miércoles, 15 de diciembre de 2010

2471.- PAOLO RUFFILLI


Paolo Ruffilli. (Italia, 1949). Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poesía: Piccola colazione (1987, American Poetry Prize), Diario di Normandia (1990, Premio Montale), Camera oscura (1992, Cámara oscura, Calima, 2001), Nuvole (1995), La gioia e il lutto (2001, Prix Européen, La alegría y el duelo, Calima, 2002).
También es autor de Vita di Ippolito Nievo (1991) y de Vita, amori e meraviglie del signor Carlo Goldoni (1993).
Ha publicado la edición de la Operette morali de Giacomo Leopardi, la traducción foscoliana del Viaggio sentimentale de Sterne, las Confessioni d'un italiano de Nievo, una antología de Scrittori garibaldini, y ha traducido a Gibran, Tagore, la Metafísica inglesa y la Regola celeste del Tao.
En lengua española: Cámara oscura (Calima, 2001) y La alegría y el duelo (Calima, 2002).






Cámara oscura

(fragmentos)



COMPRIMIDO Y DISTANTE
el objeto se entrega
al objetivo.
Condenado a morir,
queda allí suspendido
por tiempo indefinible,
absurdamente dibujado
en su ser desbordante.
Acto fallido.





(DE MEDIO CUERPO,
una pareja:
él con sombrero
de fieltro y un gasné
de seda parda
enroscado al cuello;
ella con un blusón
a rayas hasta la barbilla,
como murciélago.
Unidos, sí, por distracción.
Miran, cada uno,
en una dirección.
Podemos entender
que había viento.)

Ella no quería
pero mi abuelo, de acuerdo
con su familia,
preparó los papeles
y la casó
la víspera de Navidad
del dieciocho.
Hacía siempre,
a pesar suyo,
todo lo que se le pedía.

Y fue en la vida
lo que no quería:
sierva y mujer
traicionada. Soportó
que el marido
tuviera dos casas
y que las mantuviese
con su trabajo.

No tuvo nada o
poco de cuanto
más anhelaba.
Y aun aquel decoro
que esperaba
se le negó del todo.

Siempre iba,
por doquier, con el dedo
sobre el mapa,
a la caza del tesoro.






(EN FILA SOBRE
la pasarela
de abordaje:
la niña con signos
en la camiseta,
su madre con el busto erguido,
el padre encima
de todos, en la
tabla inclinada
sobre el mar que los deslumbra
al caer la tarde.
Y detrás, anclado,
aparece en la vela
el blasón de Saboya)

Él, monárquico
en casa socialista,
era la oveja negra
de la familia.
Su mujer, costurera,
lo incitaba diciendo
que así habría
ganado más respeto.

Él, que había sido
tan osado, y luego fascista
desde primera hora.
Con un grupo de amigos
se veía, para vencer
el aburrimiento
y repartirse Europa en el mapa.

Con los otros lo mataron
en el dique del río,
una mañana muy temprano.
Lo descubrieron en el cesto
de las plumas de oca,
siguiendo los pasos
de la hija que jugaba
al fondo del sótano,
bajando y subiendo
hasta la ruina.






(DE PIE,
con la mano sobre el brazo
de un divancito
de madera.
Una gran boina vasca
de la cual salen en corona
los cabellos, en
un vestido pesado
con falda plisada
y redingote,
con el cuello
y los puños de terciopelo.
Sobre el fondo,
detrás de la cabeza,
un telón de brocado
sostenido por un grueso
cordón de seda.
Se ve escrita una fecha:
1.4. del '18).

Ha sido para ella
el período más bello
de su vida,
aquel en que,
muchacha de un pueblo
de montaña,
bajó para servir
en una casa burguesa
de Florencia.

Le gustaban las calzadas
a la hora del paseo
y las sombrillas
abiertas bajo el sol
y los landós parados
al lado de la calle.
Y, los domingos,
vestirse de fiesta
para lucir también
su figura.

Está convencida de que
sólo allí
la han querido
de verdad
y dice que desde entonces
sentía miedo,
no curiosidad,
por lo que le esperaba.






(RÍE MI MADRE
volviendo la cara,
y mueve apenas
los cabellos ondulados
sobre la espalda.
El joven delgado,
más allá de ella, levanta
pensativo la mirada,
está como inseguro
de una sonrisa,
en la tarde tibia
que adivinamos).

A los arbustos del río
guió a mi madre
el primer enamorado
y su hermano celoso
que espiaba sus pasos,
corría tras ellos
arrojándole piedras.

Cayó una mañana
en un adiestramiento
antes de partir
hacia el frente.
Y ella fue a dar, con
el eco de la gloria,
lo poco que entre los restos
fue encontrado.

Hojeándole los recuerdos,
siempre he pensado
en aquello que fue
y que pudo no haber sido,
en el azar al que se une
cada historia.

"NO ES FRECUENTE encontrar efectos tan inquietantes en un contexto aparentemente relajado y en un aire de ligereza indudable. La fuerza de esta poesía reside en angustiar al lector encantándolo. Y el poeta representa bien, de reflejo y en pequeños fragmentos amarillentos, la interioridad burguesa: las manías, los vacíos, la crueldad, cierta locura, que flotan más allá del decoro y de la discreción. Es la ley de la antífrasis, por la que el dictado es tanto más despiadado cuanto más afable. Y es imposible no estar de acuerdo totalmente con el autor sobre la naturaleza trágica (indecible, sin embargo, y pronunciable sólo mediante breves fórmulas volátiles) de la existencia". Son éstas las palabras de Roland Barthes, con las cuales saludó la aparición de Cámara oscura.






Entre Trouville y Honfleur, Calvados: 12 de agosto

despeñadero al mar
de la colina
derrumbe de setos pasto
cielo rayado ceniza
gris-azul tenue
celeste

Calle abajo entre manzanos
tras la curva del pueblo,
en mitad de la cuesta,
hay una banca
de una antigua hostería.
Sentados almorzando
se ven pasar
entre las ramas naves
y se divisan marineros
pegados a las barandas.

Un gato se mueve sin cesar
bajo la mesa:
tiene el hocico como una bola
y por encima olor
a pescado podrido.
La mesera trae
un plato cada vez
y canta pasito:
"douce vipére..."

(Qué estado de placer
es estar quietos
siguiendo con los ojos
a alguien que se mueve
a lo lejos...)

(Tierno listo y silencioso,
solo flexible blando.
Nada ni nadie despierta
en mí más ternura que un gato).
(Me acuerdo que una vez
no querías tomar vino
y rechazabas la euforia
porque -decías-
era una cobardía
perderse la lucidez).

(Me quedo petrificado
toda vez -no muchas,
se cuentan con una mano-,
que encuentro alguien
con una misión en la vida
de verdad).






( Tengo una camiseta
larga, que cubre
las otras prendas.
Las sandalias de cuero.
Tenido por la mano
sobre la baranda,
del puente miro el mar
y una barca que
pasa allí delante.
Tengo siete años. )





Hela aquí,
suelta al viento
la vela de la infancia
en el horizonte.
Se encabrita a trechos incierta
retoma su fuga
más lejos.
Esculpida parecía
mi rueda
e indudable, de
cualquier modo abierta.
Sueños, proyectos y planos
todos, los más extraños,
veloces y deslizados
sobre las olas.

Si miro atrás, ahora,
me veo un poco anegado
del vacío que, como
un vidrio, se ha puesto
entre el mí de ahora y
aquel más alejado.
Cuanto más revelado
en muchos lugares y
aspectos, tanto
más ocultado.








*
( Camisa
y corbatita bajo
una chaquetilla.
Manos detrás de
la columna, apoyado
con la espalda al
murito de la terraza.
La expresión un poco
perpleja, entre
satisfecho
y amoscado.
Y declarado también
el año : el 57.)


Viéndome
en esta foto
no me preguntaba, entonces,
que pasaría.
Estaba seguro
que más adelante,
fuera lo que fuese,
todavía
me habría mirado.

La cosa extraña es que
no me sentía
ser, en absoluto, sino
propiamente ya pasado.
Como cogido y parado
de vez en cuando
en alguna postura
contra el muro.
Alejado de mí
y, en parte, excluido
de cada posible futuro.



*
( Mi hermana
de pocos meses,
envuelta con un delantal
que la estrecha.
La tengo, perplejo,
por un dedo.
Casi pasmado.
Las mismas orejas,
iguales y ojos
y nariz y boca.
Tengo quince años.)

(Después, suena la hora
que uno ni siquiera teme.
Haber estado juntos :
descubrimientos y juegos
en la mísma ropa
y llegar
a perderse de vista.
Encontrarse raramente
y no tener, ahora,
nada más que decirse.
De una parte y otra
de un muro,
incluso encima.
Cada uno ha asumido
un papel, la parte
de una vida que
primero era común
y ahora dista quién sabe
por qué eventos.


Lo oscuro de las
redes divergentes
desde un punto
sobre mapas
al infinito.




*
( De mí que vengo
a mí más grande
y más lejano,
la imagen que
avanza del espejo
de un viejo ropero,
en la puerta que se
abre poco a poco.
Con una mano tendida
para hacer, tal vez, de
defensa y, la otra,
pegada a la camiseta
en el acto súbito
de cubrirse el rostro.)


Es que quedaba
ignoto, en el complejo,
en el sentido del retrato
y del contorno
que allí se había reflejado.
Distraido por el inverso
de mí mísmo
en mi aparecer
de pronto más preciso,
perdido en lo encerrado
en los puntos del objeto.


Y, hoy, todavía
cogiéndome dividido
de aquello que me pienso
no me veo,
ni joven ni viejo
no sé si bello o feo.
Aunque me desaparezco
casi del todo
como impedimento
me veo.

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