lunes, 1 de noviembre de 2010

1685.- ADOLFO MARCHENA


Adolfo Marchena, Vitoria (España), 1967; entre 1997 y 1999 dirigió los programas radiofónicos Tocando el viento (Radio Plasencia Centro) y Peleando a la contra (SER Plasencia). En 1997 organizó el I Encuentro Poético Cultural Amilamia. Codirigió la revista impresa Amilamia y dirigió la revista Factorum y el fanzine Odaliana. Ha publicado los poemarios Cartapacios de Lucerna (Ediciones Libertarias/Prodhufi; Madrid, 1992) y Proteo: el yo posible (Ediciones El Sornabique; Salamanca, 1999), y textos suyos han sido incluidos en las antologías Relatario (Talleres de Creación Literaria Fuentetaja; Madrid, 1992), Voces del extremo (IV). Poesía y utopía (Fundación Juan Ramón Jiménez; Moguer, Huelva, 2002) y Asilo (antología de poetas) (Ediciones Sin Retorno; Barcelona, 1999). También ha escrito el libro 683 Planta Neurología (Editorial Remolinos), y La Reconstrucción de la Memoria (Revista Groenlandia). Ha publicado textos en diversas revistas electrónicas y de papel (El coloquio de los perros, Letralia; Río Arga, Los cuadernos del Matemático, Turia, etc.). Mantiene el blog literario “Literatura. Recuerda recordar”: http://marchenaescritor.lacoctelera.net/. Ha sido traducido parcialmente al francés, alemán y árabe. Su último libro publicado, conjuntamente al escritor Luis Amézaga, ha sido La mitad de los cristales (Bubok, 2009).






Tarde de absenta

Como los girasoles, anaranjado, quedó Van Gogh una tarde de absenta, sin lóbulos, sin escafandras. Precipicios en la paleta y los pinceles practicando escalada en la frente de un nenúfar. Una pensión donde el frío se cuela bajo las puertas. La fulana solicita veinticinco francos bajo el Arco del Triunfo. Dentro de la locura que esconden las ropas interiores. El horario de la disciplina es el minutero de la reencarnación. Disecados los tabloides donde cuelgan teléfonos y masturbaciones. Como Van Gogh quedó la tarde disecada de aliento, agujas y destierro.








Medias

El escritor observa a través de la concavidad de las medias. Un bosque lejano en la ribera de la barra. La mujer que ojea una revista. Ruido en la esquina del tránsito. Las marionetas han dejado de bailar y beben cerveza caducada. El hueco que deja la tapa de la alcantarilla se torna entrada de un hormiguero. Las medias cubren los abismos, las piernas de seda de una mujer morena. El escritor desvía la mirada y se adentra en la jungla de su cabellera, pintura acrílica. En la distancia de los corceles enlutados. El negro de la noche y los vestidos de novias descontentas. Cualquier acercamiento a la conversación revela un trance. Mirar no deja de ser un gesto oneroso. El escritor regresa a las páginas y la mujer morena desaparece entre el cutis de las medias.







Parte de la misma tajada

Las líneas discontinuas de la carretera nos leen el futuro. Somos tan frágiles que no guardamos una copia de seguridad. ¿Me llamabas? Quién eres tú. Soy yo mamá. Mi hijo era mucho más guapo y más alto y vestía con elegancia. Mira, llueve. No, son lágrimas, mamá. Qué hago aquí. Estás en casa, conmigo. ¿Ya lo sé, te crees que me he vuelto loca? Ven que te peine. Que me peine la niña. En esta casa no hay niñas, ya no. Berta tiene cuarenta años y vive en Valencia. Quién es Berta. Tu hija, mamá. Deje de llamarme mamá, impostor. La mente da vueltas en busca de una pista fiable. Tortura es sufrir sin saber quién sufre. No es posible la muerte digna cuando se deriva de la vida autómata. Bebe, mamá. Me quieres envenenar. No digas bobadas. Un rayo de sol y deja de prestar atención a las caricias. Allá que se van sus ojos para perderse sin remedio. Los gatos son menos indiferentes a lo humano. Pero también les gusta la luz que calienta. En qué soñará su madre, piensa mientras tira el pañal sucio. Se está volviendo, a pesar de las apariencias, en un ser amargado. Su madre está desaparecida en un laberinto y él ha hipotecado una posibilidad de vida, la que fuera. Dos por el precio de uno, murmura cuando acaban de dar las señales horarias en la radio.


(De La mitad de los cristales, 2009).






La araña en el acuario
traspira entre las piernas
del vacio en torno
al rostro una quimera
dejando de lado
las circunstancias
el lado equívoco
del rectángulo
la suma decimal
de las repisas.







Poema después de la batalla
el jazz atrás Art Pepper
con su dogo la proclama
pegada a la farola papel
amarillento como arruga
en la encimera de la casa
vieja como rostro de los relojes
atrás en las agujas discontinuas.






Un minuto antes de finalizar
el programa de rehabilitación
las causas normales se yuxtaponen
el sonido de los pájaros la araña
recorriendo la cortina. Aterra el
sabor de la sangre cuando busca
la alternativa el motivo que lleva
al hombre más allá del rotativo
el periódico del día en el desayuno
junto al café con leche noticias
de alquerías y campos de fútbol
el azúcar de las drogas las guerras
la economía del Titanic bajo el hielo.








Mi madre teje en el jardín
sopas de letras
el rostro de la contaminación
arremete contrafuga del punto
final sobre la i en busca
de otra vocal en el reducto.
Mi madre teje las siemprevivas
del jardín arruga del poema
la nada del silencio
en el psiquiátrico de la memoria
electroshock en la garganta
inquietud del paquidermo.








I.

Sueños, miedos, dolores
gritos, obsesiones en el psiquiátrico
de la nada el poema resplandece
como flor mientras los caballos
recorren los prados y los clavos
mueren en las paredes del tejido.


II.

Mientras las madres recorren
las calles acequias favelas
lanzando piedras escupiendo
muertes residuales de la nada
el poema se compone a duras
penas en tinieblas del cansancio


( Del poemario inédito El regreso de la Cenicienta)


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