sábado, 29 de noviembre de 2014

MARK DOTY [14.147] Poeta de Estados Unidos


MARK DOTY

(EEUU, 1953)
Poeta estadounidense nacido en Maryville, Tennessee.
Autor de varios libros de poesía, sus creaciones más recientes son Sweet Machine (1998), Source (2002), School of Arts (2005) y Fire to Fire: New and Selected Poems (2008), distinguida con el Premio National Book de poesía. Otras colecciones incluyen Turtle, Swan (1987), Bethlehem in Broad Daylight (1991), My Alexandria (1993), elegida por Philip Levine para las Series Nacionales de Poesía y que fuera ganadora de los Premios Nacional Book Critics Circle y T.S. Eliot, además de ser finalista del National Book, y Atlantis (1995). En 2010 publicó una colección de ensayos sobre la poesía bajo el título Description: World into Word. Publicó también Heaven's Coast (1996), distinguida con el Premio PEN/Martha Albrand por su primera novela de testimonio. Otras memorias de Doty incluyen Firebird (1999), Still Life with Oysters and Lemon: On Objects and Intimacy (2000) y Dog Years (2007). Ha recibido las becas Guggenheim, Ingram Merrill, Rockefeller, Whiting foundations y National Endowment for the Arts. Fue elegido canciller de la Academia de Poesía norteamericana en el año 2011. Ha sido profesor en la Universidad de Houston y actualmente ejerce como escritor distinguido en la Universidad de Rutgers. Vive habitualmente en Nueva York. 


Sufrir, en realidad, no es muy distinto a estar
enamorado. En ambos estados una persona ocupa
por completo la imaginación… Es como si todo lo
que nos roza nos remitiera a ese centro; no hay otra
vida emocional ni otro lugar más allá del universo
de sentimientos centrado en la figura fundamental.

Mark Doty


Poesía 

My Alexandria: Poems . University of Illinois Press. 1 January 1993. ISBN 978-0-252-06317-6 . Retrieved 18 September 2013 .
Turtle, Swan, and Bethlehem in Broad Daylight . University of Illinois Press. 2000. ISBN 978-0-252-06842-3 . Retrieved 18 September 2013 .
Murano: Poem . Getty Publications. 2000. ISBN 978-0-89236-598-2 . Retrieved 18 September 2013 .
Still Life with Oysters and Lemon . Beacon Press. 2001. ISBN 978-0-8070-6609-6 . Retrieved 18 September 2013 .
Fire to Fire: New and Selected Poems . HarperCollins. 2008. ISBN 9780060752477 .
Fire to Fire: New and Selected Poems . HarperCollins. 11 March 2008. ISBN 978-0-06-075247-7 . Retrieved 18 September 2013 .
Atlantis . HarperCollins. 13 October 2009. ISBN 978-0-06-196786-3 . Retrieved 18 September 2013 .
Paragon Park . David R. Godine Publisher. 2012. ISBN 978-1-56792-442-8 . Retrieved 18 September 2013 .
Sweet Machine . Random House. 2012. ISBN 9781448130283 .




A PUNTO DE

Un mes como mínimo antes de la floración
y ya cinco cerezas descarnadas
en la carretera rodeada por una nube
de fuego incipiente                      
                  —en mitad de la tarde,
un tenue resplandor cobrizo . Algunas cosas
siguen su curso:                             
           la noche que llegamos,
casi sin conocernos, desde el frenesí de una fiesta
a la esquina donde habías dejado tu motocicleta,
con miedo de que un viento desapacible la hubiera tirado a la cuneta,
tú de pie en la otra parte
 de la máquina incorporada, al otro lado
de nuestro futuro, y la cabeza inclinada
hacia mí en el asiento de cuero mojado
mientras te atas el casco,
firmes las botas profesionales sobre el asfalto.

¿Supusimos que habíamos llevado el fuego de la fiesta con nosotros,
en algún lugar de detrás en un pequeño apartamento
enfriándose alrededor del corazón como una piedra?
¿Puedes saberlo, cuando ni siquiera eres un brote
sino una posibilidad a punto de realizarse?

Por supuesto no podíamos vernos a nosotros mismos,
si el amor es el molde y el adiestramiento
de todo ser, algo sucederá
donde nada fue…                                     
                        Pero en este momento
pensé en una aureola de problemas de un color nuevo,
reconocible, y pregunté si alguien
conduciendo a trompicones y salpicando
en la Séptima Avenida podría haber visto
la nube exhalando a nuestro alrededor
como si fuéramos un par
de — ¿podría ser?— árboles-prematuramente florecidos.

Versión de Carlos Alcorta




Pescadero

Pequeñas cabras como mi boca y mis dedos

una de ellas permanece en pie ante la alambrada,
golpetea la valla ennegrecida por la suciedad del campo,

empuja con brío su boca hacia mi boca,
de modo que puedo ver las pequeñas semillas cuadriculadas de sus dientes y sus encrespada barba,

y luego ella me besa, aunque sé que no es exactamente un “beso”,

e inclina su cabeza hacia atrás, arqueando su lomo, una cabra practicando yoga,
con todo placer, saludo e indiferencia: ella me ama,

me gusta mucho, se interesa por mí, no me conoce en absoluto,
no necesita conocerme, a pesar de ello me ha reconocido. Así que me siento radiante

desde que he sido dispensado con tal acogida, extendidos sus cascos,
permanece fragante en el suelo, descansando al lado de mi mano. 





Source

He estado viajando todo el día, hacia el norte
-recorriendo carreteras pequeñas y contemplando casas de madera
que se despertaban sobresaltadas por el verdor que crece a su alrededor.
cuando vi tres corceles en un campo vallado
al borde de la angosta carretera: eran caballos blancos,

dos uniformemente cubiertos de nieve, el otro tiznado
como si hubiera estado rondando escamas de óxido.
Eran de tamaño mediano, pequeño y

largo- dos de ellos permanecieron observándome mientras el más pequeño
se hundió hasta las rodillas en un pequeño estanque aledaño.

sacudiendo la cabeza y
-era inconfundible-
deleitándose con fruición en la gélida agua

en torno a sus cascos y tobillos.
Seguí conduciendo, enfilado hacia la ciudad.

con el fin de visitar librerías, y en alguna cafetería
mirar las novedades literarias
y los nuevos volúmenes de poesía, pero todo el tiempo

estuve pensando en los caballos,
y cuando volví a verlos de nuevo,

los tres abandonaron sus juegos
cualesquiera que fueran
y se acercaron a la valla de alambre

-me detuve en el arcén de hierba
de la carretera- para ver qué les había traído allí. 




Pequeño mamut

La leche de mi madre en mi panza
y un poquito de su caca también,
para que yo pudiera comer

de las ácidas estepas verdes
que se abrían infinitamente

ante mí, pero no acababa
de resbalar en el sol y en

la pradera del mundo cuando otra vez
resbalé en este barrizal,

y grité, y gritando
sorbí arcilla por mi trompa

hasta yacer aquí en el fondo,
mis colmillos de leche aún sin

asomar, lista ya una suave pelusa
de grasa para mi primer invierno,

y sólo tengo un mes de vida, y
cuarenta mil años sin mi madre. ~

– Versión de Pedro Serrano





Las horas

Grandes bloques de hielo
—nítidas piedras angulares—
bajan a tumbos por una banda móvil 

hacia las aspas de un feroz
ventilador giratorio; estrépito en rotación
de mil patines y luego

las partículas salen volando ruidosas
por la manguera en un chorro de polvo diamantino,
y el equipo de filmación oscurece

la bien usada nieve de Manhattan
con una réplica de la nieve.

*

Remolques por el borde del Square,
lámparas de arco, los cables enredados
de un arte técnico, y nuestro parque

se convierte en una versión de sí mismo. Caminamos
por aquí diario, mis viejos perros y yo felices
con el rectángulo abierto del aire

sostenido en su marco de torres,
las cabezas quietas y erguidas
para atrapar la atmósfera intensa

y ácida del paseo canino, caras blanquecinas
—las suyas y la mía— alzadas hacia las ramas
grises que vetean el cielo variable.
Hoy nos detienen en la orilla:
a un tipo se le asigna la tarea
de proteger el campo prístino

que una mujer va a atravesar
—una vez resueltos los innumerables
detalles— por un ángulo preciso

en dirección a West Fourth.
Están filmando Las horas,
la novela de Michael, una transmutación

de la Sra. Dalloway. Ambos libros
transcurren en un solo día de junio;
el verbo es justo; en estos libros

se respira un aire de absoluta atención,
como si su substancia 
fuera una mirada enteramente abierta

a la experiencia, deseosa de conocer.
En ambos se cree que el placer más profundo
está en ver y en decir cómo

vemos, aun cuando nos derrote
la aguda aflicción de la primavera, o una ola 
constante de oscuridad, cada vez más próxima.

En la versión filmada es invierno;
buscan que el estreno se dé en las vacaciones
y por tanto deben apresurarse.

Alguien grita ¡Fondo! 
y los neoyorquinos contratados comienzan
a circular detrás del campo perfecto,

algo cohibidos, en patines
o de compras, tan lentos que no convencen,
así que lo intentan de nuevo, Clarissa pasa

por el arco cubierto de arena
y ceñido por eslabones de metal,
monumento que brilla gris contra el gris.

*

Ya queda menos que amar en el mundo.
Taxi en Bleeker, tarde opaca, después
del paso de una resplandeciente, después de las horas
en estaciones y trenes, borrosas praderas
por las ventanas empañadas, sueño inquieto,
camino a casa, y ahora la oscuridad adentro
del taxi más honda que cualquier cosa que pudiera

ofrecer una tarde de invierno. Nada permanece, uno
no tiene poder sobre el tiempo, estamos atorados
en un nudo de tráfico, y luego esto: la florería,

donde ayer hubo otro negocio,
¿qué era? ¿Desaparecen las cosas tan rápido?
"Flores del paraíso", en un arco de oro

sobre el vidrio de la ventana, estantes y filas
de flores, y una extraña desenvoltura en la banqueta
y, mira: el guión delator de los cables

que entintan la calle, los remolques cercanos, las 
lámparas marcianas
y una silueta solitaria en un abrigo de caqui detenida
con un puñado de flores mientras revisan
su aspecto a través del lente: Clarissa,
que compra las flores ella misma. 
Lo tomo de modo personal. Como si,

por encima de todo, persistiera este emblema:
una mujer salió a comprar flores, hace años,
en una novela, y el mundo

entró en ella. Luego, en otra novela,
su doble eligió sus propias flores 
mientras la vida apática y dichosa 

de la calle la traspasaba, y hoy
hela aquí, fulgurante en un surco indistinto
de febrero, el ahora una imagen

reducida por el lente, una versión más pequeña
de un cuarto donde residió el amor.
Aunque continúan, la sombra y la réplica,

la copia y la repetición —adaptadas, reducidas,
vueltas a enmarcar: versiones hermosas —margaritas en un cono de papel, 
perro dorado que mordisquea un guante— fugaces

y no por falsas menos verdaderas. ~

— Versión de Teresa Landa




The Embrace

You weren't well or really ill yet either;
just a little tired, your handsomeness
tinged by grief or anticipation, which brought
to your face a thoughtful, deepening grace.

I didn't for a moment doubt you were dead.
I knew that to be true still, even in the dream.
You'd been out--at work maybe?--
having a good day, almost energetic.

We seemed to be moving from some old house
where we'd lived, boxes everywhere, things
in disarray: that was the story of my dream,
but even asleep I was shocked out of the narrative

by your face, the physical fact of your face:
inches from mine, smooth-shaven, loving, alert.
Why so difficult, remembering the actual look
of you? Without a photograph, without strain?

So when I saw your unguarded, reliable face,
your unmistakable gaze opening all the warmth
and clarity of you--warm brown tea--we held
each other for the time the dream allowed.

Bless you. You came back, so I could see you
once more, plainly, so I could rest against you
without thinking this happiness lessened anything,
without thinking you were alive again. 




At the Gym

This salt-stain spot
marks the place where men
lay down their heads,
back to the bench,

and hoist nothing
that need be lifted
but some burden they've chosen
this time: more reps,

more weight, the upward shove
of it leaving, collectively,
this sign of where we've been:
shroud-stain, negative

flashed onto the vinyl
where we push something
unyielding skyward,
gaining some power

at least over flesh,
which goads with desire,
and terrifies with frailty.
Who could say who's

added his heat to the nimbus
of our intent, here where
we make ourselves:
something difficult

lifted, pressed or curled,
Power over beauty,
power over power!
Though there's something more

tender, beneath our vanity,
our will to become objects
of desire: we sweat the mark
of our presence onto the cloth.

Here is some halo
the living made together. 




Description

My salt marsh
-mine, I call it, because
these day-hammered fields

of dazzled horizontals
undulate, summers,
inside me and out-

how can I say what it is?
Sea lavender shivers
over the tidewater steel.

A million minnows ally
with their million shadows
(lucky we'll never need

to know whose is whose).
The bud of storm loosens:
watered paint poured

dark blue onto the edge
of the page. Haloed grasses,
gilt shadow-edged body of dune…

I could go on like this.
I love the language
of the day's ten thousand aspects,

the creases and flecks 
in the map, these 
brillant gouaches. 









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