viernes, 29 de julio de 2016

NICOLE ESPAGNOL [18.999]


Foto © ROBERT LAGARDE

NICOLE ESPAGNOL 

(París, Francia, 1937-2006). Fue organizadora de exposiciones, fotógrafa y poeta, miembro activo del grupo surrealista al que se adhirió en los años cincuenta. Allí conoció al que sería su compañero durante cincuenta años, Alain Joubert. Junto a él y bajo el ala del gran patriarca Breton, vivió la disolución de aquella excepcional revolución artística que terminó asfixiándose entre la fatiga creativa y los humos tóxicos de sus extremismos políticos. La editorial canadiense L’Oie de Cravan publicó en 2015 sus obras completas, que apenas sobrepasan las cien páginas. 


El primer texto traducido en esta reseña apareció en el catálogo de la exposición Armes & Bagages (Galerie Verrières - Lyon, marzo de 1975) bajo el pseudónimo de Sophie Des. 


El segundo, en el libro de poética-ficción titulado Huit mois avec sursis (Éditions du Dauphin, 1978) dirigido por A. Joubert, M. Pierret, G. Sebbag y P. Virilio.


BOSQUES A FLOTE

Tiempo atrás, en lo agrio de una arcada, mi madre descubrió limaduras de uñas en una de mis cajitas secretas; con sus ojos perdidos en la lejanía, ignorando que era observada, se dejó invadir por la turbación. Me pregunté a mí misma si su inquietud le sugería esas limaduras como propias, crecidas en su carne.
         
En la comida, su silencio resbalaba sobre los platos y ocelaba de vez en cuando nuestros intercambios de bolas y de burbujas, tan huecas unas como otras. En cuanto a mí, sin habla y con la mirada baja, vivía en la emoción; sofoqué una respiración demasiado rápida y dejé la mesa la primera para retirarme con mi gozo y mi esperanza al fondo de mi lecho en la noche completa.
          
Durante varios días observé el lentísimo crecimiento de sus uñas. Cuando rebasaron la modesta longitud en las que las mantenía por costumbre, una mañana, me corté las mías y fijé con rapidez mi mirada en la suya. Ella empequeñeció súbitamente y salió estremeciéndose.
          
Días más tarde, sus garras abombadas empezaron a curvarse. Repulsión...
         
El silencio suplió a las jeremiadas y esa anormalidad «distinta» se acentuó por los pasillos, en la cocina, a la mesa. Atenta, yo espiaba a través de la pared de su habitación el más negro silencio.
           
(La crispación de Louis. Louis el ausente, el plano, el sordo, el blando, su crispación.)
       
Yo serenaba, controlaba mi excitación. Maniática, matemáticamente, el día de su violación había disimulado, virginizado mis tesoros y, desde entonces, el alejamiento había hecho más fácil mi mesura.
           
Quería gozar de todo ello largo tiempo, muy largo tiempo.
          
Por eso me cuidaba de cualquier señal, plenamente satisfecha con ver, con ver ojeras excavar agujeros alrededor de sus ojos, su piel terrosa y sus bolsillos siempre llenos de puños cerrados.
           
Pronto, para no dejar escapar nada, para no sacar esos puños, permaneció inmóvil en un sillón a mi regreso.
          
(Louis, agarrotado, deploraba  las jeremiadas.)  
El aire se volvía espeso como el de la habitación de un moribundo.
          
Luego, la revelación... en una de sus múltiples cajas de botones, mi vieja muñeca, a la que exhumé, estaba traspasada por agujas de parte a parte; en su ojo izquierdo, solo un alfiler de cabeza pequeña, redonda y roja.
          
Conmocionada, calma, se la llevé a mi madre. Sin una palabra (ella la tomó desde lo alto), tensa, agarró mi muñeca y fue a tirarla inmediatamente al cubo de la basura. Reí nerviosamente y mi vientre sollozó.
          
El duelo hipócrita, inaugural, se había ineluctablemente iniciado.
         
Al día siguiente, esperé su llegada al cuarto de baño para recortar ostensiblemente las uñas de mis pies. Petrificada, ella miró sus chinelas (¿cómo podía haber olvidado ella eso?). Yo la empujé levemente para salir.
          
Había decidido desenterrar mis cajitas: una de ellas...  
Dulcemente, me dejé ahogar por el placer.  
Desde entonces, ya no volví a encontrar su mirada.
          
Ella todavía no había adivinado sus cabellos en mis costuras henchidas.
          
Eso, en un momento de mi pesadilla.      
En su sueño, la navaja de afeitar, como un vals en Viena, se deslizó amorosamente y me entregó el veneno.
        
Ese lunes, sale. Toma su sombrero y busca, busca cada vez con más lentitud, retenida poco a poco por el miedo: busca el alfiler de su sombrero.        Pero sale.
          
Yo hundo el alfiler por el lado del corazón.
        
Ella se quiebra y yo me desplomo. Niebla. La bruma baila. Pavesas ardientes. Giro y me hundo. Profundamente. Zozobro.
          
Aquella tarde, mi madre regresó puntual, rejuvenecida.

          


SÁBADO, 2 DE DICIEMBRE

          Rueil, 16h15.
          
En el andén, a la espera del directo a París y esa corriente de aire que siempre hiela la estación sobre elevada.
        
Precediendo al cortejo, un rumor de risas ordinarias sube por los peldaños de la estación. Algunas cabezas rizadas con gomina aparecen, seguidas de cuerpos endomingados. Es una boda; una boda desplazada, fuera de lugar, de campesinos extraviados en la periferia. La novia, de uniforme, colorete en las mejillas, un poco borracha, ríe y se pliega hacia el suelo para ocultar sus dientes. Los hombres apretados en su negrura alzan palabras sórdidas, relieves enfriados de un banquete que se eterniza. Una chiquilla en triste vestido largo, pastel de honor, se aburre, lloriquea porque la tratan mal. El escándalo es deliberadamente alto, confirmado, expuesto a los cuatro vientos (no nos casamos nada más que una vez). Siniestra visualización del pregón del horror. El malestar y el asco suben en diapasón con gritos vulgares y una excitación de circunstancias.
          
Muy a lo lejos se oye la ferralla del tren que llega. Alivio... y luego un grito dislocado quiebra el aire, aúlla la muerte en un silencio inaudito. Una punzada lumbar, nos damos la vuelta: la novia sostiene del brazo a un hombre mayor (¿su padre?), lo sacude con brusquedad; y él, en un movimiento pausado, se desploma, marioneta de trapo cuyo traje ajustado se derrumba por los suelos. En su cuello helado, el rostro se le vuelve azul, los ojos inmóviles, agrandados, la boca abierta. El cortejo, con un sollozo de pánico, se estrecha alrededor del ya muerto, una muralla desmoronada de lamentos horrorizados.
          
El absurdo, la risa ordinaria, el pánico, el silencio de la muerte: todo está dicho.
          
El tren frena, se detiene: la multitud sube.


Traducción y nota: Manuel Ángel Gómez Angulo





Nicole Espagnol

Nicole Espagnol y Alain Joubert en el Palais del Facteur Cheval, 1974


Il était une dame es una preciosa publicación que reúne todos los escritos de la maravillosa Nicole Espagnol. Edita en Montreal L’Oie de Cravan, e incluye también fotografías, a las que Alain Joubert, compañero de toda su vida, ha puesto títulos.

Nicole Espagnol nació en 1937, y fue lectora juvenil de Jarry, Lautréamont, Sade y Breton y los surrealistas. Determinante fue su encuentro con Alain Joubert en 1958, ya que además la llevó a integrar el grupo surrealista, hasta la ruptura de 1969.

Il était une dame lleva como presentación un bello texto escrito por Marie-Dominique Massoni en 2006, año en que Nicole Espagnol desaparecía. Recordemos que Alain Joubert escribió entonces el emotivo libro Une goutte d’éternité, dedicado “a ti, Nicole, mi heroína, porque viva o muerta, tú eres la que yo amo”, y donde se relata su encuentro ineluctable, inicio del “amor absoluto” entre ambos, prolongado durante cinco décadas.

André Breton es quien publica por primera vez sus poemas, en el n. 7 de La Brèche (1964). Otros aparecen en las décadas siguientes en Le Désir Libertaire, Camouflage, Homnésies y Cahiers de l’umbo (el poema “Mimi écart”, dedicado a Mimi Parent), publicaciones en que se seguía expresando el surrealismo. De 1983 es Little magie, septenario poético con cuatro litografías de Jorge Camacho, que han sido también reproducidas aquí, en todo su color. Cierran el conjunto dos poemas inéditos.


Nicole Espagnol, El sueño de Fantomas


La serie de “Textos varios” comienza para mí con una sorpresa, al descubrir que un precioso texto del catálogo “Armas et bagages” publicado en Lyon en 1975 y firmado por Sophie Des, pertenece a Nicole Espagnol. Como Sophie Des participa también, tres años después, en Huit mois avec sursis, obra de “poética-ficción” en que intervenían Joubert, Georges Sebbag y Paul Virilio, entonces en el colectivo Quando. El catálogo de “Armes et bagages” es una de las más magníficas demostraciones del surrealismo que proseguía, pese a los intentos por enterrarlo de Jean Schuster, quien, escoltado por su par de guardaespaldas, no soltaba la pala en la mano. Precisamente le cabe el honor a Nicole Espagnol de publicar en 1990 un soberbio panfleto contra Jean Schuster, motivado por sus ignominias en un libro de intercambio de cháchara en que se intentó poner a la altura de Michel Leiris, titulándolo Entre augures; definiéndolo como un “impostor”, Nicole concluye: “La única traza que dejará Monsieur Jean Schuster es la tentativa de erradicación del Surrealismo –uno de los movimientos más exaltantes del siglo– por los medios más viles”.

Otros textos son los de Je suis-bête, que publicó también L’Oie de Cravan, en 2003, historias y anécdotas sobre animales, dedicadas a François-René Simon, y las vivaces intervenciones en Le Cerceau, la publicación periódica que entre 1994 y 1998 animó una época particularmente miserable, y cuya originalísima maquetación y título se debieron a ella. En sus artículos y notas, Nicole Espagnol habla de Arno Schmidt, Jean Paul, Ladislav Klima, Robert Walser, Mervyn Peake, etc., con suma inteligencia y suma finura.

Las fotos, que es una pena no sean más, “dan todos sus poderes al azar, al encuentro, a lo insólito que revela lo que palpita en lo más cotidiano, lo más común” –escribe Alain Joubert, quien, al ponerles título, no ha hecho sino seguir un hábito muy del surrealismo. La de portada, en cambio, es un detalle de la que le hizo Robert Lagarde a Nicole con un cuervo en las manos y que inspiró una caja de Alan Glass, reproducida al final del n. 2 de L’Or aux 13 Îles.

He aquí un libro que es bueno que exista. Honra le sea hecha a L’Oie de Cravan.

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Nicole Espagnol, ¿A quién tengo el honor?

Si la foto del cuervo me recuerda el río Erges a su paso fronterizo por la villa portuguesa de Segura –similares piedras graníticas y sobrevolado por cuervos, aparte águilas y cigüeñas negras–, el caballero balzaquiano me hizo pensar de inmediato en el aldeano miñoto de grandes bigotes que me sorprendió dándole la vuelta a la señorial Casa do Bairro de Moure, pero detrás de un muro y más divertido que risueño. Creo que Nicole Espagnol se hubiera deleitado con él.



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En estas dos lujosas páginas del n. 2 de L’Or aux 13 Îles tenemos el texto y la foto de Suis-je bête, junto a la caja de Alan Glass y el comentario de Alain Joubert.







http://surrint.blogspot.com.es/2015/11/nicole-espagnol.html



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