viernes, 3 de diciembre de 2010

2267.- MARTÍN VEIGA


Martín Veiga Alonso (Noya, La Coruña, 1970) es un poeta, traductor y crítico literario en lengua gallega.

Es licenciado en Filología gallego-portuguesa por la Universidad de Santiago de Compostela. Es doctor en Estudios Hispánicos por la Universidad de Cork (Irlanda).
Es colaborador en prensa, revistas literarias y libros colectivos con ensayos, artículos, poemas, traducciones al gallego de autores de lengua inglesa y traducciones al inglés de poemas gallegos. Fue lector de galego en "Irish Centre for Galician Studies" del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Cork, y en la actualidad es profesor de lengua española y director del centro de "Creative Writing" (escritura creativa) en esa misma universidad.

Como poeta, ha participado en numerosos recitales, ha colaborado en las revistas Ólisbos, Eis, Lúa Nova, Dorna; Southword, SERTA, Madrygal y ha publicado los librosTempo van de porcelana (Concello de Noia, 1990), As últimas ruínas (Espiral Maior, 1994), Ollos de ámbar (2005) e Fundaxes (Espiral Maior, 2006).

Ha recibido diversos premios literarios: Domingo Antonio de Andrade, Rosalía de Castro, Xacobeo de Poesía, Espiral Maior, Ramón Cabanillas, Fiz Vergara Vilariño e Esquio (2005).

Su obra está incluida en antologías como Para saír do século. Nova proposta poética (Xerais, 1997); Poesía Ultimísima (Libertarias/Prodhufi, 1997); Muestra de la joven poesía gallega en La flama en el espejo (Praxis, 1997); A poesía contemporánea a partir de 1975. Antoloxía (A Nosa Terra/AS-PG, 1997); Río de son e vento. Unha antoloxía da poesía galega (Xerais, 1999); Milenio. Ultimísima poesía española (Celeste/Sial, 2000).
Como crítico ha preparado la edición anotada Cantos caucanos, de Antón Avilés de Taramancos, y la edición de Raiceiras e vento. A obra poética de Antón Avilés de Taramancos. Y es también autor de la biografía de Antón Avilés de Taramancos. Su tesis doctoral estuvo centrada en la obra de Avilés de Taramancos.

Poesía
Tempo van de porcelana, 1990.
As últimas ruínas, 1994.
Ollos de ámbar, 2005.
Fundaxes, 2006.

Ensayo
Raiceiras e vento. A obra poética de Antón Avilés de Taramancos, 2003.
Antón Avilés de Taramancos, 2003.

Investigación
A obra literaria de Anton Aviles de Taramancos: un estudo critico, 2007 (Tesis doctoral)



EN LA ESPERA

Caminamos cada día por la sombra, por el término
de todas las cosas, en la espera embellecida
con rubíes, amapolas y zafiros en bailes
chinos y atavío sutil de la victoria finalmente
lasciva, exultante de artificio y convencimiento
herido en la espera, escribiendo la palabra Amada
con la mayúscula final del proceder más vivo, como
cuando tu edad gozaba de su alegre primavera
y amparo buscaba en lo resignado de mis ojos,
derramando orgullo y lágrimas serenas del presente,
de un hoy en desesperanza y en lo confuso de la cosa
en dolor, prodigio tonal del silencio oscuro,
como en último instante anochecido esperando
la muerte, desnuda y callada unión eterna
del sueño, del adiós y del desierto.

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LA ROSA

(W. B. Yeats)

Cuando seas vieja y gris y recuerdes los años
ya rotos piensa que entras en la muerte
con los ojos abiertos y las manos en ofrenda
Con Davis, Mangan, Ferguson,
y tanta lucha silenciada de hombres nacidos
para suplicar y liberar y tenazmente corazón
y rosa en rojo y rosa orgullosa y rosa
triste de todos mis días cantando del viejo
Éire y de los viejos modos como muertos e idos
a la tumba con O’Leary envueltos en gaélicas
leyendas sin encontrar reposo en el lecho tierra del sentir
profundo y realidad difícil de tiempos verdaderos
y vidas inviolables y cuerpos vino tinto blanco
pan amasado en dulce entrega y amargo
sabor de los días llorados y de las noches
en reconciliación tardía con quietudes
encendidas en el fruto libre y fuego en tinieblas
como de oro en los cuerpos trigo e idea
cierta del renacer a la fuente de una Irlanda viva.

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CONFESIÓN ABIERTA

Muchas veces abro los ojos preguntando
el porqué de mi pluma en la tempestad
del mundo, la razón de arrojar versos sumergidos
en jacintos o en nardos cuando otros lanzan
balas muertas, flores de fuego en lucha
y murmullo de rugidos y violencias
que asolan y destruyen la cosa verdadera, prímula viva
o estatua de ángel sonriendo con pólvora
amarga en su dulzura, anémona abierta al viento
frío de la angustia y petitorios denegados en Reims
en aquellos días de mil novecientos catorce, entre repiques
de campana y musgo en los retratos y vida negra,
caduceo roto en un oscuramente perdurable
mundo, racimo de tojos y címbalos destruidos.


(En Tempo van de porcelana, Concello de Noia, 1990)

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LOS PASOS DEL TIEMPO
Última huida

Yacen los restos del triste otoño en los paseos,
la muerta luz ardiendo en la arboleda, el desamparo
sobre la piedra gris de las viejas casas
y los últimos rayos de sol entre las ruinas.
Perduran en las altas estancias los recuerdos
mientras declina el lento ocaso
disponiendo leves sombras por las calles,
desplegando sus dedos de penumbra
bajo los cipreses del parque, en las iglesias.
Permanecen las voces cálidas de antaño
en las antiguas losas de la ciudad,
en el empedrado tosco de las quietas avenidas,
en aquel jardín oculto donde el silencio
encierra el tiempo pasado en un estanque
sin reparar en los jacintos desolados.
Pervive por fin el abatimiento en las miradas,
los pasos del tiempo en los semblantes, los despojos
de un amor huido, del propio acabamiento.

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LAS ÚLTIMAS RUINAS

Hoy la muerte persiste obstinada en las piedras,
en los lienzos corrompidos de las paredes,
sobre los jacintos del patio, en los estucos
mordidos por el tiempo, destrozados.
Hoy vaga la muerte en las últimas ruinas
abrazando los cipreses viejos, abrazando
los cuerpos como una música antigua.
Retornan hoy las máscaras de la muerte
a posarse en los semblantes desolados,
a posar la luz del abatimiento
en el invernadero con dalias, en las estancias
arrasadas como cielos de Turner, como templos
donde el silencio cerca la piedra derruida.
Hoy sentimos la muerta bajamar del tiempo
entre la enredadera del jardín callado,
en el sombrío claustro donde esperaba
aquel sueño amargo de amores y tapices,
aquel oscuro sueño de horizontes y navíos.
Hoy vaga la muerte en las últimas ruinas
ocultando el rostro negro en las columnas.
Hoy encontramos piedras cuando buscamos rosas,
buscamos cálidos oros bajo los nardos,
encontramos en el corazón la ceniza.

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LA RUEDA DE LA FORTUNA

Regno. Y mostrando orgulloso en la mano,
de la inscripción dorada el margen
más glorioso, celebro con alegría
el triunfo final de mi reinado.
Regnavi. Y ya todo terminó
para mí; y ya todo es decadencia
entre los dedos que recuerdan los tiempos de oro
y se aferran, enlutados, al borde oscuro
de la caída de mi cuerpo hasta el vacío.
Sum sine regno. Y esta es la miseria que cubre
el roto perfil de mi estampa;
la miseria de no tener reino, ni lujos,
ni nada que sea mío, ni cosas
de precio; sólo hambre de cadáver tristemente
vencido, sólo viejo cuerpo sin nombre de muerte antigua.
Regnabo. Y conseguiré prosperidad y riqueza
pues tengo esperanza en el mañana y
l’esperance de l’endemain
ce sont mes festes.
Y contemplaré mi tesoro inútil
desde el blanco lugar que está esperando
la coronación desierta de mi reino deseado.

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OTOÑO PLENO

Bajamos al arenal de madrugada
mientras un aliento de noche pervivía
sosteniendo los matices oscuros sobre las dunas,
colgando una nube negra de la fachada,
subiendo suavemente hasta los restos
de la vieja mansión desguarnecida.
Bajamos al arenal de madrugada,
contemplamos las aves del mar
que largamente volaban entre las olas,
escuchamos las voces de los amigos
penetrando el mar y sus clamores,
y buscamos en la luz verdes caminos
cuando la noche se moría allá en la rocas
y la dura vegetación del gran acantilado sombrío
anunciaba un día gris en pleno otoño.

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VOCES

Ahora sabemos que el mar tiene muchas voces,
adivinamos los horizontes grises desde la casa
buscando acaso las luces de un navío
que dispersen la bruma espesa de los abetos.
Ahora sabemos que el mar tiene muchas voces
y que arden los mástiles en las islas desoladas,
que declina fugazmente el lento otoño
ensombreciendo la tarde tranquila en la arboleda
mientras llegan las barcas silenciosas.
Ahora sabemos que un viento estremece la duna
y la marchita enredadera de las paredes,
recogemos ecos tristes allá en el acantilado
sin reparar en que una luz va disipando
la confusa sombra evanescente de la orilla,
nos extinguimos como los rostros del pasado
tediosamente sumidos en la contemplación de las naves
para no rendirnos ante el regreso
de palabras precipitadas entre los bosques,
de un instante de tristeza junto al faro
en la cálida tarde perdida de noviembre.
Ahora sabemos que el mar tiene muchas voces,
que un amargor calmo estrecha los cuerpos
cuando caminamos lentamente por la playa
contemplando las aguas densas bajo la luna,
soñando una barca iluminada cada noche.


(En As últimas ruínas, Espiral Maior, 1994)

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A LA SOMBRA DE LAS PALABRAS

Ahora que otoño se acaba y arde un viento
obstinado en las calles, en los cipreses,
sabemos que siempre queda una presencia
entrelazada en el verso, dibujando
la línea a seguir por eruditos ciegos
en un futuro sin futuro,
revelando la voluntad extraña de perdurar
que nos enfrenta a la muerte.
Sabemos también que a pesar de la bruma
en los pálidos semblantes
permanece la sombra de nuestros dedos
sobre las páginas, entre los versos,
como una música antigua o el musgo
en la piedra de las iglesias, desvelando
una presencia anterior que configura
el rostro del poema, nuestro rostro.
Acaso pervivamos en las palabras, acaso
seamos tan sólo la sombra de las palabras,
pero el viento de este final de otoño
trae a nosotros el deseo del silencio,
la ambición de confundirnos en el máximo silencio
y ser versos por fin, cautivos en el poema.


(Publicado con el título “Cautivos” en Para saír do século.

Nova proposta poética, Xerais, 1997)

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VIDAS VARADAS

Recordar el tiempo de la infancia: construir
alrededor de una apariencia, materia que lentamente
se va desmoronando.
Así las gaviotas
posadas en las jarcias, el aparejo podrido
bajo la brisa marina, el sol en los mástiles,
las aguas batiendo contra roquedos limosos,
piedras con algas, con sargazos secos.
El mar, el mar aquel
que oxida todas las espadas, los nombres
de las barcas (NELA, SOLPOR, VENTO DA RÍA).

Así las vidas varadas de las rederas, un tiempo
semejante únicamente a su propio transcurrir,
las agujas de madera entretejiendo los hilos ásperos,
las redes en la pila comunal, las miradas en el horizonte.

Recuperar el pasado o enmendar una vida,
los desgastados rostros, las atadoras en silencio,
el halar, el largar, las prolongadas ausencias,
las aves en el muelle.


(En Rumbo ás illas. Escritores da Costa da Morte nas Sisargas,
A. C. Monte Branco, 1997)

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MEMORIA

En el interior se oculta el tesoro, hermética
entrega para quien espera, áspero erizo,
el tiempo como un río que no se puede vadear,
los cuervos sobre el colmo, la densa maleza en la castañeda,
bellotas, digitales, las celdas de los panales
encerrando la danza antigua
de las abejas.
Y todo es como pisar
sobre la seca polvareda del pasado
donde las huellas trazan rastros tenues,
insignificantes dibujos que una mano va borrando
-como aquellos que hacía siendo niño
en la harija caída en las losas del molino
desaparecían soplados por unos labios, quedamente.
Fragmentos de una acción siempre inconclusa,
dispersa, llegada a través del recuerdo,
retazos del pasado:
las enredaderas volviéndose rojas en otoño,
la ropa blanca en el cordel, aventada,
voces admonitorias, puniciones leves.

La memoria es un arca quebradiza
llena de semillas, dolorosa hondura
en la que penetrar con avidez, cerrar los dedos.

Permanecer.


(En Dorna, 1998)

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HOMENAJE A PAUL CELAN

Veo un hombre que juega con serpientes
llamando a los perros.
Camina despacio
ante las filas, en el campo, a medianoche.

Ahora tiene saliva en los ojos: el desprecio.

Veo una mujer con los cabellos de ceniza
que baila tristemente

inexpresiva por el terror, inerme,

muerta.
Humo en el aire, elevándose
como un pájaro muerto, tendido en la nieve de marzo.

Veo un hombre rodeado de libros
en el silencio intramural, en las bibliotecas,
extrae agua de un pozo hondísimo,
canta en la lengua de la serpiente.

Un hombre cercado por alambres
estremecido frente a la luz opaca de la mirada
de la madre, ida en invierno.

Todo el dolor del mundo se vuelve real,
arde en el interior como una hoguera
entre las sombras tibias del bosque, entre espinos.

Veo un hombre flotando en el río.

Parece recubierto por ramajes negros,
envuelto en un frío útero negro:
la corriente
amortajando al hombre bajo puentes antiguos
que atraviesan el río, entretejen
la soledad.

El espanto.

Mi mirada se ciega, se llena de ceniza.
El hombre desaparece.

Queda.

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SOL DE INVIERNO

Quien escribe recuerda cómo entramos
tras la intensa nevada:
los ojos cegados por la luz,
los copos en el cabello,
los pálidos semblantes recubiertos
por esa frialdad nueva,
llegada furtivamente del exterior,
que penetra los ateridos miembros
como un resplandor revelando
una cierta perplejidad, un gesto.

Se trata de la misma situación una
y otra vez, bajo apariencia
bien distinta: la nieve,
el puente viejo, la cantera abandonada
a la vegetación, los oscuros caminos.

Intactos lugares del temor
que nos recogen en nosotros mismos.

Como el viento que poco
a poco se va debilitando
y deja posado en los muros
el aroma de las hojas, el aliento
del bosque,
así tu respiración,
así tu respiración
junto al fuego, íntimo
latido que captura la mirada,
que nos recoge en nosotros mismos.

Y nos entrega ceniza, espejo
tal vez del deterioro, tal vez
del desafecto, el frío.

Tu amor es como una brisa entre ramajes.
Tu amor es sol de invierno.

(En Novas voces da Poesía Galega, Consello da Cultura Galega, 2000)

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OSCURO LUGAR

Habito el fondo de una laguna
(o puede ser pantano, viscosa braña acaso)
con cortezas de pino, pétalos marchitos de narciso.

Contemplo, tendido en el barro,
la superficie llena de ramas,
restos de leña, hojas muertas flotando en la corriente,
revelando el lento fluir de las aguas,
de los despojos.

Yace en lo profundo la vida vegetal,
raíces sustentan puentes, edificios,
me sostienen a mí, dan cimientos
a mis cansados miembros.

Examino cuidadosamente la vida alrededor:
larvas, insectos delicados, gusanos
nutriéndose de la corrupción
de cuerpos minúsculos
(incluso puede ser pardal o ratón)
que se pudren en la orilla, entre ramajes,
originando vida nueva, humus esencial que vivifica.

Observo también las aves del juncal
-garza esbelta, ávida gaviota
cerca de las aguas turbias.
Mira más allá cómo el estornino
ahuyenta grajas y cuervos,
cómo se oculta bajo tejas de pizarra.
Mira los muros de piedra, el seto de tojos
donde sólo se posan grises aguzanieves, destemidas,
tal vez la urraca, en días de lluvia,
pero nunca el tímido mirlo.

Frente a las pasaderas cubiertas por el musgo
reparo en los detritos, cosa nuestra:
una hebilla rota, una aldaba herrumbrosa
que ya no llamará en puerta alguna
(puede ser un anzuelo, quizás la reja de un arado),
o un penique viejo.

Vuelvo finalmente la mirada hacia la orilla,
al polen que impregna los terrones, los callados restos.

Busco tibio amparo en este frío,
todo el calor que albergan tus ojos,
el tacto de tu mano, tu aliento leve,
una cálida luz para el extraño,
oscuro lugar en el que habito:
raíz, semilla,
revuelto sedimento de un corazón desgastado.


(Publicado en versión bilingüe gallego-inglés en Southword, 2000)

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En invierno rezuman las paredes interiores,
aflora de las grietas blanquísimo
salitre, estirpe de la arena:
la ría concentrada en los pasillos de casa,
en piedras gastadas por el tiempo
que perdí.
Mira tú
qué extraña la búsqueda del amor
llevándome ahora por callejas
como un frío magma
brotando de los cimientos, de lo profundo
hacia la superficie.

Pero tú entonces me esperabas en la isla
granítica
entre torres nublosas, ocultos
pozos en los que la luz no penetra,
desprovistos de dalias.

Que incluso recuerdan a pálidos pantanos
donde la luna devora
gusanos, aguzanieves blancas.

Yo en la calma matinal, barca o escampada.

Y sin embargo, pobre en discernimiento,
sobrevivo en un lugar oscuro, propio:
donde habita la memoria, el lugar de los afectos.

Se va el tiempo, queda un estremecimiento
y así es…
Qué fatiga
estar lejos de lo que bien se ama.


(En Casa da Gramática, 2003)

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ELEGÍA EN INVIERNO

Pertenezco a una atlántica
estirpe
que me acoge húmeda como abrazo de medusa,
beso ávido, marino.

Tengo el alma llena de salitre
flotando sin rumbo
descolorida, pendular y oscura
de la Aguieira hasta Inchydoney,
de los infinitos arenales de Dingle a las rocas de Corrubedo,
de las grutas de Fonforrón al muelle de Crosshaven
donde juegan niños, musicales y luminosos.

En Clonakilty, en la bahía, miré las garzas leves
que ya nunca
se posarán en los juncales del Barbanza.
En las riberas de Cobh hallé despojos
de delfines que desfallecen por los pedregales de la Arnela,
extraviados ciegos.

Y pierdo pie entre araos podridos,
gaviotas abisales, inmensos farallones
en los que golpean corrientes invasivas, oleajes
densos en acantilados sin hierba.

Llegan al embarcadero expolios, anclas sombrías
enfrían la Misela. Se escurre un lamento entre roquedos negros,
jadean aves.

(En Negra sombra. Intervención poética contra a marea negra, Espiral Maior/Xerais/Federación de Libreiros de Galicia, 2003)


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