martes, 3 de mayo de 2016

MARÍA CECILIA PERNA [18.600]


MARÍA CECILIA PERNA

María Cecilia Perna nació en Zárate, Buenos Aires, en 1979. Es profesora  y poeta. Publicó los libros: La boca de Mercurio (Siesta, 2003), Libro Chino (Gog y Magog, 2009), el libro-álbum Vísperas (Zorra/poesía, 2009) con los dibujos de Alfonso Piantini y su reedición ampliada, Otra Víspera, (Buenos Aires Poetry, 2016) . Estudió larga y formalmente Letras en la UBA y sigue una maestría en Literatura latinoamericana en UNTREF. Para compensar, toma clases de danza, teatro y pintura por aquí y por allá. Hace ya largo tiempo que escribe en la web reseñas de teatro y cine para la Revista Ruleta China, además de actualizar cada dos por tres su blog www.unababeldecristal.wordpress.com. Traduce poesía y da talleres de escritura imaginativa en su casa de Palermo, donde vive con sus dos gatas Mandala y Pugliese.

Contacto: ceciliaperna@gmail.com




Por el camino del desierto
los ángeles simulan su alimento
su procedencia celeste
la esconden detrás
de los ojos — son de luz
apenas ellos
lo admiten — su cuerpo se transforma
nadie lo comprende pero abren
una fuente donde antes sólo hubo
— duras piedras.



Libro Chino


Pero volvamos los ojos al Dragón
panza de fuego
amarillo
rojo fuerte
en los pequeños pies
de la doncella.

*

Y tratemos aún de imaginar
el sable del guerrero
que no mata,
sabiamente
nada más mide sus fuerzas
respecto del Guardián.

*

Porque si ella se dignara
a reconocer sin miedo
la protección caliente
y dulce
del Guardián de aquella puerta
tomaría todo el fuego
sagrado de su boca
adentro
en el centro de su cuerpo
lo retendría apenas
con la punta de la lengua
pegada al paladar. 

(fragmento de Libro Chino)



De  LA BOCA DE MERCURIO Buenos Aires: Siesta, 2003 ISBN 987-9348-24-9


de misteriosas gamas cristalinas

rescato
entre viajes
transparente
                   el naufragio

cuando su furia
me arroja
en la playa
                   toda la luz.




Viste el mar de terciopelo

se arropa
en la mirada
un verde botella

y el mensaje
desintegra
entre las manos
húmedas.




Una abeja en el crepúsculo

Con el rayo final
pierdo el camino
y ya ciega
reclamo
mi propio veneno
para darme fuerzas.




quedó de un sonoro marfil

es el eco
         que rueda
escaleras abajo.

Cae
con altura de faro
claridad
en palabras

repetidas.


Última metáfora sobre la realidad

La realidad es un mazo
de cartas de Tarot
dispuestas en hilera
boca abajo
aguardando la mano 
que destape finalmente
su verdad.

Pero no hay que elegir 
una cantidad preestablecida
de cartas al azar
y ordenarlas según
figuras ancestrales
que algún otro
muy lejos de mí — o de vos
previó para leer
nuestro destino.

No.

Lo que hay que hacer
es darlas vuelta 
a todas
desparramarlas
en un caos alborozado sobre el paño
y mirarlas fijamente
fijamente
hasta que cada figura
se alce de su lecho de cartón 
y comience a despertar
en una danza propia.

Que muestren 
todas su verdad 
en la precisión 
de cada movimiento 
y podamos ver así
las figuras combinarse
unas con otras
por afinidad
por propia voluntad 
combinarse
también con el paño, con el aire,
con la mano que ahora elige 
ciertas cartas
— viendo lo que elige
y entonces, 
no es el azar sino
la necesidad
precisa de cada movimiento
la que nos fabrica 
en su combinatoria 
mágica y real 
la actualidad de un destino
convincente.



Realidad 

Esa sensación
de entrar en el vacío
al despertar de un sueño
entre las sábanas de siempre
adentro de tan sólo nuestro cuerpo
y encontrarse
la mañana pelada de encanto;
despegar los ojos
en la aridez
de la luz que atraviesa la ventana
— la vigilia
ese vacío.

Esa sensación
de lámina sutil
de celofán de nada,
que todas las mañanas nos envuelve
— aísla un sí,
compacta un interior
cada mañana contra el límite del cuerpo —
finísima frontera
que nos hunde hacia adentro
nos distingue
del mundo y se extiende
igual que un horizonte
— infinitamente leve al infinito
todo se vuelve
inalcanzable.

Eso. Un celofán
de nada nos divide
la vida en interiores — cada quien
adentro de su sí
-empaquetado-
moviéndose en la grilla cotidiana
del medio al que llamamos
realidad.

Hoy
a la tarde estaba sola
en mi departamento
y decidí salir
al encuentro del último rayo
de luz de otoño. En la vereda
sentí el calor
del sol atravesar la lana de la ropa
que avanzó hasta tocarme
el centro del hueso.
Al instante supe
que el rayo
que se hundía adentro mío
era un camino en reversa
por el cual podía yo
salir al universo. Podía hacer correr
por la luz y el calor
de ese rayo que fluía
mi pensamiento
mi amor
mi furia de vivir
y las palabras. Todo
estaba conectado.
La realidad
era un sostén interminable
desde el cual
podía convocar
sin pudor
todas las cosas.


Amorío

En la facultad me enseñaron 
que en griego
es posible arrancar
del corazón de las cosas
un atributo puntual
y ubicarlo 
en forma de adjetivo
en posición especial
junto al nombre
que apunta como flecha a la sustancia. 

A eso se le llama 
“posición atributiva”.

Así
encontramos en Homero 
construcciones tales como 
“altivo Néstor”
“deiforme Alejandro” o 
“melenudos aqueos”. 
El hecho de que venga
en primer lugar
el adjetivo
significa
que todo aqueo es 
persona melenuda y que los griegos
lo han dado así 
por sentado
a través de los siglos. 
Tan sólo la palabra
“aqueo”
 alcanza a representar 
en la mente de un griego 
un hombre de cabellos 
abundantes. Sin embargo, a veces
es necesario 
mencionar también 
el atributo. Resaltarlo 
especialmente
en ocasión en que el contexto
de la acción así lo pida.
A veces
Por ejemplo, un héroe 
tiene más de un atributo: 
“divino Odiseo”
“ingenioso Odiseo”
 y  es lindo resaltar 
los atributos 
de los héroes y  las cosas:
las palabras 
están allí para exaltar 
la belleza infinita
de todo lo que pasa. 

Esta noche me volvía
de una lectura
de poesía en un bondi 
que me tomé equivocado 
en Villa Urquiza,
en la parada adyacente
a otra parada de la que supe alguna vez
volver a casa con la luz 
rutilante y divina del amanecer.

Y en el bondi equivocado 
me quedé pensando en el error
gramatical
histórico
en la irreparable injusticia
que se ha cometido al mencionar 
durante todo el siglo 20
al Amor. 

“Amor libre” — pensé
es dicho así
la más desencantada
tautología:
es como decir
“mar inmenso”
“espuma blanca”
“noche oscura”
pero mil veces
 peor
porque la libertad del amor
no tiene en absoluto
matices. 

Pensé  — la libertad
es del amor
un atributo intrínseco
¿Cómo ha podido usarse
la expresión “amor libre” 
como propuesta vital, consigna
política o causa
de revisión permanente? 

Tratar de encauzar 
al amor
prever su curso
 —como quien fuera a seguir
con la yema del dedo
la línea azul de un río
por encima de un mapa,
es tan absurdo como usar
el adjetivo “libre”
después del sustantivo.
Como si hubiera alguna cosa
que contrastar
con su libertad
intrínseca,
como si fuera posible
decir
“amor rehén”
“amor tirano” o “amor 
forzado”.

Si el amor se parece
a un río
no es
porque tenga un cauce 
sino
porque es imposible volver
a pasar dos veces por su misma
sustancia fluida:
si toco 
por azar en la mitad 
de un cuarto lleno
de gente,
casualmente la mano
que una vez
sirvió a mi mejilla 
de almohada, 
esa mano ya no es
la que fue ni tampoco
mi mano es ya la misma. Pero fluye
la caricia en el amor
río en su milagro
sin causa.

“Libre amor” deberíamos decir
cuando 
la poesía del contexto
nos pida destacar 
semejante atributo 

— y si no
como los griegos
que sabían muy bien 
la esencia que contiene 
una palabra
ya con decir
simplemente Amor
alcanza.




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