Alice Oswald
Alice Oswald (Nacida en 1966), es una poeta británica que ganó el Premio TS Eliot en 2002.
Bibliografía
1996 : The Thing in the Gap-Stone Stile , Oxford University Press, ISBN 0-19-282513-5
2002 : Dart , Faber and Faber, ISBN 0-571-21410-X
2002 : Earth Has Not Any Thing to Shew More Fair: A Bicentennial Celebration of Wordsworth's Sonnet Composed upon Westminster Bridge (co-edited with Peter Oswald and Robert Woof ), Shakespeare's Globe & The Wordsworth Trust, ISBN 1-870787-84-6
2005 : The Thunder Mutters: 101 Poems for the Planet (editor), Faber and Faber, ISBN 0-571-21854-7
2005 : Woods etc. Faber and Faber, ISBN 0-571-21852-0
2009 : Weeds and Wild Flowers Faber and Faber, ISBN 978-0-571-23749-4
2009 : A sleepwalk on the Severn Faber and Faber, ISBN 978-0-571-24756-1
2011 : Memorial Faber and Faber, ISBN 978-0-571-27416-1
Premios y reconocimientos
1996 : Eric Gregory Award
1996 : Forward Poetry Prize for (Best First Collection), The Thing in the Gap-Stone Stile
1997 : shortlisted for TS Eliot Prize , for The Thing in the Gap-Stone Stile
2002 : TS Eliot Prize for Dart
2005 : shortlisted for Forward Poetry Prize (Best Poetry Collection of the Year), for Woods etc.
2005 : shortlisted for TS Eliot Prize for Woods etc.
2007 : Forward Poetry Prize (Best Single Poem) for 'Dunt'
2009 : Ted Hughes Award for New Work in Poetry for Weeds and Wild Flowers
2011 : shortlisted for TS Eliot Prize , for Memorial , subsequently withdrawn due to Oswald's ethical concerns.
2013: Warwick Prize for Writing , winner for Memorial
2013: Corneliu M. Popescu Prize for European Poetry , winner for Memorial
Río Dart (fragmento)
El libro Dart (Faber & Faber, 2002), un largo poema que combina verso y prosa, ganó el prestigioso premio T. S. Eliot.
(El sueño, manos a la obra; se esparcía la bruma
desde la mente en tornasol rumbo a la luna,
la lluvia colgaba cintilando en el momento
en que bajé y hallé esquistos en fragmento
bajo la inquieta presteza del agua.
Había tanta luz que recogí una pizarra
como un estanque oval, igual de plana
y la arrojé dejando mi alma al ras con todas mis fuerzas.
y no hay nada que se pueda deslizar como esa piedra
sobre la luz vacilante del agua;
se hundió como pluma al caer,
no del todo dueña de su peso.
Un lienzo de gaviotas vi de pronto
aletear y alzarse en aplaudir sonoro
rumbo al dolor del vuelo, en tropel gritar
y arrebatarse la luz como en rivalidad,
horadar a picotazos el hueso de la luna,
luego caer, como si los brazos extendiera
y los pies estirara al frente hacia la tierra.
Se quedaron cual parvada de hombres dormidos
con las cabezas inclinadas, dándose por vencidos
ante la noche, cuyas formas a esa altura
se hundían como pluma al caer,
no del todo dueñas de su peso.
Ahí una soñaba apenas vestida solo en las alas,
y flotando en su propio reflejo otra dormitaba,
su contorno era un punto sin extensión.
Fuera de sí por hallar la fluctuación
de unos nombres y huesos e hitos,
alguien a gritos describía de pie
destartaladas formas en vaivén
toda la noche, lloviendo suavemente
en rotación, y despertó tres veces
en éxtasis al escuchar su grito
hundirse como pluma al caer,
no del todo dueña de su peso.
En el santuario del sueño, labriegos, ladrones,
amas de casa distraídas; vagabundos de la noche,
niños sin padres, en libertad bajo fianza del sueño,
en franco comercio, trueque, incorpóreos, ciegos
soñadores de todo suelo;
incluso cadáveres, arrastrándose desconsolados
con todo y sus boquitas, perplejos, aún llorando,
aún dentro de sus ámbitos pequeños, separados,
restregándose el moho de manos y pies mojados,
amantes a mitad del vuelo
todos se hundían como pluma al caer,
no del todo dueños de su peso.
Y vi al ser de sueño del río irse de repente
hacia las redes en maraña junto al puente
y sentir el borde de la teja acariciar el borde
del sueño y como un corcho un mundo a flote
desde la líquida oscuridad del cuerpo.
Tal como en un salto de agua una rama atrapada
un palo atrapa, una paja, un costal, una maraña
de hojas, una frágil cesta de escombros anegada,
vi que todas las cosas se animaban, reticuladas,
desde el fondo del río Dart en sueños
que se hunde como pluma al caer,
no del todo dueña de su peso.)
Traducción de Pura López Colomé
Este poema surge del lenguaje de la gente que vive y trabaja en el río Dart. A lo largo de los últimos dos años, me he dedicado a grabar conversaciones con la gente que conoce el río. He utilizado estas grabaciones como modelos vivos para esbozar una serie de personajes, vinculando sus voces a un mapa sonoro del río, una línea de pentagrama que corre desde la fuente hasta el mar. He añadido indicaciones al margen, justo donde una voz se transforma en otra. Estas no remiten a gente de carne y hueso, ni siquiera a alguna ficción concreta. Todas las voces aspiran a poder leerse como murmullos del río.
– Alice Oswald
Shamrock Café
Anoche pensé por qué no me paso por el Shamrock café, detrás de la tienda.
Estaba muerto, sólo yo, mi servilleta y mi taza de té,
y andaba meditando comprar uno
de los grabados del Hombre de Neanderthal de las paredes
cuando oí un gemido trémulo, como
el que una tempestad al desatarse o una racha
huracanada producirían en el mar.
Miré mi té con inquietud.
Para mi horror, había allí un pequeño
bote de remos hundiéndose en una espiral,
y alrededor del borde una espuma
de olas de té rompiendo contra la penumbra,
que yo me bebía. Inesperadamente,
una niña gorda vino al pie de las escaleras
y allí se quedó, con una mano
en la barandilla, balanceándose.
Bosques, etc, Pre-textos, Valencia, 2013
Traducción: Christian Law Palacín
Una pareja de ancianos pasa horas
frente a la ventana
Despiertos hace rato, con la oscuridad como único alimento,
recuerdan haberse acercado lentamente a la ventana, hace unas horas.
Sus corazones dieron un vuelco, y se quedaron quietos,
en sus ropas raídas, tiritando, sintiendo la escarcha avanzar de a poco.
Por largo tiempo, no hubo nada más,
apenas sus ojos transformándose en minúsculas estrellas.
Y entonces el amanecer,
un estruendo repentino de circunstancias.
Nunca había pasado algo semejante.
Nunca había existido una belleza similar.
Un cielo nunca visto hasta ahora
calcinó una grieta a través de un horizonte cercano.
En sus ojos había trastorno.
Se balancearon y se frotaron las manos,
precavidos, fueron y volvieron hasta el límite de la mirada.
Y en cada ciclo, la mañana se mostraba más y más,
como lo hace el azafrán en el invierno helado,
al abrirse más y más.
Vieron cómo se endurecía y contraía el horizonte
como una placa de acero en profundas aguas
y se entregaron, como si sus alas estuvieran cautivas en sus ropas.
A lo ancho y largo de los campos reinaba un susurro y un canto,
y una atmósfera absoluta de persuasión:
Amigos, es hora de darse cuenta, el tiempo está circulando
por esta vecindad.
Es el amanecer, la indecible iridiscencia de toda prisa
que pasa con ansiedad y con fricción: hay que apurarse…
Pero su vista resbaló a sus pies,
encogidos hasta casi dormirse, sus bocas se secaron,
sus sueños vibraron en sus cápsulas.
No hay caso, las respuestas son previsibles.
Apenas saben quiénes son, sienten que son brotes de hierbas
que siguen creciendo y creciendo.
Versión Santiago Espel
Solomon Grundy
Born on Monday and a tiny
world-containing grain of light
passed through each eye like heaven through a needle.
And on Tuesday
he screamed for a small ear in which to hide.
He rolled on Wednesday, rolled his whole body
full of immense salt spaces, slowly
from one horizon to the other.
And on Thursday, trembling, crippled,
broke beyond his given strength and crawled.
And on Friday he stood upright.
And on Saturday he tested a footstep
and the sky came down and alit on his shoulder
full of various languages in which one bird doesn’t answer to another.
And on Sunday he dreamed he was flying
and his mind grew gold watching the moon
and he began to sing to the brink of speaking
Various Portents
Various stars. Various kings.
Various sunsets, signs, cursory insights.
Many minute attentions, many knowledgeable watchers,
Much cold, much overbearing darkness.
Various long midwinter Glooms.
Various Solitary and Terrible Stars.
Many Frosty Nights, many previously Unseen Sky-flowers.
Many people setting out (some of them kings) all clutching at stars.
More than one North Star, more than one South Star.
Several billion elliptical galaxies, bubble nebulae, binary systems,
Various dust lanes, various routes through varying thicknesses of Dark,
Many tunnels into deep space, minds going back and forth.
Many visions, many digitally enhanced heavens,
All kinds of glistenings being gathered into telescopes:
Fireworks, gasworks, white-streaked works of Dusk,
Works of wonder and/or water, snowflakes, stars of frost . . .
Various dazed astronomers dilating their eyes,
Various astronauts setting out into laughterless earthlessness,
Various 5,000-year-old moon maps,
Various blindmen feeling across the heavens in braille.
Various gods making beautiful works in bronze,
Brooches, crowns, triangles, cups and chains,
And all sorts of drystone stars put together without mortar.
Many Wisemen remarking the irregular weather.
Many exile energies, many low-voiced followers,
Watches of wisp of various glowing spindles,
Soothsayers, hunters in the High Country of the Zodiac,
Seafarers tossing, tied to a star . . .
Various people coming home (some of them kings). Various headlights.
Two or three children standing or sitting on the low wall.
Various winds, the Sea Wind, the sound-laden Winds of Evening
Blowing the stars towards them, bringing snow.
Comunión
por Valentín J. Ansede Alonso
[http://librosyvidas.blogspot.com.es]
La poesía, pienso a veces, es una cicatriz que hacemos con palabras para atrapar dentro de ella algo de la belleza que encontramos en la existencia. Sin embargo, la imagen se me deshace entre las manos, aunque reconozca hermosas cicatrices y nuestra vida esté repleta de heridas, cerradas o aún abiertas, porque amar es exponerse y ser herido como el ciervo que busca las corrientes de agua viva. Se me deshace porque encierra un grano de egoísmo y clausura. La poesía, me parece, es más bien generosidad de la palabra que se nos ofrece para comprendernos de otra forma que la grisura cotidiana; es apertura del horizonte y venablo que nos lleva a los confines del mundo para contemplar su esplendor y sus heridas. Sin duda, yace ahí la imagen que Hugo Mújica puso como título a uno de sus poemarios, Flecha en la niebla, que editó Trotta allá por mil novecientos noventa y siete. Pensaba así en estos días difíciles de heridas mal cerradas, cielos sin horizontes y desesperación en busca de luz, cuando cayó entre mis manos el libro de Alice Oswald, Bosques, etc., Valencia, Pre-Textos, 2013 (traducción de Christian Law Palacín). Alice Oswald, nacida el mismo año en que Ellos publicaron Revolver (con su algo más que triste Eleanor Rigby, aunque aquello del Father McCartney que terminó siendo Father McKenzie me sigue provocando una sonrisa). Es el primer poemario traducido al castellano de la poeta inglesa (traducción que, por cierto, a veces me ha chirriado), ganadora del prestigioso T. S. Eliot por Dart, obra en la que sus preocupaciones ecológicas son patentes. De hecho, Oswald, como se nos dice en la solapa de Bosques, etc., fue jardinera en Tapley Park de Devon y en el Chelsea Physic Garden de Londres, hecho que explica su familiaridad con la vegetación, las semillas, las piedras y las flores. Cierto: saber que Oswald había trabajado de jardinera fue suficiente como para provocar mi interés por el poemario—eso y la lectura apresurada de Owl (Búho):
Last night at the joint of dawn
an olw’s call opened the darkness
miles away, more than a world beyond this room
and immediately, I was the woods again,
poised, seeing my eyes seen,
hearing my listening heard
under a huge tree improvised by fear
dead brush falling the a star
straight through to God
founden and fixed the wood
then out, until it touched the town’s lights,
and owl’s elsewhere swelled and questioned
twice, like you might lean and strike
two matches in the wind.
Anoche en la bisagra del amanecer
la llamada del búho inauguró la oscuridad
muy lejos de aquí, a un mundo de este cuarto
y al momento, yo estaba de nuevo en el bosque,
alerta, viendo a mis ojos ser vistos,
oyendo a mi escucha ser oída
bajo un enorme árbol improvisado por el miedo
caían ramas muertas entonces una estrella
directa hasta Dios
fundaba el bosque y lo fijaba
luego fuera, hasta tocar las luces de la ciudad,
el retiro de un búho se dilataba y preguntaba
dos veces, como si te inclinaras y prendieras
dos cerillas contra el viento.
En algún caso la traducción parece forzada, pero sin duda se debe al original. No es el momento de plantearse la posibilidad de traducción poética, porque ¿quién es capaz de traducir cabalmente les sanglots longs/des violons/de l’automne/blessent mon cœur/d’une langueur/monotone? Un trabajo imposible que, por tanto, merece la pena. Allá por mil novecientos setenta y cuatro Miguel nos leía en francés estos versos de Paul Verlaine provocando en la clase un silencio lleno de respeto y admiración. Recuerdo haber salido a buscar Cementerio marino a una de las librerías del barrio; estaba editado por Alianza y tenía la portada de un hermoso color azul; quizás fue el primer poeta francés. Sí, complicada tarea la del traductor de poesía, porque también debe tener presentes las influencias: sin duda hay bastante de Ted Hughes en los textos de Oswald, aunque primero pensé en W. T. Yeats, porque en sus poemas hay rosas, juncos, bosques, cisnes… Sin embargo, el fondo y el estilo es muy diferente. Los modos de Oswald me han recordado a veces a los de Sylvia Plath.
Hace muchos años, para pagar parte de mis estudios de Teología, trabajé con un jardinero que frisaba los sesenta años, hombre admirable, enorme, que caminaba con calma e inclinaba la cabeza con cierta testarudez y del que aprendí muchas cosas hermosas. Admitiré sin resentimiento que más que como jardinero, yo trabajaba como burro o asnillo de carga: llenaba la carretilla desvencijada de tierra y la llevaba desde el camión hasta los arriates; en verdad usaba la azada, el rastrillo y otras herramientas, de nombres hermosos, que hicieron brotar callos en la palma de mis manos, aunque el mayor mérito correspondió a la pala. Aquel hombre, a quien respeté profundamente por el amor que ponía en su trabajo, me acercó un día un bote para el tratamiento de unos rosales con hongos; me pidió que leyese la etiqueta, pues, se excusó, no llevaba encima las gafas. Era analfabeto y, sin embargo, es una de las pocas personas a las que reconoceré una cultura más amplia y más profunda que la mía. Trataba con una delicadeza extrema las flores e incluso arrancaba sin saña las malas yerbas, pues reconocía su derecho a existir y arraigar en la tierra. Recuerdo que una tarde lo despidieron de uno de los chalés—yo estaba presente—argumentando que ya no eran precisos sus servicios; maltratado conservó una dignidad solemne, una educación más allá de las formas convencionales. Extendió su gran mano con las uñas aún llenas de tierra, inclinó la cabeza y me hizo un gesto para que recogiera los aperos. Aquel hombre me hizo patente un modo diferente de estar en el mundo, pues parecía entenderlo como un jardín del que debía cuidar. Algo de ese cuidado he encontrado en los versos de Oswald (por ejemplo en el magnífico Poema para sacar a un bebé del hospital). Sin embargo, a medida que avanzaba en el poemario, aunque sin perder interés, me cansaba. Apegada a la tierra, su poesía está cargada de sustantivos y mantiene una puntuación ardua, que en ocasiones la hacen difícilmente transitable requiriendo un esfuerzo permanente de concentración y exigiéndonos más de una lectura: poner atención como se mira absorto un atardecer. Los primeros poemas me emocionaron más que los últimos, quizás porque también al tono se acostumbra uno, pero también porque, en un ejemplo, Bendición del ave marina es más hermoso que Himno lunar. Admirable es la sed de comunión que Oswald siente no sólo con la naturaleza, sino con la belleza herida del mundo. En esta comunión hay, según me parece, una búsqueda soterrada de una trascendencia:
Holy ghost of heaven,
blow us clear of the world,
give us the utmost of the air
to have on and hold.
Espíritu Santo del Cielo,
aléjanos del mundo,
danos todo el aire posible
para ascender y sostenernos.
Sin embargo, en su búsqueda Oswald se mantiene fuertemente apegada a las realidades terrenales: a la piedra, a las semillas, a la lluvia, a los bosques o a los niños. No hay búsqueda de un conocimiento superior allende las cosas, sino que el sentido del mundo se le hace presente en las cosas mismas. No negaré que algunos poemas me parecen fallidos (Sísifo, por ejemplo), pero Bosques, etc. mantiene a lo largo de sus setenta y cinco páginas la capacidad para emocionarnos y darnos, si se me permite hablar así, la realidad de lo real más allá de las apariencias.
Los árboles se desnudan y tiritan: otoño. Hojas secas que el viento arrastra para que nosotros pisemos la melancolía; sin embargo, hay un brillo en la tristeza. En estos días tristes en los que siento más el peso de la vida que la propia vida me gustaría que me acompañasen estas palabras luminosas de Alice Oswald:
the rain, thinking I’ve gone, crackles the air
and calls by name the leaves that aren’t yet there.
la lluvia, creyendo que me he ido, hiende el aire
y llama por su nombre a las hojas aún por brotar
Quieran los ángeles de lluvia hacer florecer mi pobre corazón para que pueda esperar otra primavera.
Shalom.
La inolvidable oración memorial de Alice Oswald
Publicado por Martín López-Vega
Es curioso que el interés creciente de las editoriales españolas de poesía por los poetas norteamericanos contemporáneos ha ido acompañado de un similar abandono por la obra de los más recientes (que no nuevos) poetas británicos. Un rápido repaso, por ejemplo, a los nombres incluidos en la antología New British Poetry, editada por Don Paterson y Charles Simic: Gillian Allnutt, Simon Armitage, John Ash, Sujata Bhatt, John Burnside, Robert Crawford, Fred D'Aguiar, Peter Didsbury, Michael Donaghy, Carol Ann Duffy, Ian Duhig, Paul Farley, James Fenton, Mark Ford, John Glenday, Lavinia Greenlaw, W. N. Herbert, Selima Hill, Michael Hoffmann, Kathleen Jaime, Alan Jenkins, Jackie Kay, Gwyneth Lewis, Roddy Lumsden, Glyn Maxwell, Jamie McKendrick, Andrew Motion, Sean O'Brien, Alice Oswald, Ruth Padel, Don Paterson, Peter Reading, Christopher Reid, Robin Robertson, Anne Rouse, Jo Shapcott. Puede que me equivoque (y en ese caso, agradeceré noticia de las ediciones correspondientes) pero salvo la anunciada antología de John Burnside preparada por Jordi Doce para Pre-Textos, creo que de ninguno de ellos se ha publicado un libro exento en castellano. Y es una pena.
Es normal entre los poetas británicos la versión de poemas ajenos: ahí está el libro entero, The Eyes, que Don Paterson dedicó a versionear los poemas de Antonio Machado, lo suficientemente machadiano como para no ser del todo obra de Paterson y lo suficientemente patersoniano como para no resultar del todo una traducción del poeta español. Un género intermedio, que da como resultado libros tan hermosos como ese The Eyes. Pero más allá de los poetas cercanos en el tiempo, es frecuente la reescritura de textos clásicos. La versión que Seamus Heaney hizo del Beowulf es ya un clásico impresionante e imprescindible por lo que es capaz de hacer a un tiempo con la lengua inglesa y con el lenguaje poético. En nuestros pagos, Pedro Salinas hizo una versión en castellano moderno del Poema de mio Cid; pero la mayor cercanía del idioma era sin duda un peso, y aunque el castellano quedase modernizado (más o menos, porque no siempre pudo evitar la sintaxis arcaizante), el verso no.
La versión de Heaney es casi un milagro y el nuevo libro de Alice Oswald (1966), Memorial (Faber & Faber) es otro. El subtítulo que Oswald ha elegido para su libro es “Una excavación de la Ilíada” y lo primero que apunta en su prólogo es que lo que ha pretendido es traducir la atmósfera del poema, no su historia. Y cómo la atmósfera de la Ilíada lo primero que nos transmite es que ahí no se salva ni el apuntador, Oswald plantea el poema como un monumento memorial a cuantos quedaron por el camino: comienza con una larga tirada de nombres (como Ovidio en las Metamorfosis: los de todos los muertos, como si efectivamente de un monumento se tratase, pero aquí sin epítetos) para luego desarrollarlos en una serie de epitafios que a veces se limitan a un apunte, como
MELANIPO, no más guerrero que granjero
Algunos de los que poco o nada se nos cuenta en el poema aparecen después apenas mencionados, pero lo más habitual es que se nos dé, en epigramas que tienen algo de la Antología Palatina pero también del Spoon River de Edgar Lee Masters, noticia de la vida y muerte del personaje en cuestión. Traduzco el primer fragmento del poema, que se divide en tiradas de versos repartidas por personajes cuyo nombre aparece destacado en mayúsculas:
El primero en morir fue PROTESILAO
Un hombre firme que se apresuró a la oscuridad
Con cuarenta barcos negros dejó la tierra tras de sí
Sus hombres navegaron con él desde las colinas encendidas de flores
En que la hierba todo lo hace crecer
Pireo Iton Pteleo Antrón
Murió en el aire al saltar para ser el primero en tomar tierra
Quedó su casa a medio construir
Su mujer saltó por los aires arañando su rostro
Podarco su hermano mucho menos digno de admiración
le sustituyó en el mando pero eso fue hace mucho
Ha estado en la negra tierra durante miles de años
Como un murmullo de viento
Se extiende un rumor de olas
Una larga nota cada vez más alta
El agua exhala un profundo suspiro
Como una onda de tierra
Cuando el viento del oeste atraviesa un campo
Deseando y buscando
Nada que encontrar
Los tallos de maíz menean sus verdes cabezas
Como un murmullo de viento
Se extiende un rumor de olas
Una larga nota cada vez más alta
El agua exhala un profundo suspiro
Como una onda de tierra
Cuando el viento del oeste atraviesa un campo
Deseando y buscando
Nada que encontrar
Los tallos de maíz menean sus verdes cabezas [...]
Seguramente esta apresurada traducción no consigue del todo dar la impresión que produce el texto original: una rota solemnidad, un lenguaje como el que sólo emplearíamos contemplando un campo de batalla abarrotado de cadáveres de heroicos guerreros. Sólo muerte y el murmullo del lenguaje recordando a quienes yacen.
(Recomendable, y mucho, es el cedé que Faber & Faber ha editado con el poema leído por su autora de forma espléndida).
Tras el repaso a la lista de muertos, que termina, como no podía ser de otro modo, con Héctor, doce breves poemas cierran el memorial intentando (y consiguiendo) reproducir las sensaciones y pensamientos que ocupan la mente de quien ha visto tanta destrucción:
Del mismo modo que las hojas pueden escribir una historia de hojas
El viento arroja sus fantasmas a la tierra
Y la primavera regala nuevas hojas en los bosques
Miles de nombres Miles de hojas
Cuando los recuerdes recuerda esto
Cuerpos muertos son su linaje
No es más importante que las hojas
Que Alice Oswald es una de las poetas imprescindibles que están escribiendo ahora mismo lo sabíamos tras leer tanto sus libros de largo aliento, como el inclasificable A Sleepwalk on the Severn, como sus colecciones de poemas sólo aparentemente convencionales, como Woods Etc.. Tras leer Memorial nuestra admiración crece del mismo modo que la resonancia de este poema dentro de nosotros, que nos recuerda tantas cosas importantes sobre la poesía: que está aquí para guardar memoria de lo ido, del detalle, de lo que huye, de lo que somos (iguales y distintos) uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro, como las generaciones de las hojas.