GOYA GUTIÉRREZ
(Zaragoza 1954). Entre 1968 y 1999 vivió en Barcelona, en cuya Universidad se licenció en Filología Hispánica. Ha sido profesora de instituto de enseñanza secundaria en el área de Lengua Castellana y Literatura.
Actualmente reside en Castelldefels y forma parte del grupo de poesía Alga de esta ciudad. Desde el año 2003 es coeditora y directora de la revista literaria Alga, en versión bilingüe (castellano-catalán), que junto a la literatura alterna la publicación de otros lenguajes artísticos como la fotografía, el dibujo o la pintura.
Sus actividades culturales giran en torno a la literatura y más específicamente la poesía, asistiendo a lecturas de libros, tanto propios como ajenos, presentando a poetas, leyendo, y escribiendo tanto en el campo de la creación como en el del comentario textual y crítico.
Poemas suyos han sido traducidos al catalán, italiano, rumano e inglés. Ha sido invitada y ha participado en diversos Festivales de poesía nacionales e internacionales.
Durante los años 90 formó parte del grupo de poetas editores de Bauma Cuadernos de poesía, de Barcelona.
Sus libros, poemas y trabajos críticos han sido recogidos y publicados en diversos diarios especializados y revistas nacionales e internacionales, como Turia (Teruel), Cuadernos del Ateneo (Tenerife), Cuadernos El Matemático (Madrid), Cuaderno de Estudio y Cultura no. 28 de la ACEC o Alga (Barcelona), entre otras, y en numerosas antologías, algunas aún en prensa, mediante libro o en formato digital. Hasta la fecha le han sido editados los siguientes libros de poemas:
Regresar (1995) y De mares y espumas (2001), que inciden en el intimismo de temas como el amor incompleto y la soledad.
La mirada y el viaje (2004), que sondea la belleza e indagación en los espacios, sobre todo urbanos, y los mundos que en ellos habitan.
El cantar de las amantes (2006), que entre otros temas viene también a ser un homenaje y diálogo con la mujer artista, poeta y amante real o literaria, a través del binomio literario Eros/Thanatos.
Ánforas (Madrid, 2009). En este libro, Goya Gutiérrez traza distintas imágenes de la poesía y del hecho poético en general, que confluyen en la imagen que el propio título expresa, como lecho donde albergar la memoria poética del fluir temporal, ante la conciencia de la muerte.
Hacia lo Abierto (2011). En general la intención que hay implícita en este libro es la búsqueda de una respuesta a nuestro mundo dentro de un Universo tan misterioso, como inabarcable, a pesar de los avances científicos … Así el poemario viene a intentar abrir un interrogante a modo de tímida esperanza ante la idea del sinsentido materialista de la existencia. A crear una pequeña cosmovisión basada en la idea de las filosofías y religiones orientales, que más tarde acogieron los románticos europeos, del sentido cíclico tanto de la historia y la vida del ser humano como del propio Universo físico.
Desde la oscuridad/From the darkness (2014) Es el retorno a un locus amoenus de un pasado primordial, a un espacio onírico que constituye la construcción de un estado larval de felicidad, a un primer amor, y a su consecuente camino inexorable hacia la destrucción, hacia la muerte.
Grietas de luz (2015). Desde el título mismo, Grietas de luz es un acercamiento a la ambigüedad de un vacío que convive con la esperanza de la luz, con la secreta promesa que permanece y nos salva del fracaso y la negación última. Estructurado en tres partes que son, a su vez, tres espacios poemáticos bien definidos, este nuevo libro de Goya Gutiérrez oscila entre pasado y futuro, nos conduce desde la niñez a la maternidad, desde los naufragios y las pérdidas de otro tiempo al reencuentro y la convivencia con la hija, que es también el reencuentro con la belleza, la celebración de la hermosura, el nacimiento de la vida y su esplendor.
De "Ánforas" 2009 Editorial Devenir, Madrid 2009
Dar vida cantar su muerte
Tú sabes que no es fácil
que vuelvan a brotar esos gladiolos
Decir que en otro orden la luna el mar existen
Que grullas cenicientas transporten en su pico
la tormenta que sus sílabas puedan
relampaguear en tu poema
No es fácil que no te tiemble el pulso
ante el recuerdo de tantos amasijos de hierro
enmudecidos o de quien rehaciéndolos
quiso darles su voz sobre los campos
de pétalos cruzados en tallos de agonía
Que después de la noche cavada
ya ninguna palabra pueda ser pronunciada
ni escrita con su traje indigente
Y el peso de su color raído
Ha minado las capas muchos de sus tejidos:
belleza vaciada
en un negro agujero de polilla
¿Pero acaso no es ésta
la artífice de esa perforación?
Las palabras son panes que se amasan de nuevo
con esa levadura del día
Para mostrar las cosas los seres sus carencias
de mí a tu otro tacto
Transformándolas al calor que las dore
Y las haga olvidar en su corteza formada
los rumores los gestos todas las manos
que tú sabes en su interior habitan
Para poder vivir:
Dar vida cantar su muerte
De parada y destino imprevisible
Hay trenes como flechas traspasando mi ensueño
Oigo en la lejanía su aullido dilatado en el aire
en medio de la noche
Y todos sus vagones semejan componentes
de esa vieja manada de los antiguos lobos
Atravesando el furor de los hombres
Viajando así en su huida
hacia estepas que quieran albergarlos
Son trenes que no paran ni detienen su curso
en nuestras estaciones de paso cotidianas
Temen perder el rumbo y la velocidad
de su galope al ritmo de una brújula
dirigiendo sus pies fijando su destino
Veo el rumor de su despedida expandirse
Alejarse de la inmediatez de este silencio
de sonido vacío
como el foso que vela ésa tu otra existencia
Hay trenes alados que circundan mi calle
Aves de vuelo gris amaneciendo
que esperan arrancar como ayer
la noche de tus ojos
Su graznido ya no parece huir
Ves cómo se detiene y se aposenta
en raíles de un hierro
que si escuchas en él oirás aún las grietas
y el sabor residual de viajes oxidados
Sobre ellos ha crecido este ofidio
de nuestras cercanías
que pretende engullir tantas manos y pies
ovillados aún bajo su manta en sus asientos:
Hacia el aire expoliado de alas de la gran urbe
Hacia el nido gigante donde reina
un grito más duro y compacto que la roca:
cemento armado gris llenando la calvicie del día
al olvidar la oscuridad que acoge resonancias
De voces y de espacios
O raíles uniendo los fragmentos de túneles
que en mi insomnio estacionan
para que te alces al vagón de otro vuelo
De parada y destino imprevisibles
Del libro “Hacia lo abierto” (Barcelona 2011)
Con todos sus ojos ve la criatura lo abierto.
Porque cerca de la muerte uno ya no ve la muerte
y mira hacia fuera fijamente, tal vez con amplia mirada
de animal.
RAINIER MARÍA RILKE
(Tierra o existencia 1ª parte)
De su revelación (Fragmento)
I
Ojalá sabiéndome vivir pudiera
Abrir mi corazón como granada
Reintegrar a la tierra al agua al aire al fuego
esa semilla que a ti y a mí nos fue otorgada
y al espacio del continuo fluir pertenece
No temer a la muerte sí a los dioses
impuestos y palpables
Pensar que de nosotros se alzará una energía
consecuencia final de todo lo vivido
que podrá o no enlazar sus manos:
al finito eslabón
sin principio ni fin del Universo
II
¿Por qué sufres entonces
tiñendo de veneno tus latidos?
Por qué nunca aprendemos
a no sentir el peso de nuestra exigüidad
Quizás es que en el fondo nos sabemos
tan leves como plumas
subyugadas a la fuerza del viento
Y cubriendo con guantes nuestras manos
vamos echando lastre
de todo lo celeste y lo terreno
que atrae al interior del horno inmenso
nuestro cuerpo y espíritu imanados
Hacia el mundo candente y mineral:
licuar transformador universal
de los metales
IX
Y tú poeta intentando avanzar
por las espesas arenas del desierto
nómada develándote en éxodo continuo
hacia la sed de hacerse fuente y de brotar
mujer hombre persona
Árbol diseminado por algún espejismo:
silente observador que a nuestro errar asiste
Él como tú permanece
mientras una retina los absorba
y aquel pliegue de las ramas internas guarde
esa leve hendidura de alguno de ambos pasos
o un fulgor entreabriendo una palabra tuya
Ni él ni tú pueden salvar a nadie
ni esperar salvación:
aunque las manos de sus brazos secos
parece que quisieran rasgar el firmamento
(Agua o sueño 2ª parte)
Invitación al viaje (Fragmento)
III
Se ha levantado el día con su sol
Su luz es la muralla el límite
de algo paradisíaco surgido y eclipsado
por los lomos antiguos sin ninguna inscripción
En esos anaqueles de la gran Biblioteca
de ensueños de la noche
La luz nos ha expulsado y nos regresa
a ambos rostros de carne
Un reflejo ha encendido el fulgor
de un relámpago en alguna caverna
de nuestro delicado corazón
Y al instante se ha ahogado
en un inmenso mar de claridad
Nuestra contemplación comprometida
amable hace anodinos nuestros rasgos
Quizás jamás volveremos a estar
tan cerca frente a frente
Nos cubrimos con el habitual velo de lo extraño
sin saber lo que fue
Sabiendo lo que podría haber llegado a ser
El ritmo se aminora se agudiza el silbato
Te apearás después de que nuestras miradas
quisieran con sus pequeños rayos develar
y hacer suya
esa sustancia ambigua fugitiva inabarcable
que alguien nos dio a beber desde lo oculto
(Aire o despertar 3ª parte)
Que nadie intenta poseer (Fragmento)
V
El éxito consiste en ese sigiloso oteo
zafándose acechando
El éxito es la destreza del guepardo
La articulada esbeltez de los rayos sus músculos
La certeza del salto que cree en su valía
por fin sobre la presa
Pero tampoco la justicia existe
en la Naturaleza
Y como en el mundo de los humanos
en la cima más alta
los cien ojos observan
el diligente trabajo silenciado
por un vuelo de negros alerones
Ocupación del aire hacia la tierra
a favor de otra pluma de otro estómago
Majestuosas alas guardianas de la esfera
de nuevo han descendido
hasta las mismas vísceras
VI
Nunca antes había visto un azul
jaspeado de blancas y grises gaviotas
como aquél asomado al Atlántico
Un azul como un ancho silencio
Atracado en el puerto
Encarnado en los rostros marcados
cuyas miradas dicen que nada han de esperar
viendo llegar las barcas
Ahora todos convergen en el sabor intenso
de la sal en el aire
- el viejo deseo de un pasado-
Flota libre el frescor de la sangre
como savia y ceniza en lento vuelo
la vejez de la sabiduría
La ganancia quizás de estar
desaprendiendo ya la muerte
esa quietud abandonada
perdurable
en la memoria de la palabra
a la que todo arriba
que nadie intenta poseer
(Fuego e inicio 4ª parte)
Quizá nuestro adentro esté ya afuera (Fragmento)
I
Quizá en su principio fue la oscuridad
en el silencio de un color
sin nombre
La oquedad absorbiendo
Un gran vientre pletórico
que al quebrar sus confines
dilatando se abrió
Y fue un gran estallido
el que hizo surgir
del último estertor: la llama
Un grito desgarrado: la vida
Desde dentro hacia afuera
Desde fuera hacia adentro
Del libro "La mirada y el viaje" Barcelona 2004
Bajo el manto de estrellas...
Bajo el manto de estrellas
De Nevsehir,
Te transportó la nota dilatada
Del cantor de un alminar.
Y en esa noche que tú ya conocías
A oscuras y vestida de un silencio remoto
Te embarcaste, como en sueño hacia aquel fondo,
Donde se refugiaron Titanes
Que fueron desterrados del mar a las tinieblas.
Prisión de siglos, gestación de gigantes
Y nacimiento del que fuiste testigo.
Y en esa convulsión de fuego y fuerza
De la boca materna incandescente
Densa leche que fue manando por la tierra,
Formando así las rocas habitables:
Chimeneas del viento, subterráneos
Refugios indomables, nostalgias
De otros tiempos, caricias femeninas
De las dunas jugando alrededor
De erectas piedras, bajo el ardiente sol
De CAPADOCIA
Benarés
Aunque penetres lentamente,
Al principio no sabes
Si estás en un infierno,
Pero el olor a polvo
De ruedas, pies desnudos,
Pezuñas y pedales
Es terroso y terreno.
Y el flujo inagotable,
De embarrancado río
De gentes y animales
Sacrílego, en las calles
Del elegido puerto
Y Útero de la muerte.
Bajo nubes de incienso
Llama el fuego a los muertos
Engalanados y dispuestos
Hacia el altar, lugar de inicio
Que no cambia.
No hay luto en esta noche
Candente de sus carnes
Crepitando en el viento.
En la quietud del cielo
Desnudo que amanece,
Devolverá el aire
Al agua su principio.
Navegará,
Entre ceniza y lodo.
Alboreará,
El mundo liberado
Del perpetuo regreso
Ciudad de los amantes
entre las diagonales de su cuerpo
mis pasos indecisos te buscaban,
huyendo de esos túneles inmensos
que engullen el metal
de los atardeceres,
y traspasan como agujeros negros
la ciudad y sus sueños las espumas,
aleteaban crepúsculos del último verano
archipiélago en la arena
de sus brazos,
se presentaba octubre vestido
de promesas,
noviembre cobijaba el temblor
de caderas aún frescas
que ya diciembre helaba,
y sus noches violetas derramaban
esperas
paseábamos las horas de ida y vuelta
hacia aquellas afueras
de ciudad,
donde los arrabales
tiñen con su cemento
el humo engendrado de las fábricas,
y motores impúdicos violan
silencios
de jóvenes amándose en parcelas
sin dueño,
ya ascienden por los muros buganvillas,
colorean el aire presagian primaveras,
presencian las ágiles piernas decididas
de la mujer hacia una cita a ciegas,
¿y adónde estabas tú cuando el amor
empuja desde el mar como un útero?
allí, junto a la brasa de despierta
luna, el cálido remanso de tus ojos,
el agua de tus brazos
regresando
mi cuerpo hacia otros túneles
de océanos de mares y desiertos,
aquí, dentro de nuestros pechos
que agolpaban las noches y los días
destejiendo,
para al fin encontrar
la hebra de seda
que el amor escondía en sus dominios
Ciudad de los tranvías
A Antoni Gaudí
los azules y verdes se entibiaban
hacia malvas y púrpuras,
como hogar encendido crepitaba la tarde,
y Ariadna
en sus ojos de niña, silenciosa
apresaba
el vuelo de las hojas y el ondear de un hilo:
estrechos ríos férreos surcaban
la ciudad de luciérnagas,
hasta la estancia mirador
llegaban aquellas dulces voces
de los locutores
que ella creía, habitaban allí,
felices y encantados por un mago
en aquel pequeño laberinto de cables,
misterioso
detrás del balcón y sobre el balancín
Ariadna se quedó dormida,
y en su sueño el crepúsculo
la condujo a una cueva
de galerías infinitas y abiertas puertas,
y ventanas que penetraban
en habitaciones de árboles
que daban al fondo
de un batiente mar
de danza planetaria,
y allí estaba él: genio, vate, Dédalo,
inmerso en el arte
y juego sin fin,
recorriendo casi agónicamente
con sus manos
el insondable espacio,
pesarosos los ojos
de no poder darle alcance al tiempo,
inagotable búsqueda, en sus dedos
apareció el extremo de un hilo,
corriente que lo arrastró hacia fuera,
un antiguo clochard se confundía
entre la muchedumbre ajena
en su mano una moneda para regar
aquel jardín eterno, abandonado
en la ciudad ausente, dormida
entre sus pasos,
Ariadna despertó violentamente,
tras los cristales el rostro
enmarcado en una conocida elipse,
y en las dos ondas verticales
de aquel número
raigambre
de obra, vida y muerte
sobre aquellos dos hilos paralelos
y negros, un cuerpo
desvencijado, anónimo,
y el parpadeo tenue
de una vieja luciérnaga
Ciudad hospitalaria
entre lisa pared y pálido jazmín
suben hacia este monte
palomas, tulipanes, bellas gardenias,
con sus manos de verde laurel
abrirán lechos blancos a la noche insomne,
vaciarán de dolor las cuencas de los ojos,
verterán amarillos de fiebre en informes,
pulsarán con sus dedos asépticos tubos
por donde discurren los ríos aciagos,
los túneles de aire, los vientres sin fondo,
los cuerpos de niebla tendidos
esperando del sol la mañana,
que disipe los grises
y el olor a otoño de los crisantemos
los pasillos extienden sus largos
tentáculos a orillas del breve reposo,
dando asiento
a aquella fatiga de la media tarde,
cuando ya las visitas regresan al mundo,
y el cálido rostro de palabras firmes
del especialista y doctor, queda lejos
diluido en las tenues luces del atardecer,
de las frías estancias de urgencias
suben ecos de navajas rojas,
y rumor de deseos sin frenos,
y quejidos de metal y sombra,
el murmullo se adensa en los techos
y presiona bajo finas vendas
la cama de al lado con cuerpo
sin alma, que anoche
sostenía aún su duelo
la enfermera cambiará solícita
la habitual posición de brazos y caderas
sin rastro
de sudor o lágrimas,
por un nuevo sueño bien algodonado
un frescor a semillas y a heno
llega en la mañana,
y las rosas de un jarrón, cortadas
anuncian partida, y su límite,
y el olor conocido de pétalos
nos devuelve
a retazos de tiempos y a nombres
y a calles, y a pasos sabidos
para desandar, lejos, muy lejos
de ese tiempo helado
de los hospitales
Ciudad violentada
[...] sé, en la guerra
tú, mi compañera
Safo, Himno a Afrodita
no hacen falta batallas,
huestes, generalifes,
metralletas y láser
marcas ultramodernas,
ni carros de combate,
ni buques de contienda
puede oprimir un techo,
la baldía ventana
que ha incitado al silencio,
el miedo aposentado
en la alargada mano
dominando la puerta,
recordando su cerco
en la piel lacerada
del alma, o de un beso
que ya sabe a alambrada
un brazo poseído,
poseedor de sombra,
un castigo sin culpa,
una invasión, sin fruto
dorado que exprimir,
un diablo sin su infierno,
quizás la libertad,
la belleza, el amor
podrían con el tiempo
llegar a transformarlo,
pero el cretino ríe
ante la tecnocracia
sabia y amordazada ,
y se extiende veloz
como la vieja peste
herrumbre de muñones,
ángel de dos cabezas
atraviesa las nubes,
vuelven polvo y ceniza
a contagiar la tierra,
será herencia o presente,
o serán esas piedras
partidas, mal curadas,
una letal vivencia
en este nuevo siglo
mientras, la voz de un niño
entre las ruinas, canta
Del libro "De mares y espumas" Barcelona 2001
Presente
Me desboco
En las arterias de tu música,
En sus ojos de neón.
Abrazo claros de luna.
Hago equilibrios
En las aristas de la madrugada,
Destruyo los límites,
Altero el orden de los días y las noches.
Para curarme
De la ceguera de tu boca,
Vierto licores envenenados
Que adhieran tus paredes
A las mías.
Enhebro en tu lengua
El hilo de mis deseos.
Me anudo en tus labios.
Danzo en tus vértices
Agotando las horas.
Tiempo cero
a Mercè
Un pájaro metálico
Devora la distancia,
Pero sabes que estás lejos
Cuando miras las sonrisas
Blancas, sin ironía
De su noche.
Allí, donde la bruma
Desdibuja los perfiles,
Y la montaña se alza
Amamantando el cielo.
Allí, en la raíces inalterables
Del baobab
Reflejado en sus ojos
Encuentran su refugio:
Máscaras danzarinas
Que espantan
La carrera de otros tiempos.
Allí quizás regresas tú
Disfrazada de viajera,
De incansable consumidor
De instantes.
Del libro "El cantar de las amantes"
El cantar de los amantes:
Homenaje a la poeta y al
poeta suicidas.
"Y ahora soy
espuma de trigo, resplandor de mares"
Sylvia Plath
Espuma espuma
Tragarse el mar respirar agua azul
limpiar con su sal los pulmones enfermos
de ese alquitrán del tedio que atrapa a algunos
seres que se escriben y pactan con la muerte
y has de estar en el mismo saliente
de piedra en la misma grieta
del cristal para comprenderlo
pero dejan su estela enrojecida
sólo para los otros
para muchas de ellas de ellos no hay tragedia
sólo hay ese deseo de cortar la última
hebra
salir de la jaula del mundo
sólo el pulso final el instante febril
de desenmascararla de mirarle a los ojos
sólo querer ser un mar silente
las olas
cercenando las púas de la angustia
entregando la raíz de la voz
a la gruta de las palabras
sólo ser píldora enrocada del reposo
disolver la conciencia
inundar la memoria ser nada
espuma espuma
La flor del hibisco
IV.
Ahora que la luz permite reencontrar
Los silencios que en el grito hibernaban,
Ahora que la lluvia crece irreversible
Bajo el resplandor del trigo y sus espigas
No quiero
Que el tiempo en que dudé de mí
Y de tu existencia
Trace sus redes de telaraña inhóspita
V.
Pero, sin el certificado de amar,
Sin bendición ni hipoteca que obligue,
He mezclado mi sangre con tu sangre.
Mi saliva a través de tus labios
Se entrega como espuma
De ola a las arenas. Tierra y carne
Preñadas del olor a magnolia
Y del color del ámbar. Las lenguas,
En aquel hechizarse, olvidan
Los recuerdos de sombras de aves negras
Que traspasan el aire y llegan
Hasta el rayo fatal,
Con cuya claridad abrasa
El espectro más ínfimo.
VIII.
En la habitación contigua
Ella escucha a la muerte.
El sonido del agua que baja
Desde el cuarto de baño
Hacia la alcantarilla
Es su helado mensaje:
Disuélvete en la nada,
Acabará la lucha,
Ellos quieren que arranques
La baldosa que guarda tu secreto,
Y despeñada desde el acantilado
Te absorberán las olas.
Pero la vida que aún la estira
En buen agrimensor la ha convertido,
E inspecciona el terreno
Y no halla en sí la kulpa, ni el kastillo,
Y mide, con mano temblorosa
La frialdad del agua…
De pronto
El timbre alborotado del teléfono,
El trajinar cotidiano de unos pasos
Y aquella voz amada
Regalo diario: flor de hibisco,
Que le recuerda el nombre enrojecido
De ese medicamento
Y juntos
La reintegran al mundo de los vivos.
X.
Como flor de heliotropo
Queriendo absorber toda la luz,
Me siento yo de ti avariciosa,
Y tengo a veces miedo
Si no de dividirnos,
Sí, de que un azar ingrato
O un accidente absurdo,
-Aquél a quien llaman el destino-
Imponga la tiranía ciega,
Y sus celdas oscuras
De aislamiento.
Por eso enciendo velas
En toda nuestra casa,
Acaricio el color de las maderas
Y viajo a través de nuestros cuadros
Esperando a que llegues,
Sentada en un viejo balancín,
Y lleno todos los huecos y rincones
De blanca sal marina.
XIII.
No hay amor sin su sombra y su dolor...
Eros siempre es un niño
Que se nutre de amnesia.
No hay amor sin su sombra y su dolor
Lo sé.
Y también sé que el mar borra las huellas
De las horas clavándose en la arena
Y los ojos llenándose de azul,
Que a veces miran glaucos y poblados
De niebla
Las espumas, desde otoñales playas.
Por eso,
Cuando desvanecidas las estrellas
Que alumbraron estos primeros pasos
Del amor,
Quedemos solitarios una noche
De Octubre
Bajo débiles luces de neón….
Aun sabiendo
Que el tiempo seguirá con sus estragos
¡Cómo quisiera envejecer contigo
Y en los rescoldos del invierno amarnos!
XIV
Y cuando hagan acopio las cenizas
Y amanezcan los primeros fríos:
Juntos indagaremos otras fuentes,
Nuevas formas de amar y de ternura,
Juntos rescribiremos estos versos
Con la sabia mesura de quien llega
De ese viaje del tiempo y la memoria.
Juntos avivaremos con caricias
Los recuerdos
De aquellos días que en ciernes entramos
En la selva por explorar de nuestras
Vidas.
XV.
Y cuando de los ojos de la memoria
Se aleje la flor de los almendros
Y las ramas colmadas de los cerezos:
Sin ninguna inocencia
Quisiera que la bondad triunfara,
Poder reconocerla en la mirada
De las fotografías que guardemos,
Y una pequeña sombra de misterio,
Como cuando la abuela me contaba
Historias
De endiabladas y hechiceras al calor
Del fuego,
En los tiempos que las flores sucumben
Tras el rocío, a las fuertes heladas
De un invierno.
De "Grietas de luz", Vaso Roto ediciones,
Madrid-México, 2015
Retorno
I
Los barcos de la oportunidad hace tiempo que partieron
llevándose con ellos el pulso de las horas tras la brújula errada
y su sudor inútil grabado en nuestras manos.
Cómo elevar ahora los puentes de los diques sin provocar la fuga
de los que se quedaron
pensando que enraizados estaban en esta tierra acuosa.
Y cómo asegurarse que aquellos contrafuertes que fuimos erigiendo
en nuestro viaje interno
impedirán que el agua saloscura de nuevo nos invada
y regresen los mástiles con la bandera izada de los malos presagios.
II
Mas en este rincón del gran océano, de esta tierra emergente,
traída de pasadas regiones del recuerdo, pero al fin integrada
en el mar del presente
nada podrá impedirnos la siembra del pan y del gladiolo,
nadie podrá decirnos que no los cultivamos con amor,
y aunque en ese mercado del olvido no se admita excedente
este lo entregaremos al pico y a las alas de las aves audaces
que saben trasportarlo
hacia el cálido vientre de ese silencio pródigo del múltiple color,
sin hacer distinción
de la tierra extraída hecha barro, hecha nido, hecha progenie, hecha retorno.
La desnudez
I
Me hablas de la existencia
y de la inexistencia, en que a veces te sumes,
de las cosas y los seres ausentes,
de sus rostros que en nosotros perduran;
de esa belleza antigua
que de los estimados anida en la memoria,
o en el hueco secreto de la estatua.
II
Un día nuestra vida es una imagen
que camina hacia alguna perfección,
y es humano no secundar la meta,
queda el gesto de estancia y de proyecto,
su intensidad lumínica,
la voluntad que hizo fluir deseos ,
o se convirtió en forma detenida
del flujo temporal que sedujo a la mano
para que la labrase perdurable,
y unos ojos pudieran reconocer en ella
otro semblante amado y fugitivo.
III
Te hablo de la belleza
con que nos adentramos en los pocos,
la muerte explosionada de una estrella
y su renacimiento en los áureos hilos
con los que nos trenzamos al amor,
para unirnos, y estar en equilibrio
sobre las finas hebras invisibles
que cruzan y traspasan
nuestra propia materia.
IV
Te hablo de las luciérnagas,
brillantes pobladoras de la noche,
ínfimas criaturas
que quizás también temen la negrura,
igual que tú el olvido
del instante feliz que devino dolor.
Pero ellas no desisten en su luminiscencia.
Quieren ser fecundadas.
Apostar por la vida, como si el sufrimiento
no hubiera sido nunca la barrera
que entorpeciera el flujo de su especie.
V
Te hablo de este prodigio,
de este espléndido cuadro viviente que es el orbe,
de su magia, de que estemos en él,
de tantos seres que acumula nuestro ser interior;
de tantas alas, que en tantas ocasiones nos protegen,
nos alzan para no tropezar, y deslizarnos
por las infinitesimales oquedades
que habitan invisibles los espacios
en que diariamente nos batimos.
VI
Te hablo de la belleza de la erupción,
del visceral arrojo del vómito de fuego:
La herida de la tierra y su supuración.
La doliente belleza incandescente.
Lo que arde, arrasa y con furia destruye.
La ceniza preñada por la lluvia.
La gestación del limo de la vida.
La ciénaga del páramo convertida en vergel.
VII
Me hablas de la injusticia,
del azar imposible de poder prevenir.
De la falta en la naturaleza de una ley ejemplar
que castigue o que premie solo a quien lo merezca.
VIII
Te hablo de los seres minúsculos,
de su breve destello y desaparición.
Del diminuto arbusto de la sed de los otros
interiores desiertos.
De la espiga que fue decapitada.
De las incomparables mariposas
y su fusión en un único vuelo.
De frágiles carámbanos retando
a la luz que los derramará.
De los niños que nunca crecerán.
De los que arrancarán la primera inocencia.
De tantos otros seres que no saben,
ni conocen su belleza y su límite,
y en cambio como orfebres constantes
de ese remoto oficio,
engarzan los sutiles eslabones
a una antigua cadena universal.
IX
¿Es esto injusticia?
¿Y acaso esta no habita en el mismo venero
de todo cuanto brota?
Esa fue quizás la que nos arrojó del oval paraíso,
y desde entonces a veces olvidamos
que nada nos pertenece, que nuestro signo es
la desnudez
.
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