viernes, 27 de marzo de 2015

ARTURO SERRANO PLAJA [15.306]


Arturo Serrano Plaja

Arturo Serrano Plaja (San Lorenzo de El Escorial, 1909 - Santa Bárbara, California, 1979) fue un escritor y poeta español, perteneciente a la llamada Generación del 36.

Como a tantos poetas de su generación, la Guerra Civil Española y la victoria del bando sublevado marcaron su vida, que trascurrió en su mayor parte en el exilio.

Antes de la guerra fundó Hoja Literaria, una de tantas revistas literarias que entonces se publicaban en España, y más tarde fue director de Hora de España. Tras la guerra civil y la derrota del bando republicano se vio obligado a marcharse de España, recorriendo en su exilio Argentina, Francia y Estados Unidos. Publicó principalmente poesía como El hombre y el trabajo, (1938); Versos de guerra y paz, (1944); La mano de Dios pasa por este perro, (1965), aunque también escribió narrativa como el libro de cuentos Del cielo y del escombro, (1943) ó la novela Don Manuel de Lora (1946) y ensayo como Realismo mágico en Cervantes (1966) y su última novela, La Cacatúa Atmosférica (1971)





¿NOS OYES?

Sachka, Sachenka, hermano mío.
¿Sabes que hoy es Octubre?
¿Ignoras que ya es un mes sin fecha,
noche clara con una sola estrella?

Tú, muerto, lejos,
sin saber que tu sangre,
lo mejor de tu sangre escarnecida
corre por otras venas.

Tú, que, arrepentido sin culpa,
prendiste la tierra
y en ella el dolor y la renuncia,
eres hoy un destino de luces,
una sombra apacible.

Porque también la vida que tú sacrificaste
puede ser, con idéntico anhelo,
una norma de lucha,
un sacrificio de triunfo.

Porque ha existido un Lenin
—padrecito implacable—
que mitiga en su alma
tu sed de justicia.

Porque ha ocurrido Octubre.

¿Nos oyes?

Sachka, Sachenka,
ardiente joven.

¿Nos oyes?

Hoy todos tus hermanos,
rojos
de tu sangre,
lloran tu perdida adolescencias
Y en ellos
resucita, lejana, tu pureza.

Octubre, Madrid, 4-5 (octubre-noviembre), 1933, p. 19






CON LA LUZ MÁS PROFUNDA

Hay muertos que asombran las ciudades
con el lívido silencio de sus pasos.

Hay silencio que se clava en la frente,
antes de que nadie pueda hurtar su cuerpo
a la sombra de un gesto candoroso,
como anuncio de misterios imposibles,
de sangrientas y terribles heridas.

Hay muertos que asombran las ciudades
con su voz de mandato,
para que nadie pueda preguntarles
que corazón que palpita en las estrellas.

Hay muertos que asombran las ciudades
pero en el último rincón de nuestro pecho
donde la sangre batalla con las horas
sentimos agolparse en nuestras venas
la tumultuosa luz de aquel adolescente.

Con la luz más profunda de los ojos
queremos acogernos a ese fuego impreciso,
a ese amor de la tierra temblorosa
que desemboca en el pulso estremecido
de un entusiasmo loco o de un llanto profundo
Con el sabor más ardiente de la boca,
pronunciamos la palabra decisiva
para ser ola tímida en aquel mar vacilante,
en ese tempestuoso océano
que se inicia con el primer declive de unos senos,
rodando hasta el furor de los sentidos.

Con el sabor más ardiente de la boca
o el dolor acerado
de unas manos que buscan las espinas
palpamos el calor de otros tactos ardientes,
de un amor abrasado
de un llanto en otros ojos.

Queremos acogernos al temblor de otro cuerpo
entre los brazos.
Nos acogemos a la huella parada en el espacio
de esa brillante mirada nocturna
de ese candido esfuerzo agonizante
doblado hacia el confín de su destino.

Con la luz más profunda,
nos acogemos al asombro de los muertos
quedándonos en tierra.

El Tiempo Presente, Madrid, 1 (13 de marzo 1935), p. 8.




AL HUNDIRSE LAS MANOS

Poco después de haber nacido el viento,
la luz, la roca y las flores,
a los pocos balidos del mar y de los astros
hubo un instante en que la niebla
se agolpó a las atónitas pupilas
cegando las miradas,
se apretó contra el reciente calor de los cuerpos
invitando a los dedos a crisparse
sobre su tibio y penetrante aliento.

Se hizo densa la niebla
como una invitación ineludible.

Como la carne ardiente de unos brazos
que vuelan hacia el cuello,
la tiniebla, unos labios,
se posaron en la frente de la Tierra
decretando un torrente de sangre.

Se encontraron las pupilas frente a frente,
se encontraron los hombres.

Al hundirse las manos,
al rasgar los dedos la niebla o locura
se llenó la boca de un sabor amargo,
metálico, misterio.

Se encontraron los hombres en el mundo,
por decreto del cielo,
solos, abandonados.

Se encontraron las pupilas frente a frente,
coincidieron los llantos en un solo cauce
y en las venas palpitó la sangre
un latido de arena,
un amor de cuerpos libertados,
un temblor de corazones en sombra.

No como esperanza vaga
de un retorno imposible a los huesos.

Como la sangre que se asoma al mundo
desgarrando los dolorosos labios de una herida
como sangrienta herida,
como amor insaciable,
como muerte certera.

Como grito de júbilo en la tierra,
a través de los bosques, 
por en medio del llanto,
se buscaron los hombres y juntaron sus pechos,
se abrasaron los labios en un solo fuego
y el errante planeta melancólico
que vaga en el espacio abandonado,
le brotó un corazón con sangre de gemidos.

A través de los bosques,
los hombres frente a frente,
el cielo era un desierto silencioso.

1616 saw the death ofW.S. & M. de C. (English & Spanish Poetry), Londres, VII (1935), pp. 132-133.




A TIENTAS POR LOS HUESOS

Cuando haya muerto la sombra del olvido
del último recuerdo de un arcángel,
cuando los ojos hayan derramado
las lágrimas postreras de su llanto
y en el último recinto de la pena
no quede ni un gemido ni un lamento.

Cuando el cielo sea un páramo de abandono y tristeza
y los ojos de un ángel derrumbado
se cieguen con el polvo de los viejos rincones
y en los senos de una virgen caída
se enredan los polvorientos brazos de la hiedra,
las ortigas amargas, el lívido silencio
de los viejos cementerios arruinados,
el triste desenlace de una sangre parada,
entonces, cuando todo esté a punto de morir olvidado,
explosiones de sangre harán saltar las venas,
surtidores de sangre brotarán en los labios
a través de las manos, en los ojos,
en las frentes calumniadas y en los sexos

Cuando los astros a punto de pararse
a punto de perder el equilibrio
que remotas fuerzas ordenaban
equivoquen su ruta por los cielos,
y cuando el último amor se desmorone
beso a beso como un muro de arena,
y cuando ya no quede nada de nada
y cuando nada, nada signifique,
se clavarán los dedos en lo más alto del pecho
derribando a zarpazos la carne de su cuerpo
para palpar, ansiosos, los pulmones oscuros,
los manojos palpitantes de venas
para escuchar el murmullo de la sangre
y el suceso de un corazón convulso y agitado.

Para buscar por en medio de la carne
a tientas por los huesos,
a gritos por los músculos torcidos,
esa esperanza firme,
ese latido verdadero,
ese instante y ese instante y ese instante
y esa vida que se muere a galope.

¡616 saw the death ofW.S. & M. de C. (English & Spanish Poetry), Londres, IX (1935), pp. 182-183.



ESA VOZ HUMILLADA

Esa faz desastrosa o aquel rostro deforme
que aparecen de pronto en el mundo
sin luz en los ojos, envueltos en tinieblas.

Aquella muchedumbre que se mira por dentro
hacia ese oculto rincón de su pecho,
hacia ese lugar misterioso y oscuro de la carne
donde tiembla la vida y palpita el asombro,
hallando solamente un agujero negro,
un tenebroso boquete sin sangre.

Esa mano crispada que desgarra la carne
desvencijada o miserable de su cuerpo,
que indaga por su pecho buscando el corazón
y en su cuerpo no encuentra más que una encrucijada
de venas sin ternura,
de sangre sin palabras,
de labios abrasados sin amor.

Ese cuerpo amanecido sin cariño
en la confusa fiebre de un hambre turbulento,
ese bulto andrajoso que Dios ha ordenado
en el cauce misterioso de los siglos,
pregunta por el hálito de un ángel
reclama una palabra de silencio.

Y en el desprecio de todas las esquinas,
cuando el fermento de esa voz humillada
de ese ofendido cuerpo sin consuelo
se derrama en un llanto caudaloso y oculto
sin fuerza para el crimen,
una sombra rodando por las nubes
erige un monumento a los hombres.

Levanta un pedestal para la tierra
de tiernos corazones vacilantes
esa mano suspendida en el aire
que ignora su ademán de caricia,
esa voz que al llorar no pregunta
el momento y el sitio de su muerte.

Y esa muerte que llega
sin un clamor lejano de trompetas,
ese grito malherido de la sangre
que paraliza de un golpe las gargantas,
es el himno entonado por la voz de los mares,
por la voz temblorosa de los vientos.

Es la estela de la sangre
que va dejando el mundo en el espacio
cuando un corazón firme,
humilde o melancólico
se dobla levemente hacía el ocaso.

Sur. Revista de orientación cultural, Málaga (enero-febrero 1936), pp. 8-9.




POEMAS DE LA MÉRIGOTE (1939)

Serie de poemas inéditos. Aunque la mayoría no están fechados, por su ordenación y contenido su escritura parece comprendida entre febrero y diciembre de 1939, durante la estancia de Arturo Serrano Plaja en La Mérigotte tras su salida del campo de concentración de Saint Cyprien. Contiene:

1 : "La Libertad ofendida (Segundo Canto a la Libertad y Primera maldición contra la ofensa)", fechado en La Mérigotte, 8 de abril de 1939 (5 páginas numeradas).
2: "Oda a los soldados", poema de 335 versos, sin fecha (17 páginas numeradas — excepto las tres últimas— + 3 hojas sueltas, a máquina, con la versión definitiva de las dos primeras secciones). Dividido en tres secciones: I- "Salmo 137", "Invoco a las palabras"; "Hablo de España"; "Inciso de la flor"; "Hablo contigo"; II- "Las primeras preguntas"; "Discutimos con ellos"; "Del misterio"; "Del conocimiento"; "El tiempo"; "El espacio"; "De los dioses" e "Invocamos el espectro de los pueblos"; III "Crece, crece el olvido..."
3: Serie de cuatro poemas, sin fecha (4 páginas sin numerar): "Miro el agua del río sumergida...", "Cayendo a campanadas de misterio...", "Aquí llego cansado, no rendido... " y "¡Qué triste está sin ti la primavera! ..."
4: "El héroe asesinado (Elegía a España)", sin fecha (portada con esquema previsto del poema + 9 páginas numeradas).
5: Serie de cuatro poemas, sin fecha (6 páginas sin numerar): "Gozosamente triunfa vuestro macizo culo,...", "Del más húmedo pozo de amargura,..."; "Dame, España, dolor por tus ciudades,..." y "Bajo un cielo de lluvia cabizbajo...".



LA LIBERTAD OFENDIDA

(Segundo canto a la Libertad y Primera maldición contra la ofensa)


I

Salen todas las putas de Madrid a recibirte.
Caudillo: salen todos las viejas desdentadas,
poniéndose medallas guardadas, entre pelos,
en viejas y careadas monárquicas banderas.

Salen todos los mocos de Madrid a recibirte.
Todos los aprendices de tierno cabronzuelo
dejan pálidamente su gesto de embajada
y salen temblorosos de histérica pudicia.

Salen pidiendo misa todos los sacristanes
y todas las solteras de virgo enmohecido
saludan a saltitos gritando "¡arriba España!",
con un gozoso espasmo de moro en la entrepierna.

Salen todos los cuernos y todos los sobacos.
Sale toda la esperma de Madrid contenida.
Salen todos los hijos que buscan a sus padres
en todas las esquinas y sólo suman siete.

Entre todas son siete, y el homenaje media.
Caudillo: siete y media salen a recibirte.


II

Puedes entrar con moros que te guarden el culo.
Pueden entrar los moros cagándose en mis muertos
y hundiendo a bofetadas reliquias de pureza:
que a mí sólo me importa de Madrid su esperanza.

Que a mí sólo me importa de Madrid su semilla.
Que a mí sólo me importa de Madrid su recuerdo.
Que a mí sólo me importa de Madrid su campana
llamándome a la muerte con lágrima y cristales.

Que a mí sólo me importa de Madrid tu derrota
y el restregón de orgullo que te tiró a los ojos
tejiendo un estandarte de muertos a su puerta
zurcidos a la tela de su impalpable gloria.


III

Volveremos un día con todos nuestros muertos.
Volveremos un día con todas las legiones
de niños y de muertos,
de muertos y mujeres,
de muertos y soldados,
de muertos y de muertos.

Con todas las escuadras de muertos y fantasmas
que habitan en la noche su sueño de heroísmo,
con todas sus estrellas,
con toda su amargura.
Con todo el corazón ensimismado.
Con todos los fusiles y las piedras
y toda la ceniza de España malherida.

Y con todos los pájaros de llama
que brillan con orgullo a pesar vuestro,
que cantan y que esperan y que cantan
con orgullo mayor y tan furioso
que fuera una vergüenza si no fuera
una mayor vergüenza no tenerle.

Con toda nuestra tropa volveremos,
con toda nuestra fuerza no vencida
de niño y de misterio, de palo y de locura.
Con todas las palabras más usadas,
a levantar rumores abrasados
pronunciando en voz baja, levemente,
los nombres inmortales.

Sintiendo sacudidas vigorosas
de agónico dolor cristalizado
sobre un nardo reciente que ha surgido
del corazón purísimo de un muerto.

Y volveremos todos
con todas nuestras novias y mujeres,
con hijos y con años y con penas
a todos nuestros pueblos,
a toda nuestra España,
a todo nuestro sol y nuestra luna.

Y todos volveremos con nueva poesía
y la misma esperanza,
y con la misma furia
de aquel minuto mismo, vivísimo y entero
en que diez mil obuses no pudieron con Ella,
ni las diez mil traiciones,
ni los diez mil hocicos,
ni los diez mil incendios.


IV

Míralos: aquí están.
Caudillo, míralos: aquí están mis amigos.
A todos nos preside, más grande, Federico,
desde su oscura sombra de muerte y terciopelo,
de raso maltratado,
de libro donde estaba la gracia y no la viste,
de flor inalterable mantenida.

A todos nos preside, desde su voz profunda,
más alta todavía, don Antonio Machado,
con un bosque de encinas clavado en su memoria
y el Duero recorriendo su frente fatigada
de tanto verso grave,
de tanto dolor hondo.

Míralos: aquí están.
Ni Antonio. Ni Ramón. Ni Juan, ni Rafael.
Ni Emilio. Ni Miguel, ni tantos otros.
Ni mi amada, morena,
con su serena gracia dolorida,
ni las recién nacidas valerosas,
Virginia pequeñita y Alicia morenilla,
saldrán a recibirte.


V

Estamos lejos, lejos.
Estamos todos solos.
Estamos asomados al borde de la pena
para volver a tiempo de escupiros a todos.

De mataros a todos.
De enterraros a todos.
De escupiros a todos
y enterraros a todos.

De borraros a todos de la triste memoria,
entrando y profanando, en vuestros muertos,
con sacrilegas manos encendidas,
el podrido linaje de vuestra turbia esencia,
la pena y la memoria de la pena,
la muerte y la memoria de la muerte.

La Mérigotte, 8 abril 1939




MIRA EL AGUA DEL RÍO: SUMERGIDA

Mira el agua del río: sumergida
en su propio destino, mansamente,
devuelve el cielo al cielo
y a la tristeza tibia de la tarde
la sencilla congoja de sus nubes.

Tus ojos son el río más sereno
de este dolido amor que me circunda:
te miro y en silencio,
un crecido crepúsculo me ofrece
que es mi sombra traspuesta en tu mirada.

Mira la hiedra antigua cómo crece
y a su lado la tierna flor reciente.
También tu amor me brota
purísimo y sencillo y delicado,
junto a la hiedra antigua de la pena.

Mira por fin el pájaro cimero.
Así canta el dolor enamorado,
sonoramente puro,
en la elevada rama temblorosa
del árbol del amor en este abrazo.





CAYENDO A CAMPANADAS DE MISTERIO

Cayendo a campanadas de misterio,
a gotas de dulcísimo quebranto,
mansamente tu gracia me invadía.

Se anunciaba la menor primavera
bajo el lluvioso cielo tornadizo,
en cierta florecilla en la vereda
ya dócilmente verde a la pisada.

Absortos en el agua, ensimismados,
confundían los árboles y el cielo
en la penumbra incierta su agonía.

Y oscuro, tembloroso y palpitante,
batiendo con sus plumas mi silencio,
un milagro moreno alzó su frente
desde el corto revuelo hasta mis hombros.





AQUÍ LLEGO CANSADO, NO RENDIDO

Aquí llego cansado, no rendido,
bajo el peso de España en mis espaldas.
Aquí traigo mi saco de dolores
y mi mayor talego de esperanza.

Aquí traigo una muerte carcomida
de viejas arruguitas en su cara
y aquí traigo también, enardecido,
un recuerdo a mechones, un aroma
de joven y vivísima pureza.

Si pasó antes el orgullo, a mí me queda
un orgullo mayor y tan furioso
que fuera una vergüenza si no fuera
una mayor vergüenza no tenerla.

(Hablo del orgullo que parece vergüenza
y que es tan alto que se hace humilde).






¡QUÉ TRISTE ESTÁ SIN TI LA DULCE PRIMAVERA!

¡Qué triste está sin ti la dulce primavera!
En esta reducida morada de tu aliento,
en esta mansión honda de tu dulce mirada,
morena me acompaña la sombra de tu ausencia
por todos los senderos en que mi amor te busca.

Las líneas que otros días dibujan en el cielo,
los círculos que trazan de vuelo riguroso,
ceñido a su armonía, los rubios alcotanes,
hoy son ensimismadas preguntas de recuerdo.

Se asombran de las huellas perdidas de mis pasos,
sin los tuyos al lado, de ofrecida ternura,
las flores delicadas que mansamente cierran
su pétalos humildes cuando la tarde muere.

Me voy por el sencillo camino de cipreses,
buscando, en su prestigio romántico, tu aroma.
El sol ya casi oculto, dorado, está en la cima
solemnemente puro de estos árboles quietos.




AQUÍ NO LLORA NADIE

¡Aquí no llora nadie!
Las madres en España van vestidas de negro
y cubren su cabeza con pañuelos oscuros.

¡Aquí no llora nadie!
Las novias en los pueblos comen de un pan moreno
y pisan, en pequeño, lo mismo que los hombres,
cuando van tras los bueyes por el flaco terreno,
dirigiendo con mano firmísima el arado.

¡Aquí no llora nadie!
Por los míseros montes se desgarra la tarde
y un niño con descuido de hombre grave conduce
rebaños reducidos de escuálidas ovejas.

Mas allá tras los montes, ronca y siniestramente,
la muerte permanece.

¡Aquí no llora nadie!
El ansia, entre dos luces, va fingiendo descuido
con menudos quehaceres. Mientras, humildemente,
las vecinas escuchan, con un silencio llano,
la voz grave de un viejo, sus noticias severas.

¡Aquí no llora nadie!
Los hijos y los novios, hermanos y maridos,
los hombres que se visten con géneros de pana
y tienen la piel dura de sol y vendavales,
se van y se despiden y forman batallones.

¡Aquí no llora nadie!: Se van sencillamente.
Nadie, no. Aquí, nadie.

¡Que lloren otros pueblos su libertad perdida!

Aquí las hachas talan dulcísimos pinares,
que los martillos clavan en féretros desnudos.
Que otras mujeres lloran sus maridos vivientes:
para los hombres muertos hay respeto, en España,
y un silencio mordido y un esperar callado
y un campo de batalla para sus sucesores.

¡Que rompan los pañuelos!
¡Que los rasguen a tiras blanquísimas de hilo!
¡Que los ciñan bien frescos a la herida caliente 
o que cubran con ellos la muerte prematura
de ese joven soldado!
¡Aquí no llora nadie! Y el corazón domina.

Y si se vierte sangre, las lágrimas se ahogan
por la noche, en silencio, contra la dulce almohada,
junto a la espesa niebla de un presagio nocturno.

¡Aquí no llora nadie!
Aquí la muerte pierde.

Aquí se alzan los pueblos con sangre a borbotones
y aquí se muere a golpes durísimos de plomo.

¡Aquí no llora nadie!

(EnEl hombre y el trabajo)






LOS DESTERRADOS

Con mis ojos los he visto:
desterrados, miserables,
vagando por los caminos,
campesinos andaluces;
hombres, mujeres y niños,
caminan, yo no sé adónde;
caminan, y van perdidos.

Con mis ojos los he visto:
al pie de las carreteras,
que hacia Córdoba son ríos
de bestias y muchedumbres,
buscando entre los olivos,
si no refugio, la sombra;
si no paz, siquiera el olvido.
Con mis ojos los he visto:
de la más terrible ofensa
que en España se ha vivido
son testimonio sangriento
sus pasos de perseguidos,
sus pies hinchados, su voz,
que suena como a vacío
relatando los horrores
que en su pueblo han cometido
los fascistas y los moros,
los bárbaros señoritos
que a su pueblo, en bajo precio,
al extranjero han vendido,
como en otro tiempo hicieran
con el Cristo redivivo.

Los he visto con mis ojos
destrozados, no vencidos
en el desigual combate
que con moros han tenido;
emigrantes en su patria,
del fascio son buen testigo;
las mujeres de Baena
que no tienen ya marido,
los hijos de aquellos padres
que en El Carpio han perecido,
y en Villafranca, Posadas,
Pedro Abad, Lora del Río,
luchando con escopetas
contra fusiles sombríos;
que emigran por los caminos,
porque todo le han robado
los fascistas enemigos;
largas filas de mujeres,
hombres ancianos y niños,
los he visto con mis ojos:
por los campos van, perdidos.
Pero les queda coraje
para pedir a otros hijos
de otros padres de otros pueblos
justicia para enemigos;
pero queda en sus gargantas
un mensaje malherido,
un grito de los que han muerto
luchando contra el fascismo:
¡Guerra a muerte, puño en alto;
venganza de nuestros hijos,
justicia seca queremos
para el fascismo asesino!

Justicia seca pidiendo,
con mis ojos los he visto.

(En Romancero General de la Guerra Española)



No hay comentarios:

Publicar un comentario