jueves, 30 de marzo de 2017

VÍCTOR HUGO FERNÁNDEZ UMAÑA [20.056]


VÍCTOR HUGO FERNÁNDEZ UMAÑA

Nació en San José (Costa Rica), el día 07 de Agosto del año 1955. Es poeta y ensayista  aunque incursiona en la novela. Escribió una obra teórica sobre la danza: El cuerpo no tiene memoria. Suele escribir en el periódico La Nación, en el suplemento Áncora.

NOVELA

1.   Los círculos del cuerpo: 1993

POESÍA

1. Calicantos: 1993
2. Las siete partes en que antiguamente se dividía la noche: 1989


La única novela de Víctor Hugo Fernández, escrita hasta hoy, la publicó en el año 1993.1

Es una novela sencilla, de estructura lineal y de escasos personajes, prácticamente solo uno, Lupita Pola. El narrador omnisciente se acerca a la perspectiva de ella y lee, interpreta sus pensamientos, sus proyectos, sus anhelos y como el cieguito que está detrás de Miguel Ruiz, va construyendo la voz de Lupita, la dirige, la codifica como si fuera su propia voz. Nunca le da independencia, libertad, ella en sus manos, es su monigote, su símbolo. Es una de las muchas novelas de la literatura costarricenses yoísta.

Este narrador enfrenta dos facetas del mismo problema: Las voces de América con La musa de América. Lupita encarna el papel de la fanática de los cantantes populares de América que se entrega sexualmente a ellos, les da vida, les hace sentirse hombres, les recuerda que son machos y ella disfruta haciéndolos felices, realizados en su cuerpo. También ella vive para ellos, se complementa en ellos, no existe sin ellos, vive para ellos pero exige únicamente una condición, que le canten al oído sus canciones, sin ella, de nada sirven sus otros atributos. Es la amante de la voz de ellos, el clímax lo alcanza en el susurro de las canciones. No importa que ellos sean niños, estén cansados, vacíos, superficiales, tontos. Su valor radica en la voz.

Lupita es millonaria, bellísima, independiente y liberal. Solo existe para encontrarse con los vocalistas, nunca con los que forman sus comitivas, los espera, los busca, paga enormes cantidades de dinero en hoteles y discotecas, hasta que llega la noche del encuentro. Se entrega con pasión, sin restricciones, da y siente cada una de las caricias y disfruta hasta de lo imaginado, soñado, esperado y repasa los recuerdos de esos momentos sublimes de amor. No anhela otra cosa que poseerlos, ser de ellos, ser la musa, eternizarse en el recuerdo de ellos, las letras de sus canciones. Por ello deja de lado las fiestas familiares, las amigas conservadoras, de novios de escuela, de solo un hombre. Abandona todo, hasta su misma familia en pos de ese ideal: ser la musa de las Voces de América. Ellos, por el contrario, buscan su cuerpo, su entrega, su pasión, su orgasmo, su aventura.

El final para ella es trágico. Se entrega a Miguel Ruiz, lo ha esperado tanto tiempo, sin límites pero no es feliz, siente que se muere, no se realiza, a pesar de tener todos los atributos de un joven bien formado y buen amante. Se da cuenta que él no le canta al oído, cuando la ama,  la penetra, casi no le habla. Se lo hace saber y recibe la más inesperada respuesta que la envilece y la hace sentirse, ahora sí, como una puta. Él no canta, solo finge que lo hace, es su secreto. No tiene voz. Lupita guarda silencio y lo abandona, huye desconsolada en busca del mar para purificarse, para lavarse de la impureza de haberse entregado a un falso cantante, un intruso, un suplantador. De camino escucha la voz de un locutor radial que anuncia la próxima llegada al país de Durango y eso le trae nuevas ganas de vivir.

Esta novela es una especie de ironía a la hipocresía de la sociedad, al machismo, a la superficialidad de una joven millonaria pero con un ideal que aunque estúpido, por lo menos cree en algo y unos hombres que se convierten en falsos héroes, mitos, seres vacíos, niños adultos, hijitos de papi, incultos, aventureros, personajes sin madurez que aún no se han destetado y que de pronto amanecen en la gloria de la fama superficial, por no ser nada, ni siquiera hombres. Lupita era capaz de entregarse por un ideal, ellos ni siquiera tenían alguno.

1 Fernández, Víctor Hugo. Los círculos del cuerpo. Ed. REI Centroamérica, San José, 1993.


ELEGÍAS AL HERMANO

l

Mi hermano se llamaba Jorge
ahora se llama duermevela,
se acostó a dormir hace unas noches
y desde entonces navega en mi memoria.
Tenía la cálida presencia
del mes de abril entre las flores
su brazo de arcángel no alcanzaba a los más próximos,
siempre comprometido con los ajenos.
Conversaba con la enfermera
que hacía guardia en los pasillos del hospital
donde se fue a morir desconsolado.
Tenía aires marciales en todo lo que hacía,
blandía la espada sin otro afán que afirmarse,
pero era incapaz de herir, a pesar de su hoja afilada.
Pensaba que bastaban solamente las palabras
para abrir zanja y conminar al día.
Era general retirado, oficial del servicio secreto
mitómano convencido,
de esos que bajan las estrellas con solo mencionarlo.
Mi hermano decidió morirse cuando menos lo esperaba,
Aún le faltaba conquistar el Everest
Y descender a las profundidades
De su propia inocencia.


ll

Los hermanos son ese otro que nunca fuimos
pero que llevamos dentro.
En ellos nos miramos como en un espejo,
nos asusta su independencia.
Tienen su propia sombra,
Se quejan de una sed ajena
Pero no pueden ocultar nuestros gestos.
En su sonrisa se esconde una alegría
Tan propia como la piel con que salimos a la calle.
Las horas pasan por sus cuerpos
Y parece ser que un reloj muy diferente
Determina el ciclo de sus días,
Pero en ellos nos miramos como en un espejo.
Son el agua bendita que protege la liturgia de los días,
Los hermanos son lo que nunca fuimos,
La boda con alguien desconocido,
Los hijos que nunca tuve
La profesión que nunca me interesó
La mar espléndida que desemboca
En la bahía donde me espera la bondad ajena.
Los hermanos son un dolor en el pecho,
Una pérdida dolorosa cuando menos lo esperamos.


lll

Tiene la marca en la frente
La cruz de ceniza anuncia su partida.
Despliega su mirada triste
Los ojos perdidos en la inmensidad oscura
De los caminos que se aproximan.
Llora en silencio,
Como lo hacen los hombres buenos
Como lo hacen los que saben que no hay retorno
Como lloran los que se rehúsan
A aceptar su destino inexorable,
Porque vivir es siempre una apuesta con los pájaros
Que vuelan lejos del invierno de los días.
El dolor lo habita y lo consume
No le da tregua
Le arrebata la poca energía
Que ya se le extingue.
La muerte se avecina,
ya se encuentra estacionada entre sus huesos,
hace escala en las vértebras
se anida en los pliegues de la carne
y se asoma cuando ya casi
se le agotan las palabras.
Tiene la marca en la frente
No dispone de brújula que lo oriente
Pero insiste en abrazarnos
Como si al hacerlo,
Acorralara a las moiras
Que bailan indiferentes,
Sobre la agonía de su historia.









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