miércoles, 21 de julio de 2010
266.- PAULINA VINDERMAN
Paulina Vinderman. Nació en 1944 en Buenos Aires, ciudad donde reside. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Los espejos y los puentes. (ed. Buenos Aires Sur, 1978). La otra ciudad. (ed. Botella al Mar, 1980). La mirada de los héroes. (ed. Botella al Mar, 1982). La balada de Cordelia. (Fundación Argentina para la poesía, 1984). Rojo junio. (Literatura Americana Reunida, 1988). Escalera de incendio. (ed. Último Reino, 1994). Bulgaria. (Libros de Alejandría, 1998). El muelle. (Alción Editora, 2003). Cónsul honoraria, antología personal. (Summa poética, ed. Vinciguerra, 2003). Transparencias. (antología poética, Arquitrave Ediciones, Bogotá, Colombia, 2005)
Ha obtenido entre otras, las siguientes distinciones: Tercero y Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires
(bienios 88-89 y 98-99 respectivamente) Premio Nacional Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación
(cuatrienio 93-96). Premio Fondo Nacional de las Artes 2002
Premio Letras de Oro 2002 a escritor destacado, de la Fundación Honorarte.
Ha sido incluída en numerosas antologías y traducida parcialmente al inglés, al italiano y al alemán. Sus poemas fueron, además, objeto de estudios y ensayos.
UNA POSTAL PARA EL BICENTENARIO
Éste es mi río: chocolate y saqueo.
Ancho como un mar pero sin pretensiones,
donde la plata brilla por su ausencia,
igual que nuestros sueños de revolución.
Mi cucharita de plata de Potosí sobre la biblioteca
me habla del fracaso mejor que mis ancestros.
(una memoria de acuarela).
Pero digo manzana, noche, ultramarino,
digo seda, lluvia, compasión,
y la fortuna de mi pequeño puerto al sur del Sur,
el idioma que me regalaron
brilla en el frasco antiguo de botica antigua
como plata.
ROSALINDA
Y puede ser que te ubique
en donde nada sucede.
Donde las siestas piensan
por sí mismas
y todos miran pasar camellos
desde cocinas limpias
o jardines de invierno.
Te llamo Rosalinda
y puede ser que hasta acierte
con tu nombre,
magnolia tonta, rosa fea
encarnada,
depositando en baldes tus virtudes.
Te llamo Rosalinda
y es como si quisiera ensangrentar
tus guantes blancos.
Pero nada se puede
contra tu espera legendaria.
Seguirás guardando tu pasión
en pastilleros
y dando vuelta tu falda
a sus aromas.
Para que nada suceda,
Rosalinda,
excepto mi asesinato a la comprensión
ante tu puerta entornada.
"La Gaceta", S.M. de Tucumán 01/08/82
HAIKUS
La tarde viaja
en el ala del pato.
Suelta a la lluvia.
El pez ya no está.
Come de mis sueños,
rojo en la tarde.
La magnolia
sorprende a mi corazón.
Saco de lluvia.
Jardín japonés, 11/10/08
CRUCES
De golpe es muy extraño sobrevivir,
recordar a la mujer hechizada
y no el momento en que se fue:
más errante que nunca pero muy poco sabia,
torpe en el bullicio del verano,
torpe en la espera.
Hubo un hombre sin sueños
para siempre detenido en la estación del calor.
No se reconocieron ni en los ojos
en la planicie árida del parador
(un jugo, una radio encendida,
la loca esperanza de llegar sin morir)
El mundo canta (a veces)
como una apuesta imposible
y eso lo vuelve ronco y despiadado.
No hay rumor para oír, no hay tierra que espiar.
El mundo canta (a veces y siempre)
por los respiraderos de la ciudad
y se abre paso en el tumulto irreflexivo
con una canción que jamás se recuerda
cuando llueve (o hace frío),
una canción quebrada que no otorga poder.
EL MUNDO EN JAQUE
Su gata murió de vieja este verano
y el gomero se dejó secar, poco después, obstinado
en el balcón.
¿A quién contar esta historia de locos,
esta encomienda que llega en un caballo con
arneses de plata -cierto rencor en las comisuras-
con quién contar?
El aire está enfermo pero todos respiran,
ella queda morada por el esfuerzo, insomne para
siempre,
buscando la estrella de lata
con la cual vestía su vida en Navidad
para cambiarla por el dibujo de un barco en el Pacífico
o una palabra que resplandezca en la oscuridad
(y no lleve comillas.)
ESTE VERANO
Este verano se parece a un pueblo todavía humeante
después de un bombardeo.
Del otro lado del río, en la bruma, un bote
está listo para llevarme a la frontera.
Si la metáfora suena dramática, es para proteger
esta ausencia sin brillo, el riesgo de una soledad en sordina
y a repetición.
Las heroínas no huyen del calor
ni de los muñecos quemados entre los escombros.
Hay que llegar (del otro lado), y escribir.
Y escribir es despojarme página por página
de un nombre anotado demasiada vida.
Amo este balanceo en la nada,
los recuerdos como linternas en la noche
que atraen a los animales y los alejan de sus cuevas.
Mi cueva es este verano inmóvil, metafísico,
casi reverente.
¿Hay alguien ahí?
No es fácil de entender tanta certeza, duele el mundo
y yo soy el mundo.
Un galpón atestado de maniquíes de vidrio
para verles, de lejos y cerca, los hilos de la repetición.
FIN DE ESTACIÓN
Es todo lo que hay: una roca que brilla al fin del día.
Habíamos viajado noches enteras y extraviadas
muy cerca del esplendor de lo esencial:
lluvia sobre la piel
sopa en la garganta
y un anillo con forma de tortuga.
Habíamos puesto ropa a secar
sobre árboles que susurraban en la oscuridad.
Y nuestra compasión formaba parte del todo
como el antibiótico en el bolso, y la manzana
y el faro al fin del mundo.
Habíamos imaginado este regreso sin gloria
y sin fracaso
como una pieza de cemento de un artista desconocido.
Los ojos ven al mismo tiempo
el gato gordo del vecino cazando gorriones
en el sol de marzo
y un paisaje en donde nadie llega alegremente
por el sendero para concederme una beca de
convicción.
La roca dispara luz sobre la mesa
y apoya el gatillo en las fábulas del mundo,
no aparecerá en la foto (no la verás.)
De Bulgaria, 1998
LA CITA
a la memoria de Ana Calabrese
Íbamos a tomar el vino del atardecer
sentadas en el piso,
a desplegar el dolor y los amores literarios
como un mantel: algunos agujeros y colores seguros.
Dos mujeres expulsadas del idioma, de la fiesta,
de una terca latitud.
Íbamos a dejar que el río nos invada
(todos tus amigos me hablaron más del río
que de tu desesperación)
Trocitos de corcho, historias de algún tío
obsesionado por la libertad del espíritu, restos
de un ángel pintado sobre una percha de madera.
Tu suicidio anunciado los refugió en el bosque
(a ellos, los lobos, los amigos),
los vació de palabras.
Extraña flor de sombras chinas en la pared,
te convertiste en una voz y un silencio contra un río.
Un poema condenado a una caja inasible.
LA LUNA QUE NO VI
En Palenque
la sombra empieza a caer sobre el palacio.
El último visitante conserva el sombrero sobre la cabeza
y el ojo iluminado por el bajo relieve.
Mira hacia abajo, agobiado por el peso de los jardines que
no existen
y el calor.
Yo seré esa figura para el foco de otro,
pero me quitaré el sombrero
(frente al sol que se va)
y pondré unas hojitas plateadas, la botella de agua,
unas pocas preguntas sobre el esplendor.
¿Qué es lo que realmente queda de una
civilización?
La noche distorsiona, el alma distorsiona.
En el aire amarillo la memoria enfatiza sus
propios solitarios patios.
La luna
va a crecer como un hongo imposible a mis espaldas,
a espaldas de cualquier manera de narrar.
Estoy cercada.
El murciélago se ha llevado mi historia. *
* El murciélago…: metáfora maya para excusarse,
cuando alguien olvida lo que quería decir.
Black Mask
En la novela negra
ella no se enamoraría del asesino,
sería la torva ingenua bailarina de cabaret
o la dulce -nada ingenua-
muñeca con ojos como ciervos, pelo
para agitar en el viento entre las acacias.
En la novela negra
no podría jamás cruzar la línea,
bajo su respiración
estarían los muros amarillos,
la seducción de un héroe al que abrazar.
Y ya no importaría la tensión del poema
o de su espalda
soportando el mundo.
En la novela negra ella no tendría esta asfixia,
este estribillo que envejece
a medida que come de su pan
y abre los brazos en la oscuridad
en un escándalo incumplido.
Si algo la habita
es la memoria de un puerto insignificante
y caluroso
donde la muerte no es un estallido
sino una conversación, una clara evidencia.
La muerte de la imaginación
Lo que más temo es la muerte de la imaginación
El corazón no tiene quien le escriba,
nadie se atreve a cruzar la noche remando
en la intemperie
(nadie se ve)
Y si no fué más que un amor negro, susurrante
que nada da,
el viaje más lejano fue el de mi cabeza
hacia su hombro
(el más inútil)
La rama golpea en la terraza
pero es solamente oscura. El miedo
se sienta a comer un pastel en la cocina
(y dice que es real)
¿Alguien pudo tocar a la desesperación?
Terciopelo, papel de diario, una lata oxidada,
no hay vacuna contra las superficies.
El mundo es un hueco tapado con barniz
(y no respira)
El canje
En algunos poemas el arte es la acuarela,
el arte de la dilución, escribo,
y los cisnes de Natales se esfuman ante la palabra cisne.
La vida se esconde detrás del color
para engañarme,
la vida corre el riesgo de convertirse en una carta infinita.
"Una moneda por cada palabra me daba
el tiempo,
lo invitaba a pasar (él siempre iba apurado),
le regalaba una estampilla rara y un vaso de té frío".
En algunos poemas el arte es el tatuaje, escribo,
y añado: las palabras duelen mucho más
que el peso de las cosas.
A veces el mundo es lento y viejo como una casa
que huele a barco y a bodega
y recibe a las gaviotas como grandes presencias.
A veces el mundo me devuelve
la visita del tiempo -afable pero firme-
que reclama su parte del león.
Abro las alacenas, muestro el cielo.
El fulgor de las pocas palabras que me quedan
es mi oscura tensión
-en el fondo de mi dicha-
la belleza de aquellas palmeras despeinadas
contra la lancha a punto de partir.
XIII
La sombra del árbol cae sobre la ventana
y la mujer sorbe su café dentro de un cuadro de Hopper.
Nada puedo perdonar.
Ni su escote, ni que no levante los ojos para
hermanar su soledad de verano sin humo,
ni sus piernas cruzadas como cubiertos sobre el plato
en una cena tardía, inmóvil, sin conversación.
Este calor lo corrompe todo, deja manchas
en las hojas y en las maderas.
La pesadilla de la noche anterior persiste el día entero
como un ácido, como una gota de sangre vieja.
Es la derrota de mi propia casa
llevada en andas por enemigos invisibles durante
la estación cálida.
En una leyenda habría una conspiración:
la mujer y yo compartiríamos un hombre o un delito.
Huiríamos juntas, por las calles más escondidas del puerto
entre edificios demolidos y ventanas tapiadas.
Y la vida seguiría siendo este enigma ordenado,
esta resaca de todo fulgor, la búsqueda de un reducto
para reponerse de los errores.
En un rincón de la ciudad dormida, sobre el escenario de
un sótano, al fin improvisamos un diálogo de seda,
prisioneras de las cinco personas -remotas-
en la oscuridad.
¿Nos volveremos más bellas bajo el spot?
¿Más serenas?
Conozco esta ciudad de epopeyas secretas
y renuncias.
Conozco esta hora en que el poema empieza a
escribirse bajo las uñas
y pagamos por una ventana que da a un pavimento aceitado
donde el miedo puede recostarse contra la luz.
Mi hija escribe desde Londres
Mi hija escribe desde Londres:
La Tate Gallery sigue en su lugar,
su corazón de diamante sigue en su lugar.
Los leones de piedra
la vieron dibujar el plano del subte
con los marcadores rojos
y la fe absoluta de sus pies.
Arañitas de oro,
me dicen lo que sé:
no necesita de mis poemas ni mis lobos.
Ella puede cruzar todos los fosos,
elegir la distancia entre la voracidad
y el miedo.
Ella puede dormir con la muerte inclinada,
ella puede dormir.
Y no encontrar las marcas de mis murallas
o mis furias prometidas
(no sé qué tiempo hace, no sé si vive el griego
todavía) en Kensington Place.
Sobrexposición
Y es allí, en ese pasto suave
de la obsesión a punto de revelarse,
donde el sonido y la furia del mundo
se atenúan
(tanto como costó acomodar el dolor:
un territorio chico
con un arroyo seco y un caballo)
Y es tan delgada la luz, la diferencia,
que puede oírse el golpe de la muerte
del amor,
mucho antes que los cuerpos se
separen, se bañen
y vayan hacia la vida bajo una luna despareja.
Como un barco en la noche
y la imaginación
que abandona la partida.
Llovió todo el verano
y la vigilia olía a huerto en plena multitud.
Ella sólo se miraba en las viejas películas,
enterraba palabras como huesos de perro
en lugar de escribir (en lugar de vivir.)
No había señales en las cosas,
las ficciones eran eso: ficciones revueltas
en el polvo del mundo.
Un viaje sonámbulo hacia una cita de Barthes.
Por todas partes colgaban trapos húmedos
y el café se aguaba como el cielo.
"¿Quién estará viviendo en la casa de al lado?
Un perro ladra, tiene la cabeza vendada
igual que Apollinaire,
ese rock suena como el mismo infierno
o como un paraíso que no expulsa la furia para existir."
Todo el verano ella se refugiaba en su propia ausencia
como si fuera la casa de campo del lugar
(como si fuera el lugar)
La contracción confusa de una épica borrada
por la lluvia.
Un erotismo callado definía la vida en la conspiración de
la oscuridad,
como otra oscuridad
(muy cercana).
a María del Carmen Colombo
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