martes, 14 de septiembre de 2010

AIBAN WAGUA [1.083]


Aiban Wagua 



Nació en Ogobsukun, Comarca Kuna Yala, Panamá, el 3 de septiembre de 1944. En 1981 obtiene el doctorado en Ciencias de la Educación, con especialización en Técnicas didácticas, en la Universidad Salesiana (Roma - Italia), con su tesis doctoral: Los kunas entre dos sistemas educativos. Análisis de sus expresiones culturales más significativas y sus roces conflictivos. Su mayor trabajo, desde su llegada a la Comarca Kuna Yala, ha consistido en la sistematización de valores culturales kunas para una amplia formación de jóvenes, niños y adultos, utilizando los lugares de encuentros tradicionales kunas para una formación integral desde la interculturalidad. Es hoy, director técnico del Proyecto de Implementación de Educación Bilingüe Intercultural en los Territorios kunas de Panamá.


Libros de poemas: A pie con la gente, 1973; A la manera kuna, 1976; Cantando con la gente, 1976; Desde el silencio indio, 1979; Nana Gabsus, 1992; Mor ginnid, 2002; Ibdula Agiginne, 2008. Otras obras suyas: Principios de la teofanía kuna, ensayo filosófico-teológico, 1982; Así habla mi gente. Anotaciones históricas y mitos kunas, 1986; Noticias de sangre de nuestro Pueblo, 1994 (traducido al alemán y al italiano); La historia de mis Padres, mi querida historia (Recopilación) Relatos kunas para niños. Ayuda a maestros y catequistas, 1994; Así lo vi y así me lo contaron. Datos de la Revolución kuna, 1997; En defensa de la vida y su armonía. Textos del Bab Igala. Elementos de la religión Kuna, 2000; Los kunas entre dos sistemas educativos. Aspectos de Educación Bilingüe Intercultural, 2005; Relatos de mi gran Historia (Bilingüe). Relatos del Babigala para los III y IV grado, 2008; An sun Mage. Cuaderno de colorear de enfoque EBI para niños y niñas kunas, 2008.






Poemas de Aiban Wagua

(Nación Kuna, 1944)




Cada cosa tiene su nombre

Un día tu niño te pedirá un nombre,
una finca, una choza,
la verdad de tus viejas cicatrices.
¡Déjalo mirar, entonces, las altas colinas
y los llanos donde pastan hoy
las vacas del hacendado;
allá por donde justamente los abuelos
fueron libres y advirtieron
que esta tierra les pertenecía,
antes de la maldita ley que nos hizo mendigos...

Un día tu niña pegará su oído al pueblo,
zurcirá en su cuerpo
el canto armado de la justicia.
Lleno su macuto de quejidos de la tierra,
te exigirá el color puro de la historia.
Entonces,
di a tu niña que a su madre
la arrastraron una tarde
por la arena del río,
y a empujones la mataron.
Y esa niña apurará la aurora de su pueblo.

Los tres, heridos como los guerreros
que no se ablandan en la emboscada,
volverán a ser entonces
la vena de Atahualpa que no se cerró,
que nos volvió rito solemne de libertad.

Deja, hermano indio, que tus hijos
se agarren a los abuelos
que, aun después de muertos,
saben resistir y no se bambolean.

Hermano amigo,
haz de tu palabra capaz de curar heridas,
arma y barricada.
Prohíbete una lágrima de debilidad,
regala a tu pueblo hijos libres,
renueva tu orgullo indio.
No importa lo que digan:
¡Somos propietarios de Abia Yala!





Ríos de versos

Torrentes de versos
crujen armados por los montes de América.
El indio cierra su puño para danzar a la vida.
La muerte es casi su hermana,
porque es la única
que no le abandona, ni le traiciona;
y llega puntual
con la riqueza de los terratenientes,
con el racismo criminal de los gobiernos,
con la bendición de los cristianos
que callan a destiempo...

El indio prefiere encontrar a los amigos
ahí donde le niegan el derecho
de poseer las armas de los ancianos.
Ahí donde el dolor le impide caminar
y aún no le rinde.
(¡Cristóbal, llegaste donde menos
te esperaban!).

Los niños repiten los nombres de sus muertos
y, pegados a las tetas de su madre,
anuncian que vivirán, aunque todos se les opongan.
Yo recojo esa esperanza subversiva de mi pueblo
para el coraje de mis versos,
que no conocieron al padre de mi padre,
pero saben que no es tiempo de bajar las armas.
!No vale hijo neutral!






Me han robado un dios

Me acaban de robar un dios distraído
en la boca de un río inédito.
Mi dios no tiene universo
(así lo han dicho).
Pantorrilla del homo pekinensis.
Costilla del dinosaurio.
Bostezo del indio resignado
a morir como un asno viejo.

Lo dejé en una isla descalza
y en una cabaña donde él se complació
con el indio -hatillo de utopía-,
y con el nudo que hacían los niños
con la mano, los ojos, el futuro.

Acuso al sol, a la lluvia,
a la selva, gusanos peludos
y roto el aguamanil...

Y, ¿dónde lo habrán escondido?







¡Qué ganas tengo!

¡Qué ganas tengo
que el mundo diera la vuelta
de todo desconcertante!:
Que el pobre tuviera trabajo,
y la televisión, y el sofá,
y las aseguraciones,
y las vacaciones pagadas a Pekín.
Que el rico experimentara,
por un momento,
el dolor de sentirse anulado
con diez hijos que le pidan escuela,
vestido,
fiesta,
plato de arroz,
y la mujer, oliendo a humo y cebolla...
Que el tan-tan, y el nogaggobbe,
y el yaraví, y el tamborito llegaran
a hacer tanto ruido
y que ya no se percibieran
ni discursos, ni metralletas,
ni el gimoteo de tanta gente estrangulada.
Que ya no se proclamaran
los derechos humanos,
ni se mencionaran, ni se pensaran
como no se piensa -por el momento- en dividir sorbos de aire
a cada “bendita casta”,
o clase, o sistema, o color...
que ya se consideraran como los dientes,
los pies,
las manos,
la vida
de todos los nacidos de mujer:
y, no sabes ¡qué ganas tengo...!





Véndame los ojos

Si muero cruzando el mar,
véndame los ojos y déjame allí:
dile a mi gente que he muerto
negándome a vender mi rostro vegetal.

Si muero desgranando la mazorca,
déjame con la mano alzada:
dile a mi madre, que el maíz
me enlutó acuñando sobre mí
su símbolo agresivo de segrí.

Si muero en la calle cincuenta,
arrástrame al Parque Remón
y olvídame allí,
voy a medir lentamente la espera
de la gente sin trabajo.

Amontona sobre mí,
todos los manifiestos que ha pintado el obrero.
Trátame como a quien va a volver a herir.
Voy a reclamar la mano barata de mi hermano indio.
Voy a dar mi saludo
a la criatura cubierta en la Bananera.
Promesas y dólares y un rincón estéril.

Si muero sentado,
ábreme los ojos, ponme de rodillas
y déjame solo.
Voy a pedir la vida bajo la piel
de algún presidiario.

Si muero ahora, ayúdame
a escribir la última medida
y no me resignaré antes de terminarlo.







¡Este niño pobre!

Yo canto doliéndome con los niños
más pobres de América, con aquellos
que nunca leerán los versos de nadie.
Inclinados como pequeñas bestias sobre
la hierba.



Este niño del tercer mundo.
Este niño: barriga prieta de vermes,
uña carcomida y dedo que hurga la nariz.

Este niño apenas parido,
cubierto de trapo,
niño de los charcos, sin cochecitos,
ni pistolas de agua, ni santa Klaus.
Este niño patrón de promesas rotas
y remendadas a mil maneras políticas.

Este pedazo de hombre-mujer
que padece anemia y no hay hospitales
porque el presupuesto no alcanza a la pobre gente
y al hijo del señor ministro le urge un carro nuevo
y el salario de sus amigas también sube...
¡qué cara se vuelve la vida!

Este niño que no irá a la escuela
y domeñará yeguas,
ordeñará vacas de un terrateniente:
tendrá miedo y siempre dirá ¡sí!. ¡Sí señor!

¡Este niño nació muerto!,
lo sacaron en la prensa
por una gira médica
y aplaudieron al dentista
que abría bocas...
y todos callaron.
Sólo celebran al niño que nace asegurado:
alguna recomendación, una piscina,
una escuela, hasta tal vez un viaje a Taiwán
pagado por el gobierno, hijo nacional.

Pero,
¡detrás vendrá la vida!
Donde muere aplastada una flor
nacerá la ortiga, hermosa fusta,
machete y condena exacta.
Donde un niño araña abatido la vida
nacerá el verbo que martillará
el rezo por la paz del piadoso.
Donde queda apaleada una niña,
se erguirá una mujer,
ardor agrio y navaja,
capaces de hacer sudar sangre...
Donde siembran niños con hambre
el universo cosechará torturas y escalofríos...

¡Irrumpan niños
que ya la espera se hace larga
y sus ojos sepultos de pequeñas cosas!.






Melodía de los pobres

¡Los pobres, los pobres, los pobres!,
aplaude y ríe el terrateniente.
¡Los pobres, los pobres, los pobres!,
contesta el timbal de curas y monjitas.
Y... ¿qué hacemos con los pobres?
Uno para ti, otro para mí,
y otro... ¡no me hagas trampa!.

¡Los pobres, los pobres, los pobres!,
chirrían las cajas de medicina caducada,
los sacos de gorgojos y frijoles,
costales de arroz de las damas cristianas,
ropitas que se cansaron de usar los hijos de papá!
¡Los pobres, los pobres, los pobres!,
repiten los niños de la gran parroquia
y que Dios me los proteja...

¡Los pobres, los pobres, los pobres!,
uno para ti, otro para mí,
y, si quieres, todos para ti,
¡harto tengo con oírlos llorar!

¡Los pobres, compren señores,
son de marca registrada!, -dice el buhonero.
Postales de pobres, cartelones de pobres,
camisetas de pobres, afiches y muñecos...

¿Hacia dónde van con pantalones rotos?
Y oí a mi abuelo que decía:
¡Prohibido rezar por los pobres,
prohibido hablar de los pobres,
prohibido trabajar por los pobres,
prohibido recoger basura para los pobres,
prohibido distribuir
analgésico “ayudina-pobremina” a la gente...!
¡Muerte segura para quienes se hallen
en estado de embarazo...!
Y mi abuela contestó:
¡que recemos con ellos,
que hablemos con ellos,
que trabajemos con ellos,
que descubramos su rostro!

Y... ¡¿quiénes son ustedes,
pobres de mi tierra?!





Mis versos

Llevo en mis versos
el rostro rebelde de mi pueblo,
y pegada como lapa su decisión
de contar con un mañana hijo propio.

Recojo mis versos de los pechos indios,
como se recoge el morral de un hermano caído,
y los balbuceo tímido
con la tristeza y la esperanza húmedas.

De mis versos intento
una forma tan lisa y tan redonda
que no los aferre el enemigo.
Una forma tan armada y tan aguda
que no los resistan los labios
de quien pretenda utilizarlos
para socavar mi tierra...

Quiero de mi palabra,
arma del explotado,
chicha de maíz tierno
para mi hermano
que baja sudando descalzo por la colina,
y lima para su coa cansada...

Es mi pueblo quien me afila palabras
que intentan llevar la ropa de la leña
que arde suave junto al amigo que reposa
con su machete a la cintura,
su cantimplora y su cesta de semillas...
Y... mi pueblo, implacable guerrero,
ha quemado el miedo en su brasero
y he visto su ceniza tirada junto al mar.



Mi América niña 1

Esa América vertida y curvada,
hecha marimba rebelde, capaz de esperar
entre matorrales, tugurios, favelas...
me refiero a ella,
a la morenita libre y salada
que me recuerda a su madre,
bella loba que dormía
con la tinaja puesta en el fogón
y sus manos aferrando la cerbatana.
Mi América que crece mojada de sangre
a lo largo de los ríos,
de las selvas, de los barrios bajos.
Ella sabe que su madre
no quiso pintarse las uñas
porque quería recoger íntegra
su rabia de hembra india,
relincho puro en la estepa.
Vinieron aquellos blancos y barbados,
golpearon a la niña, rifaron sus piernas
pero ella, hecha pedernal,
salió cerrando el puño
y tarareando su canto a la libertad.

Mi América, hija espléndida de bravos nativos,
sólo una lágrima para el hijo caído
y vuelta al barranco
porque la patria está ardiendo.
Mi niña América solidaria,
pegada al compañero que cojea sangrando,
airada la voz en una resistencia fecunda.

Esa América tierra y barrendera
que hinca solapada la raíz de mañana,
grávida de danzas y sabor de miel;
poema reventado por el camino antiguo
resuelto a aupar la verdad
contra tanto esputo gringo y fondo monetario...
Mi América niña que se olvida
de comprar encajes y caramelos
y sabe de la sangre ácida de la tierra
y en el ojo negro de la noche
prefiere palabras subversivas del abuelo.
Mi América niña pobre
que toma en brazos a su hermanita,
la trepa a su cintura, tambalean las dos,
camino de la loma
donde vivieron libres y enteros los ancianos.
Niña América, capaz de romper silencios
ante el crimen de los imperios,
esa América india, Abia Yala aguijón y chuzo,
palabra justa, naja peligrosa
contra metrallas y lanzabombas
y malnacido pentágono...
Y no es de Pekín el filo de su machete,
lleva el sabor añejo de la vida
y la historia de los ancianos, nada mansos.
Mi América niña,
como aval, sus hijos golpeados,
tormenta que amenaza,
niña de alpargatas de cuero crudo
y un temporal en su corazón recio.
Ella es mi madre nada sumisa,
y miro en ella, aquella india menuda y franca
que los invasores nunca lograron hacerla Malinche
Miro en ella, aquella chavala africana
que navegó frágil y pisada
con una robusta violencia en su seno desatado,
y supo regar golpe a golpe
la flor del ébano que nació terrosa.
Miro en ella, la picardía de la campesina
que sabe invitar a sus gallinas
a calentar los huevos;
o aquella mujer quebradiza
que mide en su carne la fiebre del hermano,
y ¡qué importa si la llaman terrorista...!
Ella está con el puño a punto de aturdir al asesino.
Mi América niña, contigo voy
y, yo sé que Dios mete su mano en nuestro plato...
Así conversan los hechos y no mienten.





Mi América niña 2

Mi América es de pocos años,
yo diría casi una niña,
semianalfabeta, manos tendidas,
una cestilla de verduras,
un tarrito de petróleo...
Libre e indomable india fue su casta
y ella la prefiere ignorar...
yo la sorprendo extenuada,
cejillas postizas,
pintura de buhoneros.
-¡No tengo qué comer,
y no me va la chicha de tamarindo,
prefiero todo made in USA,
y no me hables de moral,
necesito palacios, joyas, carros,
sirvientas, pistolitas y soldaditos...-dice la niña.

Ella es de pocos años,
yo diría casi una niña:
ha guindado su poncho indio
y su cotona campesina,
ya no lleva la chácara al cinto,
viste jeans, tiene coches grandes,
un rubio de galán...;
ella entra y sale de White House,
cholita exquisita...
y qué bien sabe que ahí, por los corredores,
hacen lengua sus amantes de sus tetillas sobadas.

Le dan poca cosa
por su ollita de kerosín
y su estaño y su cobre...
sus ojeras, ¡qué claritas se le ven!,
y el rubio quiere más y más...
Hijos suyos siempre la han querido defender
pero, ella tiene mucho miedo
que se enfade su amante, y entonces,
el rubio rebuzna a la niña,
-¡di que son terroristas y antidemocráticos..!
y ella repite, ¡terroristas, terroristas!
¡Pobre mi América, así no era su madre!

Ella es de pocos años,
yo diría casi una niña:
dice siempre yes a su carajo rubio.
La pobrecita ha pedido mucho
y su deuda la tengo que pagar yo,
pero de la tablas podridas
y olor a orín que me hereda,
¿cómo la pago yo?
Y ella dice que su macho
es el mismísimo tacto democrático
pero, todos sabemos que el rubio
se alimenta de pobres y escupe esqueletos,
y su democracia huele a oligarcas,
a tragapueblos, a explotación, a miseria,
a mierda;
y ante sus prepotentes vetos,
mi América dice ok.

Entonces, la llamé ¡mi niña vieja!
Y ella tiene cansadas las piernas...
su amante yanqui manda balacear niños,
a saquear y exterminar
y a eso,
él los llama su seguridad de estado,
su interés humanitario,
y grita a mi niña vieja,
-¡di que todo está bien!,
y ella se muerde los labios y dice ¡ok!
El gringo bombardea a mis hermanos,
regala armas para matar a pueblos enteros,
atropella fronteras,
se mea en los derechos humanos,
reparte cien millones
para perforar cráneos de gente pobre...
y dice a la viejita:
-¡Tú, di que esto es peace, peace!
-¡ok!, dice mi niña vieja, pero...
¡cariño mío, ámame con tus dolarcitos!

¡América, América
vuelve a ser mamá
y recuerda a la gran abuela,
guapa lancera india
que subía la corriente
respirando ancha la libertad!

FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE MEDELLÍN

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