lunes, 27 de marzo de 2017

ANDREA ESPADA [20.052]


ANDREA ESPADA 

Andrea Espada. (1993, Cuenca, España), nacida entre la hoz del Júcar y el Huécar. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, ciudad de residencia temporal, pues de forma intermitente hace y deshace su mochila para recorrer. Amante de captar lo que pasa desapercibido, lo intacto; la vida en el campo, los atardeceres y el otoño. El camino es su materia prima. Luego transformar.




A dónde van los pájaros cuando llueve.
A dónde vas cuando piensas en un libro.
A dónde va el que anhela un beso.
A dónde van los vientos después del huracán.
A dónde vamos cuando nos enamoramos.

Lo llamamos vida,
al arte de morir.




POEMA I.I

Truculentos caminos
me hacen llegar
casi siempre
hasta a ti.

Espirales geométricas multiformes,
lunares como pistas.
El recorrido de dos cuerpos
buscándose las cosquillas
haciéndose vibrar.
Sólo quieren divertirse.

Luego lloran,
divisan las crestas de las cordilleras que solo
quedan libres para ser soñadas,
y caminan un frío diciembre
que parece
especialmente diseñado
para aquellos que no saben dónde van,
sólo deambulan.
Solitarios y errantes.

Ningún lugar a donde ir,
la condena de un mundo
plagado de rincones,
millones de latidos
y formas de existir.




CIRCUNSTANCIA

Lapso entre domingo y lunes,
tierra de nadie.
Dimensión que vacila
entre inerte y carne viva.

Frescor matutino
y olor a hierba virgen,
distracciones inmediatas
de atónita belleza.

Temporal desconcertante,
manantial eufórico
olvido intencionado,
y brisa superflua.

Instantes escurridizos,
torpes y magníficos
para engendrar,
lavar los platos
o dar amor.

Momentos donde la vida ensancha
y todo tiene cabida -piensas-,
extasiado al encender un cigarrillo
en un perpetuo estado de reposo. 




CLANDESTINA

En la frontera de tu sonrisa
vivo.
Amarrada a la comisura de tus labios
contemplo,
en silencio,
tu piel
agrietada por el viento.

Tu olor,
me trae un campo de amapolas
en el punto más álgido de la primavera.
Y olvido el propósito de estos versos
arrítmicos, flacos y cojos.
Nada.
No hay nada.

Nada que pueda equipararse
a la fuerza que siento
desde este ángulo muerto
donde, sin que puedas intuirme,
te observo.

Sueño ser la lluvia
que te cale los huesos.
Esa que busca precipitarse sobre tu espalda
y empapar de alegría
moribundos recuerdos.

Despertar tu naturaleza más salvaje,
vil y sinvergüenza.
Calentar, de la forma más rudimentaria posible,
todos los besos congelados.
Llamar a las memorias
que se saben,
palmo a palmo,
nuestros cuerpos

y
mirar tus ojos,
llenos de contradicción
cuando te alejas.




NECESIDADES SOBREVALORADAS

Esa necesidad de poblar la hoja en blanco
para dejar constancia
cuando
lo único constante
es la hoja en blanco en sí misma.

Y eso
es lo único que importa.

La blancura de la hoja
que no ha sido pretendida,
de la que nadie ha abusado
y que aún
nadie ha corrompido.

La hoja en blanco,
así, como ella es
la misma que tantas mentes ha perturbado,
infinitos planes ha ideado,
tanto silencio ha soportado
siendo testigo de sangre y lágrimas.

Ella es el verdadero poema,
la verdadera razón.
Ella en sí misma,
Rebosante
de una efímera pureza.




INTENTOS DE

Hay poemas que están destinados a no ser jamás
igual que hay besos,
polvos,
viajes
y abrazos
que se quedarán en eso,
en un –intento de-.

Un permanente sabor agridulce
con toque amargo,
que al final,
es lo único que el paladar recuerda.

Aún así, se empeñan.
Dicen que hay que intentarlo,
al menos.




TIO KRIS

I

- ¿Cómo estás?

- Bien,
Hoy por la mañana
tomé en un vaso
agua caliente
ajo
miel
y dos gotitas de limón.
Chao.


II

-Aquí te paso una foto del recital de ayer,
qué pena que no pudieses venir.

-De fondo eran libros,
blanca y tenue, la luz
en la sombra proyectada.
Cabezas en alerta escuchando
y entre trago y trago,
que una mesa aguanta con valentía,
son palabras que se desplazan
en el aire vicioso
que el fantasma de la sabiduría absorbe.






-

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