jueves, 21 de agosto de 2014

WILLIAM JIMÉNEZ [12.986]


William Jiménez 

Poeta nacido en Valledupar (Cesar) COLOMBIA  en 1988. Sus poemas aparecieron en la antología Yuluka –Poetas de Valledupar–. Hizo parte del fallecido colectivo literario Yuluka.






Los siguientes textos son tomados de su poemario 
La épica de la sangre. Frailejón Editores, Medellín, 2013.




Umbral de la semilla
en la llaga
de la ensoñación
retorna
del
barranco vesánico
la iluminación
para la ruptura
del inédito lenguaje



Estamos
en las lavas
dejadas por el éxodo

somos lo desnudo
del volcán



“El poema es acción y no contemplación, es subversivo”

Rebeldía y franqueza, sentimiento y subversión. Así es como podríamos definir “Épica de la sangre” (Frailejón editores, 2013) de William Jiménez. El joven poeta vallenato de 25 años, quien presentó su libro durante el mes de agosto en el Banco de la República de Valledupar, expone en este libro la fuerza de unos versos que desgarran y conmueven.

En esta entrevista, el autor expone su poesía como un acto vital y necesario, una actitud de resistencia ante una sociedad que se reprime, que calla, que vive día a día sin mayores aspiraciones que las de ver el día siguiente.

William Jiménez reivindica el derecho a decir “no”, a adoptar una postura crítica, a pensar y a reforzar la memoria, y a cantar las victorias con la poesía.

Antes de todo, ¿Cómo nace la obra “épica de la sangre”?

Nace por una urgencia de decir, poetizar, metaforizar y resistir. Nace de una sed, de una alucinación, de ser y ensoñar el conflicto al que nos han sometido. Las desapariciones, las masacres, los suicidados, los asesinados, los exiliados,  las violencias por el terror instituido.  Nace por la violencia misma del poema, para combatir.

El título parece remitirnos a una lucha personal o literaria. ¿A qué se refiere?

Lo colectivo y lo íntimo confluyen, copulan, pero más que todo, es una lucha colectiva por resistir, por decir, en un tiempo en que la poesía colombiana está atragantada con “la retórica del silencio” al decir de Susan Sontag. Aquí el silencio se torna político, es decir, nos silencian, nos callan, nos desaparecen. La poesía no aspira al silencio, la poesía lo rompe, y opone el decir, el cantar de lo desconocido, de lo negado. Recordemos a Rilke que en una de sus Elegias de Duino dice: “He aquí el tiempo de lo decible”  ¿Cómo callar frente a la desaparición, frente a las fosas comunes, frente a las masacres, frente a la historia, frente a los cuerpos, frente a los orgasmos, frente a los otros, frente a lo inédito, frente al espato de la vida, frente a la nada, frente a los crímenes estatales, frente a lo imposible, frente a la poesía misma? El poema es acción y no contemplación, es subversivo, la metáfora es la radical política. Subvirtamos ese impuesto silencio, ese callar al que nos han sometido. El poeta morador de la casa del ser no se silencia frente a la nada.

Se aborda la poesía de un modo diferente, es decir sin interrupciones, como si este libro fuera un gran poema que navega entre las páginas de un solo libro. ¿Cómo surgió la idea y, sobre todo, cómo fue elaborándose?

La idea es sugerir una unidad desgarrada (Blanchot), una épica gritada desde la sangre, una ruptura del lenguaje, un descenso, un riesgo para retornar con “la lámpara de arcilla” como diría Perse para agrietar los muros de lo prohibido, para conjurarnos en los otros, en lo radical del poema. El poema debe romper la gramática del poder.

La tonalidad de la obra es innegablemente oscura y visceral. La destrucción carnal convive con la muerte del relámpago y los bosques heridos. ¿Podríamos describir esta obra como un grito de desencanto o de indignación?

Es un grito de esperanza, de resistencia, recordemos a Rene Char que nos dice bellamente: “la resistencia no es sino esperanza”. Aunque puede germinar desde un estado de asfixia, de furor, de inmovilidad aparente por el estado de cosas. El poeta busca hacer espacios donde habite la memoria. La poesía es hostil al capitalismo como lo dice Gelman, a la mercancía del halago y a la zalamería, a la fama y el éxito, a las escaleras de la burguesía. La poesía no ha muerto, pese a todo el absurdo y desesperanza de los poetastros de lo apolítico, del escape. Pese al confort de los nihilistas y los demagogos del poder por obviar el sentido de resistencia de lo humano. La poesía no será derrotada.

En muchos versos, la negación permite describir una condición: “Todo es negado en los huecos de los ojos”; “No naufragaremos más entre las mutilaciones”. ¿Es esto una forma de describir la lucha de un poeta y su resistencia diaria frente al sistema?

Si, tantos maestros nos han enseñado que el no es el comienzo de la ética; y esa ética funda una estética. El no al estatus quo, al sistema, a la podredumbre criminal, a la destrucción que instaura este fascismo, a esa aparente realidad que nos imponen, ese no radical que es el renacer de toda rebeldía. Elogio de la negación, afirmación de lo humano. Poesía: lenguaje inédito forjado por la rebeldía.

Unos versos hermosos dicen lo siguiente: 


“Origen 
de la alucinación 
la radical 
existencia 
de lo marginal”. 

¿Estaría de acuerdo en decir que todo es real, todo existe, pero que la sociedad y sus mecanismos de control se encargan de legitimar la existencia de ciertas realidades?

Este intento político-cultural de dominar, domesticar, idiotizar, marginar, censurar. Este intento fascista de falsear la realidad, de podrir los lenguajes, de legitimar ciertos crímenes, de instaurar un “desfile salvaje” como pensó Rimbaud para que ciertos aparatos y ciertos artistas idiotizados por el poder tapen las verdades, las realidades.

Pero la verdadera poesía es una transgresión, es una ruptura como tanto hemos dicho, una apuesta por la diferencia, por la imaginación, una postura de existencia, de militancia con la vida, con el lenguaje, revelando hendiduras inéditas que nos han negado, prohibido, ocultado. La poesía es desafío, riesgo de alucinar, ese alucinar crea, poesia como diría Silén , lo marginal perturba. Ahora que los pseudonarradores de Colombia huyen de la metáfora guiados por ese sistema que los sodomiza, es importante decir que la metáfora es radicalmente política, porque la metáfora es erótica, porque la metáfora piensa, porque la metáfora es rebelde, porque la metáfora es experiencia, es imaginación, es comunión, es vesania, es virulencia, es insurrección.

En su libro menciona al poeta colombiano Aurelio Arturo con una cita que dice “Te hablo de la sangre que canta…”. ¿Qué le evoca este poeta?

Siempre que leo a Aurelio Arturo, ese libro radical que es Morada al Sur, y veo como míseramente la critica oficialista colombiana ha tratado de volverlo sumiso, comestible diciendo que es el poeta de la melancolía, de la música, de la infancia, quedándose en lo obvio, ese centro que él perturbó trata todavía de empequeñecerlo para los aplausos. Pero fue él quien descentralizó la palabra, descolonizó el lenguaje,  gritó esa “sangre que canta”, de esa lava que canta por “los países de Colombia”, de esa marginalidad del sur, de ese sur que somos, de esa herida ensoñada. Aurelio Arturo es ese rio disidente que nos humedece opuesto al desierto del poder que con sus agentes intentan inocentar su voz, sin embargo, su subversión los perturba y no se deja ultrajar, sus palabras queman a los imbéciles, teniendo en cuenta el sentido que le da a esta palabra Aldo Pellegrini. Aurelio Arturo es el guardián de ese lenguaje que habita en su morada insurrecta.

Anteriormente, publicó en una antología con el colectivo Yuluka. ¿Qué fue ese colectivo?

El colectivo literario Yuluka fue y será una apuesta radical por la poesía, por la amistad, por la libertad, por la comunión, por la diferencia. Una aventura de la imaginación, un compromiso político con el lenguaje.  Un debate, una formación. Un ponerse de acuerdo, una lucha contra todo los poderes, contra la oficialidad. Una dignidad. Yuluka era un grupo simbólico, no tenía jerarquías.

Sin embargo, nos pusimos de acuerdo (Gerson Oñate, Dankir Ortiz, Elkin Pintogamez, Guillermo Palencia, Ariana Molina, Luiser Suarez…) que deberíamos dar fin a un ciclo, que era sano concluirlo, en contra de esa tradición de que los grupos se prolonguen celebrando bodas de oros y toda esa boberías que hacen hasta la ancianidad para mostrar lo que no logran, una obra perdurable, una estética inédita. Pensamos que, con la Antología publicada, mostramos nuestro lenguaje confluyente pero estéticamente diferenciado apartado de la poesía oficial y arrodillada de esa tradición del pesimismo y la posmodernidad que legitima todo poder. No queríamos que nuestra colectivo fuera una leyenda, sino una obra que perdure. Un lenguaje radical. No fuimos como esos grupos que, sentados en sus impotencias, todavía festejan sus fracasos etílicos cada año.






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