viernes, 4 de septiembre de 2015

ANA HIDALGO [16.993]

(Imagen: Eme de Armario)



Ana Hidalgo 

Nació en Almuñécar (Granada) en 1986. 


Es licenciada en filología hispánica y, actualmente, becaria de investigación en el Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada. 

Hallar una hendidura, su primer libro de poemas, fue publicado en 2011 por la editorial Point des Lunettes. Actualmente trabaja en la elaboración de una tesis doctoral sobre Simone Weil, Clarice Lispector y Chantal Maillard.






Quise que metieras tus dedos en mi boca 

Quise que metieras tus dedos en mi boca para que demoraras mis encías, para que recompusieras la carne blanda, para sentir el placer de la presión y la invasión, el placer de lo ajeno, pues sólo en lo ajeno hay placer y conocimiento, las traiciones.
Pero también quise que metieras tus dedos en mi boca para poder, desde esa demora de las encías y ese placer de lo ajeno, descubrir el advenimiento de la palabra, el impulso de la palabra, el origen y el trayecto del verbo. Porque hablar no es una separación y quise que metieras tus dedos en mi boca para materializar todas las palabras que yo pronunciaba como si fueran una piedad del pensamiento, para materializar las plegarias y los nombres de los animales amados, para materializar la materia y no esconderme nunca más del olor y el peso, esa forma que yo tenía de dormir encogida intentando aislarme de la superficie sobre la que dormía.
Entonces metiste tus dedos en mi boca y yo metí mis dedos en la tuya, tuvimos la transparencia y la simultaneidad de las plantas, su crecimiento violento, su germinación. La palabra no era un ensimismamiento sino una prolongación de mi cuerpo, una sucesión de mi boca: la posición de la lengua, la tensión del paladar, la apertura de los labios. Todo lo que íbamos a responder lo responderíamos desde la contigüidad y el sabor, hablar no es una separación como no lo es la existencia.





Porque no sabíamos ser préstamo

Porque no sabíamos ser préstamo ni sabíamos durar, comerciábamos, de materia a materia, de alimento a alimento, sin préstamo, sólo aparentes, instrumentos, cedidos, sólo la única forma de ser buenos, solo la única forma de referirse físicamente a la bondad, porque no sabíamos ser préstamo ni sabíamos durar, en la premura de lo tomado y la piedad del vendedor, donde yo sostenía el objeto, donde yo lo consentía, lo alzaba, donde yo era la intrusa, el olvido, y sólo la propiedad y el precio, lo atenuado, la bondad. Comerciábamos con objetos, nos sentíamos próximos a la madera y comerciábamos con madera, también estábamos vinculados a los alimentos y comerciábamos con ellos, cedidos y materiales, aparentes, propicios, porque no sabíamos ser préstamo ni sabíamos durar, en la caducidad del alimento y el envés de la madera, sólo aceptábamos el comercio de objeto a objeto, de premura a premura, donde la bondad y lo hostil, donde lo insustituible, en la resolución de la mitad y el arrepentimiento de la mitad, sólo aceptaba que el comercio fuera un intercambio de materia, un intercambio de impureza, desigualdad, apariencia. Si hallábamos peces comerciábamos con peces, próximos a un pez, vinculados al alimento, sólo aparentes, cedidos, olvidados, sólo la única forma de ser buenos, la única forma de referirse físicamente a la bondad, en la brevedad del arrepentimiento y la compensación de lo inmediato, en el desconocimiento de una desigualdad inesperada, donde los peces iguales y muertos tuvieran la impureza de nuestros dedos en sus cuerpos, ya que no sabíamos ser préstamos ni duraderos, las manos alzadas de alimentos a alimento, de premura a premura, sólo caducos, efectuados, bondadosos, comerciábamos y anulábamos.




Como contagio

Como contagio, como calma, la forma era forma hacia abajo, la forma era el peso de la forma, como alojamiento, como calma, como la capacidad de creer y de repente sentir dolor, la forma era la forma presionando la superficie sobre la que se extendía, la forma era la forma vertical y antepenúltima transmitiéndose en la superficie, la yuxtaposición del organismo, la calma, la enfermedad. A veces la ciencia médica y nuestros dos sexos, a veces lo sagrado, el olor, como observarte quieto y las sangres nivelándose, como participación, como calma, tu quietud y tu peso presionando la superficie sobre la que estabas quieto, tú siendo hacia abajo como alojamiento, como consecuencia, las sangres nivelándose, el inicio de la enfermedad, nuestra quietud, la forma. Porque no era sólo el ruego que cada dolor extendía, como la ciencia, como lo inmediato, como la postura que nuestros cuerpos adoptaban para estar sentados o nacidos, hacia abajo, la tensión vertical y antepenúltima de la quietud, lo que no podíamos comprender de la superficie, nuestros dos sexos, la súplica, los sedimentos, como calma, como contagio, como el rechazo al intento por no comprender.





La madre de César Vallejo

Mi madre no era la afirmación de la existencia. Ella había percibido la belleza y el principio, ese suelo lleno de arena y esas manos que tocaban la arena del suelo, esa ropa manchada que su hija tenía que ofrecerle, pero mi madre no era la afirmación de la existencia, porque ella nunca había esperado una sincronización, nunca había esperado la liturgia del lugar, aunque durante un tiempo sí creyera en un pan que tocaba las manos y los labios. Pero a pesar de ese pan que quizá podía tocar las manos y los labios, mi madre no era la afirmación de la existencia, no era la creencia ni la liturgia del lugar, sino una mujer que inclinaba su cuerpo y levantaba su cuerpo, el sufrimiento y la visión, un fragmento del amor y el trabajo. Porque mi madre no era la afirmación de la existencia, sino que mi madre sufría, y ese sufrimiento me obligaba a las personas, me obligaba a conocer el nombre de las personas, a ser desnuda y mediada, la especificidad de la muerte, el tacto del desplazamiento, la descomposición de la sintaxis. Descompuse la sintaxis porque mi madre no era la afirmación de la existencia, no era mi destino, pero había un pan que tocaba las manos y los labios, un pan que comimos mi madre y yo, y entonces yo podía descomponer la sintaxis, amar la caída, ser la insignificancia. Mi madre era una vida.





PARA QUE ALGO SUCEDIERA

Para que algo sucediera tenía que suceder dos veces, tenía que suceder doblemente, los sentidos como réplica y obsesión, la vida como simetría del cuerpo, la sexualidad como semejanza, para que algo sucediera tenía que suceder dos veces, tenía que suceder doblemente, la simetría del cuerpo, la representación. Tu concepción sería efectiva únicamente cuando te concibiera dos veces, tu concepción sería efectiva únicamente en la bifurcación de los actos, mirar con un hijo tu imperativo, mirar con el otro hijo mi rostro, la realidad de mi hijo y mi acto quedaría demostrada por la existencia del otro hijo, por la imitación y la demora del acto. La descendencia fue posible a través de la simetría del cuerpo, el nacimiento fue posible a través de la simetría del cuerpo, la fertilidad de la equivalencia, la fertilidad de la obsesión, dos piernas, dos pechos, dos brazos, dos pulmones, el pensamiento fue posible a través del supuesto de un doble, a través de la implicatura de un doble y la descendencia, dos pulmones y la representación. Un brazo justificó la existencia del otro brazo, un pulmón confirmó la realidad del otro pulmón, un hijo vio al otro hijo, un hijo nació del otro hijo, para que algo sucediera tenía que suceder dos veces, tenía que suceder doblemente, el regreso y la memoria, la estructura doble y obsesiva de la memoria, el miedo sagrado a la mutilación.





SUPE QUE PODÍA EXISTIR EL DOLOR


Supe que podía existir el dolor y construí mi contorno. He trabajado para crear testimonio, para separar las generaciones, para la mentira. Supe que podía existir el dolor y construí mi contorno, supe que podías existir y que mi unidad sería necesaria para ello, sería necesaria para tu existencia, todos los nombres de los enemigos serían necesarios, la tasación del deseo, la cifra en las manos. Durante años he trabajado para la suficiencia de mi visión, para la invocación de todo lo que pudiera delatarme, el recorrido mínimo, la mentira. Supe que podías existir y si existías podía existir el dolor, podía existir la herida, el extrañamiento. Mi contorno era necesario, los nombres de los enemigos eran necesarios, era necesario para que tú pudieras existir, para que tú pudieras tocarme y herirme, y yo supe que tú podías existir, supe que podía existir el dolor y construí mi contorno, me construí. En la disolución, en el acto reflejo, tú no podías existir, y yo quería tu existencia, quería tu contacto, el dolor, el extrañamiento. Separé las generaciones y fui la mentira para que tú pudieras tocarme, para sentirte. He trabajado en el testimonio de la visión, el testimonio de la preferencia, para que tú lo desmoronaras, pronuncié los nombres de todos los enemigos para que tú me estremecieras. Supe que podía existir el dolor, supe que podías existir y propicié mi asombro, propicié el extrañamiento, el dolor y el desplazamiento del dolor, construí mi contorno.


(De Hallar una hendidura,  Point de Lunettes, 2011)



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