jueves, 25 de marzo de 2010

098.- JUAN COBOS WILKINS

Riotinto (Huelva). España


Se trasladó a Madrid en 1995 para estudiar periodismo, profesión que nunca ejerció para dedicarse de lleno a la literatura.
Ha escrito teatro, prosa y guiones cinematográficos, pero su mayor producción ha sido fundamentalmente poética. Dirige además, la Colección de Poesía Juan Ramón Jiménez y la prestigiosa revista de creación "Con dados de niebla".
He aquí algunos de sus títulos: El jardín mojado en 1981, Espejo de príncipes rebeldes en 1988, La imaginación pervertida en 1989, Diario de un poeta Tartesso en 1990, Llama de clausura en 1997, Escritura o paraíso en 1998 y A un dios desconocido en 1999.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas, y ha sido incluida en numerosas antologías y estudios de literatura española contemporánea.

Anillos de saturno

Como piel de serpiente mudada
la inocencia, y más triste,
y estúpidamente predispuesto
a esa facultad privativa
de los seres
-0 dibujos-
animados,
compadecerse, permitir
el saqueo a la ternura: está
maduro el corazón para creer
que el dolor te aureola
con los anillos de Saturno.

Aunque ya ni siquiera
puedes volar tras tu sombrero.

De "Escritura o paraíso" 1998







Ante el río

Cuando sólo te amabas
a ti mismo, el río
no fluía.
Y crecer, escribir,
si era, fue crear
sin memoria de desamor o muerte
-pero insaciable, pero voraz:
autófago-
el otro Paraíso.

De "Escritura o paraíso" 1998







Contra ti

Jugar con pieles
rojas
o dejarte estoicamente arrancar la cabellera.

Encarcelado tras las rayas de un tigre
o, dentro de él,
ir deshojándole uno a uno los rugidos como pétalos
comestibles de una rosa en dulce árabe de miel.

Niño o pirata, sombra o reloj,
continuar, marcharse. No querer
escribir y hacerlo,
qué más da.

Esa devastadora indiferencia contigo mismo, el infantil
desdén, tan soberbio arañazo tuyo contra ti, son
fuego. El fuego ardido de los fuegos
fatuos. La llama
muerta, resucitada entre las llamas vivas.
Y sólo
el alfanje del alado guardián del poema
o paraíso es la frontera de tu más destructivo
deseo inalcanzable:
ser
inmortal, y, a la vez, expulsado.

De "Escritura o paraíso" 1998







Corazón de nunca jamás

Abandoné Nunca Jamás
para entrar en tu corazón.
No supe
cómo me sucedía. Sólo intuí
-pero no quise interpretarlo- algún
obscuro signo: la escritura
similar al insomnio y el ensueño
igual a la escritura, evitar
a mis años la amenaza
ingenua del horóscopo o negarme
tres veces mi espejismo
en un espejo roto a medianoche.

Aún ahora
no acierto a comprender
a dónde huyó la Sombra, cuándo
venció el Pirata, si se hundirá
la Isla, pero escucho
mi adiós a aquella tierra
y como un niño en el exilio
llamo mi país a esa roja
víscera autista, el corazón,
tu corazón
de nunca jamás.

De "Escritura o paraíso" 1998







Cruza el mar rojo...

Cruza el mar rojo
el primer verso
y augura ya mi edén,
este iniciado
camino en soledad
que me profetizaba
-Escritura o Paraíso-
mi elección.

De "Escritura o paraíso" 1998







En la corriente

Mientras te amabas
sólo a ti mismo, no crecías.

Pero anhelaste amar y ser amado
y entonces ya
la corriente del río
se puso en movimiento.

De "Escritura o paraíso" 1998







Escrito en el libro

Si ladra cinco veces el perro en el jardín,
tus ojos, como entonces, vuelve hacia la ventana.

Aunque ahora diga te prometo
regresar cuando apunten
las yemas en el tronco por el que ascendíamos
a nuestra antigua casa,
cuando sea la luz de noche en tu mesita
la de quien en su vuelo
repetía
imbécil,
imbécil...
creo que me olvidaré.

Está escrito en el libro:
te olvidarás de mí
antes de la limpieza de cada primavera.

De "Escritura o paraíso" 1998







La isla

No la busques, la Isla
te encontrará a ti.
En esos bares
en los que siempre cenas solo,
en la obsesión por contemplar un día
la aurora boreal, en las horas
de fiebre cuando desde el escalofrío
de la sábana mirabas
cobijarse de la lluvia
a los inflados gorriones. Incluso
mientras, indiferente, escéptico,
oficias a un dios desconocido.

Donde estés
-entre el tedio o la frivolidad
fugitiva- allí
donde quiera que te escondas,
la Isla encuentra al náufrago.

De "Escritura o paraíso" 1998







La sonrisa visitada

Despatriado entre el olvido y hadas,
qué otro todavía soy yo.
Si aún conservo
mi primera sonrisa y a veces
esas tardes envenenadas que el corazón escarchan
como fruta de Navidad,
que lo empañan como fiordo en bruma, que lo dejan
de nuevo en aquel mismo andén
lluvioso donde nos despedimos, me atrevo
y otro que soy yo todavía -su sombra
de puntillas- se acerca
y la visito:
intacta
mi ex-sonrisa en el formol, se finge
-al verme- copia
de esa copia sin fin que es la Gioconda.

De "Escritura o paraíso" 1998







Menos uno

Tanto tiempo ha pasado y vuelvo
a ti, poema, ten piedad.

Ten piedad,
porque no puedo, no sabré
ya escribir muerte
como antes de la muerte
vivida de mi padre.

Ni amor
será la palabra que fue
y, sin metáforas, conocí
como el amor.

Apiádate, regreso
igual que el hijo pródigo,
desnudo y sin memoria, ten piedad,
poema, del que sabe
por qué todos los niños crecen
menos uno.

De "Escritura o paraíso" 1998







Mientras tuvo alas

En las piscinas celestes flota tu adolescencia ahogada.
Ahora el salto del ángel
sí es mortal
desde el vértigo
- altísimo
trampolín último-
se lanza
y cae.
Cae el cuerpo insumiso desnudo :
ondas
concéntricas abriéndose
hasta fingir disiparse en las prohibidas
láminas del reflejo donde, ahogada, flota la adolescencia.
Salto del ángel, desafío
a la gravedad, vuelo suicida contra esa impura
ley. Esto, y más no, es el cuerpo : ángel de asalto.
¿Libre?.
Libre yo de tus alas, libre yo de tus alas, libre yo de tus alas.

De "Mientras tuvimos alas" Plaza Janés 2003







Nada o los dioses

Tendrás que decidirte.

¿Y si el príncipe entre ser o no ser elige «o»?

Algún día tendrás que decidirte.

Los recuerdos dispuestos para cera y alfiler de vudú, eso
o la nada: la nada o el presentimiento de quien se lava las manos, se enjabona
con la roja pastilla de su propio resbaladizo corazón: el corazón
grabado en el árbol, su flecha o la manzana sorprendida por un gusano de oro:
veneno, amor. Y muerte y fruta
que en la más alta rama de ese tronco
tatuado a punta de navaja adolescente desafía la gravedad, reta
al soberbio desnudo del primer pecado o paraíso.

Los recuerdos, la nada, el corazón, veneno,
amor, eso o los dioses.
Los complicados dioses del dios que al hundirse la tarde despliega
sus grandes alas blancas sobre las aguas igual que un salvador nenúfar,
flotar
para luego estrellarse
contra el silencioso y excitado iceberg de su pecho.
Naufragio o mares
que en verano reciben los cuerpos con el ansia
sagrada, con el mismo antropófago misterio de la transubstanciación.

Tendrás que decidirte.
La noche, Rimbaud
o Emily Dickinson, turquesa y devorado, o la noche
entera de la luz encendida en lectura, en poemas,
para que no arroje el insomnio su fantasma, su pañuelo blanco de muerte
sobre el rostro, para que las islas de nunca jamás salgan volando
igual que una bandada de cometas huidas y, al fin,
una cabeza se recline en tu hombro como si fuera el viento
suave que tumbase los trigos.
El humo de los trenes, el humo de los barcos, los muelles, el andén,
las estaciones... los ojos de ese niño
solo tras el cristal de un autobús, su brillo
húmedo que desmiente la sonrisa que dedica a sus padres.
O el disparo
redondo de una O antes del alba y tu propia cabeza
caída:
caída como el cuello roto de un cisne que era un dios,
una media de seda posada en tu clavícula. Tendrás
que decidirte:
la O es el nido obscuro
donde un caníbal sueña con Rimbaud
pero se tiende bajo el peso del esqueleto ingrávido de un ángel.
Tendrás que decidirte:
no hay
vivisección posible
sin sangre salpicada de polen sobre el mármol, y aún
menos cuando son las vocales brillantes insectos de colores metálicos
que entran por la herida del costado abierto del poema. Nadie
elige entre la lluvia en el patio vacío
del colegio y la lluvia
en las hojas antiguas de las aspidistras, nadie escoge
de los invertebrados la pequeña luminiscencia que podría salvarnos. Optar
es desprenderse de un brazo como de un largo guante malva.
Amontonar besos igual que un hormiguero de arenisca. Fingir
que la nostalgia no te va cubriendo de clorofila
y una dulce ondulación verde es ya la espalda, y pesa.

Juego infantil, cruel: o esto
o nada. Esto
o el tiempo en que la espuma de afeitar
era sólo un perro rabioso, el mendigo
del papel de plata con aquella pregunta
sonando como una moneda siempre en su boca, a quién
quieres tú más.

Y quieres más azul, más violencia, más rayas en la cebra y más colores
en sus rayas, quieres una doble orilla en donde cada ola
pueda dejar su propio ahogado, y llevarse
mar adentro la sombra, ya como piel mudada, vacía de ese ahogado.
Quieres volcar el tintero y regresar al último pupitre
donde los ciervos, los leones, las águilas... todas las fieras de la selva
continúan en los cuadernos amarillos aprendiendo
todavía a multiplicar. Quieres la huelga de los mineros secundada
por la Vía Láctea, el peine que deja los cabellos
salpicados de pequeñas interrogaciones
como fosforescentes caballitos de mar, quieres la tímida
pólvora de Emily Dickinson para que el guerrillero cargue su fusil.

Desasosiego, asombro de la O en su horca o su sexo.

Y quieres
para abrazar, para escribir
cartas a los amigos, huellas dactilares que impriman
la aurora boreal, para rozar la mejilla hermosa, cansada, de tu madre ,
quisieras, como antes de entrar al cine, la tibieza
en las manos del mágico cartucho humeante de castañas.

Decidir no es temer. Amar no es decidir.

Sea, si tanto quieres, el misterio
de ambas: disyunción y a la par, al tiempo, analogía: sea
escritura o paraíso, nada
o los dioses.

De "Escritura o paraíso" 1998







Ola en tu sueño

Tras el biombo de espejos de la memoria,
en la hoja de octubre
caída al calendario, entre
los pliegues fríos de la sábana
te escondes. No evitarás
el sueño del temor a los sueños.

Cuando la luz se apague, la ola
que cubre -mar
vertical- todo
el horizonte, la que no logran
los ojos abarcar, tu Ola,
ha de volver.

Cuando apague la luz
va a alzarse como el vértigo
el mar puesto de pie:
desde el fondo sobrecogido de mi cuarto.

De "Escritura o paraíso" 1998







Para no sí crecer

Fingir, fingir, es ésa la única y no hay
otra fórmula mágica para evitar que fluya
sucio el cauce del río.

Disimular, hacer como que no
vemos ni escuchamos
la fuente de la eterna utopía
que mana con la música de la flauta de un dios.

Igual que un hijo o un futuro
poeta, fingir. Fingir
que sólo a ti te amas.

Fingir que sólo a ti te amas.
Y como de un paraguas, olvidársete
y crecer.

De "Escritura o paraíso" 1998







Paraíso y poema

Detén esta tristeza. No te vayas.
Poema, Paraíso. Soy
quien escribe.

Soy el que escribe
detén este Poema, detén el Paraíso.
No te vayas.

No te vayas. Detén
la primavera. Soy quien te escribe.
Paraíso y Poema.

Paraíso: Poema.
Detén a quien lo escribe.
No te vayas.

Poema o Paraíso:
si escribo, soy.

De "Escritura o paraíso" 1998







Pide un deseo

A cambio de tu Adiós, en el adiós
pedías
-con los ojos
del ensueño cerrados- al cometa fugaz
un deseo imposible:
el ansia,
la pasión de escribir. Renacida
de nuevo con aquel
temblor
-paraíso o poema-
del primer libro.

De "Escritura o paraíso" 1998








Si abandonar el Edén es escribirlo...

Si abandonar
el edén es escribirlo
sé incrédulo:
no debieran los jóvenes
iniciarse en poemas
mientras quedan vacías
las butacas manchadas de los cines.

si escribir, iniciarse,
es despedirse,
sé crédulo:
divididas las aguas
muestran sólo un camino
más recto hacia el adiós.

De "Escritura o paraíso" 1998







Sin equipaje

Te lo llevaste todo, Niño Perdido,
tras de ti. Los juegos
a inventarse palabras, el abrazo
azul del albornoz tan cálido, la ortografía
de regaliz en mi buzón, el tirachinas
descubierto en la colcha
de bodas de mis padres y aquellas
esperas insufribles
con un final -perdóname- de flores
asomando su tierno disimulo
de pétalos ocultos a la espalda.

Todo se fue
contigo a ese país
hacia el que tú vuelas ahora
y del que yo regreso.

De "Escritura o paraíso" 1998








Sin sombra

Como tantas otras veces
pero ya nunca más
has de venir
de noche hasta mi cuarto
y mostrarme
el camino del cielo hacia la Isla.

Como tantas otras veces
no esperaré tu rostro tras el cristal
empañado de mi ventana
ni me sorprenderá tu sombra
revuelta entre mis calcetines, sombra
oculta bajo alguna camisa o en la raya
perfecta de un pantalón planchado.

Con el seguro azar indiferente,
hasta el próximo remordimiento, hasta la próxima
indefensión, nos despedimos.
Como tantas otras veces, pero ya nunca más.

De "Escritura o paraíso" 1998






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