martes, 28 de abril de 2015

MIGUEL MALDONADO [15.794] Poeta de México


Miguel Maldonado 

Nació en Puebla, México el 16 de noviembre de 1976. Doctor en Teorías de la Cultura y maestro en Ciencias Políticas. Premio Nacional de Poesía Joven Gutierre de Cetina 2005. Fue agregado cultural en Kenia. Fue jefe de redacción de la revista Revuelta y ahora subdirector de la revista UNI, revista de pensamiento y cultura de la Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado los poemarios: Poesía Magia corriente (Estraza ediciones, 2004), La carne propia (Colibrí, 2006), Ciudadela (Conaculta 2008), Los buenos oficios (Conaculta, 2010), S´attarder aux détails (Canadá, Écrits de Forges-Mantis Editores, 2011), Una gota (Tokio: One stroke, 2012, con diseño de Katsumi Komagata), Lobos (Taller Ditoria, 2012), 420 golpes / 420 Strokes  (Book Thug, 2012), Octavio Paz: Hommage et profanation (CNRS 2014), El libro de los oficios tristes (Monte Carmelo / Destrazas Ediciones, 2015), Bestiario (Aldus, 2015).



El lavaplatos

Es el último
en la cadena alimenticia
Se come a veces
las mitades de pastel
dejadas por muchachas
arrepentidas del azúcar

De los arrepentidos es el pan del lavaplatos

No le preocupa
si han dejado sobras
porque están rancias
ni que se contagie
alguna enfermedad
por comer segundas

Su tristeza es otra
acariciar a su mujer
con las yemas de los dedos
arrugadas por el agua
sentir las cosas
con el tacto de un viejo

Solamente una vez a la semana
las cosas que él toca
las siente a su tiempo

De un día por semana es la juventud del lavaplatos



El artesano del vidrio

La flama del soplete
lo va dejando ciego
se promete renunciar
cuando falle la vista
No cumple

Si se protege con lentes parasol
enceguece a fuego lento
Le espera un cuarto oscuro
amarillo, decía Borges

¿Qué fuerza lo sostiene en la tragedia?
Si él no pretende la obra maestra
sus miniaturas no llegan a subasta
son para vitrina y esquineros

¿Lo ha hipnotizado
el fuego fatuo
causante de toda industria?

La graduación de sus lentes
aumenta cada tanto
cuando cambia de anteojos
funde el vidrio de los viejos
y lo usa en sus paisajes

Continúa hasta que el vidrio
encarna en sus entrañas:
sus ojos también
ya son de vidrio
uno que ya no sirve
para ningún paisaje



Lobo de mí

Me soy por las tardes
sobre todo las tardes
un lobo
Me vuelven la mirada oblicua
la turbiedad que hay en los lugares de oficina
el despeinadero de banquetas
Me empecino en una blusa
en un misterio de las máquinas
Me vienen todos los olores a la cabeza
a limones los poetas

Me soy lobo
No el terror de los muchachos que juegan frisbee
no el que pone a temblar a las magnolias
Crecí en hocico para ocuparme de otra circunstancia
descifrar las intenciones del hijo de la mierda
del ilustre con sarna
¿Cuántos hijos de mierda tiene un hijo de mierda?
Como huelo doy

Me soy lobo
por las tardes, sobre todo las tardes
Ennoblezco a veces y acompaño al campo
Me río de las balas de plata:
cómo gasta la gente matando así a un lobo
que igual muere de mal golpe o de infección



Lobo de peluche

Señores,
Hay veces que el feroz se afelpa y duerme sintético contra un pecho adolescente que lo mima y acicala. Sus días se acomodan sobre la almohada, mirando inmóvil el techo. En esas horas botarga, recuerda heroicidades, noches en que corrió la falda de las tres de la mañana, rones famosos, vueltas rapaces a la esquina, yendo siempre hacia el origen de la música.
Envuelto en las cobijas, el lobo de peluche se conforma con enseñar audacias al gato de la casa, lo instruye en las posibilidades oceánicas de una madrugada y lo manda a practicar cada noche la lección.
El gato a su regreso le cuenta sus triunfos de barda y alcornoque, riñas y conquistas de tejado, y los ojos del lobezno de cuanto escucha se iluminan, se llenan de ilusión, mientras una quinceañera lo aprieta en su regazo, y no llora. No llora porque los lobos de peluche tienen ojos de plástico.



“Entregándose, dándose a cada rato”

Saben que cuando intercambian
un chicle de boca a boca
han dado un gran salto

Pierden el miedo a los contagios
Se enferman

Tienen que verse a cada rato
porque ella olvida pronto
la elevación exacta de las puntas
para alcanzar un beso
y él su ángulo de inclinación



“Los amorosos son locos, sólo locos”

Hay un embone perfecto
de la mano de él
en los entrededos de ella
El intercambio de salivas
la dirección hidráulica perfecta

Pero de pronto se sueltan
como si faltase
ese último apretón
ese ajuste
¡trik!
que uniría las piezas

Y andan como locos
su corazón se oye
como ruido
de pieza suelta

Lo intentan de nuevo
él entra a presión
pero vuelven a soltarse
y sufren
sufren de leves engranes
de acoplamientos fugaces
sufren



De la avispa

El aire viciado cristaliza a veces en agitadas y pequeñas partículas llamadas avispas. Los malos olores, las malas vibras se anudan hasta hacer avispas. La avispa es el dardo, el cielo es el odio. La avispa el colmillo, el aire la rabia.
Todo el odio vuelto grano, todo lo malo que se reconcentra, brota en avispa. La avispa es el agravio, el aire la intriga. También lágrima de una libélula recelosa. Acné de un canalla que se contiene.
Tirria de a gramo, astilla de enojo, miga de venganza. De avispas se infesta el ambiente si se concentra el insidioso en su maledicencia.
Poco sirve prevenirse de esta munición del mal aire, nos convencerán su contundentes curvas, sus líneas irrefutables. Más bella que ruinosa: pólvora caderona, perdigón cachondo, bala que salva.



Del rinoceronte

A Hugo Gutiérrez Vega

Cuenta la leyenda que a causa de esa piel pastosa, el rinoceronte perdió vuelo. Se dice que era un unicornio con serios problemas de peso, que dotado de enormes y relucientes alas y tras fallidos intentos, renunció al sueño de volar. Desde entonces, se amalgamó, hizo votos de tristeza ensimismada. Se sabe un Pegaso encadenado, un pichón que sufre encierro en pieles de alta seguridad.
Para que no se pegue un tiro, ciertas aves hacen compañía; se compadecen de su implume pariente lejano y fingen encontrar sustento en el cultivo de insectos sobre su lomo. Cuando un rinoceronte se decide a embestir, no hay quién lo detenga. Los locales del Gran Valle del Rift aseguran que lo único que podría contener el embate es una pareja dándose un beso —de las formas del besar, recomiendan el tipo apasionado, deep throat—; su rostro se agarza, sus entendederas tiran peso, el laminado se acebra, admite que no todo en él es masa corporal. Después de mirar el besamiento con curiosa inquisición, recula con vuelta a tres cuartos, sin causar esta vez estropicio alguno con el latiguillo de su giro. Se aleja meditabundo con un trepidante cabeceo a cada apisonamiento.



De la cebra

A Juan José Arreola

Nunca falta la gordita simpática del reino. Entre los félidos, la grupa de la cebra es la más preciada. Su cadera suculenta, la latiniza. Nada la salva del piropo: quién fuera garras para apretarse en esas ancas. Equivocó lugar, su natural era un juego de ajedrez o un recinto bicolor para pasar inadvertida. Pero el caballo injusto la despojó de su casilla en el tablero. El sueño de la cebra es de pastizales doble raya.
En la era a color, enemiga del blanco y negro, la de franjas delira con naturalezas de mosaico padece de nostalgia blanquinegra. En la planicie de la estepa, la damera siempre es carne a la vista, la mujer de la discordia. ¡Este muslo es mío!
Nunca se sabrá el color de fondo. No triunfa el color sino la mezcla, esta es su parte más latina.




ODA VIRTUAL

Botánica sintética
privilegios del siglo XXI
El tonel de Diógenes es un estudio
nada de complicaciones
que tuercas que engranes que aceite
basta la suave felicidad de un monitor

Si yo pudiese mostrarme todo
como una pantalla
saber mi posibilidad
cuántos recuerdos a la memoria van
qué capacidad amatoria me resta
a qué velocidad proceso el gesto
recorrer seguro el mundo
con orgullo de machintouch actualizada
dejar este cuerpo chicloso y aparecer en todo sitio
tan a la mano como un switch
de memoria magnética e inolvidable

El internet vino a sembrar envidias
hasta cuándo podré ser máquina
y así que alguien me personalice
dudas
papá cree que se ha vuelto de plástico
supercherías
te va a devorar el teclado
conflictos
no sé a quién quiero más
a tangaroquera o a tigregrgrgrgr

¡Qué terrible destino el del hombre!
decidir y decidir
envidio al holograma y sueño con ser de plastilina
La igualdad se volvió por fin científica
hasta el muchacho de andrajos puede caer en la red

Cuídame como a un delicado circuito posmoderno
déjame ser enigmático como un chip
tenme en ventana y en tu corazón siempre latente
dame la confianza de un disco flexible
y cuéntamelo todo

Con estatura de 3 ½
conciencia de ram
con piernas de fibra óptica
y articulaciones de pentium
listo para entregarme locamente a ti
usuario

Ah las chicas y su belleza informática
Fauna de monitores y vida de ventaneo
“time is entretainment”
no hay que salir de casa
hay que asomarnos por las ventanas

Por qué no tecnologizarnos
me oprimo un botón y se acabaron las agruras
necesito que me programen para no tener gripe
no importa es llanto digital
hazme CLIK en las costillas

Quitarnos los archivos defectuosos con un baño
y trabajar más para comprarnos más bytes para trabajar
más para comprarnos más bytes para trabajar más para
Círculo virtualoso

Cyberamas a Alicia en las páginas de las maravillas
y su emisión de besos con buqué eléctrico

La tecnología debiera ser una ética
seguirle los pasos a Microsoft
que despidan a quines no tengan gallardía de robot
ánimo de PC
vivacidad de ON

Ícono agarró de los cables a doc.
lo sacudió hasta sacarle bytes del chip
ya tirado le escaneó los costados y
le averió la memoria
me dejo apantallado

Métete al ícono que tengo debajo de la ceja
oprime la función “B”
selecciona la ventana que aparece en mi nariz
ahora sí
configúrame a tu gusto.




El ajolote


Ilustra una teoría radical, inquietante, garrafal, acerca de la naturaleza de la vida. 

Salvador Elizondo, El Ajolote, Ambystoma Trigrinum.



Xolotl, el Dios ajolote, fue la parte de diablo de Quetzalcóatl, su doble endemoniado que lo arrastró al vicio. Su símbolo: los gemelos enamorados, la dualidad inquebrantable. En los lagos de México, el ajolote no cumple su metamorfosis, se reproduce en estado larvario: niño erotómano, infante obsceno. Pedagogo en las lecciones de lo trunco, aquello que no fue y que de haber sido; un bello azul que va abarcando espacio a ritmo etéreo y al final no alcaza sino para un tenue azulenco; El Dorado la Arcadia que estropean nuestros dedos brutos para calibrar los mínimos detalles; el burlado porque faltaba más que buen ánimo y gran disposición; la que tenía todo para llegar a falta de una pequeña claridad que haría la diferencia.

Giorgio Agamben ilustra la naturaleza humana en la ejemplaridad del ajolote: al ser infantes eternos hemos podido desarrollar el lenguaje y la creatividad como ningún otro primate. No ha dicho nada sobre su hermano gemelo, el infante terrible, causante de nuestra escama. Querubines monstruosos y bellas almas que lo mismo abonamos una causa que nos hacemos los atroces. 




La hiena

A Miguel Ángel Rodríguez


De cadera caída y de ánimos también: a veces tigre y otras perro carroñero. No encaja en los principios de la Estética. Nunca guarda cuadratura y se sale de cuadro. No alcanzará el rango de muñeco de peluche ni habrá globos a su estampa, siempre villana de telenovela. Con un colmillo salido, se ríe porque intuye que Natura no se equivoca. Su pelo arrebujado no es ninguna falencia: unos creemos que su fealdad, como casi todas, tiene un gato encerrado. Su no saber si león o coyote, su no saberse, ya es un encanto.

En evidente estado de alteración, hay quienes la bordan en telas de pijama y en chambritas para niños; los más ilustres, esbozan teoremas parecidos a las arengas de los demonólogos renacentistas sobre la belleza del diablo, abundan en ejemplos de exégesis posmoderna: que el poeta Jean Cocteau intuía este misterio en La bella y la bestia, a la Bestia la rodea un aura de Belleza. Ignorantes y doctos, de remate y medio locos, han sido una minoría que a lo largo de la historia se ha opuesto al canon universal de la belleza, fundados todos en el paradigma de la hiena.





El mono

Si llevara hojas de parra, así como cubren las partes del buen Adán, se las tragaría. Sin lavarlas, jamás lavará frutas y verduras. No medita en redondo y muerde a golpe las tetas de una changa. No alinea la caída de sus pelos ni da trato discreto a su cola serpentina. Cada miembro de su cuerpo se entrega a sus haberes. Sus meniscos se dan a la acrobacia sin guardar la gallardía. Se avienta en plena ostentación de desfiguro. Usa sus coyunturas a pierna suelta y presume lo mucho que se puede hacer con un par de brazos parecidos a los nuestros. En comunidades conservadoras, les ha dado por instruirlos en el garbo y buen vestir, los emperifollan de cabo a rabo; algunas incluso los obligan a clases de catecismo y alistan para su primera comunión. Empresa inútil: suelen arrancarse los ropajes y quitarse el tapaboca para mostrar un enorme bostezo con los hilos de baba que tanto repugna a quienes los corretean de nuevo para engomarles el pelo y ajustarles moño al cuello.





El murciélago

¿Por qué nadie se imagina murciélagos en ala anaranjada y pechos amarillos? ¡Los hay! Pero suelen llevar por nombre uno distinto, evitando las odiosas aclaraciones: el murciélago y el colibrí provienen de la misma ave del paraíso, aquella que en las regiones semíticas complacía los paseos adánicos. En buen español, las diversas variedades debían llamarse colibrí murciélago, colibrí mosca, colibrí picaflor.

        Exageran sus hábitos: que lleva de noche vida licenciosa, que gusta de doncellas escotadas, que tiene poderes hipnóticos. El punto más alto se alcanza cuando lo usan de chivo expiatorio en cruentos asesinatos. Pero todos sabemos que es vegetariano, que huele a mil amores, que ha inspirado los moños de los frac y está en peligro de extinción: su preciada piel es un sucedáneo del terciopelo. El murciélago, que quede claro, es una golondrina astrosa, un higo en alboroto, la negra e inapacible orquídea que se da en toda familia. Modelo piloto de sombrilla. Espíritu vicario de una mano nerviosa que se despide agitadamente para nunca jamás.




El cuervo

En Kenia los hay de pecho blanco, así como zebras rayadas de amarillo. Estas peculiaridades endémicas, nos acercan a la posibilidad de elefantes rosas (los blancos se han asimilado para ejemplos del mal uso y no para mejora de imaginación y diversidad); también a dar por cierta la existencia del hipopótamo verde, a las orillas del lago Tanganika, búsqueda milenaria que llevó al naufragio a Sir Rudolph Leakey, y se ha vuelto obsesión enfermiza para corsarios y cazadores del común.

        El detalle del cuervo blanco quizás anime al artesano de la porcelana y sustituya a la bucólica paloma en los cuadros escultóricos de amas de casa que adornan los esquineros de su sala con familias pastoriles esmaltadas y brillantes aureoladas de palomas que revolotean sobre sus hombros. Pero no podrán captar su fuerza en la mirada; y menos ese graznido de espanto. ¿Por qué tan angustioso grito?: Sufre de fiebre aviar, el delirio de las aves. Hitchcock tuvo sólo en escena aves enfermas, las locas del reino, únicas concientes que los altos vuelos son también vanas esperanzas. Guardan la sabiduría antigua de Ícaro, cura contra la hybris.

Aunque no habrá de excluirse otro motivo. Se escucha en él un terrible desasosiego como para conformarse con causas biológicas. ¿Será que tiene vocación de águila y sufre falta de garra? Como el horror de aquel felino que se descubre en piernas de pato. Sus nervios dan para más, pero no tiene los medios. Entre los hombres, su malestar es una injusticia social; entre las bestias, padece mal evolutivo. Ha inspirado la valentía sin gracia: golpes de goma de valentones que en cada arremetida cierran la ventana en sus narices. Tiernos bravucones a los que la vida les sale siempre ganando.



La libélula

Caballo del diablo
clavo de vidrio
con alas de talco

José Juan Tablada


Con la golondrina, comparte el vuelo de los quiebres más exactos; con el colibrí, la suspención estática y los resplandores irisados. Las nervaduras expuestas de sus alas instruyeron a los primeros inventores de máquinas para volar. Sus dos pares de alas también tienen propiedades curativas, en algunas regiones del altiplano ecuatorial se prescriben como remedio contra la abulia. Su cuerpo cilíndrico hace de cigarrillo en las ceremonias rituales (es importante que esté completamente reseco, de lo contrario puede causar pérdida de la orientación). En las regiones feéricas, se ha considerado un pariente lejano de las hadas; el bienhadado escritor de Sherlock Holmes, Conan Doyle, solía evocar en sus sesiones ocultistas el espíritu que representaban las libélulas cautivas en el frasco al centro de la mesa.

        Antropólogos han mostrado que la supuesta existencia de las hadas no es sino el recuerdo de razas anteriores que convivieron cierto tiempo con el hombre. Visto así, no queda a la libélula sino su estado de insecto llano. Sin diablo y sin hadas, el vuelo zigzagueante de la libélula es pura marcación. No traza el mapa de la bóveda celeste. Habría entonces que restarla del censo de diablos elaborado por Jean Wier, quedando únicamente 7, 405, 925.

Su pasión al ras del agua, embebida en el reflejo de sus iris, ha vuelto su globosa mirada de una acusada afectación. Sigue convocando misterios: resta cifrar la atracción magnética que ejerce sobre los niños, el trazo que dibuja en los dribles de su vuelo; la parentela de cuál mítico escarabajo  heredó su cualidad iridiscente.




El águila

A Eduardo Lizalde


Sólo el águila de Zeus se abstiene de la carne. Las demás, semidiosas de bustos acuñados en monedas, hieráticos perfiles en estandartes y banderas, andan muertas de hambre. Sí, señores, el águila reina también padece mal de ojo y hurga en los tiraderos de basura. Cuando no puede con el hambre de sus crías, se siente buitre remojado y rasga en soledad los metales hasta sangrarse. Demasiado humana, se diría. Quizá por ello Claudio Eliano, antiguo historiador de los animales, cuenta el amor de un águila por el recién nacido Gílgamo, quien destronara a su abuelo Sevocoro, reinando a los babilonios.

        La del vuelo de ballet, la cirujana asesina, la  solemne suspensa antes del crimen, desgarradoramente llora: no hay roedores a cien kilómetros a la redonda. Ha visto un salchichón en la parrilla de un jardín. Aguza vista, perfila cuerpo, cae libre en piruetas rompe vientos. Agarra y suelta: no creía que las brazas pudieran corromper el ímpetu de sus zarpazos. Se retira en clara desesperación. Envidia al águila de Zeus. Humana, demasiado humana.




El sapo

A José Emilio Pacheco

Es por naturaleza el indeseable.
Como persiste en el error
de su viscosidad palpitante
queremos aplastarlo.
Trágico error humano: destruir
lo mismo al semejante que al distinto.

José Emilio Pacheco



A un tono menor del canto de las ranas, el sapo es puro farfullar. Se lanza de pecho sin afinar voz ni musitar mensaje alguno. Sin estrategia orquestal, a cada canturreo lo irrumpe otro y los demás. Es una lástima que el gremio no haya convenido hacer sus proclamas en coro; estando juntos y en la charca, son gritos del desierto. Su composición primitiva, barro y agua, es la fuente de su básica conducta: se conforma con un sonido que sólo anuncie su presencia.

        Cree que su sustancia visceral no debió agraciarse con la chispa de la vida; lo mejor es volver a sus orígenes, acaso fueron pulpa de grieta o resina de molusco; por eso no temen a la muerte, ante la punta de un zapato, reaccionan con la mansedumbre de un dócil aga-sapo. Otros consideran que por algo están aquí y buscan afanes que trasciendan su llaneza. Se inspiran en el castor cuando en el agua, en las hormigas cuando en la tierra. Sin distingo, ambos bandos mueren bajo un pisotón. La rusticidad de su conducta se debe a un profundo saber: es inútil toda empresa, al final de la jornada sufrirán aplastamiento. El sapo, sapiens.



Las moscas

Nunca se me ha ocurrido hablar
con animales elegantes:
Yo quiero hablar con las moscas
con la perra recién parida
y conversar con las serpientes.
Pablo Neruda


Nada peor que una zumbona en una tarta de manzana, aunque infecte los bordes, se cree que el pan ha sido envenenado por completo. Como si su naturaleza fuese peligro nuclear, corrompe el ambiente varios kilómetros a su redonda. La supuesta destrucción masiva de la mosca, se considera una instigación a la soberanía personal y aquel que se siente ofendido en su pastel, genera impulsos asesinos incontrolables: se arma en espontáneo con lo que hay a su alcance, su mirada se fija en el vuelo quebradizo de la mosca, los ojos parecen moverse cada uno por su lado, lanza arteros manotazos cuya inercia rompe los floreros. Finalmente muere el moscardón de causa natural, ya le quedaban pocas horas. En sus últimos minutos, se lamentaría haber perdido el tiempo en su defensa, sin haber disfrutado los placeres de su especie. El ofendido deja a la muerta en paz y prosigue a la caza de otras moscas. Igual que su enemiga, el hombre morirá de muerte natural. No se sabe si también lamentaría no dedicarse a los placeres de lo suyo.





Las hormigas

Cómo retrasar la aparición de las hormigas
una vez que aparecen no hay poder
capaz de ahuyentarlas
retrasar ese momento inevitable
es la juventud
José Carlos Becerra


Zeus hizo de hormigas hombres, los Mirmidones, única metamorfosis inversa en la cultura occidental, de bestia a humano. Dougal Dixon imagina en millones de años hormigas acuáticas de dos metros ordenando el mundo a su manera: celdas por sector, reservas para cien años y división estricta del trabajo. Humanas. Pero casi humanas, pues el fantazoólogo ha mostrado que no desarrollarán conciencia de existir. No preguntarán ¿para qué tantos afanes? En este presente, de hormigas miniatura, sus empecinados ires y venires excitan al curioso observador: su inevitable aparición es un aviso de las cosas que fatalmente habrán de venir. Son los heraldos negros. La manera más solemne de anunciar el avance de una gangrena. Conocen las fracturas de la casa, las fallas de estructura, la gotera en el páncreas. Nos sobrevivirán, pero estos tenaces no tendrán dote inquisitivo. No habrá alguna que tire el grano meditabunda en la cuestión del sentido. Alguno de nosotros, tampoco toma parte en la secessio plebis. Nos ha invadido ese hormigueo.




El camello

También sabe de la sed. De la de siglos, como Goroztiza. Pero sus belfos no sufren apuro. Su movimiento es una forma de la quietud: se mueve a paso de costado, avanzando a la vez las patas de un mismo flanco. No goza la andadura cuadrúpeda que da dinamismo a los equinos. Comparte su amblar con la jirafa, únicos mamíferos de eterno sosiego. La ansiedad se conserva en estado calmo; como pobres de tres generaciones: así ha sido, qué más. Sabe que la próxima estación está a tres años luz, luz; no le será el oasis.

         La mínima molécula y los gigantes camélidos también tienen necesidades. El asunto es de actitud. Adeptos al dromedario, prefieren acamellarse, llevan a cuestas su carga de leña repleta de sabiduría más que rencor. Si uno observa, a la Baudelaire, a una que pasa, encontrará este modelo de caminar a dos tiempos, de ira apaciguada por tardes de lúcida armonía, encono de dolor que ha dejado de ser llaga y ahora es callosidad que no queja ni ríe. Prefieren la sed reconcentrada del sabio abstemio. No guardan agua, guardan sed. La empollan, la cuidan de no volverse una loca que se muera de la sed.





Madame la mariposa

Nadie va tras la rosa de los vientos, ni tras cosa alguna que atraviesa, sólo la mariposa invita. Volotea en altibajos por puro coqueteo. No ha de respirarse cuando pasa al frente, sus polvos excitan poseerla. No mantiene la horizontal y damos saltos, dribles y sentones con la baba escurriendo. A cada manotazo sigue un libramiento. Se nos sube a la cabeza y disfruta escabullirse por debajo de las piernas. Hasta que un mal golpe nos devuelve la conciencia, hemos sido arrastrados por dos faldones de papel arroz. Quienes han padecido sus efluvios no se curan por completo, sufren lapsos en que creen que realmente los amaba, que no le eran del todo indiferentes.

La abeja merecía esas alas. Su arrebato es su martirio: la tocas y ya es despolvorida; su melena de espuma, se orzuela. Se corre el rimel y no sostiene el paso airoso, el tacón roto prueba que robó el sueño de la rosa, volar. Le tocó el vuelo más precario, alas en los pies. Ángel mercurial de cromo y brillantina condenado a cargar con un gusano. Amarras que propulsan un pelmazo, alas que polinizan tierra yerma. Flor de lodo, mariposa de obsidiana. No le dieron altos vuelos, no conoce la vida doméstica en el piso treinta y tres. Tampoco la vida en los insectos, abandonó a sus gusanos. Su limbo facilita el alcance. Siempre a media altura a medias siempre. Todas las mariposas, la de Puccini: a maroma y giro la atrapamos, perforamos su parte de carne, el bofe de su cuerpo angelical.




El elefante

El elefante es la enorme tetera del bosque
Ramón Gómez de la Serna



No le afecta padecer pie plano. De hecho es su mayor arma: tres mil kilos sobre cuatro planchas de exacta nivelación facilitan maniobras de pisoteo. Lo que a Plinio el viejo le parecía la parte más blanda, el pie del elefante es su arma letal. Ni trompa ni colmillos aniquilan como esas cuatro patas que de más lisas más mortales. Cuvier aseguraba que la trompa debía su exquisito sabor a esa extraña combinación de cartílagos y grasas, mas nunca se refirió en términos de panoplia. De los colmillos su ornamento, nada se dice de cuchillas. Son las patas, señores, ellas nada más, las que trituran cráneos a pisotones.

        No se ha descubierto la razón espontánea de su furia. El peso de su serenidad es proporcional al misterio de los arrebatos. Toda la sustancia contenida en el globo forzudo de su cuerpo de pronto se encajona, se revuelve por un sistema de irrigación alquímica que trastorna al más apacible de los colosos, lo vuelve contra el mundo. Es una bomba aplanadora. El elefante corta calmo arbustos en flor y ayuda a su pequeño a cruzar el río a paso de sabio que conoce el tiempo hasta que un insecto o cualquier fisiología causan su ira, nuestra última esperanza de encontrar por fin un ser en armonía se nos va entre sus piernas.



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