domingo, 26 de febrero de 2017

SILVIA PRATT [19.967]


Silvia Pratt

Silvia Pratt (Ciudad de México, 1949)
Poeta, traductora e intérprete. Hizo estudios de traducción e interpretación en la Alianza Francesa de México, tomó cursos de literatura suiza y francesa en la Universidad de Lausana, Suiza, e hizo un diplomado en literatura del Siglo XX en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Becaria del FONCA en traducción literaria durante 1997. De junio a octubre de 2002, desarrolló un proyecto literario en Montreal, en el marco del Programa de Residencias Artísticas México-Quebec, establecido entre el FONCA, el Conseil des Arts et des Lettres du Québec (CALQ) y la Union des Écrivaines et Écrivains Québécois (UNEQ). Es miembro del Consejo Consultivo del Centro Internacional de Traducción Literaria de Banff (Canadá) como representante de México. Ha publicado en periódicos, revistas y suplementos como Alforja, Amoxcalli, Deslinde, El Norte (Columba), Excélsior, Fundación Arturo Rosenblueth, Gaceta de Arte y Cultura, La Jornada, La Pájara Pinta de Carta de la Poesía (España) y Tropo a la Uña. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, al búlgaro y al italiano. Ha traducido algunos poemas de Marguerite Yourcenar, Sada Weïndé Ndiaye, Israel Eliraz, José Acquelin y Nicole Brossard; y entre otros, los libros Saisir l'absence/Ausenciario (de Louis Jolicœur), CONACULTA, 1997; El silencio de las cosas (selección antológica de textos de Francis Ponge), Universidad Iberoamericana, Colección Poesía y Poética.

Obra publicada

Poesía: Caldero ciego, Praxis, 2000. || Encendido espacio IMC, Toluca, 2000. || Crujir de la hojarasca UAEM, La Tinta del Alcatraz, Toluca, 2001. || Espiral irrepetible, Praxis, 2003. || Isla de luz, CONACULTA, Práctica Mortal, 2004. || Trazos, Tintanueva, Oscura Palabra, núm. 38, 2005. || Urdimbre circular, Conaculta | Práctica mortal, 2010.





PRATT, Silvia.  Urdimbre circular.  México, DF: Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional par la Cultura y las Artes, 2009.  101 p.  (Práctica mortal)   ISBN  978-607-455-199-0    Ex. bibl. Antonio Miranda


Ante la hoguera
observo el ritual de los días.
Una lágrima lúgubre
unge con añoranza mi ropa.

Mientras escucho el crujir de extintos pétalos,
el candor convierte en margaritas las mañanas.
Los huecos murmurantes
retoman la vacuidad estrepitosa del abismo.

Los leños irremediablemente se consumen,
las miradas languidecen.
Me vislumbro en tus ojos.
Somos espejismos sin fulgor.
A través del ventanal
miro pasar el invierno encanecido.



CONSUMADA REDONDEZ

Desde el sosiego que me acosa,
como yesca incinero punzantes manecillas,
entre abrojos emerjo renovada,
con certeros ríos respondo a las cenizas,
abato en el aire desamores y penurias.

Con dolor mancillo el agua que mi piel rezuma,
calcino suelos con arcilla impía,
entre furtivas ráfagas suspiros petrifico.
El fuego al fuego ofrendo.

Pero también transfiguro
la Palabra en trepidantes lenguas,
ramo de luz en marejadas.
Invoco la arena
y en el viento arraigo mi nombre.

Alas de fénix la memoria. 
Rito consumado.



NOCHE DE LOS BOSQUES

Parda lechuza
anuncia oscuridad.

Los árboles entretejen sus ramas,
conjuran la entrada de la noche,
absorben el verdor cerradizo del follaje.

Espesura.
Una corona de luz la luna ciñe.

Tímidos filamentos
penetran el sabor del paisaje.

Hervidero de voces
                              aleteando.

Refulgen miradas amarillas.
Lechuzas titilantes
en boscoso universo parlotean.

Y yo que nací en la umbría,
que soy hija de los robles,
¿he de quedarme atrapada entre el ramaje?

¿He de buscar la luz
que me deslumbre hasta quedarme muda?

Voz de bosque.
Canto seductor de seductoras aves.
Como cánticos antiguos
                              de antiquísimas sirenas,
                                                           frondas de agua.

Con caricias milenarias
me arropan árboles añejos.
                                          Pervive el insaciable tiempo.

Los insectos ensordecen,
frescor el hálito de la umbría.
En verde estalla el verde.

Afuera
          la soledumbre aguarda.
Mi nombre
                    la luna huérfana
                                                 repite.

Sigue el rito de las voces su destino.
Buhos
           ojos de estrellas
                                     conmigo lo comparten. 



De dónde proviene este silbante

De dónde proviene este silbante
viento
       sibilino,
si lacera los labios y acarrea nostalgias
de parajes soterrados.

No es verdad que aleje
para siempre la hojarasca y los pesares
si estarán mañana
                 otra vez aquí
enraizándose en mi piel.

Si pudiera detenerlo con mis manos,
no se albergaría la angustia en los postigos
ni los vitrales retumbarían de pesadumbre.



Isla DE LUZ
fragmento

¿Qué fue de ti, Délos?

¿Germinas sólo en la memoria?
Savias de pino, ramas de abeto, hojas de arce:
bálsamos que perduran.

El frío calcinante.
¿Acaso no lacera las alas de gaviotas?
—Está escrito que su blancura emplatecida
reverbera con la nieve.
(Desde su refugio claman los oráculos.)

Vivo intensamente en esta tierra.
Vivo aquí mi propio otoño.
Resuena la hojarasca.
Entre las nubes florecen los conjuros.

Como hija de la luna
en mi palidez su blancura se refleja.
¿Podrá su manto de hojas secas del frío resguardarme?
Rojos los suelos, aire emblanquecido.
El primer copo de nieve eriza mi piel.

Las tonalidades del otoño contrastan con el blanco.

Ah, la dualidad infinita, sempiterno peregrinar.

Y el astro pleno, testimonio de ritual nocturno.
Los copos, lágrimas de luna.

El reloj de cobre,
          —caldero azuzante—
                      auspicia mi camino.

El temblor de manecillas nunca se detiene.
Ah, el girar del mundo.
El aletear de las estaciones
siempre ofrece en el espejo un rostro distinto.
La hojarasca vaticina ya el invierno.

Soy gaviota que en el vuelo
revela el sentido de este viaje
mientras sigo buscando la voz que me conduzca.
La luna vive en mí y me dirige
como un alma que fecunda la tierra de la muerte.

Invoco, Délos, tus enigmas.

Ah, la piedra consagrada en los suelos que pisamos.
Ah, montañas venerando las cenizas.

¿Qué misterio encierra el sol en plenitud
si la sangre se congela y el frío calcina las entrañas?
íCuál enigma la zozobra de las aves cuando fragua la tormenta?
Enmudezco ante tanta incertidumbre,
sobre mis párpados pesa la fatiga.
Para descifrar del invierno los rumores
alerta me mantengo.

No duerman, musas,
no permitan que mi canto en el horizonte se esfume.

Ah, Délos, altar de luz.

Ah, en mis dedos este fuego desvelado.

Sincretismo de estaciones.
Y los árboles y el agua ya tiritan.
Hojarasca sobre nieve.
En marmóreo transitar mis pasos se hunden.
Ninguna huella es idéntica:
                    cada una, presagio de caminos.

Silencio.
Con el peso de los copos
las hojas crujen en la oscuridad.

Ceremonia en la espesura.

El blanco sepulcro de los bosques.
La escarcha lagrimeando entre los pinos.
El tañido de hojas secas en la umbría.
Recuerdos como esfinges congeladas.

Conservar la memoria hasta la muerte
es consuelo de los hombres.
¿He de esconder en una cueva mi pasado?
¿He de arder aquí para erigirme en otras latitudes?

Un alba negra augura mi destino en otra tierra.
—Y evocarás el invierno en otra tierra.
(Tararean coribantes.)

Un invierno distinto,
        otro viento,
                otro lenguaje.
Traspasarán mis pupilas otra luz.

Como si alguien las hubiera convocado
las gaviotas el cielo transfiguran.

Lluvia de hojas lánguidas las notas de las liras.

Sombras.

Los habitantes del Parnaso sólo duermen.
Al amanecer irrumpirán las divinidades del Olimpo.

Que címbalos retumben.
Que fluyan manantiales.
Que el omphalos sagrado restaure cada sitio de la Tierra.
Que en una sola voz se escuchen oráculos presentes.

En los velos de la luna he de perpetuarme.
He de descifrarlos aunque siempre se transformen.
Sólo el silencio en el fulgor palpita.

Y escribo aquí.
Aquí donde moraron un día las deidades.
Aquí donde la tierra y el agua gestaron la arcilla sacra. 

Ah, conjuros de la umbría.
Ah, este cielo sombríamente oscuro como abismo primigenio.
Ah, nocturnas aguas bebiendo nuestro llanto.

Aquí volverá a gestarse el mundo.

Aquí los ojos de la aurora lo develarán mañana.





Memoria y palabra en Silvia Pratt. Reflexión en torno a Isla de Luz

Por Carmen Álvarez Lobato

El poema de Silvia Pratt Isla de luz se presenta como un extenso y enriquecedor viaje estimulado por una imperiosa necesidad de asir los elusivos enigmas de la experiencia humana a través de la memoria y con la fe puesta en las infinitas posibilidades de la palabra y la poesía.1 Al inicio, el Caos, y las eternas preguntas humanas:

Caos.

¿Es verdad que entre conjuros
el vacío resurge cada noche?

¿Es verdad que una y otra vez
vuelve a gestarse el mundo
para que nuestros ojos disfruten cada aurora?

Y estas preguntas son respondidas a lo largo del poema con bellas imágenes y profundas reflexiones: Pratt canta a los ciclos de la vida, a las dualidades, a los claroscuros; sí, afirma la poeta, la existencia del hombre en la tierra es breve, pero también es cierto que todo permanece; sí, la muerte, pero también la vida y, sobre todo, la memoria:

Nada puede borrarse de este mundo.
Cada huella queda tatuada en los senderos,
con punzones se graban en la arcilla nuestros nombres.
Rastros de dioses y corceles
en las aguas y en la arena se distinguen todavía.
Mnemosínica presencia transita por los aires.
Nada muere para siempre.
Todo reverdece en la memoria:
quizás el germen de la luz
palpita en el reino de los muertos.

Ah, la dualidad perpetua.

Así, al abrigo de Mnemosine, la voz lírica recuerda, y escribe. Se dice que para Homero componer versos era recordar, y esa es, de hecho, la función de la poesía. Mnemosine revela los secretos del pasado, pero también introduce al poeta en los misterios del más allá.2 La memoria, la poesía, es el antídoto contra la muerte y el olvido; en efecto, en el descenso órfico a los infiernos, el poeta debe sortear las aguas del Leteo y, acudir a la fuente de la Memoria, fuente de inmortalidad (Le Goff, 1991: 146). Si hay poesía, no hay olvido: "Nada puede borrarse de este mundo".

Silvia Pratt ubica su deixis de inmediato: el lugar de la escritura de este libro, la isla de Montreal,3 se transforma en el poema en la isla de luz: la mítica Delos, la isla flotante que fue cuna y madre de Apolo; y en agradecimiento por haberlo cobijado, el dios cubre a Delos de dones y privilegios, entre ellos, quedar sujeta al fondo del mar por cuatro pilares.4 Así resiste la isla los golpes de Tetis: las inclemencias y las tormentas, siempre firme, nunca titubeante. De igual manera resiste la voz lírica: Prometeo encadenado y sufriente:

¿Qué fue de ti, Delos?

¿Alguien podría otra vez sentir la savia de tu entraña?

Y escribo desde esta isla, 
desde este espacio ajeno,
desde esta roca en la cúspide del mundo.

Prometeico destino me abrasa.
El picotear del buitre me devora lentamente:
cada instante devasta la cuerda de mis días.

Llega la tormenta y el dolor humano es patente; encontramos entonces a la voz lírica sumida en la desesperanza:

Como la bruma más espesa nunca vista,
una cortina saturada de gris
me impide ver más allá del grisáceo cielo.
Ah, la tormenta cayendo sobre mí.
Cuánta pesadumbre despliegan los relámpagos.
La soledad desgarra la entraña de los robles.
Rumor que sofoca.
Brisa y viento se amalgaman.

A pesar de todo, el alma sobrelleva los avatares y, después de todo, queda la esperanza: "Y la pandórica luz jamás sucumbe". Después de la tempestad viene la calma, dulce, clara, nítida:

Sólo un claro reconforta del vacío,
sólo ante la luz escampa el alma.
[…]

Destila claridad el aire.
tanta nitidez me ciega.

Y, sin embargo, a continuación de esta claridad; una nueva desazón, otras preguntas que tienen una recóndita raíz existencial en la que el alma padece una radical zozobra; por eso también la estructura del poema se le aparece al lector como una espiral, redundante y laberíntica:

¿Cómo salir de las tinieblas laberínticas
con la luz que germina en una cueva
si en pleno día los dedálicos senderos
nos entrampan y enredan cual sargazos?

¿Por qué al descubrir la certidumbre
seguimos dando vueltas en el mismo sitio?.

Prevalece la pregunta retórica y se percibe un retorno al Caos, donde, parece, la poeta claudicará, convencida de que es imposible erigirse en nuevo demiurgo, desconfiada de la palabra. La voz lírica se enfrenta al mundo y al Absoluto, y quizás presiente que la verdad humana está definida por el constante sufrimiento que culmina en un repliegue interior, en acinesia:

Miente quien diga que no ha estado alguna vez
paralizado por el miedo o por la angustia,
quien afirme que no ha sentido el corazón
como un trozo de mármol.
Metamorfosis de la carne en roca.

No obstante, la actividad creadora continúa; la voz lírica no cae en el tedio sino en un vivir el mundo, a pesar de todo, erguida y firme, presintiendo su final y, por lo tanto, perpetuando su memoria:

Y aquí,

erguida,

aunque un día seré sólo una sombra

que se esfumará de esta isla,

vivo cada instante

estirando el tiempo hasta la médula5

En los momentos en que alumbra la esperanza, la voz lírica se da a la tarea de exorcizar sus demonios y de hacerse cargo de hercúleas encomiendas: poner un alto el pesar, la angustia, el miedo, la nostalgia, las dudas, la melancolía para concluir: "He de sostener en mis manos frágiles el mundo".

Toda experiencia poética genuina comprende un impulso hacia lo Otro, la búsqueda de una alteridad en la que el hombre logre trascender su soledad. En Isla de luz está también el otro, el del espejo, la dualidad; a veces cercano, otras con una voz lejana; pero la verdadera afirmación está en el yo, en la palabra propia: "Mi único santuario es la palabra/ Mi voz en un ritual/ confronta los secretos de las musas". Así, Pratt, espectadora de su propio poema, se erige como demiurgo y renace en el poema que la restituye a la existencia. Ahí confluyen, se enfrentan y se disipan todas las dualidades que nacen de la doble vertiente de su actitud, metafísica y humana: vida/muerte, luz/sombra, movimiento/acinesia, lejos/cerca, esperanza/desesperanza. Porque ser alguien que sufre tales ambigüedades es, finalmente, ser. Y estar, erguida, incólume: "Estoica,/ como estatua,/ me yergo en esta isla,/ soporto la erosión del agua y del viento".

El poema es como una espiral: ondulante, recurrente, como la memoria, como la palabra, va y viene, duda y afirma. Recursos persistentes son la pregunta retórica, la repetición y la anáfora —"Cuando el fuego expira,/ cuando un amor se extingue,/ cuando una voz se diluye entre penumbras…"— que contribuyen a homogeneizar melódicamente la estructura, pero, quizás más importante, a subrayar ciertas significaciones, a insistir en la angustia y en la esperanza humanas, con este discurso iterativo, como la vida misma.

El sentimiento que comunica el poema proviene de una experiencia madura, profundamente humana: la propia existencia, nuestro devenir en el tiempo y el espacio:

Lentos

mis pasos armonizan

el rumor de las aguas.

Y así lentamente

existo

mientras el río mi llanto bebe.

El poema inicia en caos y se resuelve en esperanza, en luz; al final, se da la aceptación de la condición humana y la confianza en la permanencia de la memoria y la palabra; siempre desde su isla, la voz lírica afirma: "Aquí volverá a gestarse el mundo./ Aquí los ojos de la aurora lo develarán mañana". Y ahora se entiende el porqué del epígrafe de Hölderlin con el que inicia Isla de luz: "Un verano y un otoño más os pido, Poderosas, para que pueda madurar mi canto", tomado del poema "A las parcas". En otros versos de dicho poema, Hölderlin enuncia:

El alma que aquí abajo fue frustrada
no hallará reposo, ni en el Orco,
pero si logro plasmar lo más querido
y sacro entre todo, la poesía,

entonces sonreiré satisfecho a las feroces
sombras, aunque debiera dejar
en el umbral mi Voz. Un solo día
habré vivido como los dioses. Y eso basta. (Hölderlin, 1977: 107)

Pratt retoma del poeta alemán la idea de que el poeta, vía la palabra, puede convertirse en "hombre divino" y acceder a la Belleza y a la eternidad. De ahí también que constantemente la voz lírica de Isla de luz invoque a diversos númenes: Mnemosine, Prometeo, Hércules o Sísifo, y que, trascendida la invocación, llegue a metamorfosearse en ellos.6 La búsqueda, el viaje, es reencuentro. Si bien la vida está llena de oscuridad y desconsuelo el ser humano —en esta dualidad humana/divina— se congratula con la vida y con la poesía —género de índole luminosa— y encuentra la luz. LC

Notas

1 Isla de Luz (Conaculta, México, 2004) es el más reciente libro de Silvia Pratt. En su obra anterior se encuentran los libros de poemas Encendido espacio (Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2000); Caldero ciego (Editorial Praxis, México, 2000); Crujir de la hojarasca (UAEM-La Tinta del Alcatraz, Toluca, 2001); Espiral irrepetible (Editorial Praxis, México, 2003) y Trazos (Tintanueva, México, 2005, "Colección Oscura" Palabra, 38"). En estos poemarios la autora subraya las ambigüedades humanas, el claroscuro, la divinidad y la importancia de la palabra. Tanto en Caldero ciego como en Isla de Luz ha cultivado el poema largo para abarcar con un tono reflexivo e iterativo, un mayor cúmulo de experiencias humanas. El poema de largo aliento le permite dudar, negar, preguntar y responder múltiples cuestionamientos, una y otra vez, en una estructura en espiral que parece haberse convertido ya en su personal estrategia lírica y que alcanza en Isla de luz una afortunada consolidación.

2 Para una puntual elucidación del vínculo entre memoria y poesía, Cfr. Jacques Le Goff, (1991).

3 El poema fue escrito de junio a octubre del 2002 en Montreal. La lejanía, la soledad y la experiencia del viaje que marcaron a la autora son también los motivos del poema.

4 Cuenta la mitología que Delos era también una isla rodeada de cisnes, el símbolo por antonomasia para simbolistas y modernistas de la belleza, la poesía, el ideal. Apolo mismo simboliza la espléndida superioridad de la belleza. El vínculo Delos-Poesía es evidente.

5 El subrayado es de la autora.

6 "El primer hijo de la belleza humana, de la belleza divina, es el arte. En él se rejuvenece y se perpetúa a sí mismo el hombre divino. Quiere sentirse a sí mismo, por eso coloca su belleza frente a sí. Así se dio el hombre a sí mismo sus dioses. Pues al principio el hombre y sus dioses eran una sola cosa, y en ella, desconocida de sí misma, estaba la belleza eterna", (Hölderlin, Die älteste Systemprogramm, citado por Argullol, 1984: 63).

Argullol, Rafael (1984), El héroe y el único. El espíritu trágico del Romanticismo, Madrid, Taurus.
Hölderlin, Friederich (1997), Poesía Completa, Barcelona, Ediciones 29.
Le Goff, Jacques (1991), El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona Paidós.







-

No hay comentarios:

Publicar un comentario