles escuchas de la tarde,
puros dioses de mármol sobre el verde,
marfil amarillento a los rayos del ocaso,
dioses azules en las sombras casi, más tarde fundidos en la noche,
yo os invoco: que mi voz resucite vuestros restos deshechos,
vuestros torsos desnudos que se bañan en las lágrimas húmedas y soñolientas de los prados.
¡Oh dioses sin problemas, domésticos, sin ansias de infinito!
Mi mente ensombrecida tiene sed
de mármol
de blancura
de línea.
Veinte siglos columnas de desprecio, trémulos de blasfemias
sobre vuestros rostros, espejos de horizontes.
(¡oh Juliano!) han sido los caminos del mundo,
y os sepultasteis en la tierra
y habéis sentido los pasos del zagal y del arado
rozando vuestros miembros.
Y las vírgenes vistieron su marfil de la yedra brillante de los sotos
huyentes como Sabinas a las rústicas manos,
escondidas, silenciosas de sol.
¡Sacras vestales, encubrid vuestra vergüenza!
Que veinte siglos no han sabido gustar la vida de vuestros ojos inmensos
ni comprender los pechos bronceados, triunfantes como el color de los trigos,
y se han perdido en el laberinto de las ansias inacabadas,
de las pretensiones insatisfechas.
Lejos de la flauta y la sonrisa de Pan
que hacía danzar los cuerpos
como la brisa las palmas sobre el azul,
lejos del rabel
y la mirada de Narciso,
que hacía vibrar la belleza
en el ritmo de su propia contemplación,
lejos, muy lejos dela cítara lánguida,
consagradora de las noches,
sacerdotisa de las satisfacciones.
¡Oh siglos, volved!
¡Volved, pues os esperan los dioses,
los dioses del amor y la alegría
del sol, la luz, las fuentes y los prados,
los dioses vivos de la carne y los deseos!
¡MADRE!
¡Madre! Déjame que me hunda otra vez en el mar de la noche
déjame abierto el vientre para que la niebla arrope
mi cuerpo desnudo de esperanzas y fines.
Dame otra vez tu vientre. Que la luz me deslumbra
que me hiere la vida y me vomita el asco.
¡Madre! Húndeme otra vez en tu vientre cálido
húndeme en la tiniebla húmeda
¡ven, madre, madre ven!
¡oh madre muerte!
Necesidad
Todo hombre crea a Dios
a su imagen y semejanza
desde el páramo de las rocas, los astros, y los soles
todos, todos los hombres, frente a lo que no tiene carne
frente al erizo de la existencia piensan, sienten
quieren buscar a otro, a otro
que esté con él con sus lágrimas de pensamiento
y sus brazos para sostener algo que se desploma
y buscamos, esperamos, otras manos que nos ayuden
otros dedos, otra carne que se nos junte
para vivir en este sucio paraíso.
Permitid, Señor
Permitid, Señor, un poco de lujuria en este mundo.
Permitid que el roce de los labios sea caliente levadura,
permitid que las pupilas de luto del deseo se hundan en el pozo de otros ojos,
permitid que la mano del osado amante palpe la sangre ajena estremecida.
Dejad hervir la entraña de los machos sobre la piel desnuda
dejad el juego de los adolescentes labios bucear en los senos de los lirios,
dejad las vírgenes con su secreto fuego ardiendo en piras escondidas,
dejad los muslos de los verdes tallos mezclarse en llamas de tacto, en apretadas lianas de caricias
Que el rubor se desnude enteramente y la escultura
surja de tactos y torrentes,
que los zumos de los ojos exprimidos y de brazos,
manen de fuentes secretas y de labios.
Permitidlo, Señor, que ya sufrieron sus penas los humanos,
que ya, bastante, la carga duró sobre sus hombros.
Crepúsculo
¡Oh! Cuando el sol cae como una inmensa
piedra que cierra el horizonte cada día,
cuando la luz se extingue lenta y la sombra
sale de los valles profundos,
vanguardia oscura de los ejércitos negros
de la noche que vienen a su
colosal parada de silencio,
cuando la tierra toma un rostro de asfalto
como un espejo para mirarse agonizante
bajo el desierto ceniza de las nubes,
inmóvil como una mano
una mano muerta,
mientras que la hora en todos los relojes
del mundo suena una misma
melancolía,
he aquí que yo, exprimido como una
esponja amarga bajo
el cielo que se desploma
no soy sino unos ojos donde se petrifica
toda tristeza,
un agua límpida que recibe acaso el
temblor de una esquila lejana,
sin ser cuerpo ni ser hombre,
sino una vaga niebla que piensa
y se funde y se aniquila y se esfuma
lentamente
cuando pasada la angustia de la hora
en que el universo duda su cambio
la noche extiende su túnica y cubre el
cadáver frío del horizonte derrumbado.
Presencia
El muchacho era tan bello, que no era de este mundo
Era otro mundo él solo, de flor y un manojo de venas.
Lo mirabas y era aparte, lejos de ti, como un bello animal suelto,
en un universo verde de agua y de praderas
ponías la mirada en él y lo encontrabas vivo, igual que tú,
pero pensabas que era una flor, una gacela con junco, un lirio.
Querías amarlo, y resbalaba la mirada en la flor de carne,
y como miras a lo que tiene alma y venas y sentidos,
el muchacho pasaba ante tus ojos de entrega,
sin verte, sin mirarle, dando muerte a tu mundo,
con su presencia plena,
para la que no existías…
Soneto a Córdoba
Amarillo perfil de arquitectura
de cúpulas y torres coronado,
torso de duro mármol cincelado,
estatua de ciudad. Córdoba pura.
Abres al valle virginal figura
a la que el Betis besa enamorado
y en tu más alta torre reflejado
el oro de tu Arkángel te fulgura.
Arena y cal, olivo, serranía,
enhiesto pino, palmeral ardiente
ciñen tu delicada argentería.
Relicario de siglos donde Oriente
engarza en vesperal policromía
tu albo destello ¡oh perla de Occidente!.
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