jueves, 3 de septiembre de 2015

CARLOS CAPOSIO [16.988] Poeta de Argentina


Carlos Caposio (Malacara Estepario)

Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1978.
Es escritor y periodista, estudió fotografía, cine y cine documental.
Sus primeros relatos, cuentos y poemas, fueron publicados en las revistas: El Portal de Vicente López y Literarte, declaradas de interés cultural por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación Argentina.
Editorial Dunken, publica en su libro Historia Breves, su cuento, La bocina del último tren, escrito en 2002 por el autor, en una realidad Argentina dura, de cartoneros y trenes blancos.
En 2004 gana un concurso internacional y le publican sin costo, cuatro textos en la antología, americana, Huellas Eternas.
En 2011 ediciones Fusión de los Géneros, publica quinientos ejemplares de su primer libro de cuentos, poemas y fotografías, Cajita de Cartón.
En 2012 agotada la primera, saca la segunda edición del mismo libro.






Del libro: Cajita de Cartón: 




Cosas dormidas

No sé si despierten
las cosas dormidas.

Una mesa que tiemble si cargan su lomo.
Un poste de luz, con miedo a tropezar.
Y los caminos
esquivando los autos.
Y las cucharas
flotando en la sopa.

Que tal el obelisco con vértigo,
los almanaques con amnesia,
libros tartamudos,
y los molinos de viento
girando y girando
en cuartos cerrados.

Quizás despierten las cosas dormidas
y una piedra se estire
para tirar una gomera.
Y los alambrados de los campos
como redes gigantes
pesquen ovejas.

Que hay si las guitarras tienen vergüenza.
Si las palabras se agarran de los labios
para no salir.

Que tal si los juguetes dejan de jugar a la escondida
con los niños descalzos.

Qué pasa si las balas tienen pánico.

Y las banderas, en un globo gigante,
se llevan volando todos los imperios.

Pero no sé…

No sé si despierten las cosas dormidas.





Sin Muros

Mueren intentado escapar a los países donde generan sus miserias. 
Opuesto a los muros
ellos obligan, separan.

En contra de quien obliga
de quien dice que hacer.

A un pez que nada contra un salto
el agua lo muestra quieto
sin embargo
lucha con la corriente.

Sin murallas, paredes
tapias y fronteras
el viento corre.

En los muros sólo crecen enredaderas.

La mente es libre.

En el desierto
también nace una flor.




Quimeras de un niño de treinta



"La edad no tiene que ver con el tiempo
sino con el espíritu", Malacara Estepario. 


A mis treinta comprendí algunas cosas que no lograba comprender.     
Cosas básicas que todos saben, como que uno debe cuidarse
para no salir lastimado.
Pero esto no lo puedo hacer. Quizás sea mi omnipotencia lo que
me hace creer que ya no puedo sufrir más de lo que sufrí. Tal vez, las
palabras que se van pegando en los renglones luego de volver a golpearme,
o un dejo de masoquismo que me persigue de algún tiempo
remoto que no conozco.
No sé, no creo poder saberlo en estos tiempos y cuando digo
tiempos, digo esta vida. Digo este espíritu que nada tiene que ver
con los años.
Entonces sigo entregando el corazón, lo regalo por ahí, con la
certeza de que si lo destruyen a patadas el seguirá latiendo en algún
papel, con la alegría de su revivir rojo entre los escombros y las bombas
de sangre.
Porque siempre sigue latiendo el corazón, más allá de las lágrimas,
más allá de la angustia y la ansiedad que se enredan en la mente.
A mis treinta comprendí, también, algunas cosas que no creía
comprender.
Entendí, que no sólo me entrego para sufrir y seguir escribiendo
desde la melancolía, sino que es otra cosa, tan diminuta y sencilla, que
a veces se vuelve imperceptible.
Esa pequeña ilusión de que alguien recoja mi alma y la cuide y la
guarde junto a la suya.
Aunque esto limite mi creación literaria y por más que deje un
poco de escribir, si llega ese día, conviviré con la ausencia del papel.
Porque lo dejo todo, y me voy a donde nos lleve la vida. A los
rincones que no puedo imaginar. A los colores que no conozco.
A los treinta, creo que comprendí lo que es el amor. Y aunque
éste, inevitable y progresivamente, parezca alejarse del mundo, sigo
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apostando, hago girar la ruleta para que vuelva a salir el rojo. Si no
sale, vuelvo a escribir, y sí sale, lo dejo todo, porque eso es el amor.
Dejarlo todo.
¿Qué guerras habría si se abandonasen los ideales por una historia
de amor.
¿Cuántos judíos hubieran muerto, si Hitler se hubiera escapado
con su secretaria a bañarse desnudo a un lago.
¿Existirían los dictadores si se dejasen acariciar el alma.
El mundo está lleno de miedosos que se esconden en su egoísmo,
personas que no se abren para no sufrir consecuencias.
A mis treinta me bajo de él. Y si ya no escribo, no es que esté
mal, es que me fui de viaje. Con otro corazón, flotando en una caja de
fósforos, vacía.
Porque lo dejo todo.
No es que esté mal, es que escapo un poco al purgatorio. Con
otro corazón, navegando en un ramo de nubes.
Porque lo dejo todo.
No es que esté mal, es que fui en busca de otra ilusión, la de
volver a escribir ahora junto a otro corazón.
Sólo entonces, quizás pueda escribir sobre el amor.
Cosa que nunca me sale, ni siquiera a los treinta.



*


La dignidad de un trapo

¿Cuándo me van a lavar.
Dicen que no es correcto ¿Pero qué es correcto.
Si la gente de lo flaca que está flamea más que yo ¿Qué es correcto.
Si ya no me defienden y quieren cambiarme por otra.
Yo sé que el azul y el rojo son lindos colores y que las estrellas quedan finas en ella. También sé que está clavada en todos los países, pero yo no la quiero. Se hizo linda a cuesta de las demás. A mí me quita brillo. Hace que me olviden. Que no importe mi color de cielo. Que no vean el sol si me enojo y me hago guerrera. No me gusta la batalla, pero hay cosas que parecen un abuso. Entonces quisiera que el sol esté siempre dentro de ustedes.
Estoy dolida, me gustaría estar archivada en mi caja de madera, con la manija del mástil encima.
¿Cómo no me va a doler.
 Si las personas que, en mi nombre, mandaron a las islas, están pidiendo limosna. Si los abuelos mueren de frío.
Parece que en este país sólo me quieren cada cuatro años.
Recuerdo cuando los militares me usaron de banda presidencial, yo ya lo presentía, siempre pasaba lo mismo, entonces quería achicarme, asfixiarlos.
Después vino Bignone que me cosió y me entregó, empezaba la democracia. Se terminaban las muertes que supuestamente eran en mi nombre. Esas que en realidad, eran en nombre de la otra, de la del norte. Venía un tipo de bigotes que traía democracia y esperanza. Pero nada.
Después, el que decía que me amaba. Ese me hizo ilusionar, comencé a flamear con fuerza porque todos volvieron a quererme, pero poco a poco, me fue vendiendo por partes. Lo que más me lastimó, fue que muchos lo sabían y nunca hicieron nada.
Quisiera que me canten más seguido, que me icen con la cabeza en alto.
Porque sólo sirvo para alguna propaganda, o actos, en el que pagan a la gente.
Después llegó ese títere, a poner su dedito en el interruptor, y llegaron los saqueos, más muertes, el golpe de estado encubierto de un cabezón.
Ya no me defienden, ni me pasean en caballos blancos.
Ustedes me crearon y luego me guardaron.
Y aunque hoy me deshilacho cuando tiran leche en mi nombre, no pierdo la esperanza. Tengo fé.
Porque mi padre era un valiente.
Porque muchos, murieron por mí.
Eso me hace digna. Me hace grande.
Me hace más que un trapo.





Día de la patria
                                                   
"Aquel día de 2007, en Buenos Aires,                   
fueron iguales todos, bajo una mismma nieve", Malacara 




El cielo comienza a llorar plumas,
la nieve parece flotar como si no cayera
pero se junta en el techo de los autos.

Un perro pasa asustado sin entender lo que pasa.
Los recolectores corren entre bolsas y copos,
mientras los niños juegan a vacaciones en el cerro López.

Los teléfonos suenan con noticias que ya dio la ventana.

Los barrios se juntan en las esquinas de más faroles nevados.
Los vecinos hablan y ya no se esquivan.
Las guerras son sólo de bolas de agua.

Tras ventanas de hospitales, los enfermos miran.
Un día de la independencia, Buenos Aires se resfría,
se resfría; consuelo, paz y armonía.

Las estufas derriten el agua de las camperas de la calle.
Los que chocan no piden papeles
se bajan y arman muñecos de nieve.

Un país de esmoquin blanco, de escarapelas sin celeste.
Feliz día de la patria, de la patria mía,
del sol caían, copos de nieve.

Los niños del semáforo no limpian más vidrios,
vacían baldes de agua detergente,
para juntar agua nieve
y juegan, hacen pelotas, las tiran y salen corriendo.

Día de vacaciones pendientes, 
de encuentro en las calles y todos iguales.
Día de la patria, de la patria mía.









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