lunes, 30 de agosto de 2010
750.- MARILINA RÉBORA
Marilina Rébora (1919-1999) nació y murió en Buenos Aires. Estudió dibujo y pintura junto a Ernesto Riccio, Vicente Puig, Susana Aguirre y Horacio Butler. Expuso sus obras en diversos salones y se halla representada en dos museos provinciales. Paralelamente desarrolló su carrera literaria. Sus primeros poemas datan de 1936, 1937 -algunos en idioma francés como Les étoiles que j’aime, Madame la lune y Mon petit rêve- y 1938. Colaboró en el diario “La Prensa” de Buenos Aires, donde fueron publicados varios de sus poemas. Su primer libro Los días de los días (1969) tuvo gran acogida y elogiosos comentarios por parte de críticos y gente de letras. A él siguieron Libro de estampas (1972), El Río Azul (1975), Tiempos de la vida (1975), Las confidencias (1978), Animalerías (1980), El Lagarto estaba harto (1986) y No me llames poeta (2001).
ANSIEDAD
Ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.
Y no saber siquiera, en qué forma ni cuándo,
ha de concluir el viaje -en milagro de cuento-;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.
Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
perdido el horizonte, sin destino la nave,
sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,
mecida por las olas, columpiada en la cresta,
apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
sólo el rumor del mar, y Dios como respuesta.
EL MUÑECO
¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje;
¡madre, mi madre, acude porque te necesito!
La voz, primero tierna, va haciéndose salvaje:
si al comenzar fue ruego, termina siendo grito.
Todo ansias de amor el son de mi lenguaje,
salvando las alturas en pos del infinito,
desesperante, alcanza, tras impetuoso viaje,
acento de mandato para aquel ser bendito.
Sólo que a su momento la voz se pierde en eco;
el sonido se expande con angustia de ausencia,
y recuerdo, de pronto, el ¡mamá! del muñeco.
Yo también lo repito, como él lo repetía,
y me siento el muñeco de trágica presencia
ya que nadie responde, mi dulce madre mía.
AMOR, YA NO TE EXTRAÑO
Amor, ya no te extraño, porque siempre te encuentro
en la nube viajera, en el astro distante,
en el rumor del mar, en el viviente centro
de la flor que eclosiona, en el áureo levante.
Amor, ya no te busco, porque te llevo dentro
con la impasible luna, con el sol abrasante,
con el fulgor de afuera y la sombra de adentro,
la inmortal siempreviva y el azahar fragante.
Estás conmigo siempre: te tenga o no te tenga,
te siento al lado mío, aunque te encuentres lejos,
en el fondo del alma, bien que no te retenga,
para advertir entonces, recién, de la medida
en que te quiero ahora, que vamos para viejos.
Mi cariño traspasa los bordes de la vida.
LA HORMIGA
Sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta,
va llevando su carga la minúscula hormiga:
el trozo de una hoja en perfilada cresta
colúmpiase oscilante sin impedir que siga.
Apenas se apresura, que caminar le cuesta,
y se esfuerza consciente pues el deber la obliga,
prosiguiendo el sendero, pese a tal lastre, enhiesta,
pero sin detenerse ni demostrar fatiga.
¿Cómo sigue su rumbo el portentoso insecto,
conociendo infalible la dirección que toma?
¿Qué indicios lo conducen por previsto trayecto
y alcanzar sin perderse el lugar donde vive?
¿Será acaso la brisa? ¿O tal vez el aroma?
¿Quizá la propia tierra por su altura o declive?
¿Cuál será la conciencia de un obrar tan perfecto?
VEN, MADRE, A DESCANSAR...
Ven, madre, a descansar de todos tus trabajos
hasta el jardín umbroso que cultivo en mis sueños,
a la luz de luciérnagas y de áureos escarabajos
y la mágica ayuda de esos seres pequeños,
los gnomos, que se visten con trajes escarlata
y brotan cuando alumbran las primeras estrellas,
que usan zapatitos con hebillas de plata
sin dejar en el musgo la marca de sus huellas.
Cantarán para ti la cigarra y el grillo,
ocultos entre hiedras, glicinas o jazmines.
Y con las hojas muertas haremos un castillo
con muros almenados en oro y amarillo,
hasta que se deshaga por sobre los jardines
(en tanto la cabeza sobre mi hombro inclines).
DIOS EXISTE
Dos de la madrugada. En trémula zozobra;
los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde;
cuando la fuerza falta y la tristeza sobra,
en soledad infinita para estar más acorde.
De improviso resuena el son de un benteveo
con tono tan alegre que regocija el alma,
y es tal la donosura de su simple gorjeo
que sonrío, infantil, renacida la calma.
Y digo: Dios existe; es El quien me conversa
como a niña medrosa perdida en la espesura,
para que no me queje sintiéndome en olvido.
La breve melodía, al viento se dispersa.
Y me quedo pensando por tierna conjetura:
¿en qué rincón de cielo habrá colgado un nido?
MAR DE VIDRIO
(Apocalipsis)
Dijiste: "Mar de vidrio", Señor, y es lo que quiero;
un mar que te refleje en toda tu grandeza,
por sobre el cual camines -tu lámpara, el lucero-
para ver, al trasluz, del mundo la tristeza.
Dijiste mar de vidrio, un cristal sin bisel
ni resquebrajaduras, sólo un único trozo,
en cuya superficie se reproduzca fiel
el que ríe feliz o el que ahoga un sollozo.
Y el mar tuyo, Señor, ése al que te refieres,
¿tendrá, al igual que el nuestro, arenas, caracoles?
¿Ondularáse en olas, si es así que lo quieres?
¿Revolarán gaviotas por verse en sus espejos?
¿Dormirá en él un sol o acaso muchos soles,
también vidrio sus crestas, de coral, con reflejos?
Apocalipsis
4, 6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal...
15, 2 Y vi así como un mar de vidrio mezclado con fuego...
NO ME LLAMES POETA
No me llames poeta -un nombre con laurel-
porque mi voz apenas para cantar acierta;
acaso suavizada por amorosa miel,
tal vez unos acentos armoniosos concierta.
Puede sí que me escurra por el alto dintel
hacia regiones mágicas tras mi azulada puerta,
o que salve los mares en barco de papel
para poblar de trinos la comarca desierta.
Mi voz no fuera el tono para belleza tanta
ni tienen mis adentros un germen de tal genio,
el prodigio se opera por la fe simplemente,
lo mismo que madura la minúscula planta
a los rayos del sol, milagroso convenio
de la abeja y la flor, del ave con la fuente.
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