viernes, 27 de agosto de 2010
687.- JUAN EDUARDO CIRLOT
Poeta español nacido en Barcelona en 1916.
Es uno de los más brillantes poetas de la postguerra española, cuya obra ha sido apreciada tardíamente en toda su valía.
Interrumpidos sus estudios de música por la guerra civil, entró en contacto con el surrealismo y simbolismo a partir de 1940.
Trabó amistad con André Breton y formó parte del grupo "Deu al Set" creado por Joan Brossa en 1948.
Su sólida educación musical lo convirtió en crítico de música para La vanguardia, donde también escribió artículos de cine.
Su actividad poética más intensa tuvo lugar entre 1960 y 1972.
Es autor de una obra muy extensa en el campo artístico: «Diccionario de ismos» en 1949, «Introducción al surrealismo» 1953, «Cubismo y figuración» 1957, «El informalismo» 1959 y su importante «Diccionario de los símbolos» 1974.
De su obra poética se destacan: «En la llama» 1945, «Cordero del abismo» 1946, «Ochenta años» 1951, «El palacio de plata» 1955, «Lilith» 1949, «44 sonetos de amor» 1971 y «Bronwyn» 1966-1971.
Falleció en 1973
67 Versos en recuerdo de Dadá
El uno se arrodilla dulcemente
el dos tiene las trenzas de papel,
el tres llena de plata los triángulos,
el cuatro no solloza,
el cinco no devora el Firmamento,
el seis no dice nada a las serpientes,
el siete se recoge en las miradas,
el ocho tiene casas y ciudades,
el nueve canta a veces con voz triste,
el diez abre sus ojos en el mar,
el once sabe música,
el doce alienta lámparas,
el trece vive sólo en los desvanes,
el catorce suplica,
el quince llama y grita,
el dieciséis escucha,
el diecisiete busca,
el dieciocho quema,
el diecinueve sube,
el veinte vuela ardiendo por el aire,
el veintiuno cae,
el veintidós espera,
el veintitrés adora los vestidos,
el veinticuatro sabe matemáticas,
el veinticinco magia,
el veintiséis amor,
el veintisiete guerra,
el veintiocho estrellas,
el veintinueve luna,
el treinta tiene garras de cerezo,
el treinta y uno flota,
el treinta y dos destruye los anillos,
el treinta y tres anula los espacios,
el treinta y cuatro ruge,
el treinta y cinco vive lejos,
el treinta y seis conoce la amargura,
el treinta y siete fulge,
el treinta y ocho baja,
el treinta y nueve quiebra torres,
el cuarenta se expresa,
pero el cuarenta y uno tiene páginas,
donde el cuarenta y dos halla su espejo,
donde el cuarenta y tres se desmenuza,
en el cuarenta y cuatro anidan tigres,
en el cuarenta y cinco monumentos,
en el cuarenta y seis hay una espiga,
en el cuarenta y siete distracciones,
detrás vienen cuarenta y ocho pensamientos,
cuarenta y nueve signos,
cincuenta cruces,
cincuenta y una lágrimas,
cincuenta y dos mujeres,
cincuenta y tres desiertos,
cincuenta y cuatro pianos,
para cincuenta y cinco partituras,
para cincuenta y seis sonidos,
cincuenta y siete soles,
cincuenta y ocho perlas,
cincuenta y nueve bocas,
sesenta muertes,
sesenta y una llagas,
sesenta y dos pirámides,
sesenta y tres adioses,
sesenta y cuatro diccionarios,
sesenta y cinco sentimientos,
sesenta y seis recuerdos,
sesenta y siete flores.
A Gaudí
Relámpago de carne hecha de roca,
gesto de invocación incorporada;
anciano de cristal cuya mirada
parece un girasol de doble boca.
En tu oración la luz se ha vuelto loca
llena de mansedumbre exasperada;
y una tormenta azul, paralizada
se postra a ese alarido que convoca.
Tu arquitectura gime como un bosque
crucificado en furia que no mengua
bajo las destrucciones cenitales.
Yo pido a ese sarmiento que me enrosque
con brasas y zafiros esta lengua
de pecados y cantos capitales.
A la que renace de las aguas
Las huellas de tus dedos
no se ven en las torres.
Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto
al mar
los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,
por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla
pisada.
Dentro del corazón está la muerte
como una runa blanca de ceniza.
Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el
campo negro, pero ven.
Detente ante la tumba
donde los dos estamos.
* * *
Este sonido triste que solloza
es mi espada románica que piensa.
Mi corazón oscuro la acompaña.
* * *
Yo soy un ser humano a pesar mío.
El espacio plateado de mi espíritu
penetra en el espacio gris del mundo.
¿Hasta cuándo?
* * *
Las hierbas son tan rubias como tú
lejos de la ceniza que me aleja
para siempre sin hierro.
La muerte es el pantano de las cruces,
Bronwyn.
* * *
Alucinante luz en que la luna
une la encina blanca desde el cieno
al cielo donde el hielo respalndece
azul en un silencio alucinado.
Bronwyn,
enciende la llanura con tu voz.
* * *
Que las orquestas ciegas del martirio
acaben con los bosques, y los fuegos
de este incendio final, sacramentario.
Bronwyn,
si no puedo ser tú, si no podemos
ser ángel,
¿por qué la niebla es gris sobre el mar gris?
* * *
Piedras como rodillas tibias,
hierbas como cabellos rubios,
cielos como brazos de cielos.
Nace el amanecer como lo negro.
En las miradas siempre vuela el nunca.
* * *
Las ruinas de las runas en la roca
hablan de que yo estuve en este mundo,
donde el mar y la tierra de las nieblas
se funden y confunden.
La vida era una ausencia inagotable,
un laberinto de serpientes grises,
un pantano de rosas tenebrosas.
* * *
La cruz de las hogueras se ha deshecho,
las ruinas de las joyas se estremecen.
Se acerca el cementerio con los ojos
inundados de lágrimas.
* * *
Toma mi oscuro anillo inmemorial.
Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.
Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.
Estoy cansado de estar muerto y ser.
* * *
Toma mi oscuro anillo inmemorial.
Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.
Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.
Estoy cansado de estar muerto y ser.
* * *
Remolinos de cielos y de océanos
de incesantes distancias funerales.
El centro es lo lejano, y es allí
entre espirales grises y plateadas,
donde acaso la cruz es una cruz,
el cruce y el encuentro.
El centro es el lugar donde la imagen
habla desde su doble transparente.
* * *
Por el bosque del tiempo la noche del espacio,
el errar de mi busca, la boca de mi incendio.
En tus ojos, cayendo, un mar gris se levanta.
Lo espantoso es sencillo y está siempre muy cerca.
* * *
Bronwyn;
es un mar de ceniza, está subiendo.
Nuestras alas no existen por la noche.
La cabeza es de cera,
los ojos son espacio.
Te dejo entre los árboles del mundo
y este coro de gritos que persigna
mi estatura maldita.
* * *
Muerdo los sentimientos en el muérdago.
Mi espíritu está solo entre las hierbas.
Los demonios me buscan por los campos,
se disputan mi espada, mi armadura,
mis manos, mi cabeza, mis entrañas.
Mis hogueras de hierro se amontonan
y mis restos oscuros aún humean.
Me acaban de matar,
miro hacia donde vi tu aparición
hace mil años ya; pero la sangre
aún sale de mi boca.
* * *
Bajó el cielo a la tierra
y no era transparencia, era distancia.
Era un cristal de acero separando
lo unido.
Se perdieron las olas de los ojos
las flores de una cima donde un cuerpo
era sólo.
El cielo exterminó las claridades
humanas.
De su luz emanaba un absoluto
desasirse de todo lo tangible.
La pérdida nació como una piedra
negra.
* * *
Se acercan las doradas procesiones
que grabarán mi cuerpo en una losa.
Déjame contemplarte todavía,
mientras mis ojos cambian de función
convirtiéndose en música azulada.
Bronwyn, el horizonte es una casa:
(la imagen incendiada de una casa).
* * *
Nunca he tocado nada de lo que
tú eres.
Estás como una idea en un instante
puro.
Clara en tu firmamento de firmeza
blanca.
Desnuda Bronwyn, llámame, ya voy;
caigo.
* * *
Mi espada transparente te bencice
x galáctica en el lago, luz,
pradera de cristal inesperable:
Bronwyn inmaculada, incensario.
* * *
La tumba es de carbón azul, la tumba
es como un cuerpo sonrosado y vivo.
Hic jacet.
Una espada sin nombre está parada
ante la puerta blanca del invierno.
* * *
Mensajera del más allá, tú vienes
con forma de mujer, pero el abismo
se cierne junto a ti tan dulcemente.
Bronwyn,
constelaciones pálidas esperan
en medio de otros cielos con tu luz.
* * *
Bronwyn, mi corazón,
si nunca has existido eres posible
porque la realidad es muerte viva.
Bronwyn, mi corazón,
tócame con tu nada y con tu nunca.
* * *
No siendo estás aquí junto a mi centro
de hierros desatados,
de distancias dispersas como el humo.
No siendo eres tan mía como yo.
Más mía, pues tu luz sobre mi niebla
vive.
* * *
Es tu dorada luz, aire lejano
lo que viene a los verdes arrecifes.
Dame la mano, Bronwyn, alejémonos
del mar.
A Mitra
Dios con siete collares planetarios,
con mujeres de piedra y pensamiento,
con aullidos de cal en movimiento
con relieves y rojos santuarios.
Hasta las altas llamas son sudarios
ante tu desgarrado monumento
en el que sólo canta un elemento:
el amor que desfonda los sagrarios.
Bestia llena de flores y granates
halo de rosas roncas de rumores,
esposo repartido en el abismo…
Hablo de los pacíficos combates,
de los ciclos de música y colores.
Por las montañas hablo de mí mismo.
A Osiris
Repartido en pedazos y en lamentos,
repartido en países y en canciones,
repartido en lejanos corazones,
repartido en profundos monumentos.
Repartido en obscuros sentimientos,
repartido en distintas emociones,
repartido en palabras y oraciones,
repartido y perdido en los momentos.
Heredero del tiempo y del espacio,
víctima de transcursos y distancias,
ser en seres deshecho y repartido.
Yo busco tu hermosura y tu palacio,
tu boca de rubíes y fragancias
para reunirte solo en un gemido.
A Rene Magritte
Las mujeres con pechos de papel
alumbran la armonía de los prados.
A las ventanas vienen los venados
bajo un cielo de páginas de miel.
Detrás de esa cortina hay un doncel
con los ojos azules y vendados
pero en las blancas vendas hay pintados
tres ojos negros donde está Luzbel.
La pierna adolescente de la bella
abre sus abanicos de cristales
mientras un aerolito resplandece.
La carne es un espejo y una estrella.
El hombre la contempla con puñales
pero la rosa corre mientras crece.
Ángeles
Ángeles con coronas de yerba
Ángeles como inmensos paisajes.
Ángeles como rayos erguidos.
Ángeles con vestidos de llamas.
Ángeles en el muro del odio.
Ángeles como rosas azules.
Ángeles de los lagos profundos.
Ángeles con los pies encendidos.
Ángeles con cabellos de hielo.
Ángeles con rumor de manzano.
Ángeles en la flor de los días.
Ángeles golpeando las frentes.
Ángeles de cristal y de aire.
Ángeles como manos de plata.
Ángeles con los brazos de humo.
Ángeles, o sonrisas, o ausencias.
Ángeles como lámparas de oro.
Ángeles recogiendo las brisas,
Dulcemente.
Ángeles, llorando en mi ventana.
Ángeles violetas y desnudos.
Ángeles con pálidas heridas
Ángeles ardiendo como flores,
Ángeles surgidos de la sombra.
Ángeles del fondo de las piedras.
Ángeles de vidrio sonrosado.
Ángeles parados en el aire.
Ángeles cayendo hasta mis luchas.
Ángeles con hoces de diamantes.
Ángeles de pie sobre la lluvia.
Ángeles de hierro transparente.
Ángeles severos como águilas.
Ángeles altísimos y mudos.
Ángeles con alas de paloma.
Ángeles de las horas glaciales.
Ángeles o círculos radiantes.
Ángeles cantando entre mis labios,
Dulcemente.
Ángeles abiertos como cisnes.
Ángeles sobre un mar de ceniza.
Ángeles como nubes lejanas.
Ángeles, o miradas, o besos.
Ángeles temblorosos y puros.
Ángeles de jazmines y lirios.
Ángeles con violines de fuego.
Ángeles de rubíes celestes.
Ángeles como un éxtasis rojo.
Ángeles de mi sangre infinita.
Ángeles con espadas de niebla.
Ángeles del final de los tiempos.
Ángeles: conjunciones rugientes.
Ángeles como fuentes de perlas.
Ángeles de la calma absoluta.
Ángeles de la furia amorosa.
Ángeles de color amarillo.
Ángeles abrasando mis párpados,
Dulcemente.
Con Bronwyn
Yo también estoy hechizada
Bronwyn
Algo me está buscando por el campo,
o por el bosque negro que fue verde:
Algo de claridad pero sin forma,
como un sonido inmenso que bajara
desde un cielo apartado
por el cielo que existe.
* * *
Nunca supe quién soy,
pero voy
a ser lo que tú quieres sólo siendo
en el sol absoluto donde ardiendo
mueres porque eres.
Voy a ser la eternamente llama
de tu espiga de fuego;
mi resplandor entrego
a tu doliente niebla que me llama.
Caigo en tu corazón que ha de perderse
para que aprenda a rehacerse
desde el cristal azul del océano
al sarmiento quemado de una mano
cerrada al deshacerse.
* * *
Los álamos inciertos de las almas
se alejan por el campo.
Los álamos se alejan, Bronwyn.
Los gritos permanecen y el incendio.
* * *
¿Creíste que no te oía
cuando dijiste:
subes bajo las verdes nubes,
de la tierra que hiciste
blanca en un mediodía
rojo como la herida en que perdiste
lo que a tu corazón te unía?
¿Creíste que no te oía
más allá de las olas
cuando las sombras solas
eran mi todavía?
* * *
Por las sombras desciendo hasta la torre
y vuelvo a ver el mar rojizo
anaranjado.
Y vuelvo a ver los muertos, la corona
de flores aterradas.
¿Creíste que no vendría
junto a las negras rocas,
cuando de nuestras bocas
el cielo renacía
convirtiendo el espacio
en de plata palacio,
la distancia
en nuestra eterna estancia?
¿Creíste que era muerte
la noche de la suerte,
y el fin de la canción
mi desaparición?
* * *
Un nombre estaba escrito sobre el agua,
fue dicho desde el agua, Bronwyn,
entre cienos y miedo a los abismos
bajo las grandes aves transparentes.
* * *
¿Pudiste imaginar
en la noche del mar
que no respondería,
sin hallar
la voz con que diría
dónde me has de encontrar?
¿Pudiste suponer
en la niebla del ser
que no contestaría
y que no encontraría
la voz para poder
responder?
¿Y pudiste pensar
que jamás tornaría
tu nombre a concitar?
* * *
Empujo las paredes calcinadas.
Las inscripciones crujen
y los acordes siguen rechinantes
sobre la superficie rota
del olvido esencial.
*
Te vuelvo a repetir
que siempre esperaría.
No me dejes de oír.
¿Pudiste concebir
en tu triste existir
que nunca volvería,
si es que me pude ir
y que te dejaría
sin venirte a decir
que no quieras morir?
* * *
No siempre puedo recordarte
bajo los grandes trozos de silencio
que me aplastan y dejan en ceniza
tan sólo perseguido
por un sonido oscuro
y por las lentas avenidas grises
de un orbe sin final y sin principio.
* * *
¿Y dejaste a la nada
tu esperanza abrasada
abandonando al fuego
todo el humo del ruego?
¿Y soñaste perder entre las hierbas
el anillo de luz en que conservas
el signo de mi eterna persistencia
en la espiral oscura de tu esencia?
¿Y llegaste a creer
no ser?
* * *
Bronwyn, ¿estás aunque no nunca
pueda?
* * *
¿Olvidaste
mi primera mirada
cuando me desnudaste
estando ya desnuda y entregada?
* * *
La tierra es diferente de la tierra
y el cielo es otro cielo cuando ya.
La luz me está pensando desde el otro
lado del muro blanco de un milenio.
* * *
Estoy en un espacio que no puedes
abrir con los espinos de tus manos
humanas, temblorosas.
Yo destruiré las redes
de todos los arcanos y las rosas
tenebrosas.
Retornaré al pantano gris
y volverá el instante lis
de envolverte en mi luz
más allá de la torre y de la cruz
con relieves,
para que tú me lleves al lugar
en que nunca nos podrá separar
ni el filo de una espada,
ni la doble amenaza de la nada.
Algo me está buscando entre las hierbas
azules de otra vida.
Algo como una imagen sacramento,
como una niebla de temblor.
* * *
Me has llamado Daena,
Shekina me has llamado,
así me has consagrado:
La que Desencadena.
Ten fe en tu pensamiento
de siquiera un momento.
Quiere lo que deseas
para que siempre seas.
Es porque tú eres mi ángel
que me sabes tu arcángel.
Con nocturna ceniza entre tus labios,
Bronwyn
Contemplo entre las aguas de tu cuerpo...
Contemplo entre las aguas de tu cuerpo
la celeste blancura del pantano
desnudo bajo el campo con relieves
y circundado por el verde fuego.
No muy lejos el mar y las estrellas
en las arenas grises de las nubes.
Manos entre las piedras con las olas
y tus ojos azules en las hierbas.
Las alas se aproximan. Descomponen,
perdidas en las páginas del bosque,
Bronwyn, mi corazón, y cenicienta
sobre la tierra negra y en los cielos.
Contemplo entre las aguas del pantano...
Contemplo entre las aguas del pantano
la celeste blancura de tu cuerpo
desnuda bajo el campo de las nubes
y circundada por el verde bosque.
No muy lejos el mar se descompone
en las arenas grises, en las hierbas.
Manos entre las piedras con relieves
y tus ojos azules en los cielos.
Las alas se aproximan a las olas
perdidas en las páginas del fuego.
Bronwyn, mi corazón, y las estrellas
sobre la tierra negra y cenicienta.
Cuando te contemplé ya estaba muerto...
Cuando te contemplé ya estaba muerto,
muerto como las hierbas, aunque crecen,
como los mares muertos, que son rocas.
Sólo lo que es eterno está en la vida,
aunque lo blanco eleva su belleza
sobre las formas grises de lo negro.
Y simula existir donde el no ser
extiende sus certezas transitorias:
Bronwyn, tu claridad no eternamente.
Donde tu aparecías de cristal...
Donde tu aparecías de cristal,
tu cuerpo de cristal tú aparecías
entre las hierbas blancas donde tú.
En la blancura inmensa de la torre,
del bosque de las rocas, de las nubes,
de los grises, los mares de los mares.
Los bosques de los bosques, el cristal
donde lo negro crece ante el altar,
donde crece el cristal ante el altar
Al que me entrego, Bronwyn, al no ser,
al no ser roca blanca ni mar gris,
ni las nubes, ni el cielo, ni la torre.
En la llama
Plumaje azul o la sublime llama
del pájaro temblor del firmamento,
agudo en el martirio donde clama
su descenso final el pensamiento.
Atmósfera león que me amalgama
a extáticas tristezas de un momento,
destrucción sostenida que en su gama
ha insertado mi voz al Gran lamento.
Perpetua exaltación de las llanuras
que la luz acaricia derribando.
Con rumor de monstruosa incontinencia
la boca primordial está cantando
caídas, alas brancas, piedras puras:
El fuego en su furiosa permanencia.
En tus muslos de rosas y de arena...
En tus muslos de rosas y de arena
la lontananza grave de mi sino,
el desatado mar de mi destino
sabe la claridad y así la ordena.
En tu torso que el sol desencadena
adoro la ascensión a lo divino
y en tus brazos de luz a mi camino
desolada se vuelve mi condena.
Tu cuerpo inaccesible contra el cielo
abre sus cataratas insondables,
sume todo mi ser en la agonía.
Tu cuerpo incandescente como el hielo
expande en lo desnudo innumerables
halos que son lo cerca en lejanía.
Eternidades eran cuando tú eras...
Eternidades eran cuando tú eras
la virgen de mi círculo enlutado.
Me aparto de mí mismo y de tu lado
olvido tus plateadas primaveras.
Tus manos de mis páginas de ceras
cayeron en el mar de lo morado
y un cielo de lo gris cayó sembrado
con sollozos y agujas prisioneras.
Perder es ya morir, Bronwyn lejana
no tener es vivir sin movimiento:
amanecer y nunca es la mañana.
Bronwyn, mi soledad, ya no vivirte
es parecer un ser y ser un lento
un insondable nunca en el que hundirte.
Exhumaciones
Transito por lugares de abandono
y contemplo las fosas desoladas.
Las aguas de la noche han descendido
a estas costas humildes, deprimidas.
Todo está convertido en un lamento
sin nombre, acurrucado, irreparable.
Los dioses yacen mudos como esclavos,
lamiendo el oro rosa y el estiércol.
Lentamente yo busco entre las piedras
una llama de aquel incendio inerte.
Espadas de carbón, rosas de plata
aparecen, de pronto, entre los féretros.
Temblando como pájaros se ofrecen
esas flores tristísimas y sucias.
Las largas cabelleras de los héroes
emergen entre lirios y cerámicas.
Homenaje
¡Homenaje a la montaña de Ormuzd,
de donde descienden las aguas a la tierra!
¡Homenaje a mi propia alma!
ZEND-AVESTA
Mi alma es la ventana donde muero.
Mi alma es una danza maniatada.
Mi alma es un paisaje con murallas.
Mi alma es un jardín ensangrentado.
Mi alma es un desierto entre la niebla.
Mi alma es una orquesta de topacios.
Mi alma es una rueda sin reposo.
Mi alma son mis labios que se abren.
Mi alma es una torre en una playa.
Mi alma es un rebaño de suplicios.
Mi alma es una nube que se aleja.
Mi alma es mi dolor, mío, por siempre.
Mi alma es el naranjo azul que arde.
Mi alma es la paloma enajenada.
Mi alma es una barca que regresa.
Mi alma es un collar de vidrio y llanto.
Mi alma es esta sed que me devora.
Mi alma es una raza desolada.
Mi alma es este oro en que florezco.
Mi alma es el paisaje que me mira.
Mi alma es este pájaro que tiembla.
Mi alma es un océano de sangre.
Mi alma es una virgen que me abraza.
Mi alma son sus pechos como astros.
Mi alma es un paisaje con columnas.
Mi alma es un incendio donde nieva.
Mi alma es este mundo en que resido.
Mi alma es un gran grito ante el abismo.
Mi alma es este canto arrodillado.
Mi alma es un nocturno y hay un río.
Mi alma es un almendro de oro blanco.
Mi alma es una fuente enamorada.
Mi alma es cada instante cuando muere.
Mi alma es la ciudad de las ciudades.
Mi alma es un rumor de acacias rosas.
Mi alma es un molino transparente.
Mi alma es este éxtasis que canta
golpeado por armas infinitas.
Introducción
Todos los pasos tienen la forma del pasado,
la forma de las formas donde todo se muere
cayendo en su recinto de plata desbordada,
elegida en el borde de las sombras azules.
Debajo de los días de mis contestaciones
a todas las murallas que la noche reparte
en torno a mi tristeza de roto alucinado
donde el sol no golpea con sus labios en flor.
Debajo de esas causas de elemento remoto:
de esos pasos perdidos que mis manos soportan,
escribo dulcemente con el rostro vertido
hacia la extensa tierra que se eleva ante mí.
Es una tierra lenta de rosas muy oscuras,
una tierra de nombres y puñados de vidrio,
una tierra de grana con estaño incendiario,
una tierra de paja con trenzas de aceite.
Todos sus movimientos me consultan ardiendo,
todas sus invasiones se me acercan de pronto;
cuando de mi agonía resurjo hacia las calles
y paso por mis sangres escucho sus lamentos.
Voy a estar concordando las cuerdas de esa luz
que el aire petrifica rondándome los ojos.
Voy a poner sus arpas encima de mi mesa
donde escribo despacio su forma desgraciada.
Son rediles de polvo mezclado con topacios,
pescados hacinados sobre la cal deshecha
son hombros de jacintos y caderas de sábana
donde todo amontona su rumor de maderos.
Todos los pasos tienen la forma del pasado;
de un pasado sin boca para besar la orilla
de otra existencia hermosa que nunca se ha tenido
a pesar de las fiestas del corazón en llamas.
Entonces a lo largo de mi paciencia nacen
las tibias caravanas de las blancas cisternas,
los amores redondos de los pozos ocultos,
las banderas inscritas en le mármol salvaje.
Miro con mis recuerdos la zona de ese campo
en el que un gran sollozo persiste de rodillas.
Desde la tarde o noche donde un árbol violeta
esparce su mirada, también contemplo el tiempo.
Miro su vestidura de brillo y crisantemos,
su peligrosa fuerza de ventana cortada,
su pensamiento vivo creciendo con las zarzas
entre las alabanzas de los cánticos solos.
Debajo de esas causas de elemento perdido
hay una tierra suave que palpita ante mí.
Es una tierra echada sobre su propio vientre
lleno de estrellas negras y de voces lejanas.
Cuando todo lo mío se muere y despedaza
partido por el ansia de lo que me traiciona,
del crimen cometido por mí contra mis cielos
yo miro ese terreno de temblor y ternura.
Escribo para oírme vivir sobre sus tersas
orillas renacidas en un sarcófago rojo.
De sus sonidos de oro tomo mis instrumentos
hechos de siemprevivas y cabellos heridos.
Todos los pasos tienen la forma del pasado
donde todo se ahonda cayendo hacia el amor,
que es la perfecta nada de todo lo que canta
con la mirada aguda que el diamante describe.
Ya sé que me repito como un muerto que avanza
desde sus pobres ropas deshechas y en la sombra,
hacia la caja enorme donde el mundo le estrecha
para guardar la esencia de su ser miserable.
No me importa la gloria que grita en las paredes
con garfios de tormento la aurora de los días.
No obstante, reconozco la causa de mi origen
atado a la salmodia de los nombres que crujen.
Debo cantar las ansias de la roca extasiada,
las ansias de los peces que lloran su océano,
las ansias de los signos escritos con zafiros
en las llagas inmensas de las naciones secas.
No me importa la gloria, pero adoro mi voz;
mi voz hecha de torres y relámpagos negros
mi voz de combatiente por una guerra antigua,
mi voz de sacerdote con ojos de jaguar.
Es donde mi tristeza se transforma en países,
en lo que todo estalla en floras de riquezas,
en las que me sumerjo con las venas abiertas
para llenar mi espalda de tatuajes eternos.
Jazz-Lilith
Con mis ojos escucho, con mis ojos
de menta y de cristal desmesurado.
Con mis ojos de piano en el ocaso,
con mis ojos de tigre y de cerezo.
Con mis ojos escucho los acordes,
los desgarrados sones de la tarde,
los sones del amor y del sollozo,
los muslos que se acercan por el cielo.
Con mis ojos escucho tantas selvas,
tantas selvas de furia y de carbunclos.
Con mis ojos de piano, con mis ojos
de hoguera abandonada en el desierto.
Los acordes se rompen en el canto,
los acordes se quiebran en los árboles,
los muslos se acercan por el cielo,
los muslos de magnolia y de ceniza.
Con mis ojos escucho los dos muslos,
con mis ojos de menta y de asesino,
con mis ojos de músico extraviado.
Las aves infinitas del amor...
Las aves infinitas del amor
están petrificadas en sus lechos
de roca cristalina y solitaria.
Son aves vivas pero muertas. Son.
Sus alas ya no tiemblan ni en el cielo
se sabe que fue el vuelo de las aves.
Unas son transparentes como vidrios.
Otras son de basalto impenetrable.
Vivieron en los árboles y ardieron
entre los gritos ávidos del júbilo.
Pero todas cayeron desde lo alto.
Están petrificadas para siempre.
Pienso en la claridad de tus cabellos...
Pienso en la claridad de tus cabellos
en la azulada línea de tus ojos
yen el espejo blanco de tu rostro
circundando de espacio y oro verde.
Pienso en el corazón que se asomaba
a la música densa de tu voz
y que se difundía en el paisaje
que sólo te podía responder.
Pienso en la soledad del mar oscuro,
en la del muro gris en que resido,
Bronwyn, y en la locura de saberte
perdida en la espiral más divergente.
Regina tenebrarum
Ira, suma, lira, ¿será rimar?
Como si los leones devorasen tu cuerpo, y tu sanrgre
corriera sobre el mármol escaso.
Así te miro, pensando
en el sagrado día de tu muerte,
cuando un sepulcro inmenso beberá tu hermosura
quemada por el tiempo.
Habrás sido una música ciega en lo alto de un muro.
Mi larga maldición te pertenece como tus propios huesos,
llévatela contigo a la tierra.
Tenebrosa, ¿de qué te sirve tanto oro
confundido con plata?
No podré ver tu muerte, comprobar tu agonia;
sólo tendré una escueta noticia inacabada.
la certidumbre del lugar ocupado por tus «restos»
y la seguridad mayor de que no he de nombrarte
cuando me refiere a mis ángeles clarividentes, erguidos.
Los trozos de tu cuerpo estarán en mi recuerdo,
no entre las garras de las fieras.
Tu fragancia infernal aún será mía.
Las letras de tu nombre descompuesto formarán otros nombres
y en la pradera violeta crecerán otras torres
en los atardeceres prolongados por la sed hacia el pozo
donde tú, entonces, vivías
cuando el cielo era rojo y los árboles escarlatas crecían.
Así acontece ya con cada instante.
El sonido es la muerte que todavía resiste
y levanta, sin manos, un gesto hacia lo vivo.
Oye mi corazón; se está moviendo.
Y esta música horrenda que no le conmueve
soy yo.
Ven a verme llorar,
no lloro con los ojos ni con el pensamiento;
lloro con las entrañas, con los dedos quemados,
con la frente rajada por cuchillos
y con la llaga en llamas que yo todo soy.
Desciende del palacio, ven
a verme llorar.
Verás un monasterio cuando se despedaza
y verás dos mil años en sólo unos momentos,
o en un tiempo tan largo que la historia del mundo
no llena su interior.
(Allí dejamos sólo
un corazón abierto.
El árbol aún hablaba
cuando ya no era nada
en el campo monótono.)
Schoenberg está loco en el jardín de mi casa interior
Los jacintos aún florecen en la noche del África.
Dejadme, suplicó aquel mendigo.
Lo dejaron sin brazos, sin labios y sin ojos.
Yo tengo que recoger su espíritu,
bajarlo de la cruz,
y llevarlo a la cumbre de esta Tierra maldita.
Necesito las hachas brillantes, el punzón
que se clave en el centro de lo Negro.
Yo fui dorado como la nube al sol
o como la corona del monarca apresurado
a sentarse en su trono.
¿Dónde está mi draconario?
Las galeras han muerto, las torres
gimen en aglomeraciones de cenizas
y sus manos se agiten en un aire abrasado.
¿En qué guerra me podría salvar
entre esta turbamulta horrible de cristianos siniestros?
¡Violentos, venid!
Dentro de le dulzura se vierte lo corrupto
y los tejidos cantan un halo segregado.
Heridas sobrenadan,
hierbas, cruces.
Y el cabo de la rosa se repite el sudario.
Todos los cauces hablan con sus más grises bocas,
las rondas de las rocas viven bajo la tierra.
Oh, jardín
oye tu propia voz clavada en un pedazo
de inoíble papel.
Óyela y llora.
(Al amanecer, me aproximo al gran Valle perdido como si
fuese un gigante de piedra.)
Dime, belleza,
¿dónde te ocultarás cuando no exista este sonido
al que, feroz, te aferras?
¿Sabes lo que es el mar? Piensa.
Un día
vi una llaga horrorosa.
Parecía una flor, una torre, un extenso
pisaisaje bajo un sol de plomo.
Le pregunté: ¿Quién eres?
Me contestó un sonido sin habla,
un lamento que aún oigo sin oírlo,
un gemido sin letras. Pero creo
que mi nombre decía.
Es como si, de pronto,
mis heridas hablaran
y los ramos violetas que envuelven mi corazón
temblasen en la cabeza blanca del cementerio, así
una música absorta se eleva de las casas
e intenta retornar hacia el ave secreta
que te deshace lejos.
En la montaña abierta de par en par.
en aquella celeste puerta por la que ya no pasamos,
nuestras imágenes lanzan gritos agudos
y semejan relieves de cristal y de acero,
un Géminis de sangre.
Como si los paisajes fueran cerrojos
y tus manos la rosa inmensa que tapia los cielos;
así me acerco en silencio a tu gigantesco recuerdo,
mientras los lobos gimen en torno mío
y una esvástica negra
persigna mi frente donde siempre persistes
y donde te transformas en una fuente alada.
Pero la Oscuridad es tu dominio y por eso
me voy oscureciendo, Regina
Tenebrarum.
¿Dónde estará nuestro reino?
Todo se ha muerto ya cuando contemplo...
Todo se ha muerto ya cuando contemplo
tus senos de ceniza entre las hojas
doradas de un silencio
grave como la espada vertical
con que todo se corta.
Cuando contemplo el cáliz de tu rostro,
mi graal absoluto,
tan lejos en espacio como en tiempo
y en su combinación de alejamiento
intrínseco.
Cuando contemplo el fuego de tus brazos
ardiendo entre los dólmenes que sueñan
bajo la luz verdosa de los claros
del bosque.
Toco tu corazón con mis palabras
que apenas son humanas por tan ciegas
y mudas en lo inútil;
porque grabar estelas es trabajo
de enterrador y no de amante.
Tono de conjuro
Cada grito que pide un lunar eco
es la sed que atormenta a un árbol seco.
Cada piedra que sola se levanta
es la estela de un dios que nadie canta.
Cada surco de cal, cada amargura
es el muro sin luz de mi locura.
Cada rosa de vidrio, cada llama
es la voz de un temblor que me reclama.
Cada playa sin mar, cada desnudo
es el campo de sol que nunca eludo.
Cada sangre que sé, cada manzana
es la senda, del mundo, más lejana.
Cada verso que escribo, cada canto
es tan sólo un conjuro; sólo tanto.
Tres poemas a Numancia
1. La tierra
¡Oh, tierra! Tierra, campos, rosas,
rosales de tierra desgarrada:
de tierra de silencio y de amargura
abierta a los puñales y los besos.
Aquí quiero cantar, sobre tu pecho,
la inmensa soledad de tus llanuras,
el oro calcinado de tu trigo,
la noche de tu sombra y de tu pelo
salvajemente ardiente.
Quiero llorar por tus montes violetas,
por tus vientos helados, por tus surcos
sembrados con metales y con huesos;
porque pareces el fondo de un océano,
colmado de naufragios.
¡Oh, tierra! Tierra mía, tierra antigua,
durísima y paterna.
2. El enemigo
Un ruido de cadenas y caballos
se acerca por el valle.
Negras espadas, tétricos arados
quieren tu espalda pura,
¡Oh rosa delgada!
¡Oh virgen campesina!
Lívidos tribunos, altos centuriones,
vienen con rojas enseñas,
vienen con tercas amapolas,
y con palacios de lanzas
resplandecientes.
Un ruido de caballos y cadenas
se acerca por el valle.
¡Afilad las lanzas y los dardos!
¡Reforzad las torres y los muros!
que los romanos vienen
con látigos de hierro enloquecido
y lobos de basalto.
3. La ciudad
¡Numancia! Qué pena dan tus cercados,
tus débiles violetas invadidas,
tus sollozantes casas sin ventanas
y aquel color tan triste de la lluvia
sobre tus hombros muertos toma.
He de hablar con dulzura absoluta
de tus pálidas trenzas de barro,
del país traspasado que dominan
tus canciones humildes,
tus violentas canciones.
Y de la oscura paciencia abandonada
con que estabas ahí, sentada en tu colina;
cinco años, diez años, veinte años,
esperando soldados y soldados,
legiones y legiones,
Cónsules y Cónsules crueles,
con águilas rabiosas y tenaces
armas, y suplicios, y murallas.
Quiero hablar de la harina más triste,
de la carne más seca y solitaria,
del invierno más lento, de la noche
atada a un gran dolor más hondamente.
Y gemir por tus ojos profundos,
por tus rosas quemadas, por el suelo,
por tus blancas gavillas de ternura,
por tus muertos sin cuna ni sepulcro,
por la misma grandeza de tu nombre
inextinguiblemente herido.
Triste, mi corazón, como los ángeles...
Triste, mi corazón, como los ángeles
que sólo son cenizas estelares,
polvo de las galaxias más oscuras,
consunciones de cánticos ausentes.
Mis manos me acompañan hasta el bosque
donde un instante estuvo tu fulgor
de pronto recobrado por los ávidos
poderes de la nada y de lo nunca.
Me caigo en torno mío y me deshago
en un montón de letras en que apenas
tu nombre de amatistas y de muérdago,
Bronwyn, no se desgasta con el tiempo.
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