lunes, 27 de junio de 2016

C. L. ANDRADA [18.898]



C.L. Andrada 

Concepción López Andrada (Mérida, 1984). Licenciada en Filología Hispánica. Ha sido editora adjunta del fanzine cultural Sara Mago. Ha publicado en la antología Sangrantes (Origami, 2013). Es autora de Morfina añeja (Ediciones en Huida, 2016).




El primer libro de C.L. Andrada es uno de esos pequeños poemarios que en cada poema se hace más grande. Esta joven poeta acaba de ver cómo nace, después de años y años de trabajo, su Morfina añeja (Ediciones En Huida), un recopilatorio en el que la muerte y la enfermedad están muy presentes, pero en el que el peso de una voz femenina y valiente acaba siendo incluso más fuerte que ellas.


(Introducción)

Te regalé toda mi intimidad
arrebañando mi dolor de borrada
cargado por el silencio absoluto.

Meto la mano en el bolso y me sangran los dedos,
pesadas piedras caen.
El tener que dar conversación a la gente
—Nunca te imagines cosas bonitas, 
porque nunca serán de verdad —me dijeron.

Aquí todas las palabras fueron equivocadas
en esta Tierra de Arañas.



LA PURÍSIMA

Vieja pesada chirriera
aún como circulada de placer
y sin mancha.
Si alguien te llamó
tu propia preñez.
Guárdatela en cruz piernas de chotino.
Una boca en el cuello,
la campana de saliva
refregando su aliento dirá:
más oportunidades perdidas.
Entre mis dedos
la membrana última de la carnicería.



Repulsión

                                                     Cárcel cine amarilla luna de farmacia.
                                                     Blanca Varela


Tu cuerpo tiembla
mata al nervio.

El secador es una pistola en tu cabeza húmeda,
sobre el banco de piedra eres ya la sombra.

Bajas la mirada,
condenas la sangre
porque lo llevas dentro:
           ser extraña a mí
           de partos y partos
           no ser yo.

           Torcida de sí
           anda la costilla
           y su vomitona
           mancha impura el suelo duro.

Va golpeándose en las paredes,
en los marcos mohosos de las puertas
(con impropia vergüenza ajena).
Las luces pegadas al espejo te escuecen.

Sólo hay aquí
de aquí no la separan
en ti quiere ser enterrada.



Suero 

Pasé la mano por la cama,
no hay tormenta (el peligro de los enchufes).

Agujerea a la altura del mar
con sus torniquetes sonámbulos.

Hay goteras (siempre tienen que resistir)
que se acercan al pecho
con su cara más mala, con sus ganas de más sed.

Las perpetrabas (estuvimos de acuerdo),
por todas partes, ceros con paredes
donde te disponías a hurgar.



Matadero, 1957

Durante esa época
en mi garganta se mantenía una afilada
intuición que de severa arraigaba,
incapaz de formar esa palabra, esa sombra.
De vieja, se esfumó. Me hablan
de una calma más grande que la vida.
Ahora recuerdo en estar yendo al matadero, cruzar
el Guadiana por el puente nuevo.
¿No te es familiar el gemido del párpado
al recibir el primer sol?
Como víscera chispea en la córnea.

Amo el amor de la nueva carne,
tripas de animales recién leídas
—indiferente, llaga, hueso, ciego, error, inmóvil—
a mí, me vale: corriente en la firma de los hombres.
Vi el alfabeto siendo migaja, un ápice más, hartazgo.
Vi la tiranía del momento como pellejo doblándome,
haciéndome trizas con apego,
aún codiciando el agobio del desdén.

(Si hubiera atravesado toda la carne.
Si hubiera estrujado mis debilidades,
estrujado con todas mis fuerzas,
devorando recuerdos.

             Pero no fue así.)






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