Medellín (Colombia), 1956. Autor de En la Ruta del Día (Ediciones Otras Palabras, Colección "Cuadernos", 1989); La Tierra de la Sal (Colección de Poesía PROMETEO, Serie Hipnos, número 2); Reaprendizaje del Alfabeto (Premio Nacional de Poesía Fuego en las Palabras, 1996); La tierra memorable (Universidad Nacional de Colombia, 2006), Diario del incierto (Ediciones El Tambor Arlequín, 2008). En 1998 gana la Beca Nacional de Colcultura, con el proyecto Las Voces Escindidas. En 2005 gana el concurso de apoyos a la creación de la Alcaldía de Medellín, con el proyecto “Diario del Incierto”. Ha sido incluido en algunas antologías, entre ellas las siguientes: Disidencia del Limbo. 1981. Cinco Poetas Jóvenes. Colección Poliforo de Oriente. 1985. Poetas en Abril. 1985 y 1987. Conozcámonos Mejor. Brasil- Colombia. 1995. Postal de Fin de Siglo. 1996. Quién es Quién en la Poesía Colombiana, de Rogelio Echavarría, 1998. Antología de la Poesía Colombiana, de Rogelio Echavarría, 1998. Ha sido incluido en dos antologías de poesía colombiana que se publicaron en España en 2007. Miembro del Consejo de Redacción de la revista Prometeo. Miembro del Comité de Dirección del Festival Internacional de Poesía de Medellín, del cual es el Coordinador General.
LA TIERRA MEMORABLE (fragmento II)
“¿Qué es el yo en medio de esta hoguera?
Delmore Schwartz
Toda poética excluye e
intenta
construir su onanista paraíso.
Lo que mis ojos no vieron
lo vieron otros ojos.
Donde mi corazón no estuvo
otro se exaltó de dicha o de dolor.
Toda poética se ciega a sí misma,
despedaza su sextante,
así se siega.
De donde no extrajo nada
mi razón ofuscada por su obsesión de soles,
otro trajo su porción de luz.
Toda poética construye su casa
con ladrillos que también son míos.
Por qué entonces hacerla sin ventanas?
Lo que no alcancé a soñar otros lo soñaron,
y mi pasión no fue más alta ni más baja,
sino tan sólo mi pasión.
Toda poética es orín de perro,
límite,
miedo de ser lo que ya se era.
De donde no penetró mi ojo limitado
otros trajeron su fulguración, su chispa.
Allí donde no pensara otros pensaron.
Un alguien que algo supo a mí me hizo saber.
Yo nunca miré solo. Yo nunca miré solo
Cuando tu muerte se te acerque
no veras sino
tu ojo,
tu ojo,
tu ojo.
LAS VOCES ESCINDIDAS (fragmento III)
“Sentir, es magnífico; Escribir, exultante; Habitar, lo sumo;
Pero, ¿dónde está el lugar aplacado, el sitio de reunión,
el punto del encuentro solvente?”
Rafael Cadenas
Y es que un día supimos,
mientras íbamos a la búsqueda de dioses más benévolos,
que también nosotros éramos hijos de la guerra,
que nuestros padres habían escapado de la muerte
en una noche oscura,
extensa de pájaros de sombra,
que su duro aprendizaje fue la huida,
el aplazamiento y el desplazamiento de la esperanza.
Supimos que habían huido protegiendo a sus cachorros,
abandonando sus cotos de caza,
los campos roturados,
con el corazón a punto de estallar
y el vientre oprimido por el miedo,
sin porvenir, des-olados,
sin tiempo y perseguidos por la muerte.
Y vimos las cruces anónimas,
las decapitaciones,
los empalamientos,
las migraciones,
las aguas míticas enlodadas de muertos.
los campos en los que habría transcurrido nuestra infancia
cultivados por la muerte.
LAS VOCES ESCINDIDAS (fragmento XI)
Y hubo quienes cayeran sobre sí mismos,
confiando en que la realidad no era más que interior,
que el mundo era una enfermedad del ojo.
Estaban quienes se juzgaron tránsito sin fruto,
accidental forma de lo vivo,
quien creyera que la muerte justificaba toda acción,
todo olvido y toda traición,
y que no existía más que el presente
con una sombra ensanchándose en su vientre.
Otros fueron a puestos de avanzada provisionales,
febriles, llenos de esperanza
donde la esperanza de un continente
hervía de un triunfo insular.
Todos buscábamos un sitio.
Rayo.
Vértigo.
Epitelio.
Flor.
Estrella.
Luz y penumbra del día que desciende.
Arco iris.
Viento que agita el follaje.
Palabras en las que el hombre antiguo
aún puede sangrar por nuestra boca.
Hoja.
Estrella.
Inmenso deslumbramiento ante el mar
visto por los ojos de quien estaba solo
y quizás tenía miedo
y no tenía palabras,
y una innombrable alegría temblaba
en su boca de niño.
Infancia del hombre a la que me debo ahora,
su amor innominado
su sed de Dios
su soledad perdida para siempre en la mañana primera del mundo.
REVISTA PROMETEO
Poemas de La tierra de la sal
APALEADO
Apaleado. Decididamente apaleado. De naufragio en naufragio. Torpe ciego en el dédalo de mis dudas, yo imploraba tan sólo una vieja canción de infancia. A tropezones. Decididamente a tropezones me consumía el tiempo. A garrotazos supe que la vida sería larga como una tarde de verano o como el abismo que tienden la poesía y uno que otro beso. (Por los abismos de la poesía supe caer, deslizarme). Yo viví el oficio que imponen la ausencia y los grandes ausentes, y por las noches sentía un frío y un miedo largos, inmensos. Tuve también la visión memorable de una bella mujer cruzando las plazas, un encuentro y la conversación que desataba el hilo de las coincidencias. Tuve y fui todo eso. Otras cosas fui, también. Pero ahora es este cansancio, este vasto y muy temprano cansancio. Y la tristeza de la lluvia traqueteando en los tejados.
BRUTO
Me he vuelto irremediablemente bruto y no tengo ojos o cuerpo más que para ver con simpleza o para sentir un felino que con sus uñas filosas pende de un lugar del sueño o los deseos. Vivo aguijoneado, como quien dice. Pienso sí que algún día voy a anularme si el miedo continúa tejiendo en mí sus redes, pero ése es un diagnóstico en el que no se me debe creer un ápice. De cualquier modo, señores míos, uno es artífice de su final, con tanta facilidad como la que utiliza el sol para ocultarse: con inquietante quietud. Juro que la vida se me está consumiendo como un cigarro. De buena marca, es cierto, pero al fin y al cabo uno está tirado a la vida como una pelota de limo negro: ¡Tuve épocas de absoluta seriedad, en las que la miseria entraba por un ojo y salía por la boca como en un par de muy buenos vasos comunicantes! Ahora ya no pienso, y por lo demás no sé si sea necesario: soy por completo bruto y epidérmico. A la vida el corazón me llama, el cual reacciona como un finísimo grano de maíz pira: un poco de calor y saltan mis más íntimas voces. Pensar, lo que se dice pensar, ya no puedo, por más esfuerzo que haga. Además, ¿puede hacerlo aquél que vive en un laberinto de espejos negros y no tiene como defensa más que una inexplicable paciencia? ¿Puede hacerlo aquél que desde su encierro ha visto aquello que flamea y llama en campo abierto? ¡Yo vivo en un trance continuo a no sé qué!
Poemas de En la ruta del día
IV
Ha cambiado la ciudad,
los cerros leprosos que la cercan,
su aire ensortijado,
su voz de numen que agoniza.
Mi corazón habita esta fisura,
la ama de un modo absurdo,
pues junto al más alejado farol
donde titilara una luz irónica,
o bajo el entornado balcón que más que la belleza
guardara una insípida nostalgia,
a lo largo del excrecente río de aceites y metales,
en el silencio solapado de los teatros,
al interior de las pensiones que antes construyera un deseo más limpio,
el dolor robusteció sus frondas,
la muerte dejó su signo indescifrable.
VII
¿Qué ajetreo es ese, allá afuera,
qué gritos de quién inauguran la tarde
con acento de terror?
Esta calle no es nueva en el dominio
de las sombras, tampoco ahora,
cuando la música invade el cuerpo
de los escasos visitantes
y el día cruza el centro
de su perfecta claridad.
Estos hombres descienden de los altos,
con ocio forzado o elegido
a este lugar opaco y ruidoso
donde el olvido no penetra.
¿Pero qué ajetreo es ese, allá afuera,
qué arma acompasó el grito
de la terrible despedida?
¡Nunca fue nuevo el día,
y yo he girado tanto tiempo
en la misma ruta miserable!
XII
A esta hora, aproximada ya la vuelta de la clepsidra,
la muerte acecha estos lugares.
Alguien a quien he sabido amar me dice:
“algo camina por aire, debajo de las mesas. Reclama
su sueldo en voces rotas, pieles crispadas, cercos de metal”
También afuera, los ausentes de la música que ahora nos invade
con un crepitar de olas y albatros,
esperan un temblor en nuestras voces,
y harán contraer nuestros labios
con sus voces de plomo.
Y yo siento cómo,
de las casas distantes,
se deslizan suavemente hacia las calles desoladas
frases escapadas de los sueños.
Al canto de los insectos nocturnos
se mezcla ese triste murmullo.
“Pero nuestro absurdo subsistirá -me dice-
en la arriesgada piel de nuestros cantos”.
Afuera esperan la noche y su quietud ficticia.
LOS REGRESOS
I
Amada: para qué retornar
con tristeza en la memoria
al patio de desecados parterres
o al valle donde un sol infinitamente lento
pobló de salamandras tu infancia.
Cuida bien qué vientos
soplan en tu memoria,
porque la nostalgia es una clepsidra rota,
tiempo del que tus sueños
ya no penden,
una herida dorada sobre tu corazón de leños.
Deja que los sueños fijen una flor
sobre tu tiempo,
que un sol ya consumido no se apodere de tu vida.
IV
Algo sangra siempre
en el lecho dúctil de los sueños:
la daga inevitable de estos años:
También han crecido las hiedras,
la siempreviva, la adormidera,
es más evidente la opaca escritura
de la tierra y el viento
en los muros de las casas,
se ha tocado de fuego
el cabello de los niños
y ha crecido el hambre
tras de sus ojos de ópalo,
la miserable ruta de la muerte.
Pero aunque el ansia
se pueble de hojas de ceniza,
en los suburbios crece una flor
de muchachas y muchachos desbocados.
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