CÉSAR SIMÓN
Poeta español nacido en Valencia en 1932. Falleció en 1997.
Se doctoró en Filosofía y Letras con una tesis sobre Juan Gil-Albert.
Fue director del Instituto Luis Vives de Benetússer y profesor de Teoría de la Literatura.
Aunque cronológicamente pertenece a la llamada « generación segunda de posguerra», su poesía coincide con la generación del setenta, década en la que apareció la mayor parte de su obra.
Las siguientes publicaciones contienen su obra: Pedregal, "Premio Ausias March 1970", Erosión 1971, Estupor final 1977, Precisión de una sombra 1984, Quince fragmentos sobre un único tema:
el tema único 1985, Extravío 1991 y Templo sin dioses, obra con la que ganó el "Premio Internacional Loewe de Poesía" en 1996.
Y sí, la muerte es esto:
tú, criatura, ahora,
apoyada en el árbol,
conversando, jugando.
con el otro.
Es ahora.
Te veo.
Es un segundo.
Te irás. Te alejarás. Ahora
es todo lo más claro
posible.
De "Erosión" 1968 - 1971
Algo secreto
A Federico Chopin
Hay en tu vida algo secreto;
es una noche en una casa,
los balcones abiertos al jardín.
En las habitaciones ya no hay nadie,
y, fuera, sólo luz lunar.
Pero el piano suena quedamente
con una melodía muy antigua,
tan antigua que nunca ha enmudecido.
Un pájaro es quien canta, hay una rosa
y hay una espina, en el balcón.
Tú eres el pájaro que canta.
Tu voz es inmortal, porque no es tuya.
y tu carne es efímera y doliente.
De "Templo sin dioses" 1996
Anochecer de estepa
Pupila muerta, voy
-el surco del camino-
hacia los años.
Y qué fulgor -ya allá, ya todo ardido-
del charco, espejo enorme.
Y qué fulgor, y qué hueco del mundo.
Y qué quietud de estatua de sal.
La noche ya es de acero para siempre.
Frío cárdeno, el aire.
De "Erosión" 1968 - 1971
Cuando amas
Permanece en silencio cuando amas.
Escucha al fondo
la vastedad de la respiración,
la gota de agua y el rumor del viento.
Y ven lejos.
Ven, al amor, de lejos.
Desde la noche,
desde el desierto,
arrimado a los muros,
a perecer en él, como acto único.
De "Extravío" 1985
Elegía
Qué vago es el reloj
que suena. Qué extraño
este silencio, nube informe.
Cómo se hunde la hoja
al fondo del estanque.
Cómo florecen siempre los almendros
antiguos, cómo ruedan
aquellos soles, madre,
abuela, amigos -sonrientes-,
mientras sus voces cortan el cristal
de la tarde.
De "Erosión" 1968 - 1971
Elegía del tren eléctrico
Aquella estación. La veo.
Oigo el silbo del tren.
Me voy. Está lloviendo. Estoy sentado,
tarde grande de mayo, dolorosas
punzadas.
Lluvias.
Tú, amor mío.
¿Qué importa?
La tierra está muy seca.
Es mejor, sin palabras, que así sea
todo, que así se caiga
todo.
Pero aquella estación...
Y aquel azul...
Cómo se va hacia dentro
la verdad, oh noche
perdida, circulando,
silbando como el tren
encendido.
De "Erosión" 1968 - 1971
Invernal
Qué tentación, ser viento, ser girones,
ser basura que arrojan sobre escombros.
Dejar que todo lo que quiera
eche raíces en tu polvo.
De "Erosión" 1968 - 1971
La glorieta
A menudo te has detenido
en una esquina.
Has mirado las nubes,
si hacía o no aire,
los ramilletes de los arces.
Has pensado...
Luego, te has dicho...
Pero no. Te habías
olvidado de algo.
Alguien que te empujaba.
¿Un fontanero?
¿Una gruesa señora?
O un hombre importante -una cartera
auténtica, de cuero, una camisa,
un olor de pomada-.
Sí, las nubes.
En general, el aire.
Y no saber.
O sí.
Era allá dentro.
Unos pájaros altos -¿golondrinas?-
¿Blancos o negros? el Palacio
de Justicia.
No sé. Tú jurarías
que careces de peso.
De "Erosión" 1968 - 1971
La rambla
¿Qué música ha de haber
para ti, quietud porosa
de rambla, canto puro
de un ave, con que vibran
los cielos,
brisa que lame el vello
de los brazos,
silencio con que mana la bondad
de la sangre?
Oh tierra, así,
tan áspera, tan suave,
cierra apenas los ojos, piensa en días
que pasarán y pasarán, callados,
tranquilos -esas matas
desconocidas, esas flores
silvestres, esos charcos-
sobre ti.
De "Erosión" 1968 - 1971
Las palabras de Orfeo
-¿No estás ahí, no estás?
Y avanza a oscuras,
y se detiene y palpa,
y reclama a lo hueco.
-Pero ¿ acaso no estás ahí,
y este vacío no es tu cuerpo,
y el eco de los cuartos no es tu voz,
y los muros tu carne?
¿Y las vigas no son tus huesos,
y el suelo no son tus pasos,
y el aire del pasillo no es tu aura,
y tu huida las puertas
y mi deseo todo,
y tu presencia nada,
nada,
nada?
De "Precisión de una sombra" 1977 - 1981
Lo que nos diste
Avena diste, nubes.
Diste el silencio de la tierra,
la densa pulsación de un vino
que lamía la carne. Diste el ocre
ribazo que alimenta
esas brozas.
Sabíamos de las piedras
-de noche allí se posan los mochuelos-,
las diferentes copas y los modos
de estar, de ser ásperos, duros,
el olivo, el almendro, el algarrobo.
Para nosotros era el tiempo raudo,
más difícil la llama de la sangre;
pues yo creía ver
en el tostado rosa de la piel
los puntos
de arena aún,
la sal ya seca en finos
encajes, en el pelo aún mojado
de aquella agua del mar que en él olía;
yo allí creía ver algo más hondo
que un fácil cuerno de abundancia.
Oh ribazo clemente, entonces vino
tu cuerpo, vino tu sustancia,
tu hondura, tu volteo
en la luz, en las nubes y la broza.
Vino entonces el acto de las ropas,
tosco, el tanteo de los frutos
que a las manos prendían en sus cepos.
Y nosotros sabíamos, no obstante.
que estábamos perdidos,
hundidos en la tibia madriguera,
en el vergel viscoso de un instante.
Allí, prietos, como un canto rodado
en el lecho del río; allí, entregados,
mas sin perder la aguja que te punza
la frente. Y, por eso mismo,
serios, humanos, con la vida cierta,
verdadera, en sus límites tenaces.
Aquí había de ser la salvación
o no sería nunca.
No, no lo sería.
Así había que ser, amargos
como el baladre en medio de la rambla;
ásperos, duros, como la carrasca;
simples, intensos, sin quererlo ser ,
como el tomillo; sabedores mudos,
como la roca, como el cielo raso,
que allí están y allí insisten, y allí esperan.
De "Pedregal" 1964 - 1968
Los pasos
Más noche que en las calles cabe en uno
cuando pasa. ¿A qué andamos?
Allá creo que existe una muralla.
Cae la desolación a tierra. Es suelo.
Qué charco. Qué silencio.
El límite, qué claro. Noche cruda,
haznos como tu hielo.
El diamante es duro. Está al final.
El azufre es ardiente. Se rebasa,
se vuelca, llega al más allá. Su triunfo
es un delirio. Oh muerte.
Pero nosotros somos turbios.
No cuajamos.
No vemos bien la sombra.
Y, sin embargo, qué ágiles,
qué fugitivos tras la esquina
subimos por la noche,
huimos, nos perdemos
en los años.
De "Una noche en vela"
Los ruidos
Cuando uno se ha sumergido largos días
en las cosas, pasando los ojos por las aristas
de los muebles, por las superficies;
cuando uno ha estado largo rato detenido
en cualquier lugar de tránsito, un pasillo,
o en el cuarto de baño, de pie, frente al espejo,
contemplando vagamente el blanco
del lavabo,
sin pensar en realidad en nada,
inmerso en los rumores que van llegando:
una moto lejana,
una puerta metálica, al cerrarse,
el melancólico silbo del tren;
uno se dice: esto... Yo..., A palpas,
con un telo en los ojos, tal vez abiertos
a un mundo más lejano, como un radar orientado
a lo más decisivo: el vago gesto
de alguien que dijera: arriba,
el mar, los años, esas piedras
de los pretiles.
De "Erosión" 1968 - 1971
¿Para qué tocar esa piedra...
¿Para qué tocar esa piedra,
una presencia sin mentira?
Andar es indudable.
Sentir no es una mueca.
Y ver, y saber ver (cuando no es nada
lo que se ve y cuando, simplemente,
se enfría).
De "Estupor final" 1971 - 1977
Pedregal
Busca tu duro lecho, oh cuerpo
de plata.
En una mano rosas y en la otra
las frutas agrias.
De "Pedregal" 1964 - 1968
Regreso en el tren
Suave
la noche.
Blanca
la espuma, a flor
de labios. Tu cabeza
tronchada, cómo pende
del hombro.
Noche. Las estaciones
del trenecillo suburbano.
Acacias, bugambilias,
nísperos, tras de verjas, los caminos
entre acequias corruptas, de aguas negras
y brillantes. Bultos de moreras,
ásperas cañas de maíz
en dirección al mar. La Malvarrosa.
Ancho vagón de polvo y papelillos.
Cierras los ojos. Sientes
tu cuerpo joven, derrumbado, quieto,
pero germinativo y oloroso
como el estiércol. Sientes
cómo viene el azahar de oscuras fuentes,
cómo se emboscan las barracas
-girasoles, higueras-,
cómo ladran los perros a distancia,
cómo canta la vida desde el fondo
del barro.
Ya viene el mar, ya hueles
su frescor y su sal, su oscura mole
fragorosa. Ya caminas, ya sigues
al lado de las tapias. La Cadena,
el manantial de Sellarim, jardines
rotos, perdidos, de azulejos,
de fuentes y de bancos de azulejos.
Estrellas. Lejos los silbidos
del tren. Oh madreselva,
verdad, oh dispersión confusa,
aquí amaron tal vez -ficus enormes-,
aquí venían en calesa -blancos trajes
de seda cruda, gasas y sombreros
al viento, al mar-, aquí tomaron
zarzaparrilla, helados. Aquí urdieron
entrevistas nocturnas. Tantas cosas
que ignoras, tantos nombres
que ignoras, tanta dicha,
tanta pasión, que tú nunca sabrás.
Y ahora estos jardines
que pasaron de moda, estos solares,
estos faroles rotos, estas tapias
de bambú, de jazmines, de mojadas
pasioneras.
Oh noche, cómo es frágil
tu paso, cómo es joven
tu ropa descolgada y polvorienta;
cómo están secas estas manos
vacías, que te duelen, entre tanta
facilidad. Mas cómo es grande y pura
la ligereza, el temple con que bebes
lo que te dan: la vida misteriosa,
la densidad oscura, informe, vaga;
este total, lejano desvarío
de tus pasos, en medio del perfume
de los huertos, este ir a casa mudo,
prieto, febril, dichoso, ebrio de muerte.
De "Pedregal" 1964 - 1968
Suburbio
El alma es una pared
de invierno.
Los vagos pensamientos, sombras
de ropa, que zarandea el viento.
Un consumirse frío, el sol
adentro.
De "Erosión" 1968 - 1971
Vientos
Sé que meditas. Pero ven,
saca la testa del rebozo
de oscuras lanas y arpilleras.
Mira esa leve sombra, oye el portazo
-sobre el desnudo- de los vientos.
De "Estupor final" 1971 - 1977
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