jueves, 29 de enero de 2015

ELIZABETH DELGADO NAZARIO [14.605] Poeta de México


Elizabeth Delgado Nazario 

(Cuernavaca, Morelos, México  1981). Ensayista y poeta. Doctora en literatura, CIDHEM, 2012. Libros: Los nombres que caen, Unicedes, Morelos, 2003. Las palabras en la obra plástica de Cisco Jiménez, FONCA- CONACULTA-Eternos Malabares, Morelos, 2010. Artrópodos y otros cuerpos, IMA, Guerrero, 2010. Premio Nacional de Literatura Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Artes Plásticas 2005. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2010. Becaria del FOECA, Morelos en 2006 y 2010. Ha publicado ensayos en revistas y periódicos como Punto en línea, Casa del tiempo, La Otra y La Jornada Semanal. blog: veintiunletras.blogspot.mx


Vida

Vida, mi vida,
si no fueras tan mía ya te hubiera matado,
te habría enviado al precipicio de los leones,
a donde caen putas y verdugos.

Y es que siempre te fuiste con el primero,
y con el último.

Vida, ya te hubiera matado,
dejado desconsolada,
si no fueras mi hija y yo tu madre,
ya te hubiera abandonado.

Vida, mi vida,
qué voy a hacer contigo,
y después sin ti,
de ninguna de las dos maneras me sirves.
Vida, mi vida,
cambiemos los cuerpos.

Vida, mi vida puta,
mi vida triste,
mi vida tan pequeña.

Te voy a arrullar con una canción
para que te duermas. 




No era necesario prostituirnos para hacer eterna la noche,
el olvido llegaría solo,
solo como un abandono sin destino
solo como una mancha de café en tu espalda
solo como la suerte que se lee entre mis manos.

Tu escultura me habla con cien voces,
se desangra en humo lila,
mis palabras se descomponen por alcanzarla,
como palabras de Dios que sí tienen fondo.

Se me olvidó decirte que mi ángel sí se murió,
por el aire iba cojeando ausencias,
iba tocando canciones que ya nadie cantaba,
su voz enloquecía cantando mis besos
 a hombres, a mujeres, a-dioses.

Mi ángel desnudo por no estar en tu pensamiento
iba maldiciendo, untando a la luna de llamas,
iba repartiendo el tiempo que ya no importaba nada,
te iba llorando con otro rostro. 






Puntos suspensivos

Tantas palabras de luna que se quedan a mitad de luz,
sin contar con más equilibrio que mis pies tambaleantes.

En ese cielo de ebriedad, cuando se canta al revés la succión de la noche,
se arrojan los deseos por soles abiertos,
desangrándose en azul,
el azul de los saltos, de los abismos,
el color de un crimen en busca de autor.

Qué difícil es aceptar que nos escuchamos en olores,
que nos cuenten las versiones de una noche
con el instante de la palabra,
limitada al paso de sus ojos, al trazo.

Qué extraño es padecer de un nombre solitario,
de miradas hundidas en un sueño,
de pensamientos sin gramática.

Cuántas veces he escrito la palabra silencio
 -aullando-,
la palabra miel con la boca ácida,
el nombre del suicidio aferrada a la vida,
y cuántas me he sentado sobre las letras del agua
 -delirando de sol-.

Cuando la noche se alarga hay tanto vacío,
pero sólo basta un momento para guardar la inmensidad. 





Cuando tu nombre no está completo,
invoco el barco de la salvación,
el barco ebrio, la nave de los locos.

Cuando los muertos preguntan por las palabras de la vida,
cada canto es de salvación para la noche eterna.

El camino de muertos y de vivos,
donde la palabra se ofrenda al otro lado de la salvación,
es el lugar para buscar la ondulación de lo invisible,
el idioma inextinguible de la metamorfosis.

Las telarañas se traducen en desdobles,
en jardines que curan nuestros pasos en humo.

Si caminas descalza por el cielo donde crece el lenguaje,
no sangres con las palabras delirio, suicidio.

La letra del miedo no es la última,
el umbral de las sombras no es sólo oscuridad,
el silencio no oculta los huesos del poema.

Las muñecas de tus sueños nos sobreviven en la jaula del pensamiento,
el ataúd no encierra a los muertos.

Debajo de tu nombre, habrá otro nombre,
detrás de tu espejo la verdad de la imagen,
debajo del suelo tu cielo.

Salve el poema el miedo a tu noche. 






Y Vuelvo Alejandra

a A. Pizarnik

Morir a los veinte o veintiuno,
con la eternidad de los peces en jaulas,
como serpientes en nudos formando el espejo,
que te mira, te hace otra Alejandra.

Alejandra en agua vuela,
en fuego no se quema,
arde y danza en esta metamorfosis
que llamamos poesía.

Este dibujo en que la evasión del ángel,
suicida de mil sueños,
se acerca al vértigo de las palabras
para colocar la piedra de la locura,
es una nueva profecía.

Escribo para encontrarte, para romper
con las astillas de la lengua la condenación
de las sombras alucinadas,
para salvar el lenguaje con el cuerpo.

Te encuentro en este camino que te reclama,
en las costillas del miedo,
en este puente invadido por la soledad,
en el silencio que nombra hasta reducir
las cosas a la amnesia de su existencia.

Dime qué esconder bajo tu mirada,
cuáles son los milagros de la música,
cómo extraer el poema de las paredes,
de la noche muda, herida de gritos,
cómo hablan las palabras muertas.

Pájaro-Alejandra en el abismo,
amante de eclipses,
dime, escribo. 






Señor...

Para la muerta que se llevó su nombre. Flora.

Ya regresa el profeta del miedo,
el ángel del juicio sin justicia,
a quitarme la vida olvidando mi nombre.

En otro lado mis huesos se envenenan,
mi sombra delata sus enfermedades
que descubren el vacío negado,
el aire del día final respira dentro de mí.

El demonio huye con mis años,
el demonio es el dios no nombrado,
es cada uno de mis nombres.

No quiero abrir el sobre blanco,
el sobre que desata a los muertos,
no quiero escuchar la sangre sobre las amapolas.
No quiero morir enloquecida.

Es hora de vencer mis veinte años,
de ignorar mi condenación,
es hora de envenenarme en cada poema,
de reaparecer con los ahogados en el mar.

¿Cómo vencer las noches en que vienes
a atormentarme para que crea en ti?
¿Cómo creer que no eres un muerto más
que viene a beberme la vida
y doblar en pesadillas mis sueños?
Vienes, y sin embargo no te veo,
huyes de tu rostro,
al que ningún mortal ha contemplado.

Pero, ¿por qué te muestras en el delirio,
por qué sólo en las noches me esperas?

Si te acompaño, promete que no me resucitarás
en una tierra de dolor, de exilio,
sólo promete mi muerte, y te seguiré. 





Habrá el nombre de una mujer que me condene al silencio,
que me contenga en una palabra,
que su sola puesta de sol me desnude.

Habrá una mujer tan cambiante como río,
que me diga preguntas que no sabré responder,
que deje mis poemas en insospechado ritmo.

Habrá una mujer que combata con su lengua,
que me arranque las letras,
que coma lunas a escondidas,
que esconda un amuleto entre sus piernas.

Será una mujer que pueda beberme como un vaso de vino,
que aspire mi humo como manchas de viaje.

Será la mujer que me leerá y se olvidará de mí,
pero no de mis poemas. 






Te entierro con cinco brazos. 
La noche es la respiración primera del túnel. El
mundo es ya un grado más de nuestra muerte.

En lo subterráneo de tus venas, van cantando tus extraviados pájaros, con lenguas
que se abren al tiempo.
Crecen tus pasos de vuelo en tumba.
Te asomas, te asombras, vuelves a tu ojo-oxígeno, a la raíz de la poesía.
Me arrodillo ante tu hambre de panal roto.
Soy acróbata en el cordón umbilical de tu luna-fuente.
No es extraño que la noche se encierre en tus manos. 






Fragment-arte

En la claridad de los peces sumerges tus rodillas,
cambio perpetuo, cinta lunar,
en una abrazo volver a amar,
con un brazo volver al mar.

Aliento de blues (o)culto
que rueda sobre las bocas de sirenas.

Son tuyas las olas en acecho,
los ritmos que con tu lengua has hecho,
persecución de alas inhaladas.

Cuerpos en grados de (a)cero
se buscan en las orillas del sueño.

En mi garganta anida tu poesía:
Dios al hado entinta
dios alado aparece
dios salado en tinta
dios al lado mío. 






Entre ramas abiertas

Esperando el dolor con pasos
cada vez
 más
 cortos,
con agujas de colores en un cielo desdibujado,
apenas tachado mi nombre
bajo la luz espía en que cae mi cuerpo,
una voz como tantas anunció el precipicio,
en el lugar exacto.

Espero no olvidar cómo caer
entre pequeños piquetes que hieren hasta la misma herida
en el alma, en la sombra,
abismo que me invierte
y vierte sobre mí su furia.

Como reloj con-figura-ando,
entre fantasmas desatados.

Esperando el dolor en la puerta del miedo
 ando...
esperando figuritas recortadas
y recostadas en mí. 






DANAÉ

Danaé
nombre de mi olvido,
nombre aislado de mis tormentas.

Danaé 
nombre caracol,
invocado por sí mismo.

Danaé
el retorno de los mares que fui.

Tu boca absorbe todo mi miedo,
tu piel, 
por la que entra el indómito cazador de las certezas, 
es la esperanza de no acabarte.

Cuando el mundo termine
Danaé
tus ojos seguirán mirándome.

Este mundo se desborda en su deseo:
todos mueren;
todos hablan sin paz.

Y yo, cuando estoy cansada de escuchar
regreso al silencio de tu cuerpo. 





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