dolor de la resurrección
Estoy en el instante en que no me aferro más a la vida, pero llevo conmigo todos los apetitos y las insistentes titilaciones del ser.
No tengo más que una ocupación: volverme a hacer.
Antonin Artaud
imperios exhumados por el ojo de Dios que hace doblar campanas en los secretos monasterios del aire
imperios de raíces que crecen adventicias desde las entrañas
de la madera a la móvil estancia del viento
imperios que se suceden en la luz como astros de minúscula naturaleza
empobrecidos por los nuevos advenimientos
imperio del cuerpo que vuelve de la tierra y se asume
en un levantamiento de a poco
de ir despertando por densidades
por los poros más oscuros
por la ranura donde el gas de vida hace sus inauguraciones
desde el pecho a las venas azuladas
apretando brazos/ piernas/ corazones/ suspiros
imperio del cuerpo que ha comenzado a descongelar la respiración
con una excitación de fuego desprendido de la matriz original
por la mano que ya se mueve
que ya es una promesa sobre el esqueleto de la rosa:
resurrección de la rosa: dolor de resucitar
manos que han de volver contra la madera
pues le han correspondido los oficios y la gracia de retomar
los pies que le llevaron a las celebraciones del deseo
las manos con que alimentó el hambre exudada por la boca de cantar
las manos que dieron abrigo a la furia y a la paz
manos como senderos entre montañas
manos para beber de las espesas capas del verano
manos para abrazarse a la fe:
elegidos los que asisten a la resurrección de la rosa/
advenimiento del cuerpo
celebraciones entre el humo del incienso y el clamor y el jolgorio
y la preñez de la vida por vivir
ahora que vuelves: dolor de la resurrección
cuando nada de lo que miras
nada de lo que te celebra es conocido:
las especies de las cumbres revolotean sobre tu cabeza
hay una música transpirada por los oboes
que punzan gravemente la mañana
como esas espigas que fueron acariciadas en otro siglo
por el dedo virgen
y que ahora empujan al cielo sostenido
por los arcángeles mudos
suena el oboe gravemente y hay una hendija
por donde se filtra la brisa de la mutante extrañada
sonríes entre el vino más reciente
te levantas del sueño: alguien ha puesto sobre tu manta
una corona de buenaventura
te ha elegido la posteridad del instante y ahora
agradecidos —convencidos del milagro—
ante los abrazos de los otros
descubres junto a las puertas del amor de Dios
que no existe una sola razón
para permanecer cimbreante en la planicie de los vivos.
II
esa sábana inmóvil para pegar mi ojo contra el muro
esa sábana inmóvil cubriendo la cinética de la no vida
esa sábana como una reja
a través de la que miro y veo a la bestia que salta
de tumba en tumba
alimentándose de cadáveres y flores nuevas.
III
lo bajaron sin hablar lo bajaron como a una tronco de árbol como a una casa de fiesta lo bajaron sin contar con nadie —salvo la resignación— lo bajaron entre flores rojas abriendo en su piel demasiado blanda lo bajaron entre anillos de rosas lo bajaron como a un mendigo que pide un poco más de vida lo bajaron sin fe sin religión sin un Dios sin la esperanza de volverlo a ver lo bajaron pensando que había agua brillante en lo profundo pero era desierto y era domingo toda la semana lo bajaron unos brazos oficiosos que no podían entender lo que estábamos dejando allí tan solo que daba miedo pensarlo.
IV
invierto tazas —tazas azules— tazas de piedras: hasta mi mano viene a beber la mariposa roja de la noche
el vinagre de mi mano alimenta el vuelo de las criaturas difíciles
soy una taza quebrada
cubierta de murciélagos: para el que no sabe piensa que debajo del montículo está el cadáver
el muerto que invierte tazas
pero el cadáver real es la mariposa roja.
V
en la casa del dolor —casa de César Vallejo: dolor vallejiano— la casa que duele como si viviéramos en el relámpago
el olor amargo a vicarias que deja su quebradura en la noche del dolor
casa mesa cena donde se comparte comida muerta
los fieles vivos nos acostamos a dormir o a morir —en la queja da igual
cuando no hay propuesta para el conflicto—
gemido de casa que ha empezado a morirse por la puerta de fuego
del serpentín hermoso donde alguien prende el cigarro que ahuyenta al lobo del hambre como una antorcha
casa que duele en su dolor
mañana siempre es mañana en su queja
respira hondo: ya traen la comida de los muertos.
VI
esa mariposa de hierro que pones entre mis puños bebe de mí
—sangre en la mordida del deseo—
mariposa violentada bajo la lluvia del bajo fondo
mariposa comedora de la esfera animal que cubre el papel blanco
identificado en el verso de acero
metal contra metal: la mariposa de hierro se posa encima del lirio del oro
y bebe sangre de verdad
linfa de mi palma: aquí está escrita la historia que deseas escuchar
muerde sin cuidado mariposa de arco
tengo una luz cónica encima de esta ceremonia que me impongo
para hacer durar lo que debe de morir en el mismo instante en que nace
en que aborta mi flor que alimenta los racimos de fuego (ácidos como el beso de uva que fermentan el cristal ámbar)
el racimo de fuego que se abre dentro de mi boca
que jura después de arponear el ojo azul del muchacho
que ha puesto la mariposa de hierro dentro de mis puños y una idea que ya nadie podrá cambiar: demasiado inteligente para ser feliz.
VII
máscara del duelo: grito que sangra siete veces hasta arrasar la rosa de cien pétalos
máscara del dolor: aquí vuelan los cuerpos encima de la rosa: por cada derrumbe una máscara bordeará los labios
que se abren pesadamente
—compuertas: puente sobre puente
masacre sobre masacre—: hay un temblor de agua en el rostro del grito
que no acaba
que se hace y se tuerce y dura las tres estaciones
se multiplica: germina la célula inmortal de uno morirse
pero martillea sobre las cien mil cúpulas del miedo una mano —una mano: cien mil manos por cúpulas— cien mil manos por miedo cien mil células por cada mortal
germinan —germinan— con el grito que va ahuecando la larva del Misterio hasta que se abren sus compuertas y se asoma en la superficie agrietada
por el color ferroso de las sangre
se asoma la orquídea que ha de morirse antes que termine este mes de aglomeraciones
de perpetuidades que hacen silencios de extraña textura en el pétalo de cera
en los silbidos insonoros de la raíz que es madera al viento madera para la madrugada madera apretada al cilindro que envejece y suma un nuevo anillo —sus alianzas— a la necesidad de hacer continuo y lógico el proceso de crecimiento de la célula inmortal para uno morirse:
siento vergüenza de esta boca grosera que vocinglea a los espaciamientos donde podría dormir un Dios y su grito de llegar al fondo de cada estructura sostenible en la transparencia
dispersa en la bruma lechosa de las cercas cubiertas de aguinaldos
he tenido que escuchar el grito que ahoga como una palabra gigante dilatándose en el cosmos (la oscuridad universal) de mi faringe
/de este hueco
que se ahonda hasta las vísceras y atraviesa la verticalidad de los mares arponeados por los conos de hielo y me asfixio:
me trago el grito que me asfixia y que subsiste heroicamente al frente ácido de la palabra que cerca y busca voz
hasta que sale el gran gemido que abofetea el rostro de los cien ojos de arena
las cien crecidas del pecho que vomita una sangre (siete veces
una sangre) tibia en la entraña más apropiada para que se haga eco y el eco rebote en el cristal iónico donde ha sobrevivido (tanta sobrevida) la voz: ¿quién es santo en la vidriera? ¿quién masculla
la sordina y la palpa con torpeza?
deberían podrirse las manos que hablan cuando un grito le nace al mundo
deberían acodarse todas las mujeres de vientre añejo sobre las balaustradas
donde colocan su aburrimiento: deberían lograr la sinfonía
que dé inicio a la bienaventuranza del aliento empujado por la linfa
donde surge todo lo que vibra y señorea
con humildad: cuerpo de palabras que flota en la cruz del viento!
sopla fuerte en mi garganta: ¡cruz del viento!
que ya la tromba es un portal ancho (que crece y crece como la célula inmortal) y va adquiriendo ritmo y color
/espesura y fluidez
qué ya resbala y asoma el punzón conque ha de perforar la virginidad
de las margaritas: «algo se rompe en mi»:
/conformado sólo por aromas amargos
grito del grito: voz de la voz: eco del eco:
grito de la voz que se hace eco en la caverna que gobierna sobre las cabezas
boca abierta: grito ampollado por los líquidos más feroces
que no comulgan con las entrañas del animal que viste atropellado sobre la acera y aquel —su vientre— en el mismo instante
de abortar las mariposas enceguecidas sobre el asfalto
boca del lienzo: aquí está el grito (el grito digo cuando me quedo sin voz)
aquí están los arcángeles mirando desde el puente
la aglomeración que durante los próximos cien años han de irse con la tos
confundida de quien ve lo que no debe: ¿qué viste dentro
/de la boca del lienzo
ojo de ónix
relámpago azul
campana glauca?
¿qué germinaba junto
a la célula inmortal?
tienes miedo ¿verdad? acaso un viejo de rostro consumido por los alcoholes
del hambre devoraba aquella oreja que un loco se cortó
con la única intención de no escuchar el grito de su grito
el grito que le hablaba con las dientes estropeando
/el do admirable de su pecho
mientras lamía los pinceles para lograr con la saliva ácida
el espesor necesario en el que debían de durar los girasoles martirizados
por los abejorros del infierno de Dante Alighieri (que a su vez no era otra cosa
que los nueve círculos que contenían al grito de la luz más hermosa:
¿no viste las aguas incapaces de reflejar la inercia de los cuerpos
que iban a beber de ella
cuando miraban desde la orilla veían del otro lado los rostros
iluminados por los vapores más profundos de una boca que promete
el descendimiento: veían sus rostros informes lamidos por la lepra?
¿no bebiste del salto mortal de esa agua?: río del Estigia
le llaman los que no conocen el verdadero nombre del Infierno
sus riberas cubiertas por el temblor de los asfódelos —otra flor crecida
en ese espacio es pura simulación
incluso el asfódelo real es un grito del asfódelo que nunca existió)
rectángulo de azogue: cuerpo de plata: mercurio alquímico:
¿cuál fue el primer grito que detuvo el viento enemigo /oponiéndose al viento exterior /brisa que avanza y circula
irisa la maleza de la palabra hasta que parece buena?
el rostro de la reina muerte es el rostro más hermoso
que inauguró la era de los espejos: ¿qué viste en el agujero líquido /en la planicie brillante /en el vidrio? ¿qué escuchó tu mano sino un grito?
¿sabes que era el grito de la faringe de Konstantino Kavafis
minada por las cien mil alas del jazmín canceroso trepando por la voz
—cada mañana más ronca—:
la voz que besaba a los muchachos de Alejandría?
tu mano escuchó /contuvo como un dique el aullido de Allen Ginsberg
que rebotó contra el cielo inapelable del mármol inmortal
y fue a provocar guerra entre los minuciosos y estériles rincones del mundo
era el grito de los cráneos embebidos por la droga
era el grito de la centella en el iris del poema condenado por la célula inmortal
ave grito: hay un corredor de aire donde ventilar las aspas
más íntimas del dolor que giran y giran vertiginosamente en el vientre transparentado por el caldo de cultivo
donde hay una parcela en la que florecen por días las palabras
hay que hacerle hueco/ hay que hacerle cielo aparte al temible Eduard Munch
que vino a esta era para lanzar los pulmones del hierro
contra cada nube
contra cada cumbre
contra cada catástrofe anunciada
por el pobrecito de Eduard Munch (pero él supera su grito porque otro se cubre los oídos: es el grito de la niña condenada a permanecer mientras duren las cambios astrales junto al catre funerario donde yace «la madre muerta»
Dios abisal
Dios de los abismos poblados por las máscaras de acero
Dios de las orfandades: ¡ya nada dolerá dos veces
a la felicidad de vivir le ha nacido al mundo una tristeza inmortal
—como te es dado oficiar a Ti: hacedor de cuanto respira y expira—
ya nada será igual después del grito de esa niña!)
pero el niño grita cuando la luz burbujea novedosa en el ojo que se estrena
y es celebrado con llantos y promesas
con los enmascaramientos del alcohol que labró durante meses
las entrañas del cerezo
la semilla de la uva pequeña
el esqueleto de los cañaverales
grito del hueso: grito del oro: grito de la piedra
por esta vez hagan un voto a favor de otro grito que se expande
con la fuerza insuperable del núcleo
y es una capa de cenizas en mi lengua
y es un mar lechoso golpeando contra el labio del beso
y es una herida en la mano del mudo
y una caricia al oído del sordo
y una promesa al ojo del ciego
grito siete veces anunciado —sangre que no coagula en la vena de durar otro día
tú que has visto desde arriba
el grito del nazareno
responde con serenidad: «¿qué cosa es Dios?»
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