jueves, 16 de septiembre de 2010

1116.- LÁSZLÓ KÁLNOKY


László KÁLNOKY

El poeta y traductor literario húngaro László Kálnoky nació en Eger el 5 de septiembre de 1912 y murió en Budapest el 30 de julio de 1985 Licenciado en Derecho, fue consejero del Ministerio del Interior húngaro y luego trabajó como bibliotecario y editor.

Perteneció a la tercera generación de poetas y escritores formada alrededor de la destacada revista literaria Nyugat (‘Occidente’), fundada en 1908, que sirvió para elevar la literatura húngara, todavía encasillada en tendencias muy conservadoras, a niveles de otras literaturas occidentales, abriéndola a las nuevas tendencias europeas. En ella Kálnoky publicó su primer poema.

Su primer libro de poemas, Az árnyak kertje (‘El jardín de las sombras’), apareció en 1939 y reveló su excepcional sentido de las formas poéticas. Publicó durante su vida doce libros de poemas y dejó uno póstumo. Su poesía y su visión del mundo, caracterizadas por el pesimismo y por una mirada grotesca de lo trágico, les deben mucho a Baudelare y Varlaine.

Desde 1957 hasta su muerte se dedicó casi exclusivamente a su propia poesía y a la traducción al húngaro de poetas clásicos y modernos; entre los dramas que figuran en su ingente obra como traductor figura la segunda parte del Fausto de Goethe.

Fue galardonado con el premio Baumgarten en 1947, dos veces con el prestigioso premio József Attila (en 1963 y 1972), y con el premio Robert Graves en 1970.

(Datos biográficos elaborados por Albert Lázaro-Tinaut)



El encuentro que no será

En vernos más allá no creas.
Ni yo lo creo. En el tiempo infinito
dos veces no se da la misma cosa.
Nuestra oportunidad nula sería.
Todavía puedo sostener tu mano.
Te inclinas sobre mí por ver si duermo.
Pero al final lo oscuro va a tragarse
nuestros rasgos. Entonces ya seremos
el uno para el otro como aquellos
que vivieron en siglos diferentes.
Más ajenos que imágenes de hombre
y mujer, que se ignoran uno a otro
mientras cuelgan en vano de la misma
pared, en el salón de algún castillo
antiguo, donde siempre más espesas
sombras se van colando en la ventana.

Traducción de Rodrigo Escobar Holguín y Vera Székács




Años usureros

Sacuden los años sus canosas barbas
y se marchan,
cual viajeros incansables,
acarreando su pequeño fardo
sobre sus hombros fornidos,
cual decrépitos peregrinos.

Sus figuras se desvanecen lentamente en la niebla,
y mientras sus ajadas botas cruzan senderos
no advertimos que en sus hatos se llevan los recuerdos.

No supimos ver que eran pobres ladrones
ni vimos sus callosas manos ahogando nuestros cantos.
Con su saqueo vil, ahora nos parece
contemplar nuestro pasado.

Besamos a alguien en una noche de verano
y el sabor de sus labios se nos borró de la memoria,
y olvidamos el vestido y el color del pelo
de quien ayer sepultamos entre llantos.

Y nuestro tesoro, ¿en qué caja fuerte de qué banco se guardó?
¿Puedo acaso remover ahora la fosa secreta?
Nuestra casa vacía… devastada –¡oh desgracia!–
entre usureros y rateros se vendió en pública subasta.
Ahora queda el vacío, la nada llama a la puerta, aquí y ahora.
Quizá sería el momento… de seguir su rastro.

Traducción de Ilona Gogh (revisada por Albert Lázaro-Tinaut)


Con agradecimiento a mi amigo Albert Lázaro-Tinaut
por enviarme la reseña de László Kálnoky
IMPEDIMENTA

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El fiasco de la creación

Aletas, piernas, élitros, tentáculos,
brazos, pinzas, cabezas a granel,
troncos humanos, perfectos o feos,
en inmenso caldero se revuelven.

De pronto el agua turbia del caldero
por una vara tosca es removida,
y en un latir feroz los corazones
desnudos con dolor se contorsionan.

El bodrio empieza a enfriarse muy despacio.
Y el hacedor ahora ya no sabe
qué hacer con él, su cara se oscurece

y ante la creación, fiasco inconfeso,
quiere huir a través del laberinto
de su espacialidad bizca y curvada.





El reverso de la luz

Jirones azulosos de viento cansado,
monotonía de ademanes rígidos.
Roído de polillas, un rostro naufraga
en los grises enjuagues del ocaso.

Un ruido casi imperceptible:
la caída de un ramo en la memoria.

Una terraza; hierbas amarillas
Crecen sobre la gran mesa de piedra.
Se cenó aquí una vez, quien lo creyera,
se partieron los panes quejumbrosos.

Sombras enjutas, magras, aquí pasan,
imágenes de muertos ha mucho se deslizan
ignorando las manos que se tienden.

Si al fin llegara una de ellas,
y en sus cabellos, estrellas fugaces
y en su mirada ejércitos murieran,
lo oscuro de su huella
sería el reverso de la luz que escapa.





La casa vieja

Se enrojece un jardín otoñal enmalezado,
donde brillan opacos, a través de la niebla,
los fuegos de hojarascas ardiendo, y la espesura
cubre la estatua pétrea y tiene aspecto
de una informe escultura enverdecida.
Ni para qué entrar en los cuartos,
donde en ventanas rotas y espejos herrumbrosos
bailan sombreas movidas por el viento,
y el color ha escapado del papel de los muros.
No puede absolver a nadie
al forastero a quien le concedieran
un plazo más aún sobre la tierra;
tampoco adentro habría que romperse
el grillete que la aprieta la frente.

Mejor es huir lejos,
atravesar el puente sin barandas,
o ver abajo del agua color hierro,
donde su rostro es óvalo deforme,
y su boca un rectángulo crispado.


Traducido por Rodrigo Escobar Holguín y Vera Székács(2)


DE ENFOCARTE


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