lunes, 31 de octubre de 2011
5041.- RUI DE NORONHA
RUI DE NORONHA. Maputo (Mozambique)
(1909-1943)
Mestizo. Hijo de indio y negra. Precursor de la poesía mozambicana nos lleva al África misteriosa y exótica, a las mismas raíces del mito, del éxtasis y de lo sensual.
Nasceu em Maputo, (Maputo, 28 de outubro de 1909 - Maputo, 25 de Dezembro de 1943) assinou-se também António Ruy de Noronha e Carranquinha de Aguilar.. Mestiço, filho de índio e negra. Com seus Sonetos é tido como o precursor da poesia moçambicana.
BibliografiaSonetos (1946), editado pela tipografia Minerva Central.Os Meus Versos, Texto Editores, 2006 (Organização, Notas e Comentários de Fátima Mendonça)Ao mata-bicho: Textos publicados no semanário «O Brado Africano» Pesquisa e Organização de António Sopa, Calane da Silva e Olga Iglésias Neves. Maputo, Texto Editores, 2007
TEXTOS EM PORTUGUÊS / TEXTO EN ESPAÑOL
TEXTO EN ESPAÑOL
Traducción de XOSÉ LOIS GARCÍA
LUNA NUEVA
“Quenguêlêquêze!... “Quenguêlêquêze!... (Luna Nueva)
Surgía la luna nueva,
es la gran noticia
— Quenguêlêquêze!... — iba de boca en boca
Trazando en los rostros expresiones extrañas,
Atravesando el bosque, aldeas y montañas,
Com enorme alegria, una alegria loca.
Locamente,
Perturbadoramente...
Danzas fantásticas
Conferían a los cuerpos vibraciones elásticas,
Frenesí,
Ondulando vientres, bustos desnudos, caderas...
Y al son de las palmas
Los hombres, saltando,
Iban cantando
Temores de extrañas y vengativas almas,
Guerras antiguas
Con intrépidas impias enemigas
— Obscenidades claras, descaradas,
Que las mujeres oían com grandes risas
Avivando más y más
El rítmico calor de las danzas sensuales.
“Quenguêlêquêze!... Quenguêlêquêze!...”
De vez en cuando llegaba una mujer,
Movía el espinazo
Bamboleaba las nalgas voluptuosamente,
Y delante del hombre, frente a frente,
Se ponían los dos a simular secretos...
— En los árboles
Había un murmullo eólico
Que daba a la escena, a luz de la luna, um algo diabólico...
“Quêze!.Quenguêlêquêze!...”
...Mientras tanto una mujer había salido riñendo
Con otra más vieja;
Se dirigió en la sombra al estercolero,
Con una criatura.
Estaba oscuro y había allí un olor extraño
A cenizas encharcadas,
Sobras de pescado y excrementos de rebaño
Mezclados...
El viento, sobrevolando la tapia de caña,
Traía hacia afuera un aire sofocante,
Un aire de podredumbre...
Y las mujeres entraban con un brasero:
Y mientras tanto la más vieja
Cogía al niño y lo mostraba a la luna
Diciéndole: “Mira, es la luna”,
La otra, levantando la mano,
Lanzó hacia la luna el leño luminoso
— El estrépito de los aplausos fue muriendo...
Y la luna fue creciendo... fue creciendo...
Lentamente...
Como si fuera en blando y simulado lecho
Acostaron al niño, embadurnándolo,
En la ceniza del estercolero...
Y de repente,
Cuando lloró, la madre, cogiéndolo,
Allí en la inmunda podredumbre, en la oscuridad,
Le dió el pecho...
Entonces, llegó el padre,
Lo llenó de caricias,
Suavemente lo cogió por los codos,
Lo tomó en sus brazos y cantó
Esta canción apasionada:
“Hijo mio, estoy contento!
Ahora ya no temo que nadie
Se burle de ti en la calle,
Y diga, cuando errares, que tu madre
¡No te mostró la luna!
Ahora tienes los oídos abiertos
Para comprender todo:
Tu pecho afrontará, intrépido, los ruidos
De las fieras, sin temblar...
¡Hijo mío, estoy contento!
Ahora eres un ser inteligente,
Y así has de crecer, has de ser un hombre fuerte
Hasta que ya cansado
Un día muy viejo
Rodeado de hijos,
Sintiendo ya doblarse tu rodilla
Vendrá a buscarte la muerte...
¡Hijo mío, estoy contento!
¡Ahora, sí, soy padre!...”
En la aldea, lentamente,
El estrépito de los aplausos fue muriendo...
— Creciendo
Como un ay...
Textos originalmente publicados na revista HORA DE POESÍA, n. 19-20, Barcelona, Espãna, 1978.
LUA NOVA
“Quenguêlêquêze!... “Quenguêlêquêze!... (Lua Nova)
Surgia a lua nova,
E a grande nova]
— Quenguêlêquêze!...— ia de boca em boca
Traçando os rostos de expressões estranhas,
Atravessando o bosque, aldeias e montanhas,
Numa alegria enorme, uma alegria louca,
Loucamente,
Perturbadoramente...
Danças fantásticas
Punham nos corpos vibrações elásticas,
Febris,
Ondeando ventres, troncos nus, quadris...
E ao som de palmas
Os homens, cabriolando,
Iam cantando
Medos de estranhas vingativas almas,
Guerras antigas
Com destemidas impias inimigas
— obscenidades claras, descaradas,
Que as mulheres ouviam com risadas
Ateando mais e mais
O rítmico calor das danças sensuais.
“Quenguêlêquêze!... Quenguêlêquêze!...”
Uma mulher de vez em quando vinha,
Coleava a espinha,
Gingava as ancas voluptuosamente,
E diante do homem, frente a frente,
Punham-se os dois a simular segredos...
— Nos arvoredos
Ia um murmúrio eólico
Que dava à cena, à luz da lua, um que diabólico...
“Quêze!.Quenguêlêquêze!...”
... Entanto uma mulher saíra sorrateira
Com outra mais velhinha;
Dirigiu-se na sombra à montureira,
Com uma criancinha.
Fazia escuro e havia
Ali um cheiro estranho
A cinzas ensopadas,
Sobras de peixe e fezes de rebanho
Misturadas...O vento, perpassando a cerca de caniço,
Trazia para fora o ar abafadiço,
Um ar de podridão...
E as mulheres entravam com um tição:
E enquanto a mais idosa
Pegava na criança e a mostrava à lua
Dizendo-lhe: “Olha, é a lua”,
A outra, erguendo a mão,
Lançou direito à lua a acha luminosa.
— O estrepitar de palmas foi morrendo...
E a lua foi crescendo... foi crescendo...
Lentamente...
Como se fora em brando e afogado leito
Deitaram a criança, revolando-a,
Ali na imunda podridão, no escuro,
Lhe deu o peito...
Então, o pai chegou,
Cercou-a de desvelos,
De manso a conduziu p´los cotovelos,
Tomou-a nos seus braços e cantou
Esta canção ardente:
“Meu filho, eu estou contente!
Agora já na temo que ninguém
Mofe de ti na rua,
E diga, quando errares, que tua mãe
Te não mostrou a lua!
Agora tens abertos os ouvidos
Para tudo compreender;
Teu peito afoitará, impávido, os rugidos
Das feras, sem tremer...
Meu filho, estou contente!
Tu és agora um ser inteligente,
E assim hás-de crescer, hás-de ser homem forte
Até que já cansado
Um dia muito velho
De filhos, rodeado,
Sentido já dobrar–se o teu joelho
Virá buscar-te a Morte...
Meu filho, eu estou contente!
Agora, sim, sou pai!...”
Na aldeia, lentamente,
O estrepitar das palmas foi morrendo...
E a lua foi crescendo...
— Crescendo
Como um ai...
5040.- ORLANDO MENDES
Orlando Mendes
Nació en la isla de Mozambique en 1916. Desde su primera publicación en 1940 estuvo atento a todas las innovaciones poéticas, siendo uno de los pioneros de la poesía moderna de su país.
La obra de Mendes es larga, variada y coherente con el contexto mozambicano, considerado como uno de los grandes poetas de su país.
Entre su obra de ficción se encuentran Portagem y Véspera Confiada. Su obra de poesía está compuesta por Um Minuto de Silêncio, Trajectória, Clima, Depois do Sétimo Dia, Portanto, eu vos Escrevo, Adeus de Gutucumbi, A Fome das Larvas, País Emerso - Caderno 1, País Emerso - Caderno 2 y Produção com que Aprendo.
Viaje para quedar
Esperémonos, Amor
Una hora o un día
Por el tiempo que sea
Olvidemos fríamente
Lo que podría pasar
Si uno de nosotros estuviera
Perdido o ausente.
Aquí tienes flores rojas
Que nadie conoce
Para que ocultes
La desnudez de paraíso
Sin virtud ni pecado
Y ven conmigo, Amor
Seguros de que fuimos antes
Los primeros amantes
En la mañana del Mar
Ven con el palpitar profundo
Rítmico y preciso
De tu vientre fecundado
¡Y vamos, Amor, a atracar
Al muelle de un nuevo mundo!
Viagem para ficar
Esperemo-nos, Amor
Por uma hora ou um dia
Mas pelo tempo que for
Esqueçamos friamente
O que aconteceria
Se um de nós estivesse
Perdido ou ausente.
Aquí tens flores rubras
Que ninguém conhece
Para que encubras
A nudez de paraíso
Sem virtude nem pecado
E vem comigo, Amor
Certos de que fomos antes
Os primeiros amantes
Na manha do Mar
Vem com o pulsar profundo
Rítmico e preciso
Do teu ventre fecundado
E vamos, Amor, aportar
Ao casi dum novo mundo!
TEXTOS EN ESPAÑOL
Traducción de XOSÉ LOIS GARCÍA
UNIFORME DE POETA
Arreglé mi larga cabellera,
le coloque por encima mi
sombrero de coco de fibra sintética,
sacudi el denso polvo de la alas súcias
y, colgada la tira al hombro
salgo a la calle
con el gran uniforme de poeta.
Temblad guardamarinas,
alféreles en activo en
situación de disponibles:
mi ridículo hoy suplanta
al vuestro y en él se enreda y perturba
el largo suspiro de las señoritas
romântico-calculistas.
JUVENTUD
Es el tiempo de los explícitos cantares
a la luz del día y en la oscuridad de la noche
hasta una explosiva prueba de acción.
Es el tiempo de las dudas inconfesables
los cigarros ardiendo y el café ya frío
y el rostro impasible tras el periódico
contra la invasión de anônimos vigilantes.
Es el tiempo de los asaltos al tránsito
imaginando las máscaras arrancadas
y cómo serían la belleza y la riqueza
si no coexistiesen incólumes con
ignorância y miseri y violência.
Es el tiempo de soledad entre las gentes
y del solitário sentir la multitud en la sabana.
Es el tiempo de no tener fe y creer todavía
en la dádiva total por un beso de amor
y por sinceridad de um apretón de mano.
Es también el tiempo de recibir-transmitir
una secreta rabia llamada esperanza.
Tiempo que el pudor adulto hace caducar.
Poemas publicados originalmente en la revista HORA DE POESIA,
n. 19-20, Barcelona,
TEXTOS EM PORTUGUêS
TEXTOS EM PORTUGUêS
UNIFORME DE POETA
Ajustei minha cabeleira longa,
coloquei-lhe ao de cima meu
chapéu de coco em fibra sintética,
sacudi a densa poeira das asas encardidas
e, dependurada a lira a tiracolo,
saio para a rua
em grande uniforme de poeta.
Tremei guardas-marinhas,
alferes do activo em
situação de disponibilidade:
meu ridículo hoje suplanta
o vosso e nele se enleia e perturba
o suspiro longo das meninas
romntico-calculistas.
JUVENTUDE
É no tempo dos explícitos cantares
à luz do dia e na escuridão da noite
até uma explosiva prova de acção.
É o tempo das dúvidas inconfessáveis
os cigarros ardendo e o café já frio
e o rosto impassível atrás do jornal
contra a devassa de anônimos vigilantes.
É o tempo dos assaltos ao trnsito
imaginando as máscaras arrancadas
e a beleza de a riqueza como seriam
se não coexistissem incólumes com
ignorncia e miséria e violência.
É o tempo da solidão entre as gentes
e de solitário sentir a multidão na savana.
É o tempo de não ter fé e crer ainda
na dádiva total por um beijo de amor
e pela sinceridade dum aperto de mão.
É também o tempo de receber-transmitir
uma secreta raiva chamada esperança.
Tempo que o pudor adulto faz caducar.
EXORTAçãO
"Jovem, se tens exercícios de literatura
escritos há mais de um mês, destrói-os.
Rasga-os ou queima-os de preferência
(consta ser universalmente mais ortodoxo)
e se a chama te chamuscar unhas e pele
e as sujar a cinza, não queixes a dor
e lava-te. Destrói-os. Guarda-os todavia
fiéis na memória, palavra por palavra,
para que possas transmiti-los a um amigo
quando depois do venal acto de amor
forem também vender a irresistível suspeita
da tua voz trémula e dos teus outros actos.
Mas não deixes de escrever. Peço-te que não."
DEDICATÓRIA
Aos poetas que pensam e dizem versos
mas não os sabem escrever
e por isso anónimos lhes chamam.
Nas rochas corroídas pelo sal de outros mares
navegados para implantar espada cruz e poder
nas rochas onde o luar desnuda o silêncio
pulsando canções da noite assim povoada
e que o sol inflama e semeia
sobre as efémeras gostas de cacimba
renovadas com cintilações das estrelas,
aí eu gravarei seus nomes.
E os amantes pressentindo
os hão-de perguntar e saudar.
domingo, 30 de octubre de 2011
5039.- ALFONSO ALBALÁ
Alfonso Albalá, escritor y periodista español.
Nació en Coria (Cáceres) en 1924 y murió en Madrid en 1973. Como periodista, trabajó en los diarios Informaciones y Ya. Fue profesor de la Escuela de Periodismo de la Iglesia y de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, en el momento de su creación. Por eso, la primera promoción de esa Facultad llevó el nombre de "Promoción Alfonso Albalá".1
Obra
Poesía
1949 Desde la lejanía
1952 Umbral de armonía. Accésit del Premio Adonais 1951.
1966 El friso
1949 Desde la lejanía
1952 Umbral de armonía. Accésit del Premio Adonais 1951.
1966 El friso
Novela
1968 El secuestro
1969 Los días del odio
1968 El secuestro
1969 Los días del odio
Ensayo
1970 Introducción al periodismo
Publicaciones póstumas
1979 El fuego (novela)
1979 Sonetos de la sed y otros poemas (poesía)
1998 Poesía completa, Ayuntamiento de Coria. Edición de María José, Paloma y Gracia Albalá. Prólogo de Manuel Alvar, de la Real Academia Española.
2005 Memorial del piano (novela), Editora Regional de Extremadura. Edición y prólogo de Gregorio Torres Nebrera.
ESTE VERSO QUE HUELLA MI GARGANTA…
Este verso que huella mi garganta,
esta voz que no es voz, esta voz muda,
larva de voz que mi garganta anuda,
¿por qué me hace llorar? ¿por qué no canta?
¿Por qué en mi corazón hoy no levanta
este verso su antena, y se denuda
de forma, y llena el pecho, y hace ruda
esta voz que a su paso se adelanta?
Este verso sin voz, ni prisionero,
como brisa sin viento en la alameda,
verso del corazón, su carcelero,
punzante aguja de dolor, vereda
que lleva hacia el Señor, desde mi otero,
¿por qué se apaga y a mis voces veda?
Sonetos de la sed y otros poemas, 1979 (póstumo).
Todo en la amada
1970 Introducción al periodismo
Publicaciones póstumas
1979 El fuego (novela)
1979 Sonetos de la sed y otros poemas (poesía)
1998 Poesía completa, Ayuntamiento de Coria. Edición de María José, Paloma y Gracia Albalá. Prólogo de Manuel Alvar, de la Real Academia Española.
2005 Memorial del piano (novela), Editora Regional de Extremadura. Edición y prólogo de Gregorio Torres Nebrera.
ESTE VERSO QUE HUELLA MI GARGANTA…
Este verso que huella mi garganta,
esta voz que no es voz, esta voz muda,
larva de voz que mi garganta anuda,
¿por qué me hace llorar? ¿por qué no canta?
¿Por qué en mi corazón hoy no levanta
este verso su antena, y se denuda
de forma, y llena el pecho, y hace ruda
esta voz que a su paso se adelanta?
Este verso sin voz, ni prisionero,
como brisa sin viento en la alameda,
verso del corazón, su carcelero,
punzante aguja de dolor, vereda
que lleva hacia el Señor, desde mi otero,
¿por qué se apaga y a mis voces veda?
Sonetos de la sed y otros poemas, 1979 (póstumo).
Todo en la amada
Allá: todo está allí, en esa orilla.
Todo está en ti, mujer: todo en la amada.
Sobre mi seco pozo de silencio
espero la humedad de tu palabra,
lo mismo que la hiedra: brocal solo,
lodo y cal solo hacia las nuevas aguas.
Aquí todo está aquí, en esta orilla,
hacia mi pozo lleno de nostalgias.
Todo está aquí. Todo está en ti, canción;
eres canción, paisaje, tarde clara,
mis hijos, versos míos, tierra madre...
abre, llueve en mi pozo tu palabra.
Aquí, sobre mi pozo de silencio,
donde mi seca voz amurallada,
llueve, canción, mujer, llueve mi voz,
llueve tu voz, tu hiedra en mi antesala.
ÁRBOLES DE CIUDAD
Vuestro tronco era esbelto y verdecía,
sorbiendo soles allá en el cerro alto:
os arrancaron del paisaje un día,
para dar sombras sobre el negro asfalto.
Estáis aquí, anclados en la acera,
para manchar de verde el gris urbano;
se alarga en vano vuestra larga hilera
por ver el monte en el azul lejano.
¿Qué cruda mano os puso en estas calles
sin secreto, de ruido atormentadas?
¿Por qué os hurtaron a los hondos valles
llenos de dulces tardes sosegadas?
La tórtola no vierte sus arrullos,
árboles de ciudad, en vuestras ramas;
ni escucha vuestra copa los murmullos
que el viento dice al bosque y las retamas.
Como a niños de hospicio, uniformados,
la simetría vuestro tallo muerde,
¡Árboles de ciudad, civilizados,
sucia de grises vuestra capa verde!
Yo estoy como vosotros, prisionero,
hambriento de altos cielos y paisajes;
soñando siempre estoy con un sendero
que haga eterna mi sed honda de viajes.
TACTO DE DIOS
TU abandonada luz, continuamente,
sobre mis hombros cae como un ala:
ebrio, Señor, de luz en mi antesala
tu luz me aloca y toca tibiamente
Tacto de Dios apenas, blandamente
cala mi mocedad, como una gala
de domingo con lluvia, y me regala
este gustarme Dios calladamente.
Hacia tu blanda boca mi mejilla,
y Dios, calladamente hacia mi espera,
y esta luz en mis hombros, mi gavilla
de abandonada luz, ancha frontera,
ausencia apenas, luminosa quilla
continuamente hiriendo Tu ribera
ÁRBOLES DE CIUDAD
Vuestro tronco era esbelto y verdecía,
sorbiendo soles allá en el cerro alto:
os arrancaron del paisaje un día,
para dar sombras sobre el negro asfalto.
Estáis aquí, anclados en la acera,
para manchar de verde el gris urbano;
se alarga en vano vuestra larga hilera
por ver el monte en el azul lejano.
¿Qué cruda mano os puso en estas calles
sin secreto, de ruido atormentadas?
¿Por qué os hurtaron a los hondos valles
llenos de dulces tardes sosegadas?
La tórtola no vierte sus arrullos,
árboles de ciudad, en vuestras ramas;
ni escucha vuestra copa los murmullos
que el viento dice al bosque y las retamas.
Como a niños de hospicio, uniformados,
la simetría vuestro tallo muerde,
¡Árboles de ciudad, civilizados,
sucia de grises vuestra capa verde!
Yo estoy como vosotros, prisionero,
hambriento de altos cielos y paisajes;
soñando siempre estoy con un sendero
que haga eterna mi sed honda de viajes.
TACTO DE DIOS
TU abandonada luz, continuamente,
sobre mis hombros cae como un ala:
ebrio, Señor, de luz en mi antesala
tu luz me aloca y toca tibiamente
Tacto de Dios apenas, blandamente
cala mi mocedad, como una gala
de domingo con lluvia, y me regala
este gustarme Dios calladamente.
Hacia tu blanda boca mi mejilla,
y Dios, calladamente hacia mi espera,
y esta luz en mis hombros, mi gavilla
de abandonada luz, ancha frontera,
ausencia apenas, luminosa quilla
continuamente hiriendo Tu ribera
5038.- RAFAEL LOBARTE FONTECHA
Rafael Lobarte Fontecha nació en Zaragoza en 1959 y aquí trabaja en distintos campos de la cultura, más o menos clásica: como estudioso de la obra de autores como Dante, Virgilio, Camoes, Gracián o el narrador Homero; como traductor de dos poetas románticos como Percy B. Shelley o John Keats (en Olifante publicó en 2009 su ‘Antología poética. Odas, sonetos, otros poemas, La Víspera de Santa Inés’), y de Ezra Pound, el indú Vyasa o el vietnamita Nguyên Du, al que está traduciendo ahora; como apasionado por la obra del pintor renacentista Rafael Urbino. Le ha dedicado artículos a la poesía popular griega y a músicos contemporáneos como Elton John.
A la par, sin pausa y sin prisa, Rafael Lobarte redactaba una poesía muy personal, de acentos clásicos, de verso corto, una poesía serena que nacía de los viajes, del amor y del desamor (con su componente de juego), de la percepción del misterio, del diálogo con la historia y de algunas pérdidas.
En 1979, Lobarte había publicado el que hasta ahora era su único poemario: ‘Aprendiendo Soledad’. Y, en vísperas de la Feria del Libro, en la coqueta colección Papeles de Trasmoz de Olifante, aparecía ‘Los soles negros’, un título que hace pensar de inmediato en ‘Los heraldos negros’ de César Vallejo, pero que no tiene nada que ver con esa escritura del dolor, del desgarro de vivir. Lobarte es un poeta de la visión, de la imagen, del presentimiento, de la invocación y es un poeta del paisaje, pero en su obra siempre hay un diálogo con la Gracia clásica, con los mitos y sus héroes, con Apolo, con la fuerza del sol y el embrujo de la luna, con la claridad de los equinoccios.
También es un poeta de lo cotidiano y de esos instantes aparentemente triviales que se convierten en mágicos o especiales en la visión del poeta: la contemplación de una niña, un tanto desdeñosa, con trenzas: “Tú te burlas de mí / porque apenas comprendo / ese lago esmeralda / que vislumbro en tus ojos”; la vivencia de la atracción amorosa y sus gotas de erotismo: “Grácil muchacha / de la caña de azúcar / y los ritmos quebrados, / concédeme ese fruto / gozoso y espléndido”; la exaltación del cuerpo en uno de los mejores textos del libro ‘Soneto corporal’. Y hay también una épica suave de jinetes, de guerreros…: “Ya el aire desgarran las trompas sonoras, / ya enfilan el muro los ebrios jinetes”.
‘Los soles negros’ está dividido en tres partes: ‘Evocaciones’, donde el poeta viaja por Alejandría (evoca sin decirlo el espíritu de Constantino Kavafis), por el castillo de Elsinore, por Cartago, por Nueva York; ‘Febril antorcha’, que contiene una cuidada colección de sonetos y dos poemas de auténtico lujo expresivo como ‘Motivo lunar’, donde el poeta alude al “ya desatado/ e irrefrenable fluir de mi melancolía’, y ‘El velador’, que arranca así: “Cuando los negros soles se hundieron en las copas”, y luego parece proponer un viaje al viejo y nuevo Egipto desde una terraza de la verde noche. La tercera parte contiene, entre otras cosas, tres poemas emocionantes: uno dedicado a un sobrino de seis años, otro a un amigo que murió demasiado pronto y el ‘Soneto elegíaco’, destinado a su padre, en el que Rafael Lobarte se pone a mirar la fotografía de los días, las fotografías que resumen los recuerdos, los pequeños gestos, las imágenes inolvidables.
‘Los negros soles’ es un libro que busca el primor y lo encuentra. Es un libro breve de una vida dedicada a la poesía, tiene mucho que ver con el descubrimiento de la lentitud hecha palabra, viaje, imagen, música y ritmo, arrebato de amor a la belleza y a los seres.
[Los negros soles. Rafael Lobarte Fontecha. Ediciones Olifante: Papeles de Trasmoz / La Casa del Poeta. Zaragoza, 2011.76 páginas.]
EL VELADOR
Cuando los negros soles se hundieron en las copas,
salí con mi levita y mi bastón agudo.
El verde de la noche gemía iluminado
como una flor abierta por el cuello de Osiris.
Teas que se engarzan en brillante corona
refleja sobre ónix la escondida corriente.
Muchedumbres se cubren de blancura los rostros
abocadas sin límite a un abismo rotundo.
Por si acaso amaneces he bajado a la orilla
que calan de penumbra las arquerías ciegas,
para envolver en lodo la oquedad de mis manos
y elevar horizontes y praderas y nubes.
Traspasé el umbral de espejos quebrados
donde tiembla la voz y las poses se fijan
en mueca estudiada de perfectos contrastes,
amatista o coral sobre nieves de armiño.
Camareros borrachos custodiaban la sombra
ornándose de vidrios y de húmedos trajes,
nadadores intrépidos que añorasen los peces
por una tierra hendida transitada de velas.
Tu recuerdo callado, el velador antiguo,
la rota claridad que aún me estremece.
Hojas suaves y enormes se poblaban de ausencia
y la música ardía poderosa y distante.
La ira desbordaste agolpada en mi boca.
Tu cuerpo se tensó como un arco preciso.
Ancho cauce atrapado entre llamas furiosas
donde yace confusa multitud de guerreros.
La avenida sucumbe en su danza maldita
de rincones perdidos y temibles sirenas.
Bajo los sucios porches no se muestran los astros
y el vómito irrumpe como antílope intruso.
Desnuda madrugada de cobrizos cabello
su ebrio hálito esparce con pesarosa brisa.
Hílax ladra de nuevo por los grises confines.
Mas el rosa desmiente un turquesa indeciso.
ORIENTAL
Omar, Omar, Omar.
Largo balcón abierto.
Caracola de mar.
Blancas banderas y altos estandartes
galopaban, Omar, sobre tu pecho.
Pero la negra luna,
ceremoniosa y grave,
alzó por el Oriente inmarcesible
cien mil jinetes persas
y aljabas califales.
Samarra: laberinto.
Fortificada rosa
en la lengua con púas del desierto.
JÚBILO
Es una criatura tan hermosa,
que ya puede llenarse de ramos y caminos
la oquedad de la luna, y poblarse
del candor tembloroso con que miran los pájaros.
Porque por donde pasa,
se derrumban enormes los bloques del silencio
y encuentran su camino las caravanas ciegas.
Porque por donde ondea,
dulcísimas aroman las arpas del banquete
y brota el fresco lirio de la dicha.
SONETO INSOMNE
La noche deja por mi triste boca
gusto acerbo de liras enlutadas.
En mis sienes dos lumbres apagadas
ángel sin sueño en su dolor coloca.
Alza la eternidad escudo y roca
al paso de las horas desoladas
y tiemblan como esquirlas las espadas
de un cielo que el alba apenas toca.
No estás aquí, que estás del otro lado
doliéndome en los bordes escondidos,
doliéndome de ansia en el costado,
doliéndome con dardos encendidos,
doliéndome de azul iluminado,
doliente en la raíz de mis sentidos.
EPITAFIO SENTIMENTAL
Ya se desvaneció tu pequeña figura
con un leve gemido.
Tu pequeña figura de diversos colores,
de colores tan vivos, luminosos y tiernos.
Con un leve gemido se ha quebrado el murmullo
de tu voz incesante.
Ahora, diminuta y verde ave celeste,
te alejas de esta lluvia de otoño que no es tuya.
Vuelas al escondido lugar donde frecuentes
aleteos afines que requieran tu canto.
Será un amanecer de trópicos y palmas.
Aquí ya sólo encuentro tu cuerpecillo inerme.
Se apresta a devorarlo la tierra y sus raíces.
Aquí ya sólo encuentro este débil susurro
que apenas rozará el breve umbral del aire.
http://antoncastro.blogia.com/2011/062402-rafael-lobarte-cinco-poemas.php
sábado, 29 de octubre de 2011
5037.- OCTAVIO GÓMEZ MILIÁN
Octavio Gómez Milián nació en Zaragoza en 1978. Su obra poética hasta ahora incluye los libros Labios perdidos no dan dirección (Editorial Chorrito de Plata, 2005), Por qué no nos hicimos todo el daño de una sola vez (Editorial Devenir, 2005), Con el sueño cambiado (Editorial Eclipsados, 2008), Nunca supimos cómo parar eso (Ayuntamiento de Zaragoza, 2008), Ciudad de Mármol (Editorial 4 de Agosto, 2008) y en prensa Manual de poesía para Zombies (IAJ, 2008) –junto a Juan Luis Saldaña- y Nada mejor para esta noche (Editorial Olifante, 2008). Sus textos también aparecen en las antologías Los chicos están bien (Editorial Olifante, 2007) y 20 poetas aragoneses expuestos (Editorial Olifante, 2008). Selección y coordinación de la antología de poesía femenina Parque de Atracciones (Libros del Imperdible-1001ediciones, 2008) y es asesor de contenidos de la Editorial El Chorrito de Plata. Fue el redactor del fanzine Confesiones de Margot y en la actualidad trata de sacar adelante la revista de cuentos y tebeos Cuello de Botella. También tiene una banda de rock recitado Experimentos in da notte y junto a Nacho Serrano desarrolla el proyecto Atmósferas de Margot. Colabora con Heraldo de Aragón y La Magia de Viajar por Aragón. Sus textos han aparecido, entre otras, en las revistas Rolde, Turia, Eclipse, Babelia, Criaturas Saturnianas, Degeneración Espontánea, Yo Donna o Mondo Sonoro. Escribe prensa musical rosa en www.bunburyclub.com -Crónicas de ZarAGOTA- y reseñas de discos y conciertos en www.aragonmusical.com. En la actualidad colabora en Radio Zaragoza, La General TV y Aragón Televisión.
La aurora
Tú y yo
estaremos solos
Sé que en la palma de mi mano
Somos hombres torpes
De Lugares comunes
siempre.
Ángel Gracia, Libro de los Ibones.
No mentías,
No mentías,
el invierno sigue hambriento ahí fuera.
Sé que en la palma de mi mano
se aloja el último recuerdo
de esta despedida de caballeros.
Somos hombres torpes
que no saben abandonarse.
De Lugares comunes
(Olifante. Ediciones de Poesía, 2009)
Y SIGUIENDO CON GOLPES BAJOS
“no me llames desconocido si me vas a dejar jodido”
Germán Coppini
Hoy he sido, como siempre,
un desconocido al que vuelven
a olvidar su nombre.
Pero el que la cosa se repita
no hace que duela menos
………………………………………..
14.
No preguntéis más por ella,
estoy tratando de escuchar
su silencio a través del teléfono.
…………………………………………..
12.
No quiero canícula para derretir la noche,
sólo tu lengua estival
y algo de esas pantorrillas proféticas.
Nada de copa en la mano
ni cuerpo ni barra,
sólo la tentación determinista
de un sueñecito en tu vientre.
Invitación oportuna
a los escasos reflejos de esquinas,
esta Zaragoza paupérrima
de estrellas parcheadas
y contaminación lumínica,
deja que se muestren por fin
nuestras manos tímidas
confundidas en una.
I.
Toda tú
Habitación donde encuentro
descanso, pared de hueso
en la espina de tus senos.
Farol y neón,
hondo misterio de esquinas,
luna que devora a los lobos,
fiebre que recorre mis venas,
promesa de arena que se desliza
entre mis dedos, despertándose
al mar del mediodía.
II.
Si lo pides
dormiré todas tus pesadillas sin dudarlo,
acuchillaré mis miedos e invidente
quebraré nuestros días para que no quede nada
que te recuerde. Mi mujer de mar en ciudad mármol.
Ciudad mármol que habla de los hombres
que besaron la paloma antes que yo
y quebraron sus dedos frágiles al hielo
de tu desaparición.
ANOCHE ME FOLLÉ A JANE BIRKIN
Anoche me follé a Jane Birkin,
la follé en un escrupuloso silencio
la follé demasiado concentrado por la estupidez de saborear el momento.
Me la follé en silencio por la noche y la volví a follar de día.
Seguí en silencio,
seguí en silencio porque cuando quise intervenir
para decir algo hermoso
no supe dónde había dejado la poesía
entre aquel amasijo de mentiras gloriosas
que era el cuerpo de Jane Birkin.
Anoche, justo cuando Jane Birkin se quitaba un sujetador negro,
mientras deslizaba sus bragas hacia abajo,
hacia el abismo perfecto donde no había nada,
hacia la zona de nocuerpo de Jane Birkin,
anoche justo, en ese momento previo, fue cuando quise decirle algo,
y no pude,
y volví al silencio que nunca debí haber intentado abandonar
y busqué con mis dedos especialmente alargados
sus pezones dorados, relucientes en la semioscuridad de mi cuarto
y ya no perdí ni un momento en salmos,
ya sólo me entregué al musgo dulce del cuerpo de Jane Birkin.
Se hizo de día y las horas saludaban al pasar camino de la fábrica
y besaba todas las partes del cuerpo de Jane Birkin, la besaba buscando memorizar todos los centímetros cuadrados, los milímetros, las microscópicas superficies que iba a extrañar, besaba los recovecos, las ausencias, las suciedades y las manchas de la piel de Jane Birkin. Besaba la perdición ósea de la garganta, besaba las zonas donde el salto era imposible, los cráneos llenos, las cuencas enormes, besaba todo lo que fuera blanco, todo lo que me llevara al violeta, besaba todos los horrores y todos los odios de todos los hombres con los que había estado Jane Birkin antes que yo y todos los horrores y todos los odios de los hombres que iban a estar con ella después de mí.
Jane Birkin por la mañana remoloneaba en la cama
no quiso café ni galletas, no quiso siquiera el zumo de naranja cansino que mezclo con el vodka.
Sólo que la dejara durmiendo, que dejara su cuerpo descansar, el cuerpo de Jane Birkin dentro del nórdico de mi cama de alquiler, en la habitación de la casa donde acumulo las penas y los tebeos y los cuerpos muertos y los cuerpos arrendados de todas las mujeres que han pasado antes por la cama de alquiler y han follado conmigo otras noches y otras mañanas y han follado conmigo borrachos los dos, fingiendo que su cuerpo era el de Jane Birkin y fingiendo yo que lo creía, con el sabor especial de la mezcla de tabaco y ron con el que las mujeres que no son Jane Birkin nos quieren engañar.
Me he ido y he dejado a Jane Birkin
y a todo su cuerpo, y los pezones y las piernas agobiantemente hipnóticas
y me he ido antes de que el hambre me pudiera de nuevo
y me tuviera que lanzar sobre el cuerpo de Jane Birkin
para alimentarme de ella y follarla como la follaría uno que ha estado cerca del cuerpo glorioso y ha sorbido el tuétano de los huesos perfectos de Jane Birkin.
Y he estado trabajando
imaginando que el papel y el cartón y las cajas
y las cuchillas para cortar el papel y el cartón y las cajas
y el café para soportar el dolor de los dedos
y el sueño y la muerte que acecha siempre tras la repetición
de los días sin Jane Birkin, imaginando que Jane Birkin estaba en todo lo que me rodeaba,
y entonces he querido contarles a todos,
a todos,
que anoche me follé a Jane Birkin
y por la mañana otra vez, y no se lo he contado
como si quisiera guardar para mí todo el sabor de sus dientes
que saben a mi propia saliva,
y así han pasado ocho horas y una más hasta que he vuelto a casa
nueve horas con el sabor de la lengua de Jane Birkin de mi boca al estómago,
nueve horas.
Y cuando he llegado a casa
Jane Birkin ya no estaba
y la ausencia que su cuerpo divino había dejado
era tan desoladora
que parecía que nunca hubiera estado allí.
Así que fue eso lo que elegí creer,
lo que le conté a todo el mundo:
que nunca llegué a follar a Jane Birkin.
Y SIGUIENDO CON GOLPES BAJOS
“no me llames desconocido si me vas a dejar jodido”
Germán Coppini
Hoy he sido, como siempre,
un desconocido al que vuelven
a olvidar su nombre.
Pero el que la cosa se repita
no hace que duela menos
………………………………………..
14.
No preguntéis más por ella,
estoy tratando de escuchar
su silencio a través del teléfono.
…………………………………………..
12.
No quiero canícula para derretir la noche,
sólo tu lengua estival
y algo de esas pantorrillas proféticas.
Nada de copa en la mano
ni cuerpo ni barra,
sólo la tentación determinista
de un sueñecito en tu vientre.
Invitación oportuna
a los escasos reflejos de esquinas,
esta Zaragoza paupérrima
de estrellas parcheadas
y contaminación lumínica,
deja que se muestren por fin
nuestras manos tímidas
confundidas en una.
I.
Toda tú
Habitación donde encuentro
descanso, pared de hueso
en la espina de tus senos.
Farol y neón,
hondo misterio de esquinas,
luna que devora a los lobos,
fiebre que recorre mis venas,
promesa de arena que se desliza
entre mis dedos, despertándose
al mar del mediodía.
II.
Si lo pides
dormiré todas tus pesadillas sin dudarlo,
acuchillaré mis miedos e invidente
quebraré nuestros días para que no quede nada
que te recuerde. Mi mujer de mar en ciudad mármol.
Ciudad mármol que habla de los hombres
que besaron la paloma antes que yo
y quebraron sus dedos frágiles al hielo
de tu desaparición.
ANOCHE ME FOLLÉ A JANE BIRKIN
Anoche me follé a Jane Birkin,
la follé en un escrupuloso silencio
la follé demasiado concentrado por la estupidez de saborear el momento.
Me la follé en silencio por la noche y la volví a follar de día.
Seguí en silencio,
seguí en silencio porque cuando quise intervenir
para decir algo hermoso
no supe dónde había dejado la poesía
entre aquel amasijo de mentiras gloriosas
que era el cuerpo de Jane Birkin.
Anoche, justo cuando Jane Birkin se quitaba un sujetador negro,
mientras deslizaba sus bragas hacia abajo,
hacia el abismo perfecto donde no había nada,
hacia la zona de nocuerpo de Jane Birkin,
anoche justo, en ese momento previo, fue cuando quise decirle algo,
y no pude,
y volví al silencio que nunca debí haber intentado abandonar
y busqué con mis dedos especialmente alargados
sus pezones dorados, relucientes en la semioscuridad de mi cuarto
y ya no perdí ni un momento en salmos,
ya sólo me entregué al musgo dulce del cuerpo de Jane Birkin.
Se hizo de día y las horas saludaban al pasar camino de la fábrica
y besaba todas las partes del cuerpo de Jane Birkin, la besaba buscando memorizar todos los centímetros cuadrados, los milímetros, las microscópicas superficies que iba a extrañar, besaba los recovecos, las ausencias, las suciedades y las manchas de la piel de Jane Birkin. Besaba la perdición ósea de la garganta, besaba las zonas donde el salto era imposible, los cráneos llenos, las cuencas enormes, besaba todo lo que fuera blanco, todo lo que me llevara al violeta, besaba todos los horrores y todos los odios de todos los hombres con los que había estado Jane Birkin antes que yo y todos los horrores y todos los odios de los hombres que iban a estar con ella después de mí.
Jane Birkin por la mañana remoloneaba en la cama
no quiso café ni galletas, no quiso siquiera el zumo de naranja cansino que mezclo con el vodka.
Sólo que la dejara durmiendo, que dejara su cuerpo descansar, el cuerpo de Jane Birkin dentro del nórdico de mi cama de alquiler, en la habitación de la casa donde acumulo las penas y los tebeos y los cuerpos muertos y los cuerpos arrendados de todas las mujeres que han pasado antes por la cama de alquiler y han follado conmigo otras noches y otras mañanas y han follado conmigo borrachos los dos, fingiendo que su cuerpo era el de Jane Birkin y fingiendo yo que lo creía, con el sabor especial de la mezcla de tabaco y ron con el que las mujeres que no son Jane Birkin nos quieren engañar.
Me he ido y he dejado a Jane Birkin
y a todo su cuerpo, y los pezones y las piernas agobiantemente hipnóticas
y me he ido antes de que el hambre me pudiera de nuevo
y me tuviera que lanzar sobre el cuerpo de Jane Birkin
para alimentarme de ella y follarla como la follaría uno que ha estado cerca del cuerpo glorioso y ha sorbido el tuétano de los huesos perfectos de Jane Birkin.
Y he estado trabajando
imaginando que el papel y el cartón y las cajas
y las cuchillas para cortar el papel y el cartón y las cajas
y el café para soportar el dolor de los dedos
y el sueño y la muerte que acecha siempre tras la repetición
de los días sin Jane Birkin, imaginando que Jane Birkin estaba en todo lo que me rodeaba,
y entonces he querido contarles a todos,
a todos,
que anoche me follé a Jane Birkin
y por la mañana otra vez, y no se lo he contado
como si quisiera guardar para mí todo el sabor de sus dientes
que saben a mi propia saliva,
y así han pasado ocho horas y una más hasta que he vuelto a casa
nueve horas con el sabor de la lengua de Jane Birkin de mi boca al estómago,
nueve horas.
Y cuando he llegado a casa
Jane Birkin ya no estaba
y la ausencia que su cuerpo divino había dejado
era tan desoladora
que parecía que nunca hubiera estado allí.
Así que fue eso lo que elegí creer,
lo que le conté a todo el mundo:
que nunca llegué a follar a Jane Birkin.
JULIO ANTONIO GÓMEZ FRAILE [5.036]
Julio Antonio Gómez Fraile
Nacido en Zaragoza el 27 de Mayo 1933, en el seno de una familia pequeño-burguesa, vivió en un enorme caserón ubicado en la calle Doce de Octubre. Estudió en el Colegio de la Salle, y al finalizar el bachillerato continúo su formación y aprendizaje por sí mismo, de forma autodidacta. Quienes únicamente pudimos conocerle a través de su poesía, hemos tenido la oportunidad de recomponer su puzzle personal y su fisonomía psíquica, pieza a pieza, escuchando los testimonios de numerosos compañeros y amigos como Luciano Gracia, Guillermo Gúdel, José Antonio Rey del Corral, Rosendo Tello, José Antonio Labordeta, Benedicto Lorenzo de Blancas, José Ignacio Ciordia...
Con las voces de todos ellos fuimos dibujando paso a paso su retrato: El de un niño grande, bromista, caprichoso, juerguista y derrochador, generoso e inteligente, de gusto exquisito, culto, nostálgico y sensible, amigo de sus amigos, homosexual perseguido, protagonista de una apasionada vida de leyenda alimentada a veces por él mismo. Una vida llena de profundos oscuros amores que le llevaron a vivir varios exilios y que le arrastraron en dos ocasiones hasta la zaragozana cárcel de Torrero.
Este magnífico bardo es autor de una obra personalísima, original y sólida, que se caracteriza por una evidente parquedad expresiva y una aparente desatención formal, que contrasta con una sensualidad desbordante y una desbordada pasión: con ambos ingredientes alimenta un discurso rico en metáforas y plagado de simbología. Un discurso, que en los últimos años ha encontrado el soporte musical idóneo para hacerse oír a través de grabaciones digitales realizadas para discos de artistas aragoneses como Monte Solo o Labordeta.
Julio Antonio Gómez, inició a mitad de los cincuenta su trayectoria poética introduciéndose en la mítica Tertulia del Café Niké, de la que muy pronto sería uno de sus miembros más activos y sin duda alguna su mayor animador. De su desmesurado ingenio partieron, a menudo, las fiestas más absurdas, las bromas más divertidas y el tono más jocoso. A mediados de esta década, 1955, escribe Los negros, una obra con la que obtiene el premio Doncel de de Oro, otorgado por la editorial barcelonesa Rumbos en la convocatoria del año 1959, aunque posteriormente nunca sería publicada y permaneció inédita hasta 1992, fecha en la que vio la luz gracias a uno de sus mayores estudiosos: Antonio Pérez Lasheras. Gómez dijo haber abordado la composición de este poemario "como exaltación lírica de las libertades y derechos del hombre de todas las razas".
Por Antonio Pérez Morte
http://www.aragoneria.com/cronista/17/julioantonio04.htm
LOS NEGROS
Y, de pronto, en su cielo, en su piel, en sus pájaros,
en sus labios y dientes retumbó el desconcierto.
Y apareció el fusil y el látigo y la red
y el odio que extendía su aceite hacia las costas.
(El odio fue un fragante vestido de colores
a cuyo aroma nunca pudieron resistirse).
La más desnuda noche se fue desmoronando
sobre la selva intacta que se llenó de gritos.
Porque gritaron todos: Los ecuánimes belfos,
las axilas rasgadas, los élitros potentes,
los sexos violentados, las bocas rebatidas...
De nada les sirvió.
Fueron cayendo a trozos, uno a uno.
Supieron
de la soga y del garfio, del grillo y la cadena...
Cortaron los caminos, las ráfagas hermosas
que quedaban aún vírgenes.
Con sus máscaras blancas,
con sus metales negros, como dioses podridos
Fueron contaminando los más benditos seres.
La selva se erizó en cortantes aristas
de sangre y de ponzoña.
De nada les sirvió.
De nada les sirvió, repito, porque nada
estaba preparado para un golpe tan brusco.
Las aguas se tiñeron de vísceras y asombros.
Sólo quedaba limpia la nieve en la montaña.
Mil novecientos cincuenta y nueve es también el año en que Julio Antonio publica El Cantar de los Cantares, un hermoso libro inspirado en el famoso poema atribuido a Salomón. El poeta aragonés, toma aquí a los personajes bíblicos y les da vida ubicándolos en escenarios nuevos, mucho más actuales:
CANTO III
La amada
Una fábrica llenaba la ciudad de bruma
en la noche de la búsqueda, en la noche
en que corrí por las calles furiosa y despeinada.
(Ah si pudiera desprender de tu rostro
la boca,
para oprimirla con mi fiebre hasta hacerla morir).
Mil millones de estrellas reluciendo,
cayendo en ramos tras el horizonte
que simula un cuerpo de animal herido
o fatigado por el amor;
a pesar de la escarcha
cuando la noche entra en el hueco de tu axila,
nuestro beso apretado se refugia y calienta.
Compuesto por un único y extenso poema, El Cantar de los Cantares, está dividido en siete cánticos que abordan la espera, el encuentro y la separación del ser amado.
La edición, diseñada y maquetada por él mismo, fue sometida a sucesivas revisiones y tuvo una tirada numerada y limitada de tan sólo cincuenta ejemplares, que el propio autor se encargo de sufragar.
Las islas y los puertos, también fue autoeditado en 1959 y vería la luz de nuevo, once años más tarde, al pasar a formar parte del corpus de Acerca de las trampas (Zaragoza, Colección Fuendetodos, 1970).
LAS ISLAS Y LOS PUERTOS
Huele el alba a café recién tostado
y el puerto se madruga de navíos.
Se sube el sol a un mar de labrantíos.
Un marinero ha muerto enamorado.
Sentir amor, tan de repente míos
los sabores, la sal de tu costado;
notarme moralmente atravesado
de vientos increíbles, de rocíos.
Descubridor: las playas inventadas
que soñaste pisar tan locamente,
se te ofrecen tendidas, entregadas.
Por mantenerlas, lucha diente a diente.
Entre sus solitarias ensenadas
hay un golpe de amor para tu frente.
Adiós; desde esta tierra adiós te digo.
No es la muerte, es la vida quien me llora,
la que desalentadamente añora
morir de mí para nacer contigo.
Adiós al mar, al mar que fue testigo
De tanta soledad abrasadora.
Amor, amor, el corazón ignora
que será la esperanza su castigo.
Ya es posible acabar. La vida apura
canto a canto su trampa de alegría,
golpe a golpe su brasa de amargura.
El barco afirma rumbos de entereza.
Cómo huele hoy el viento a lejanía.
Todo tiene su precio de tristeza.
Sin embargo, una década antes de que Acerca de las trampas fuese publicado, Julio Antonio Gómez sacó a la calle otro libro de largo y extrañísimo título: Al Oeste del lago Kivú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas. Primer y último número de una colección que llevó el nombre de su extraordinaria e inolvidable revista: Papageno. Al Oeste… tuvo una sola tirada de doscientos ejemplares y se imprimió en Mayo de 1960, al cuidado de otro gran nombre de las letras aragonesas: Guillermo Gúdel. Julio Antonio, dejó muestras patentes de su sentido del humor (en esta obra dedicada a Vicente Aleixandre) al hacer constar en la página de créditos "segunda edición": La segunda edición llegaría treinta y tres años después, gracias a la Institución Fernando el Católico.
En 1966 se abre un periodo en el que nuestro poeta vivirá unos años dolorosamente intensos. Este año muere su madre. En 1967 es detenido por primera vez, acusado de corrupción de menores. Como consecuencia de ello permanece cinco meses encarcelado y sufre seis meses de destierro. Se marcha a un lugar donde puede extraer el máximo provecho vivencial y cultural a su castigo, París. Allí convive con su buen amigo, el fotógrafo Joaquín Alcón y con el poeta gaditano José María Alfonso. En París permaneció hasta 1969, componiendo algunos de sus versos más emocionantes al tiempo que realizaba los trabajos más diversos: Formó parte del servicio de limpieza del Banco de Indochina y ejerció como contable en un restaurante del Barrio Latino, donde aseguró haber conocido a uno de sus más admirados artistas, el cantante y compositor Leo Ferré.
En Enero de 1969, lleno de nostalgia por sus amigos y cargado de proyectos, vuelve nuevamente a Zaragoza y funda junto a Eduardo Valdivia y el entrañable Luciano Gracia, Fuendetodos, la más hermosa colección de libros de poesía que ha visto la luz en esta tierra, y una de las más importantes en la España de aquella época. Durante sus cuatro años de vida (1969-1973), publicó obras de autores aragoneses como Miguel Labordeta, Luciano Gracia, José Antonio Labordeta o Ildefonso Manuel Gil, junto a otros de reconocido prestigio en el conjunto del Estado: Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis, Gabriel Celaya, Blas de Otero, Luis Rosales o Gloria Fuertes. El propio Julio Antonio incluyó en ella su poemario capital, que fue injustamente ignorado por la crítica: Acerca de las trampas (Zaragoza,1970).
ACERCA DE LAS TRAMPAS
Prólogo para un silencio interminable
Con humildad escribo
la delirante arquitectura en reposo de mi poesía,
para qué, para quién,
trazo pequeñas manchas casi como palabras que viven,
ignorando si mienten
o si su brillo surge de las tristes verdades
que a la vida aprehendieron
o esconden calladas transmigraciones o llanuras y muertes
edificadas brazo a brazo en un país con alma de naipe,
en un dominio inútil como el grito de un buzo.
Con humildad, sobre mi mesa ordeno
las murallas amarillentas, los amenazadores cánceres lejanos,
las polvorientas persianas de mi casa olvidada en el viento,
la desesperación nocturna del asfalto que espía,
irrevocables sufrimientos, agónico-girar-molino-corazón,
corazón, incansable corazón
para qué, para quién.
Tímidos me visitan ojos alucinados de los barcos
que se tropiezan en la noche con ronquera de incienso,
momias vertiginosas semejantes a baúles inservibles,
paquetes rebosantes de un terror prepucial,
casas y cartapacios hartos de sopas y de misas,
recuerdos con inmovilidad de saurio anhelante de siestas,
murciélagos suspendidos en la hibernación del horror provincial,
tapias de adobe civil a quienes a tiros arrancaron la camisa
para cubrirlas luego con casullas de sangre
y una gris hermosura -un vértigo- agitándose
en el duro encarnizamiento de los barrios perdidos.
Tal pudo ser mi vida
aunque ignore si existo o me sucedo,
para qué, para quién,
en mi disparatada tarea de comedor febril de cánticos,
triste-poeta-funerario-español-inútil,
borracho hasta la frente,
amoroso constructor de ánforas agujereadas
y confiando aún
-aún-
en la pavorosa e intocable vendimia del amor.
Tal pudo ser, para qué, para quién,
mi vida.
Tal pudo ser para nada ni nadie
al preguntarme ahora por los limites hondos de la pena
en el ruedo insensato de esta insultante eternidad baldía.
Todo regresará
Certero como un vómito infinito de hastío
Sólo salvado a veces por la ira.
Estos sueños...
En Enero de 1971, muere su padre, y en marzo es encarcelado nuevamente, acusado por no haber denunciado un robo en su propio domicilio. Su segunda estancia en Torrero no será larga, aunque le abrirá definitivamente los ojos para darse cuenta de que nada tiene que hacer ya en Zaragoza. Retrasará su huída hasta 1973, año en el que cobra la herencia dejada por su padre y parte con destino a Tánger. Allí compró una casa humilde y montó un laboratorio fotográfico. Entabló amistad con Mohammed Choukri, autor de El pan desnudo, y condenado a muerte por Jomeini.
Unos años después, en 1977, llegaron noticias suyas: Había obtenido el premio Marruecos de poesía en español con su libro El fuego de la Historia (publicado por Antón Castro en 1989).
LA HISTORIA TIENE BRAZOS
que luchan
o descansan.
La historia tiene bocas
que muerden o que besan.
La historia tiene fuego
Que termina
en cenizas,
pero también cenizas
que ocultan la brasa viva aún,
resistente,
esperando
ser otra vez
el fuego.
Más tarde se supo que una situación económica precaria le obligó a marchar hasta Las Palmas de Gran Canaria, donde alguien dijo haberle visto realizando tareas de limpieza en una discoteca. Allí, en Las Palmas, acabó su vida, el 20 de abril de 1988: Hundido, triste y derrotado, cansado de vivir. Víctima de su propio corazón desbordado fue detenido una vez más, esta vez para siempre, por un infarto.
Trabajaba como contable en una casa de alterne. Llevaba mucho tiempo alejado de esos dos mundos que tanto amaba: El mundo de la creación y el de la edición. Dos mundos que unidos al amor y a la amistad fueron siempre el motor de su vida. Una vida que como escribí hace veinte años, al conocer la dolorosa noticia de su muerte, había concluido antes, mucho antes de aquel paro cardiaco:
DEJA QUE AHORA TE BESE
LA GRAN MENTIRA DE MORIR
PORQUE A TI TE MATÓ EL AMOR,
PORQUE A TI TE MATÓ LA VIDA
Por qué se suicidan los gorilas
por Martín López-Vega
En 1960, en edición de doscientos ejemplares, con dibujos de Saoul Strindberg y Gregorio Prieto, como número uno y único de la colección Papageno, aparecía uno de los libros más singulares de la poesía española de las últimas décadas. Su título ya avanza que no estamos ante un libro más a la moda del momento: Al oeste del lago Kivú, los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas.
Su autor, Julio Antonio Gómez (Zaragoza, 1933- Las Palmas de Gran Canaria, 1988), director también de aquella fugaz colección, había publicado otro libro anteriormente, El Cantar de los Cantares, en el que actualizaba los escenarios del poema de Salomón. En 1992 la Diputación Provincial de Zaragoza recuperó, en edición de Antonio Pérez Lasheras, la poesía completa de Julio Antonio Gómez junto con una biografía. Ahora, la exquisita editorial zaragozana Los Libros del Señor James (loslibrosdelsr.james@gmail.com) reedita la más singular de sus entregas con un prólogo del propio Pérez Lasheras a la vez que los punzantes y luminosos Euforismos del no menos singular Julien Torma.
¿Qué es lo que hace de Al oeste del lago Kivú, los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas? Yo diría que su vanguardismo inteligente, su surrealismo guiado por una intención clara. El portugués Mário Cesariny decía, más o menos, que el asunto no era escribir poesía surrealista, que surrealista, o se era o no se era. No sé si Julio Antonio Gómez se adscribió en algún lugar al Surrealismo (y reconozco que a mí la existencia de cosas como “Grupo Surrealista de Madrid” me suena a “Formalistas Rusos de Albacete”, algo condenado de antemano al pastichismo emborronado) pero está claro que aunque lo hiciera sería con un punto de vista único y propio. Para Gómez, el surrealismo es una técnica liberadora, y la más adecuada al propósito de su libro, que Pérez Lasheras explica a la perfección en su prólogo (que abunda además en referencias bibliográficas para quien quiera seguir la pista del autor). Dice Pérez Lasheras:
“Tras él, se esconde una profunda inquietud de reproducir el maquinismo a que ha sido sometido el hombre bajo unas condiciones sociales, psicológicas y mentales determinadas. Por un lado, evidentemente, subyacen las circunstancias históricas de la dictadura franquista, su falta de libertad, su sometimiento a unas reglas estrictas e injustas. Sin embargo, existen otros componentes que están presentes, de forma incluso más activa, en el título del poemario. La localización geográfica -lago Kivú- nos lleva a África Central, la temporal -año de la publicación del libro, casi coetánea al momento de su escritura- nos lleva a finales de los cincuenta o principios de los sesenta del pasado siglo, años en que unas excavaciones arqueológicas y los posteriores estudios antropológicos sacaron a la luz los restos de homínidos más antiguos hasta esa época. Este suceso, importante para la confirmación de las teorías darwinianas, se convierte poéticamente en un motivo recurrente y, ante todo, en una ambientación, en un supuesto sobre el que se va a desarrollar la composición: los hombres cumplen su destino marcados por costumbres ancestrales, es preciso levantarse y elevar la mirada para comenzar a comprender que las cosas pueden ser de otra manera, tienen que ser de otra manera, dejar de seguir el rastro de quien nos antecede para cambiar el rumbo que nos lleve a otro lugar”.
Quienes asimilan el surrealismo al banal automatismo (y entre ellos cabría mencionar a muchos de los poetas hodiernos que presumen de surrealistas) tienen aquí una lección de cómo el surrealismo puede ser también un gran medio para explorar y reflexionar sobre la condición humana. Copio un fragmento de la primera sección del libro (o libro primero, como la llamó el autor), “Edifica tu ciudad como en los días de antaño”:
[...] En las escaleras del metro me he sentado
para atarme el cordón de los zapatos.
A mi alrededor, los gorilas
subían y bajaban apresuradamente,
imaginando encuentros, olvidando,
con una flor en la boca,
los gorilas.
Veían pasar a la estupenda
rubia de suaves mejillas perfumadas
y llenaban sus bocas de muslos inventados
y sus manos de senos recién nacidos.
El bosque ha quedado muy triste
después de la fiesta,
botes vacíos de mermelada, canciones
desgarradas sobre los arbustos, besos
olvidados, papeles amarillentos, el bosque
queda esperando por las tardes de lluvia.
Mucho sueño en los conventos
golpeados fieramente por los automóviles,
-¿Qué nos ha sucedido? Ya no me acaricias
como antes. (En tu sexo
anidaba un gozoso montón de golondrinas),
dad, dadme un instante mío,
una pequeña porción de infinito
que pueda poseer, atrapar con todas mis fuerzas,
detenerlo quebrando
por una sola vez
el atroz movimiento implacable
de las constelaciones.
Si la vida está huyendo de la vida,
un gemir de hojas muertas contra las rotondas,
vivir será morir, no lloréis
a los muertos, a las siete
las tiendas dejan caer sus persianas metálicas,
los catedráticos
levantan la vista del diptongo y miran
por los balcones verdes, arrastrando los pies, todos
salimos a la calle, libres.[...]
Para quien no lo conociera hasta ahora, Julio Antonio Gómez es el poeta joven de la temporada.
HOMENAJE A JULIO ANTONIO GÓMEZ
(Coordinado por Ángel Guinda)
En el estudio de la calle Canfranc. (Foto de Joaquín Alcón)
El poeta zaragozano Julio Antonio Gómez escribió algunos de los mejores poemas amorosos de su generación (la del 50: con Gil de Biedma, Ángel González, Gamoneda, Valente, Crespo, J. A. Goytisolo, Tundidor, entre otros compañeros de viaje), dignos de permanecer en la Historia de la Literatura Española. Su timidez y aislamiento en la provincia, su residencia posterior en Tánger y en Las Palmas de Gran Canaria, no favorecieron la difusión y el más alto reconocimiento que su obra, no por breve menos importante, merece. Este monográfico quiere ser un gesto de desagravio por el silencio que envuelve a su figura y un agradecimiento a aquellos amigos que han trabajado por la recuperación de la misma: los profesores de la Universidad de Zaragoza Antonio Pérez Lasheras y Alfredo Saldaña (también poeta), así como el escritor Antón Castro.
El Alambique
La palabra encendida de Julio Antonio Gómez
Alfredo Saldaña Sagredo
Julio Antonio Gómez (Zaragoza, 1933–Las Palmas de Gran Canaria, 1988) es un poeta de diferentes voces que aparecen y desaparecen a lo largo de su obra, en la que encontramos, entre otros, al poeta íntimo y amoroso, que susurra su verso en zonas de sombra, a media luz, teme-roso del terror, el asedio y la represalia cruel. La frecuen-cia con que aparece, los dife-rentes registros con que es tratado y las diversas modula-ciones que adquiere hacen del amor un campo semántico decisivo en la configuración del universo poético e ima-ginario de Julio Antonio Gómez, en la percepción de la experiencia y en la tra-ducción de dicha experiencia a un texto poético. Un análi-sis del tema amoroso puede aportar en este sentido algu-nas claves de interpretación de esta obra poética; su sexualidad (de raíz homoerótica) marcó radicalmente tanto su destino en la vida como su papel en la poesía y de este modo su ser social y su ser poético se vieron atravesados por la singularidad de esa señal (J. A. Gómez sufrió en la Zaragoza de los años sesenta acoso policial por orden judicial, fue detenido en 1967 bajo acusación de perversión de menores, pasó cinco meses en la prisión de Torrero y fue desterrado durante seis meses fuera de Zaragoza). En unos años de escasas libertades, en todos los ámbitos, su concepción de la sexualidad hizo de él pasto abonado con el que se alimentaron la inquina y el desprecio de aquellos seres que velaban por la moral y el orden públicos; esa misma homosexualidad fue la que le llevó al exilio forzoso y es una señal que se rastrea —aunque sea de una forma velada y solapada— en su poesía, donde el amor se presenta como un tema capital a la hora de desvelar algunas estructuras del universo lírico de J. A. Gómez.
La concepción del amor en la poesía de J. A. Gómez tiene algunas de sus raíces en parte de la obra poética de Vicente Aleixandre, sobre todo en La destrucción o el amor, libro de 1935 que nuestro poeta, debido muy proba-blemente a un descuido, fecha en un trabajo ensayístico de 1968 titulado España: Poesía y teatro contemporáneos, 1936–60 en 1925. Allí trae al comen-tario tres poemas del libro de Aleixandre (“La selva y el mar”, con el que inicia la obra, “Unidad en ella” y “Ven, ven tú”), que utiliza para esbozar una más o menos elaborada teoría estética del amor que, como vemos si analiza-mos su obra, nuestro poeta hace suya. Un estudio semántico del amor en la poesía de J. A. Gómez (un tema importante dada la insistencia con que aparece y la singularidad con que es tratado en sus diferentes obras poéticas: Los negros, El cantar de los cantares, Al oeste del lago Kivú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas y Acerca de las trampas, sus cuatro libros completos conocidos) permite, además de constatar la evolución que experi-menta este tema en su poesía, desvelar diversos rasgos de intertextualidad y algunas deudas contraídas por J. A. Gómez con otros escritores y con su propia obra poética, y valorar la significación que dicho tema adquiere y el sentido (o los sentidos) que aporta a esta poesía. Quiero ahora prestar alguna atención a su principal libro de temática amorosa, El cantar de los cantares.
El cantar de los cantares (segundo de sus libros en orden de escritura aunque primero en publicarse en 1959) es el texto en el que suena por primera vez de forma propia y personal la voz poética de Julio Antonio Gómez; es el texto de la enunciación y celebración amorosas, donde el éxtasis y la voluptuosidad de los sentidos alcanzan, en el conjunto de su obra, sus más altas cotas. Este libro introduce un rasgo que va a ser característico de la poesía de J. A. Gómez a partir de este momento: la inclusión del amor y del erotismo como contenidos esenciales del discurso poemático. Amor como búsqueda, itinerario e iniciación; erotismo como forma de representación habitual de ese amor. El amor que celebra Gómez en este texto es un amor profano, físico, telúrico en el sentido de que la evolución del yo lírico (algo parecido ocurría en Los negros, su libro anterior) está íntimamente ligada al ciclo de la naturaleza. En este sentido la poesía de J. A. Gómez integra su contenido amoroso la mayor parte de las veces en el medio natural (sobre todo en sus primeros libros), en el que los elementos no son solo meras figuras decorativas, sino que alcanzan una gran cohesión con el fondo del discurso. El cantar de los cantares se presenta como un diálogo lírico con intensos movimientos dramáticos entre la amada, el amado y el coro. Texto, pues, en expresión bajtiniana, polifónico al ofrecer el contenido del discurso en varios registros expresivos que relativizan los distintos puntos de mira y las diferentes perspectivas desde las que la realidad es contemplada. Texto de viaje, de iniciación a través del amor como medio de conocimiento de otras realidades. El movimiento, el viaje (que se muestra lleno de símbolos y emblemas que es preciso descifrar, como ocurre, por ejemplo, en las novelas de caballerías), viene dado por la búsqueda del otro que ha de completarnos y dar algún sentido, si ello es posible, a nuestra vida.
J. A. Gómez sigue el famoso poema atribuido a Salomón, con los personajes del libro bíblico situados ahora en escenarios actuales. Se trata de un texto del que se han hecho numerosas versiones; en nuestra lengua, además de la poesía epitalámica, quizás las más famosas sean las de fray Luis de León y Benito Arias Montano, aparte de las continuadas paráfrasis que algunos autores de la mística, sobre todo San Juan de la Cruz (Cántico espiritual), hicieron del texto original. Ahora bien, un cotejo algo más detallado y exhaustivo de las obras de San Juan de la Cruz —uno de los más altos representantes de lo que Georges Bataille (1992) denominó como “erotismo sagrado”— y J. A. Gómez, las que más originalidad presentan con respecto al libro salomónico, nos permitirá constatar hasta qué punto fue el Cántico espiritual la fuente más cercana de nuestro autor. Un análisis —que pude desarrollar con mayor detalle en otro lugar (Saldaña, 1994)— comparativo de tópicos y motivos, emblemas y símbolos ofrece la luz suficiente para establecer rasgos comunes y diferenciales de ambas obras. Son muchas las semejanzas que presentan el Cántico espiritual y El cantar de los cantares; ambos poemas beben en una fuente común y, a pesar de sus diferentes propósitos y las distintas cualidades de los amores que celebran, los dos se sirven, en numerosas ocasiones, de parecidos tópicos, metáforas y símbolos para expresar esos amores. Y ello no debe extrañarnos dado que los dos textos heredan una retórica bíblica donde el amor desempeña un papel central, un imaginario cultural clásico filtrado por el cristianismo y una sensualidad vitalista de origen musulmán. Las diferencias radican quizás en el carácter deliberadamente erótico del poema de San Juan, frente al mayor alarde de sensualidad que presenta el de J. A. Gómez; en la localización eminentemente bucólica, ambientada en un medio natural, del Cántico espiritual, frente al contexto urbano (aunque salpicado de continuas referencias al mundo de la naturaleza) de El cantar de los cantares; y, por último, en el final con que se cierran ambos textos: mientras el de San Juan acaba con la descripción del éxtasis de los esposos en pleno goce físico, el de J. A. Gómez finaliza con la separación de los amantes.
El cantar de los cantares es el texto de J. A. Gómez en el que su voz poética suena por primera vez con auténticos registros y modulaciones personales; y esto puede parecer una paradoja puesto que el autor se había impuesto como modelo para este texto un original que implicaba la adopción de unos patrones estilísticos, métricos y rítmicos muy estrechos. Esboza temas y rasgos (la pasión amorosa, la humanización de la naturaleza, la muerte inevitable) que desarrollará de una forma más amplia en otros libros; al presentar este poemario dividido en cantos en los que intervienen distintos personajes (la amada, el amado, el coro), ensaya una estructura de poema dramático que no volverá a repetir en el resto de su obra; introduce símbolos y temas simbólicos (el vino, el mar, el sueño) que han adquirido cierta continuidad en su poesía; y, sobre todo, dada la sensualidad que envuelve al poema, supone la manifestación más diáfana y contundente de plasticidad artística de entre toda la poesía que publicó su autor. La obra incorpora elementos carnales de la amada (boca, piel, manos, senos, mejilla, talle, vientre y labio), varias descripciones y cualidades del amado, del reino vegetal (romero, manzana, campos de trébol, yedras, higueras, jardines y vides), del reino animal (caballo, toro, paloma, tórtola y cordero), si bien todos ellos formando parte de procesos metafóricos, y todo un mundo de sonidos, olores y sabores (el viento, la respiración entrecortada, los aromas de la amada, el aliento del cordero, el olor de la piel del amado, el vino embriagador, el canto insostenible) que hacen de esta obra un verdadero paraíso de la sensualidad.
Amor y muerte son dos temas que gozan de una salud extraordinaria en la tradición poética española. La poesía de J. A. Gómez tampoco ignora estos campos semánticos, que muestra en diversas ocasiones profundamente in-terrelacionados: “Caín mató a su hermano por amor. / Caín, el más hermoso de los hombres” (El cantar de los cantares, I, vv. 45-46). Aquí el amor es causa de un asesinato, de un fratricidio. Gómez recrea el motivo bíblico de tal manera que la causa del crimen que habíamos dado como buena hasta ahora, la envidia, es sustituida por una nueva, el amor, capaz de purificar hasta los actos más canallas y abyectos. Este contexto, en el que aparecen equiparados amor y muerte, recuerda ese otro de violencia propio de Los negros. Caín, cuya figura volverá a aparecer en Acerca de las trampas, es reivindicado aquí (¿eco del poema “Abel et Caïn” de Baudelaire?) como símbolo de la pasión y la belleza, belleza que se le atribuye mediante un epíteto raro (“el más hermoso”, frente a, por ejemplo, “el más cruel”) que forma parte de un sintagma del que es el núcleo y aparece en grado superlativo. Al caracterizar a Caín como el más hermoso de los hombres se produce una nota de extrañamiento; el poeta se desmarca de la opinión general al hacer de él el paradigma de la hermosura y no de la envidia o de la maldad. Arquetipo de la voluptuosidad y del apetito insaciable, no hace falta recordar que el fratricida estaba ebrio cuando mató a su hermano. Caín, en orden cronológico, es el primer maldito de la tradición judeo-cristiana, y no es extraño que J. A. Gómez sintiera cierta atracción por un personaje como él, como no lo es tampoco que Baudelaire, antes, expresara algo similar y lo calificara en su poema como “pauvre chacal”. Gómez, al tiempo que felicitaba a sus amigos la entrada del año 1965 y les deseaba “buen andar y alegre compañía”, publicó un soneto titulado “Dulce chacal, garfio de mansedumbre” en el que, sin mencionar expresamente al personaje del Génesis, aparece alguna nota alusiva al mismo —y compartida por el propio J. A. Gómez— como es la referencia al carácter errante de la vida.
Este brevísimo comentario de la poesía amorosa de J. A. Gómez permite extraer algunas conclusiones: la constatación de que es un tema importan-tísimo en la obra de nuestro autor, dada la frecuencia con que aparece y los diferentes registros con que es tratado, un tema, además, esencial para desvelar algunas estructuras del universo poético e imaginario de J. A. Gómez, un poeta de raíz homoerótica que hizo de su concepción del amor una forma de entender y expresar el mundo. A través del amor, con el que constantemente se están cruzando otros campos semánticos (la muerte, la naturaleza, la ciudad —Zaragoza, París, Tánger—, España, la propia creación poética), el poeta trata de establecer su personal cosmovisión y elaborar su singular modelo de mundo deseado. Es, pues, el amor un elemento capaz de incidir en el objeto al que se enfrenta hasta el punto de modificar su estructura originaria, un motivo determinante en la percepción de la experiencia de J. A. Gómez y en la traducción de dicha experiencia a una obra poética condenada al parecer a dormir el sueño de los justos. Este poeta fue por vocación y decisión propias un caso aparte en la poesía española de su tiempo. Aragonés de nacimiento, sus lecturas y amistades foráneas, su educación y formación cosmopolitas, sus cada vez más frecuentes, prolongadas y hasta definitivas estancias en otros lugares hacen de él un fenómeno singular en la poesía aragonesa contem-poránea. Si a ello le añadimos la elaboración de una escritura del color y del sonido, pletórica de imágenes, metáforas y símbolos, sensual y apasionada hasta la exasperación, vibrante, musical y afanosamente elaborada, tendremos a un poeta en clara progresión ascendente, que parte de una obra primeriza y menor en su trayectoria, Los negros, escrita a mediados de los cincuenta, y culmina su ciclo con la redacción de un texto importante en la lírica española contemporánea, Acerca de las trampas (1970), condensación y cenit de su poesía, un libro repleto de aciertos expresivos y logros artísticos que, sin embargo, fue escandalosamente silenciado por la crítica en el tiempo de su aparición, preocupada como estaba por consolidar otra poética dominante en aquel momento. Por eso mismo, quiero finalizar este texto expresando mi agradecimiento y felicitación a los responsables de El Alambique por acoger entre sus páginas las palabras de ese corazón indomable y desbordado que tuvo por nombre Julio Antonio Gómez Fraile.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bataille, G. (1992). L´Erotisme, París, Les Éditions de Minuit.
Gómez, J. A. (1959). El cantar de los cantares, Zaragoza, ed. del autor.
Gómez, J. A. (1970). Acerca de las trampas, Zaragoza, Javalambre, col. Fuendetodos.
Saldaña, Alfredo (1994). Con esa oscura intuición. Ensayo sobre la poesía de Julio Antonio Gómez, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza.
Julio Antonio Gómez en el cuarto oscuro
Adolfo Burriel
(Joaquín Alcón, tan amigo también mío, hubiera sido el fotógrafo oficial de Julio Antonio Gómez, si eso estuviera bien decirlo. Esta foto la hizo él, en la entrada a su cuarto oscuro, en la calle Canfranc de Zaragoza.)
Julio Antonio Gómez ha abierto la puerta de los múltiples cerrojos y de la cruz de ataúd, mira sin osadía, desabraza la sombra, apenas husmea, tal vez fuera no existe otra cosa que nosotros.
¿Cómo fue con la puerta cerrada?
Julio Antonio Gómez, qué asombro por la luz –N`Gakora, dios, al escribir tu nombre / me sube a la garganta un verde viento / de lejanas frescuras–, envallado donde viven con espanto las sendas imposibles, huido, sin embargo, cada día, a cada paso, refugiado en ese cuarto oscuro donde las formas aparecen despacio, poco a poco –luz y gris–. Desde qué nada. Julio Antonio Gómez y su mirada hacia las islas y los puertos. Y cerca de los cerrojos, las aldabas.
En aquellos sonetos donde hasta muere de amor un marinero, ¿qué tristeza sería la pagada?
Julio Antonio Gómez, escondido, simulando levemente arañar la claridad, mirando esas afueras. Y tú sabiendo que algún día / dentro de diez mil años / un pobre loco de grandes ojos tristes / hallará bajo el sol la llave oculta / la llave deseada, / aquella cuyo nombre /misteriosamente el mar pronuncia y acaricia.
Papageno: 53 aniversario
Antonio Pérez Morte
Cincuenta y tres años. Primavera de nuevo. Tengo entre las manos el materializado sueño luminoso del poeta aragonés Julio Antonio Gómez, un bardo exquisito, enamorado empedernido de la belleza. Papageno es el nombre de ese sueño: Un milagro de papel, nacido en plena zaragozana gusanera de Miguel Labordeta, que en 2008 cumplió ya medio siglo. Antonio Pérez Lasheras realizó en 1990, con el apoyo de la Diputación General de Aragón, una maravillosa edición facsimilar, acompañada por un comple-tísimo estudio previo.
En una ciudad donde sólo la cultura y la creación eran alguna de las pocas salidas posibles para huir del tedio y la opresión, el espíritu libre e inquieto de Julio Antonio Gómez, desafiando dificultades y riesgos, se embarcó en una de las más hermosas aventuras que hayan visto la luz en esta tierra: la publi-cación de una revista literaria independiente, que en edición no venal intentó hacerse sitio dentro del panorama nacional. Una aventura casi milagrosa, como explicaba el propio artífice del proyecto, en la hoja suelta que acom-pañaba al primer número, aparecido en la primavera de 1958: “Papageno, revista milagrosa –al decir de Camilo José Cela–, quiere agradecer, en primer lugar, la colaboración de cuantos, en forma decidida y desinteresada, entregaron sus originales para el presente número. Máxime teniendo en cuenta que siendo ellos figuras de sobra conocidas, y PAPAGENO proyecto a realizar, no sabían, no podían saber por donde iban a ir los tiros. Gracias por la confianza. Papageno, revista huérfana de toda subvención, revista hecha por jóvenes, no viene a llenar ningún hueco; no quiere polemizar, asombrar o destruir; quiere solamente ser un puente de conversación serena y solidaria en torno a temas, eso sí, transcendentes y, por lo tanto, audaces. Revista de comunicación, publicará –sin ajuste alguno en cuanto a tema, extensión o firma– todos cuantos trabajos se le envíen poseyendo el término medio de calidad y transcendencia que persigue. Hará igualmente –con la mejor voluntad de justicia– recensión crítica de los libros y revistas que lleguen a ella… No nos proponemos nada, lo cual quiere decir que vamos a por todo. Ojalá que la suerte –o lo que sea– nos acompañe.” La suerte duró hasta el invierno de 1960, fecha en la que apareció el segundo y último número de la revista, dedicado íntegramente a la publicación de la obra teatral de Miguel Labordeta, Oficina de Horizonte.
El primer número de Papageno se abre a cualquier tipo de manifestación cultural y está lleno de contenidos tan interesantes como diversos: artículos, dibujos, poemas y hasta un guión de cine… En la primera página una carta de Vicente Aleixandre da la bienvenida a la publicación y glosa la figura de su director; en la segunda, dos reseñas de poesía: La primera, muy extensa, está dedicada a Teatro Real de Leopoldo de Luis (publicado por Adonais) carece firma, aunque podemos atribuirla, casi con total seguridad a Julio Antonio. La segunda, sobre Los mejores versos de Guillermo Valencia, lleva la firma de Sánchez Ibarra; completa la página un poema en prosa de Antonio Fernández Molina. Un gran artículo dedicado a La tierra baldía de T. S. Eliot, escrito por José María Aguirre (uno de sus grandes estudiosos) ocupa íntegramente la página tres y la mitad de la cuatro, que se completa con un poema surrealista de Ángel Crespo: Todas las muertes son distintas. Cuatro maravillosos y desgarrados sonetos de Pascual Plá y Beltrán (un poeta que dejaría huella en la obra posterior de Gómez), fechados en 1927, abarcan la totalidad de la página cinco. En la siguiente, José María Aznar Quero escribe un artículo sobre la Evolución de la filosofía. I La proyección del ser, quizá pretendía ser la primera entrega de un trabajo mucho más extenso. La página siete recoge un artículo de Emilio Lalinde en el que se acerca a la figura de Antonio Machado: Machado, siempre. Tras el texto de Lalinde Acereda, tres páginas (8, 9, 10) repletas de poesía: Leopoldo de Luis, con un extenso y hermoso poema de reminiscencias machadianas titulado El río; Dámaso Alonso con una composición breve, Los contadores de estrellas; Rafael Millán, Volvemos; Gerardo Diego aporta el soneto Soy sólo uno; Julio Maruri firma Mañanas, un bellísmo poema surrealista; Miguel Labordeta el hermoso poema dedicado a Pío Fernández Cueto: Fernández Cueto viene cantando; Elizabeth Bishop, Circo de Invierno; James Joyce, Un murciélago de misterio; Ezra Pound, Retorne la alegría; Carlos Baylín Solanas, Balada del muerto desconocido.
Guillermo Gúdel, otro grande de las letras aragonesas, participa en este número con un cuento que discurre a lo largo de la página once: Lala, ilustrado por Labra. Manuel Pinillos nos devuelve a la poesía en la página doce: Con mala letra, a Dios, y nos lleva con la fuerza torrencial de casi un centenar de versos, a su personalísimo y desbordante mundo poético. La página trece es para Antonio Buero Vallejo y su artículo La juventud española ante la tragedia. Tras este texto (página 14) José Antonio Labordeta nos acerca a la poesía de César Vallejo a través de un escrito breve que incluye versos del poeta peruano; la página se cierra con el poema La primera caída de Pedro Bargueño y A Lina, en el silencio de José Gerardo Manrique de Lara. Otros dos poemas abren la penúltima página (15): Alas de tus pies de Luis F. Arregui Lucea y Canción del pobre, del siglo VIII, de Yamanoe No Okura. El resto de la página quince junto con la dieciséis, están destinados a la reproducción de la secuencia 29 del guión cinematográfico La Venganza de Juan Antonio Bardem.
Dieciséis páginas intensas (con dibujos de Picasso, del propio Julio Antonio…), llenas de elementos heterogéneos de elevado nivel, para una entrega donde todo tiene cabida y que precisamente por ello, contrasta con la segunda, que verá la luz en el invierno de 1960 y estará dedicada íntegramente –como ya apunté al principio– a la primera publicación de la obra dramática de Miguel Labordeta, Oficina de Horizonte, escrita por el vate zaragozano a comienzos de la década de los cincuenta.
Un poema puesto en pie titula Julio Antonio Gómez el prólogo-portada desde el que resume, de forma apasionada, los aspectos más importantes de la obra, al tiempo que establece similitudes entre ésta y la poesía de su autor, de quien traza un retrato entrañable: “Los que conocemos a Miguel, ese Miguel bullicioso, entrometido, socarrón, cruel a veces, con su inefable mirar de niño asombrado o pícaro, lo hemos inmediatamente reconocido e incluso ahondado en este drama que, si os place, vais seguidamente a leer. En efecto: todo el mundo fa-buloso del poeta inventor, todos sus hermosos galimatías absurdos o soñados –uni-verso quimérico o real, quien sabe– están en la obra, la constituyen, y a ellos habremos de remitirnos cuando deseemos conocer a uno y otra.” “Oficina de Horizonte es un poema puesto en pie. Cierto. Nosotros lo hemos visto levantarse y caminar sin vacilaciones…” “Oficina de Horizonte plantea el problema del Poeta ante los temas eternos del Amor, del Abismo y de Todo Lo Demás. Como es lógico, Todo Lo Demás acaba por exterminar al Poeta. No es sin embargo una obra triste. La Alegría, la inmensa Alegría, queda encerrada dentro de una botella que, todavía intacta, navega y navegará hasta el fin por los mares del mundo.”
Guillermo Gúdel realiza la crónica del estreno en la página 2: Fecha del Estreno. Tras el texto de Gúdel, se reproduce el anuncio de la Tragicomedia Epilírica en dos Edades y media, que se celebró el día 6 de Noviembre de 1955 en el Teatro Argensola de Zaragoza (con los actores Pío Fernández Cueto, Lola Gomollón y Mario Barraicoa, la escenografía y luminotecnia corrió a cargo del artista vasco Agustín Ibarrola, y la dirección de Miguel Labordeta). El resto de páginas, de la tercera a la decimosexta, reproducen el texto íntegro de la obra con dibujos de Le Corbusier, Carlos Alonso y Julio Antonio Gómez.
Si bien es cierto que en Oficina de Horizonte se percibe la influencia que sobre Labordeta pudieron ejercer las lecturas de autores como Brecht o Sartre, también es cierto que ello no resta mérito alguno a un autor que supo alimentar y enriquecer continuamente, con su espíritu inquieto, una mente lúcida y desbordante imaginación, capaz de crear una obra tan difícil como personalísima. Miguel Labordeta tuvo y sigue teniendo un eco innegable en muchos jóvenes poetas e incluso algunos discípulos, entre sus propios compa-ñeros de la Tertulia de Niké: La Edad definitiva de Julio Antonio Gómez, es una muestra clara de ello.
Julio Antonio Gómez, que sacó a la calle esta maravillosa tragicomedia existencial, la única incursión que realizó en el mundo del teatro el más importante poeta aragonés: Miguel Labordeta... Julio Antonio Gómez, que realizó denodados esfuerzos para sacar a sus conciudadanos de una cultureta oficial, siempre por debajo de las pretensiones de cualquier persona progresista e inquieta.
Con menos medios que amigos, con más esperanza que capacidad de acción, con ilusión, Julio Antonio intentó zafarse de una sociedad triste y oprimida, y a ratos lo logró: Papageno fue durante algún tiempo su válvula de escape, su ventana abierta a un aire nuevo y a los sueños.
Julio Antonio Gómez, un poeta puesto en pie
Miguel Ángel Longás
¿Queda algo por decir acerca del poeta aragonés Julio Antonio Gómez (Zaragoza, 1933–Las Palmas de Gran Canaria, 1988)? Después de las palabras definitivas que le han dedicado profesores como Antonio Pérez Lasheras o Alfredo Saldaña y poetas como Ignacio Ciordia o Ángel Guinda, parece que no, y, sin embargo, ahí está el testimonio conmovedor de su poesía original y nueva para demostrar que los lectores pueden y deben seguir confiando en obligadas resurreciones literarias como la suya, “porque el muerto está en pie”, como decía Gustavo Adolfo Bécquer, y porque, antes de estarlo, había sido un hombre vitalista aunque atormentado, un “maldito” de la poesía aragonesa cuyo malditismo no es tal y cuya breve obra se puede poner al lado de coetáneos suyos de la llamada “promoción poética de los 50”, bendecidos todo ellos por la crítica y también por sus lectores, como Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Miguel Labordeta, Manuel Pinillos o Rosendo Tello.
Dicho esto, hay que recordar, de forma inmediata, que Julio Antonio Gómez no fue un poeta más, sino un verdadero dinamizador de la cultura aragonesa, como su amigo y modelo Miguel Labordeta, en un tiempo nada fácil, dado que, como bien es sabido, dedicó algunas de sus muchas y generosas energías como editor a la promoción de poetas, tanto del ámbito aragonés como del español, en su mítica Colección “Fuendetodos”, en la que consiguió aunar los nombres de poetas de distintas generaciones poéticas, como Vicente Aleixandre, Luis Rosales, Blas de Otero, o, entre los aragoneses, Ildefonso Manuel Gil, Luciano Gracia o el ya citado Labordeta. Por ello, y en justa correspondencia, también se le deberían dedicar a su poesía algunas de esas mismas energías como poeta de genio que fue.
Todo ello se puede apreciar en los cinco libros de poesía que Gómez escribió, así como en sus poemas sueltos. El primero de ellos es Los negros, un libro inédito que no fue publicado en su momento, pero que fue galardonado con el premio “Doncel de Oro” en 1958. Con este libro inicial, Julio Antonio Gómez se convierte en otro “poeta de la negritud”, pero sin adaptar los ritmos africanos a los ritmos castellanos, que aparecen en forma de silva libre integrada por versos heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos. Demuestra, más bien, ser seguidor de dicha tendencia, entre la que figura el poeta cubano Nicolás Guillén, por la búsqueda de lo autóctono, por su colorismo y por su primitivismo vitalista, pero también por su acentuado compromiso con la raza negra en su conjunto, víctima de tantos desmanes esclavistas y colonialistas. Es por ello por lo que Gómez demuestra en Los negros su nexo de unión con la “epilírica” de Miguel Labordeta y, al mismo tiempo, con la “historia del cora-zón” de Vicente Aleixandre, lo que equivale a decir que el poeta transforma en universal su canto pero dejando que, razas aparte, los negros se sientan integrados en la expresión de una misma forma humana de sentir.
Otro tipo de canto lo constituye El cantar de los cantares, segundo libro de Julio Antonio Gómez, una personal recreación del poema de Salomón, que se convierte en un poema vanguardista en el que la amada busca a su amado en un entorno ciudadano, lo que dificulta su reencuentro amoroso, todo ello con un lenguaje sensual y simbólico que lo acaban hermanando con el perpetrado por San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual, pero no en cuanto a su construcción estrófica, dado que las liras sanjuanistas se convierten en versos de raíz endecasilábica en el poema de Gómez. Por lo demás, cabe recordar que Ignacio Ciordia, amigo íntimo de éste y también poeta resurrecto, ha llegado a declarar, en alguna entrevista, que la idea de escribir una actualización del poema salomónico partió de él, pero que fue Julio Antonio Gómez quien la llevó a cabo, estableciendo, al mismo tiempo, un particular diálogo suyo con la tradición poética, renovando la imaginería poética monocorde del momento con una amplia gama de metáforas, símbolos y revelaciones lingüísticas.
Como revelación lingüística se puede considerar el largo y extraño título del tercer libro de Gómez, Al oeste del lago Kivú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas, un libro de contenido surrealista y alucinado en el que Gómez quiere ser un ciudadano libre en busca de un amor no menos libre que tal espacio urbano impide, es decir, en un intento de recuperar la temática y el tono de su versión libre del ya citado Cantar de los cantares de Salomón, con unos poemas en verso libre que son alegorías que también entablan diálogo con la poesía de Miguel Labordeta y de Manuel Pinillos. Un libro, pues, renovador en la poesía aragonesa y española, cuyos poemas tienen no poco de las técnicas de yuxtaposición entre imágenes que nada tienen que ver entre sí, quizá aprendidas en La tierra baldía, de Thomas Stearns Eliot, una obra original, vanguardista y rupturista que Julio Antonio Gómez proyectó traducir. Al oeste del lago Kivú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas se convierte así en otro canto de afirmación de la vida y del amor en medio de una realidad hostil a la que sólo es posible hacer frente haciendo uso de una libertad que sirve para crear puentes al infinito desde una realidad contaminada en un intento de regresar a la pureza original de todo.
Pero, su “edad definitiva” como poeta, parafraseando el título de su única obra teatral, la alcanza Gómez en Acerca de las trampas, su último libro publi-cado, en el que se observa no sólo su madurez expresiva, sino, también, un ansia de renovación, profundizando en su línea vanguardista habitual, que lo convierte en claro antecedente de algunas de las poéticas llevadas a cabo por los Nueve novísimos poetas españoles antologados por José María Castellet en 1970, ello sin abandonar su acendrado lenguaje surrealista y coloquial y su temática social e intimista al mismo tiempo, que lo acaban hermanando con Miguel Labordeta, por lo que Acerca de las trampas es un libro de hallazgos, pero también de revelaciones.
Por eso, cuando Julio Antonio Gómez tuvo la revelación de que tenía que marcharse de España para darle nuevos aires a su vida, también se siguió reno-vando como poeta y fue en Marruecos, su país de acogida, donde compuso El fuego de la historia, una colección de poemas en verso corto de tendencia heptasilábica, en un intento de imitar la métrica popular árabe, cuyo tema es el mundo marroquí, y, por extensión, el mundo árabe, del cual se sentía solidario, como solidario había sido en Los negros, su primer poemario, con la negritud, lo que demuestra el interés de Gómez hacia distintas culturas como poeta neo-rromántico que fue, un poeta puesto en pie de nuevo al que la pasión perfecta de la poesía le llevó a hacer más soportable la “pasión sombría” de su vida.
Acuérdate de mí”. Un poema escrito en Algeciras
M. Martínez Forega
La memoria es apero indispensable de la nave del poeta, ancla de muchas de sus presunciones; una de ellas es la presunción del miedo al olvido. Y cuando se tiene la sospecha de ser olvidado, la memoria se convierte en una apelación (íntima o pública cuando se es; expresamente epitáfica cuando se deja de ser). Hay matices entre el acto de recordar y el acto de no olvidar. El primero parece tener la impronta de un acto coyuntural, ajustado al momento preciso del recuerdo; el segundo dispone una actitud lineal, permanente, desde el hecho recordado en adelante; no tiene fin, por así decir.
Julio Antonio Gómez compuso un poema[1] en Algeciras (según reza la data al pie en la versión aparecida en la revista Poemas)[2] que presenta un rasgo formal (elipsis de algunos nexos sintácticos) distribuido irregularmente, diríamos que al desgaire del azar. Un polisindetismo moderado es también visible, aunque no parece ser un recurso estilístico consciente, al menos en este texto. Sin embargo, lo que interesa en este poema es que sugiere dos de las hipótesis adelantadas en el primer párrafo. Una: tiene el poeta miedo en este texto; tiene miedo de caer en el olvido del Otro. Dos: reclama un recuerdo a la ajena memoria, un plus ultra aquí, cuando uno todavía es, y un más allá allí, cuando se deja de ser.
El poema ha celebrado el amor o lo celebra (eso importa poco ahora); lo que nos llama la atención es, por un lado, la certeza de que ese idilio concluirá. El poeta Gómez no sabe cómo: puede que el amor desista debido a una disputa y se envuelva en una espiral de reproches:
Cuando la vida olor de cada boca
sea un trozo de ira o ya una trampa...
(vv. 1-2)
o quizá se agote en un transcurso efímero diluyéndose su devenir:
...y el corazón músculo amor ensueño
pedazo abandonado a la nostalgia...
(vv. 3-4)
Tal vez, en su tránsito, sean la despedida o la pérdida dos motivos:
... cuando domingo sangre
cercano un mar amarga la esperanza...
(vv. 6-7)
o la impotencia de no poder superar la distancia o el vacío de la ausencia:
...cuando la furia muerde y la tristeza
se levanta.
(vv. 8-9)
El hastío agrede al tiempo en esas horas sustraídas a la actividad convencional o invertidas en un ocio aparentemente activo. Aquí esta sustracción a la realidad se hace por medio de un exceso dramático:
Cuando llega el temblor latir del viento
y se asesinan sábados y canta
vivir sólo preguntas, sólo muertos
es decir solo sólo palabras.[3]
(vv. 10-13)
Llegados a este punto, las dos estrofas siguientes emprenden el camino de la desaparición; la extinción, la despedida final del que se queda es el pretexto apelativo:
Y cuando oscura soledad emprende
lento subir silencio tu montaña
búsqueda frío adiós y lejanía
y Nada.
Y aullan (sic)[4] los perros del abismo y corren
lejanos los torrentes de la escarcha
acuérdate acuérdate tu mano
mi mano
separadas.
(vv. 14-22)
Tanto si es un poema de amor en pasado o en gerundio, el lema es un recuerdo proyectado al futuro representado en su evidente anáfora imperativa: "acuérdate". Lo que extraña es que solamente en la primera estrofa se expresa la hipótesis futura con el uso del subjuntivo. El resto del poema se redacta en presente. Entiendo que se trata de un desliz propio de un poema que ha sido escrito deprisa y, más que probablemente, sin reparaciones. El lector tal vez siente la atracción del primer subjuntivo para deducir que los presentes posteriores deben ser interpretados en el modo análogo. Yo mismo lo he hecho así. Sin embargo, el modo subjuntivo de ninguna manera restringe la certeza de la hipótesis. El subjuntivo denota el carácter ficticio, no real, pero manifiesta una probabilidad que en la composición poética se traduce por certeza, pues no de otro modo es posible anteponerle (en el caso del poema que nos ocupa) un carácter dramático a los sucesivos supuestos.
¿Por qué entonces Julio Antonio Gómez no ha empleado el subjuntivo en las cuatro estrofas posteriores? Nunca lo sabremos, y especular acerca de su consciencia o inconsciencia resulta baldío.
Quizá sea lo mejor apreciar aquel subjuntivo primero como antecedente de una posterior constatación en el presente y a éste como consecuente de una conclusión avanzada. Porque lo trascendente es sin duda amar. Como contrapunto de esta constatación (y ésta es una idea muy proustiana), la ausencia del amado es la que prefigura la conciencia de amar. En el poema de Gómez tal ausencia (sea real o potencial) no sólo es evidente, sino que constituye la causa de su conciencia amorosa. Dejemos a un lado la duda de si ese amor ha sido o está siendo. Lo que, en todo caso, vive en el poema es el trasfondo del deseo. El deseo domina la vida espiritual del amante hasta el punto de conseguir que desdeñe los datos que le proporciona la realidad, y sólo la muerte del deseo (muerte como sinónimo de olvido) concede la lucidez que le permite al amado apreciar la verdad. Con el imperativo ("acuérdate") Julio Antonio Gómez nos muestra bien a las claras cuál es su verdadero temor. En el proceso desamatorio el olvido se impone progresivamente al recuerdo, pero el poeta está vivo en el poema; sigue amando ya sea junto a su amante o no, de ahí que no soporte la idea del olvido del Otro. Mientras existe el amor, la memoria actúa; si el amor desaparece, con él lo hace el recuerdo y el significado de las personas y de las cosas. Así, cuando el amor es absolutamente pasado, es decir, cuando los procesos del desamor y del olvido se han cumplido, la memoria es completamente estéril. En este sentido, el desamor es una experiencia tan radical como la muerte. Julio Antonio Gómez nos remite a este miedo insoportable: el que se desprende de la sospecha de su total extinción en el ser vital del Otro, del que se irá o se ha ido, del Amado.
"Las cosas nacen del miedo", ha dicho Vladimír Holan con mucha razón; el amor también[5].
Julio Antonio Gómez en los infiernos
Miguel Luesma Castán
Es primavera en las islas. África duerme al fondo. Entre sombras, sobre mares de ignorada textura, en alfombras mágicas como las que llevaron a Telémaco hasta Ulises, la luz más armoniosa vuelve en esa sonrisa etérea que llena el mundo.
Múltiples arquitecturas tétricas se desploman consumiéndose en la hoguera del Cosmos. El viento lúcido, prometeico, vital añorador de libertades, gravita hacia la nada y su pureza metafísica.
¡Oh poeta maldito! Como si fuese otoño, tus hojas siguen transformándose en doradas elegías. Quijote y Sancho, a un tiempo, te desvaneciste con leonina letalidad extrema. La puerta de tus sueños se nos cerró y hoy tu recuerdo vuelve a abrirse mudo y sutil, malediciente y frío.
Desde el Atlántico, plena de apasionamiento, nos llega tu música en babuchas. En Europa, falsas cocinas condimentan democracias descafeinadas. Rebasada la península y cruzado el Estrecho, los espíritus fantasmales de Gide y Oscar Wilde te visitan. París quedó vencido por esas letras mayúsculas: policías del mayo del 68. Las emociones entremezclábanse con otras tan importantes como las propias.
Atrás quedaron Acerca de las trampas, con su demoníaco “Drugstore”, las noches de la Sorbona, el Banco de Indochina, Mimí y Violetta, “La bohème” y “La traviata”. El Madrid de Aleixandre, Tánger, Rabat y tu último refugio, las isla de Las Palmas…
Al Oeste del lago Kivú… tus gorilas hermafroditas siguen suicidándose desterrados de sus antiguos paraísos.
Arrebatados éxtasis caen adhiriéndose a viejos calendarios. Noches en el café Niké, ya desaparecido. Cadencias que apenas fueron simples transportes de un cotidiano vivir. Sueños de un “Algo” que quedó defenestrado.
Sí, sí; todo se desvanece. Y tu recuerdo yace, fútilmente, en ese infierno de fragmentados léxicos, en esas edades que dejaron ya de existir.
De par en par, otra vez la noche abre sus puertas a los entronizados esplendores celestes. Tu anagrama “sui géneris”, de negro minotauro, nos dice de tu personalidad y silencios. En desorden, demonios y ángeles góticos te imitan desde las esotéricas fachadas de las grandes catedrales. También ellos amaron a su “Alfred” (V o H) antes de convertirse en piedra. Mas aquí y ahora, como entonces, los que nunca intentaron comprenderte tejen tu disgregación. “A mayores talentos más heridas”, como escribiera Prat.
¡Oh pájaro inmortal de los desiertos! El régimen corrosivo de tu “Zaragoza amarilla” fue arrojado a los lobos. En las grandes ciudades, los marginados siguen durmiendo, entre cartones, junto a las bocas de los metros, en los portales de las casas, viajando, sin sosiego, hacia su propia muerte súbita.
No, no; nunca regresarás a las olorosas tierras de dátil, nunca regresarás porque la vida es un torrente inexorable destinado a la laguna Estigia y al eclipse.
Mas el que duerme, junto a Las islas y los puertos, encadenado al deshojar de un sueño, atisba el supremo triunfo de los abismos y descansa eternamente en los vastos paisajes del mar.
Porque fuiste juego
Luis Felipe Dionis Minguillón
Pocos personajes tan atractivos para el estudio de su vida y obra ha dado la poesía española del siglo XX como Julio Antonio Gómez. Nacido en el zaragozano barrio de San José, en el seno de una familia acomodada el 27 de mayo de 1933, su padre era habilitado de clases pasivas.
Fue alumno de La Salle Montemolín y de los Agustinos donde tuvo serios problemas en sus estudios. No ingresó nunca en la universidad. Trabajó ayudando a su padre en su despacho encargándose de las pagas de los pensio-nistas, aunque en realidad era esa una ocupación más de cara a la galería que real. Fue siempre un niño grande talentoso que tuvo serias dificultades para valerse por sí mismo, se tomó su vida y obra como un juego en las que mostró siempre una gran tenacidad para conseguir sus objetivos. Dotado de grandes habilidades lingüísticas aprendió en relativamente poco tiempo inglés, francés y alemán, posteriormente durante su residencia en Marruecos apren-dió dariya. Con grandes inquietudes intelectuales muestra gran afición a gran variedad de artes, destacando entre sus preferencias la literatura, la fotografía y las artes plásticas.
Hacia 1954 entró en contacto con la Tertulia Niké donde trabaría amistad con Miguel Labordeta que oficiaba de gurú de las artes en la Zaragoza de los cincuenta.
Se sabe que cuando llego al café Niké tenía ya un libro escrito titulado Privilegio de lo grave, obra de la que sólo se sabe el título y que jamás fue impresa. En muy poco tiempo se convirtió en piedra angular de la Tertulia debido a que su desahogada posición monetaria le permitía pagar muchas de las fiestas que se celebraban al retortero de las sesudas discusiones poéticas y a que también debido a su abundante pecunio lograba proporcionar a sus contertulios obras literarias de difícil acceso.
Hacia 1959 escribió Los negros, obra en la que canta verso a verso el aislamiento e impotencia de todos los humillados de la tierra, se trata de una obra justiciera en la que la lírica dota de belleza al triste canto colectivo de los desheredados del mundo. La crítica ante este libro no puede ser fría y objetiva, ni el corazón más aséptico no puede preguntarse mientras digiere sus líneas las humillaciones que sufriría el mismo Julio Antonio en los colegios religiosos por su condición de adolescente homosexual.
Creó por aquel entonces varias revistas literarias de difusión únicamente aragonesa y de vida efímera: Papageno, Orejudín, Despacho Literario, Seminario de Poesía...
Entre los colaboradores de sus publicaciones se encontraba gente de la talla de Aleixandre, Gerardo Diego, Buero Vallejo, Guillermo Gúdel, Emilio Lalinde, Picasso y J. A. Bardem.
A finales de 1959 escribe El cantar de los cantares, preciosa mixtura de instintos carnales y surrealismo donde se sienten en la piel temas tan universales como la soledad, el ansia de ser amado y la inseguridad, dándole una gran originalidad ya que muestra el paganismo religioso, siendo por lo tanto una obra muy atrevida al ser rescatada como un “remake” veterotestamentario. Sin embargo se trata de un punto de perspectiva logradísimo ya que es bien sabido (y a la vez obviado) que el rey Salomón levantó templos a los dioses de sus esposas extranjeras.
En 1960 publica su libro más original: Al oeste del lago Kivú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas. Libro heteróclito, de sentimientos encontrados y contradictorios, muestra la realidad de manera descompuesta obligando al lector a recomponerla en el momento de la lectura, con una técnica muy vanguardista al estilo de Eliot nos expone los mismos temas recurrentes de angustia vital y soledad.
Hacia 1966 da con sus huesos en la cárcel por motivos que nunca fueron públicos, estuvo cinco meses en la tristemente célebre prisión de Torrero, gracias al dinero de su familia logró protección frente a los otros reclusos.
Tras salir de la cárcel marchó a París, donde por primera vez en su vida logró vivir de una manera más madura. Trabajó en el servicio de limpieza de un banco de Vietnam del Sur y, posteriormente entra a trabajar en un restaurante del Barrio Latino gracias a la recomendación de Buero Vallejo. Allá en el exilio aprende por primera vez en su vida a realizar tareas tan sencillas como a hacerse la comida y a plancharse la ropa, en estos simples actos se percata de que vivir con todo hecho supone una esclavitud y, en medio del exilio logra ser feliz.
En 1969 vuelve a Zaragoza y funda la Editorial Javalambre, en la que publicarían autores de la talla de Gabriel Celaya, Gloria Fuertes, Jimmy Giménez-Arnau o Luis Rosales.
En 1970 publica Acerca de las trampas, poemario-collage lleno de rápidas metáforas vinculadas al caos, la justicia social, la pobreza y el dolor ajeno.
El ocho de Febrero de 1971 muere su padre, incluso en circunstancias tan graves es incapaz de apartar su sentido trágico y oscuro del juego. Acuden sus amigos poetas al velatorio y Julio Antonio les sirve ponche con algún tipo de substancia psicoactiva (probablemente L.S.D.) sin que estos lo supieran provocando consecuencias desagradables.
Poco tiempo después es detenido otra vez debido a un turbio suceso, sorprende a un gitano menor de edad robando en su residencia, negocia con él que no daría parte a la policía a cambio de favores carnales. Pocos días después este sujeto fue detenido por la policía por otro robo, en el duro interrogatorio el adolescente confesó todo lo que le preguntaron, e incluso lo que no le preguntaron también lo declaró y contó. A raíz de esto acabó frente a un juez bajo la acusación de no denunciar un robo y fue condenado a otros cinco meses en presidio.
Al salir de la cárcel marchó a Tánger y poco a poco iría perdiendo contacto con su tierra aragonesa, siendo muy pocos los que sabrían ya de él. Allí vive de forma decadente, rodeado de placeres mundanos y dilapidando su fortuna, termina al final con su casa embargada, tiene que irse a un piso diminuto a vivir y poco menos que tiene que regalar su enorme biblioteca.
En 1977 gana el premio Marruecos de poesía con un libro titulado Fuego de la historia, muy poco se conoce de este libro desgraciadamente perdido y nunca publicado, apenas se han conservado unos pocos poemas, se sabe que consistía en una narrativa lírica de la historia marroquí desde sus orígenes hasta la Marcha Verde.
A finales de 1979 se mudó a Las Palmas de Gran Canaria donde entró a trabajar contratado como “contable” en un local de prostitución conocido como Flamingo, el dueño del negocio le cedió una pequeña habitación en el mismo donde también residiría. Tras varios años de durísimo trabajo y abuso del alcohol sufre una enorme depresión. El 19 de Abril de 1988 sube a dormir a su cuarto tras despedirse de las señoritas del club, allí le sobrevendría la muerte de madrugada debido a una parada cardiorrespiratoria.
Fuera de los pequeños círculos literarios apenas se le recuerda, uno se pregunta dónde quedó su genio juerguista y díscolo, su habilidad creativa, su capacidad para escapar de los acreedores a través de falsas esquelas, sus escarceos en los ambientes pugilísticos... Sus miedos e inseguridades fueron comunes a todos los seres humanos, no así su capacidad expresiva. La ciudad que le vio nacer apenas le tiene en cuenta en su memoria colectiva. Parece un juego cruel muy propio de los hados que la perfumera de la Avenida del Tenor Fleta todavía le recuerde, pero no como poeta, sino como “el señor elegante que se gastaba tanto dinero en perfumes caros”.
(Fuensalida, ocho de Febrero de 2011)
Mi visión personal de J. A. Gómez
Rosendo Tello
Consideradas en bloque la vida y la obra literaria de Julio Antonio Gómez, la imagen profunda que sugieren, para mí reveladora de su carácter y de su abertura al mundo, se pudiera expresar con la frase que me sugirió uno de sus versos y que cifré con el calificativo de “centro inmóvil”. Hablar de centro inmóvil, sin embargo, amén de calificación muy vaga (pues no existe poeta verdadero sin un centro totalizador) semeja paradoja, ya que la visión instantánea que el recuerdo del amigo resucita es más bien la de su incesante movilidad y su ajetreo vagabundo. Digamos, por tanto, que ese centro inmóvil es donde se gesta la marcha lenta y continua, subterránea y marginal, de su abertura al mundo. “Una sorda culebra de esperanza” que merodea alrededor de su agujero metafísico.
En efecto, veo siempre ante mí a J. A. Gómez, con su inseparable carpeta de empleado en una compañía de clases pasivas, plantándose un instante y ajustando la cabeza en el bloque erecto y compacto de su voluminosa figura, para desaparecer, como arrastrando los pies, en marcha lenta, acuciado por secretas incitaciones. Comunicaba la desazón del comisionista que debiera despachar asuntos urgentes en horas perentorias. Siempre en movimiento y de camino, pero sin despegar de un fondo en cadencia. Incluso en las largas veladas de las tardes dominicales en su casa –desde la hora convenida del café hasta la ritual de los cines–, no había manera de sentarlo entre nosotros. Abría la puerta desde lo alto de la escalera, servía el café y las copas por turno, según iban llegando los contertulios, depositando un disco en el gramófono, desaparecía en las intimidades de la casa, en juego nervioso, y tranquilo, de reapariciones y desapariciones.
Su figura abierta y externa, jacarandosa y desmedida, parecía no soportar la soledad. En soledad, no obstante, rebajaba la guardia de su ser, más personal, tierno y vulnerable, apenas advertible, pues casi siempre se le veía acom-pañado. Necesitaba compañía en que apoyarse y resguardarse para descansar en ella sus tensiones, que estallaban en bromas y ruidosas carcajadas. Su presencia se recortaba o se completaba a la luz y contraluz de sus adláteres, dispuestos a soportar o subrayar sus embestidas jocosas o salaces. Así, parecía seguro en su medio –casa acogedora, padres solícitos, acompañantes asiduos, derroche de dinero…–, pero quemaba su tiempo en la fuga dispersa y en el vacío de sus ausencias. En los momentos más indispensables, se hallaba siempre fuera, en persecución de quimeras o volcado en asuntos trascendentes que solía ponderar con estrategia de “manager” o con la variedad inagotable de sus invenciones, en lo que era consumado maestro.
Su obra, lo mismo que su actividad publicitaria (soñó con una gran edi-torial), me comunicaron idéntica impresión externa que la de su persona y su vida: obra lenta y de ejecución discontinua, sin terminar, cruzada de hiatos temporales que a duras penas lograba salvar. Su temperamento, mezcla de seguridad y de vacilaciones, se inclinaba mejor a la urgencia de volcarla en sus versos. Empeño vital que frenó su producción, quizá por aquello de que el resto es literatura. La seguridad de saber lo que quería chocaba, además, con la vigilancia que se exigió en arte, dificultad suprema de ajustar la impostura de la vida a la compostura artística. Medía y cuidaba el verso con la escrupulosa atención que dedicaba a su labor publicitaria, a los que imprimió la ostentación suntuosa y llamativa de su persona.
Cargado de proyectos ambiciosos, daba la impresión de estar ensayando y acometiendo la obra transcendental de su vida que no acabaría de realizar. De ahí que resulte el poeta más discontinuo y menos enciclopédico de los poetas que de veras cuentan entre los aragoneses de posguerra. Entre lo proclamado y realizado, debía atravesar zonas en sombra que no acababan de iluminarse. Así, nada sabemos de Privilegio de lo grave, que tan sólo conocemos por el título. Piénsese que, desde los finales del 50 hasta el 70, tan sólo publica el brevísimo El cantar de los cantares (1959), más plaquette que otra cosa; el poema unitario Al oeste del lago Kivú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas (1960), de desmedida y efectista titulación, y Las islas y los puertos (1960), más ajustado a su sentir, y que, por cierto, vendría a engrosar la única obra con alcance de libro, Acerca de las trampas (1970).
Se movió, con no resuelta decisión, entre la factura tradicional de sus composiciones de verso riguroso, ritmado y rimado, y las composiciones en verso libre de amplio discurso con sugestión eliotiana; entre la obediencia a las prescripciones crítico-sociales de la época y el ensayo de nuevas expe-rimentaciones, con las que podría haber conectado con las nuevas promociones. De ahí el carácter misceláneo y entreverado que ofrece su poesía. Al final, no logró superar la andadura discontinua y a saltos que define la marcha de sus versos, pese a que siempre le tentó el poema de corte y visión unitarios. El fuego de la Historia, aparte de algún momento iluminado, no nos permite suponer que Gómez rebasaba la calidad de sus anteriores entregas zaragozanas.
Si mis previsiones resultan ciertas, y ojalá me engañe, Julio había dado la medida de sí antes de marchar definitivamente en busca de otros climas más acogedores. Fue un poeta discontinuo, es cierto, pero liberó instantes de rara intensidad y brillantez, arrancados a la fugacidad de su vida. Aunque conocíamos sus dotes para la obra bien hecha y acabada, quizás debamos celebrar que escribiera lo justo y que nos dejara unos poemas que le permitirán figurar en la línea antológica mejor y más exigente de la poesía aragone-sa.
La imposibilidad de despegar de un centro lo dispersó por el mundo en la persecución oxi-genante de sus centros, sus par-ticulares paraísos. París, Ma-rruecos o Las Canarias cons-tituyen la proyección imagi-naria de su centro totalizador, dentro de una trayectoria vital y marginal que resume su an-sia de libertad. Sólo huyendo de sí mismo y del mundo para encontrar su mundo, labró sin quererlo su leyenda. La leyenda inventada por quienes, durante más de veinte largos Knight 14, Juan Hernández años, lo mantuvieron en el más completo olvido. Pero debemos celebrar que sea así, hasta que sus versos sean leídos con el merecimiento que reclaman.
Retrato de poeta
Ángel Guinda
Julio Antonio Gómez venía de un poema no leído por nadie. Hablaba con la boca del corazón –dicharachero, ocurrente, alguna vez genial– para vestir de fiesta el ámbito enlutado, desde el sepelio clandestino de su alma y de su sexo. Pero decir, decir, decía con los ojos, cráteres del lado oculto de una luna espejo de todas sus tinieblas: negras como un pozal lleno del carbón avivador de esas brasas que dejan los amores perdidos cuando llega el invierno del adiós. Miraba con las manos, unas manos redondamente abiertas a todos los derroches, a todos los prodigios; manos cuyos débiles dedos acababan de acariciar hacia la poesía, que se escribe con vida. Sus presencias, aquí o allá o en ningún sitio, más que comparecencias eran apariciones. Estuvo siempre solo, terriblemente solo, condenado a dar compañía a su propia sombra.
Vivió mucho, murió más, editó bastante, escribió poco y bien. Porque era de los mejores, de aquellos que saben y practican que no se debe escribir poesía impunemente. Sus gestos fueron gestas; sus silencios: poemas; su alejamiento: una proximidad. Bebía, cuando no vivía, para recordar el futuro y olvidar el presente, también para habitar en los otros que nunca le habitaron. Amó como un eterno enamorado; como el gran amante que no ve nunca el peligro y, si lo ve, no lo teme. Amó los más hermosos cuerpos varoniles porque él tenía una de las más bellas almas femeninas que he conocido nunca. E incluso su ausencia fue un acto elegante y generoso, un ceder la palabra. Iba hacia un poema que nadie escribirá.
[1] "Acuérdate de mí".
[2] Número 7 (Agosto de 1963), s. p.
[3] Resulta complicado establecer en esta estrofa un sentido inteligible, incluso si reordenamos un pretendido esquema gongorino y aplicamos el método de Dámaso Alonso para su revelación. Todo el poema pretende por todos los medios, aun permitiéndose alguna licencia sintáctica y retórica (nunca regulares), significarse como un drama íntimamente ligado a la existencia. No es obvio lo que digo porque el poeta pudo muy bien tirar por el camino del medio (lo hace por el del miedo) y seguir alentando los escorzos formales hasta disipar el contenido en un árbol morfológico que nos impidiera ver el soto. Como digo, esta estrofa parece escaparse de la pluma de Julio Antonio Gómez para entregarse a la subconsciencia. Por lo tanto, la interpretación que hago debe entenderse como meramente preventiva.
[4] Es error o errata (probablemente esto último); no creo que Julio Antonio Gómez forzara el diptongo como licencia poética para ajustar el endecasílabo, pues, aunque la mayoría lo son –endecasílabos–, hay, sin embargo, tres decasílabos.
[5] Extrapolación: F.A.S. (siglas nominales de un adolescente originario de una localidad costera alicantina), después de haber asesinado a su novia, declaró ante el juez: "La maté porque tenía miedo de no quererla algún día".
Antología poética de Julio Antonio Gómez
(Selección de Ángel Guinda)
Prólogo para un silencio interminable
Con humildad escribo
la delirante arquitectura en reposo de mi poesía,
para qué, para quién,
trazo pequeñas manchas casi como palabras que viven,
ignorando si mienten
o si su brillo surge de las tristes verdades
que a la vida aprehendieron
o esconden calladas transmigraciones o llanuras y muertes
edificadas brazo a brazo en un país con alma de naipe,
en un dominio inútil como el grito de un buzo.
Con humildad, sobre mi mesa, ordeno
las murallas amarillentas, los amenazadores cánceres lejanos,
las polvorientas persianas de mi casa olvidada en el viento,
la desesperación nocturna del asfalto que espía
irrevocables sufrimientos, agónico-girar-molino-corazón,
corazón, incansable corazón
para qué, para quién.
Tímidos me visitan ojos alucinados de los barcos
que se tropiezan en la noche con ronquera de incienso,
momias vertiginosas semejantes a baúles inservibles,
paquetes rebosantes de un terror prepucial,
casas y cartapacios hartos de sopas y de misas,
recuerdos con inmovilidad de saurio anhelante de siestas,
murciélagos suspendidos en la hibernación del horror provincial,
tapias de adobe civil a quienes a tiros arrancaron la camisa
para cubrirlas luego con casullas de sangre
y una gris hermosura –un vértigo– agitándose
en el duro encarnizamiento de los barrios perdidos.
Tal pudo ser mi vida
aunque ignore si existo o me sucedo,
para qué, para quién,
en mi disparatada tarea de comedor febril de cánticos,
triste-poeta-funerario-español-inútil,
borracho hasta la frente,
amoroso constructor de ánforas agujereadas
y confiando aún
–aún–
en la pavorosa e intocable vendimia del amor.
Tal pudo ser, para qué, para quién,
mi vida.
Tal pudo ser para nada ni nadie
al preguntarme ahora por los límites hondos de la pena
en el ruedo insensato de esta insultante eternidad baldía.
Todo regresará
certero como un vómito infinito de hastío
sólo salvado a veces por la ira.
Estos sueños…
España, ardida lanza
Hasta la muerte te he de seguir amando
y soñaba ser sangre de tu herida
y trampa en que perdieras la partida
y mazo para darle a Dios rogando.
Malcerraste las brechas de tu herida,
nos diste –a duro toque de campana–
las ruedas de molino del mañana,
la trampa en que ganaste la partida.
Nombrando, en tu mentira de bravura,
a Dios poeta y al poeta, loco,
has cambiado a tus hijos, poco a poco,
por solemnes columnas de amargura.
Pero lloro y te busco…, madre mía:
¿en qué trinchera huiste a la alegría?
¿En qué trinchera huiste a la alegría?
– ¿En qué trinchera huiste a la alegría?
Con extremo cuidado recojo las palabras, las oculto, las quemo
para que apenas puedan reconocerse, las maquillo vistiéndolas
de colores lejanos a los suyos;
para decir:
dolor
doy un rodeo; digo: ayer, hambre, pueblo, paro, crimen;
para nombrar el pan
recorro campos, puños, sindicatos, arados y monedas;
para pedir justicia
me salgo a los veranos mentirosos, los tribunales rosa,
las cárceles modelo, los coros y las danzas;
para expresar amor
violentamente escribo sólo amor,
sólo amor.
Mi hermano se ha sentado de espaldas a mis versos
porque no los comprende.
Dice que es necesario
estudiar la gramática sorda de un idioma distinto.
Nos urge, por lo tanto,
traducir los poemas al corazón del hombre,
dar luz a las palabras, desnudarlas limpiándolas
y decir simplemente:
dolor,
pan
o justicia.
Pero no me es posible.
Yo también tengo miedo.
.