lunes, 4 de agosto de 2014

HÉCTOR MEZA PARRA [12.644]


Héctor Meza Parra

(Jauja, Perú     1963)
Se trata de uno de los escritores más importantes de la actual literatura de Tarma, ciudad donde ha residido casi toda su vida y a la que dedicó gran parte de su obra.

En 1996 la Academia Mundial de Arte y Cultura de Estados Unidos le otorgó el grado de Doctor Honorario en Literatura. En 1999 su volumen de cuentos Emboscada recibió el «Libro de Oro» de la Dirección Regional de Educación de Junín. En 2007 obtuvo el Escudo de la Nación Wanka por su aporte a la literatura de Junín, y ese mismo año fue distinguido en el Congreso de la República como escritor destacado. Fue también reconocido como ciudadano ilustre por las municipalidades de Tarma y Chanchamayo.

Poemas y cuentos suyos han sido incluidos en diversas antologías en el país y el extranjero. Destaca entre ellos el libro Antología poética biográfica de celebridades del último decenio del siglo XX, en Estados Unidos.

En 2010 publicó una serie de cuentos, relatos, crónicas, semblanzas y anécdotas en cinco volúmenes, bajo los títulos El primer libro que leí, Diana volverá para Navidad, Retorno al Barrio de Callancha, Polo en Nueva Jersey y La noche más larga del mundo.

Los mataperros es su primera novela.



POEMAS DE HÉCTOR MEZA PARRA:



A LA MUERTE DE MARÍA DEL CARMEN

Yo te llevo la tristeza mientras tú mueres hermanita.
Mamá me ha dicho que deje de jugar y me baje de la mesa
para rezar por ti, ¿por qué mamá hablará de esas cosas del cielo?

Te estás poniendo fría por tus manitas ¡mamita, ven a ver! –le digo.
Pero mamá tiene mucho que hacer con sus lágrimas.

¿Qué te olvidarás aquí María del Carmen? ¿Tus juguetitos?
¿Rosalinda, tu muñequita de trapo?

Hoy le he prometido al niñito Jesús que ya no nos pelearemos como antes
ni te acusaré cuando vengas tarde. Diré a mamita que sigues dormida
sabiendo que allá afuera, por las piedras, lejos del jardín
dormitas rezando para no morirte.

Ya no llores María del Carmen, ¡Levántate!, doña Francisca
me ha tomado la cabeza y ha dicho con voz frágil,
temblorosa pero alegre, que te curarás para noviembre
y volverás a acompañar a nuestra abuelita a la estación del tren.

Alégrate, ya nadie te hablará que te morirás, ¡levántate y haz sonreír a mamá!
que aún plancha tu vestidito de Primera Comunión.
Pero ella sigue llorando mucho.

María del Carmen no te mueras, ¡levántate
ahora mismo!
que voy a contarte un cuento.






MAMA JOSEFA

Mama Josefa, tullida y sorda.
Mujer venida de la wayunka
vive sus años marchitos a espaldas de la retama.
Madruga ichu arriba cerca al cielo.
Recoge abismos junto a sus pies
y es la coca que endulza viejas amarguras
y la vida tiene entonces el color del limón al nacer.
La abuela subiendo se pierde en los ojos del ande.
La hija de su hija está en la choza, huérfana y sola
jugando a tener hijos, jugando a enfermarse.
No sabe que su madre la cuida desde el cielo de un clavel.

Cerro arriba cabalga el frío
junto a las trenzas de mama Josefa
y es la lluvia menuda que vuelve a trepar
su cumbre joroba.
Amamantándose de la maternidad de la shojla
el viento crece.
Mama Josefa al ver el otoño en sus pulgares
atiza la vida.
El coraje le viene desde la semilla de la piedra.

Con sus oraciones remienda retazos de dolor.
Reza por sus otros nietos
Gaspar, su Alejandro y la enfermiza Mañuca
esencias de llanto y legaña.
Mama Josefa hunde sus esperanzas
en los surcos de la tierra
y la riega con minusválidas lágrimas.
Algunas mueren, otras son plantas niñas.
Por la tarde baja la anciana
cargando temporadas grises.
Su mirada está ausente de verde.
La nieta crecida al alba del maguey
espera allá abajo.

Los ojos de Mama Josefa ya no ven.
La oscuridad le viene a trote.
Se sienta a la orilla del río para detener los días
y dice que hay que lavar las heridas para sentir la vida.
Vuelve a casa, busca a su menuda Mañuca y molesta dice
¿Por qué no calentaste la comida?
y la niña tiende a sus pies su silencio húmedo.
La abuela pone cara de mala, pero extiende como siempre sus brazos
y la nieta salta cojeando a su pecho
y ella la envuelve con un beso ausente de alegría.
Sabe que tiene a la hija muerta y que nunca vendrá.
Entonces piensa abrazando a la huérfana,
en casa la sonrisa también jugó a enfermarse.







El CHACARERO

Antenor es un viejo chacarero
que tiene la sombra pálida
y los pies desnudos
y que ahora vive por vivir.
Allá va el viejo chacarero como siempre
azadón en mano
callado
por las piedras y el eucalipto,
deambulando como las almas solitarias. 
Tiene en los ojos
largas penas redondas,
quizás sea porque vive
lejos del calor,
lejos de la primavera y la golondrina.
A veces se le ve caminando al borde de la orilla
buscando la noche para sentarse
y contar los dolores del alma
mientras el río
pasea el temblor de sus manos.
Se le ve observando a las piedras que gozan de salud
y les dice que ya no siente envidia.
Piensa en su país que es
la paja, el viento y el aguacero
y vuelve a palpitar la vida
al resbalarle una lágrima.
Sueña con ser ciudadano
pero sabe que marcharse a la ciudad
sería como adelantarse a una cruz.
Él es un chacarero
y por eso diferente a los de la otra orilla
porque sabe bien que la vida duele más
si se llega a morir bajo otro cielo.
En fin, un chacarero es
todo aquel que tiene salida el alma
que viene de alimentar la soledad de los surcos.
Chacarero es la persona
que espera el abrazo
de una mujer que le diga una tarde:
Antenor, vengo a sentarme contigo.







HAY MADRES

Hay tres clases de madres
las que no sufren, las que sufren
y las que hacen sufrir.
Unas son aquellas que viendo al hijo nacer
lo ven crecer y jugar como pajaritos al regresar el día
pero que en la desgracia de una noche
tan oscura como el canto fúnebre del búho
reciben el más duro golpe del destino:
ver morir al hijo de sus entrañas
¡Quién podría sanar esa herida!
No existe olvido para el dolor...
Entonces esa criatura de Dios
por la noche será velada
entre cirios, llantos y rezos
¡quién podría llenar ese vacío!
Sola esa madre rezará con lágrimas y oraciones 
por el hijo que se fue.
Entonces gritará con gemidos sordos para sí sola
el dolor más largo, más ancho, pero ya no habrá remedio.
Sin embargo, otras mujeres
que teniendo la bendición de la maternidad
abandonan al hijo en medio del basural
y quizás esa semilla nunca pueda crecer ni florecer
porque fue el fruto de una accidentada aventura
de un sábado con olor a cigarro y licor.
¡Estas no merecen llamarse madres!
Por eso mi acento de amargura y rabia
por todas aquellas mujeres
que niegan el pezón al hijo
y que como todo angelito, también sabrá perdonar desde el cielo.
Pero si lograra sobrevivir entre la furia y el cuchillo de la madrugada
cuando crezca
¿qué pensará más tarde sobre su madre?
¡Qué herida más abierta para el corazón!
Pero en la filosofía de las entrañas
y en este mundo sin color
que a unas las bendice con ser madres
y a otras les arrebata la alegría de la maternidad
y que alguna vez soñaron con ser madres
pero encontraron desteñidas sus entrañas
sin tener el fruto deseado.
Y seguramente ellas preguntarán con lágrimas en los ojos
mirando al cielo ¿por qué me toca esto a mí Señor?
¿y por qué hay otras, que pagan para abortar
sin saber valorar el más grande milagro
que Dios pudo otorgar a la mujer.
Padre, yo soy un niño que no pudo nacer.
Las tenazas y esos metales filudos
hicieron trizas de mí.
Perdónalas a ellas y también a esos
hombres de blanco que juraron cuidar de mí,
porque en el mundo no existe desprecio más grande
que siendo mujeres se niegan a ser madres
Perdónalas Padre, porque ellas...
¡porque ellas también son tus hijas!






SOLEDAD

Soledad
Vienes caminando sobre la marea dormida
sin hundir los pies en la espuma.
Soledad
Abandónate así blanca sobre la mañana
y con tus ojos de coral
recoge las carcajadas de las olas
y ponlas en el pedestal de tus manos.
Soledad
detén todas las palabras de amor que pasan por la orilla
y entrégalas a esas aves heridas. Quizás vuelvan.
Junta los versos de los marineros
y guárdalos sin doblar
para cuando llegue el invierno.
Soledad
camina, sólo camina.
Desnúdate dormida.
Cuida tu blancura, tu perfil, tu blonda cabellera.
Tú no sabes cómo duelen esas cartas que se escriben
y nunca llegan.
Soledad
cada vez que te quiero tener
te escondes con la prisa de una ladronzuela
en aquella neblina que ansía un cielo.
También el hielo muere si no hay amor.
Cógeme que estoy junto a tus pies
vivo en las algas, en los viernes, en tu remo.
Soledad
Aquí te espero cerca a la orilla
con el adiós de la última sirena que burló mis labios.
Acompáñame
cuando junte esas lágrimas
de tantas vírgenes sin altar.
El sol se ha ido
y la noche juega a las escondidas por mis pies
el sueño me hace caricias y
siento acercarme a tu cabellera sin tocar tu barca.
Soledad
amante fiel, puedo saborear ahora tus labios de caracola.
Alguien dijo que vieron perderse mi cuerpo hace tres días
y con la respuesta juegan esas aves
que ahora descienden y pelean por mí.






A UNA MUJER BONITA

Naciste del sueño del clavel
con caricias risueñas de abril.
Te he visto caminando de prisa a veces
y al pasar barnizabas la tristeza de mis labios.
¡Cuánto tiempo de conocerte!
de jugar con tus cabellos a escondidas
y nunca decirte nada.
A veces te veo juguetona y dorada de dulzura
pero al rato escapas de mí susurrando un coqueto adiós.
No finjo al decirte esto,
es que también a veces te vuelves
más callada que el viento
y son tus pestañas que me besan.
Y al final empuño el corazón
pero termino confesando que te quiero.
Mujer, de alma blanca
como la espuma del mar
donde conocí el vaivén de tus pestañas extraviadas
guarda estos versos en la memoria de tus ojos
y no cuentes a nadie que alguien muere por tu amor.





ORACIÓN DEL VIEJO CAMPANERO

Aquella ave negra viene bajando
y visita la iglesia San Clemente
hecha de fe y adobe.
Don Julián, el viejo campanero
dormita solo escuchando las olas del mar de Pisco.
Presiente y dice que habrá llanto
mañana por la noche.
No hay seguridad que el panteón
albergue a tanta gente, piensa.
Es miércoles y la tarde es devorada por la furia de la noche,
él siente caminar una sombra debajo de las aguas,
de sus pies, en las arrugas de la piel.
Anoche sintió ruido de ánimas como quejándose
pero él no le contó a nadie
y se fue camino abajo a reclamarle
a las barcas
a los vientos.
Iba como recogiendo sus pasos.
Teja, paja,
negro viento, negras alas.
Ese día del terremoto, el viejo campanero
estaba sentado en su banco de carrizo
echando a dormir su soledad.
Ese día de la furia soportó miles de cataratas
con piel de escombros, tierra y piedra.
Tuvo tiempo de mirarle al mundo por tres minutos,
tuvo tiempo para levantar la mano herida,
y tuvo tiempo para gritar a nadie
con sus ancianos pulmones: “¡estoy aquí…estoy aquí, ¡sálvenme!
Señor de Luren, no me quites la vida!” Y al rato lloró con una plegaria:
“Padre nuestro que estás en el cielo…Salva a mi pueblo...”,
pero la naturaleza no le escuchó y se le vino encima
y luchó con los adobes, los gritos desesperados
y el llanto de los niños.
Ayer, después de cinco días rescataron su cuerpo
entre los escombros
y lo encontraron aún con los dedos levantados
con la boca llena de esperanza
y los ojos suplicando la mano de alguien.
Fue llenado en el ataúd, luego cargado en hombros.
Pero a diferencia de otros
nadie, nadie acompañaba al camposanto
al viejo campanero. 







LA MADRE Y EL RÍO

Madre
casita de cristal
posada del rayo
raíz inmortal del sauce,
hoy he venido a acariciar tus mejillas
con la hierba y el pasto.
Regreso todos los viernes a esta orilla
deshojando una flor.
Vengo a ver cómo remojabas tus pies pequeños
donde hacías germinar tus lágrimas
para hacerlas crecer junto al río
cuando papá te hacía llorar
Madre
susurro de eucalipto
mansa corriente
hoy no toco tus manos pero beso tu frente húmeda
en cada retama que pasa por la orilla.
Madre
aguacero bendito
lluvia luminosa
manantial de mariposas.
pequeña peregrina
violín gitano
ya no veo tu vestido blanco en la noche
ni tu aliento fresco llegando.
Madre
canto de ausencia
hoy, estos ojos reclaman por ti
y siento mojarme los pies
como cuando nos sorprendía el invierno
juntos.
Madre
¿cuándo vendrás?
para abrigar este pequeño cuerpo
humedecido por la lluvia.
Madre
fierecilla silvestre
sombra de plata 
amo las piedras por donde tú acostumbrabas caminar
cerca al río
cuando me dejaste en la orfandad
llevándote
mi primera sonrisa.






A JULIO RIVERA CASTILO

Vino con el siglo, con el aroma
del campo de Huaylas,
y con el trinar de las aves.
Vino con el viento
hablando en voz baja.
Llegó de muy lejos
con la frescura de las aguas,
de las hierbas y del cielo límpido.
Hidalgo de campos, hombre de riachuelo,
altura, roca y abismo.
Amó la naturaleza antes de nacer.
Aprendió en la pizarra azul sus primeras letras.
Jugó de niño conversando con las estrellas
Llegó a estas tierras
dejando el color de las piedras silvestres,
el aliento de su caballo trotador
y las botas con olor a mundo.
Hombre lúcido, inteligente y consecuente,
dador de amor y enseñanzas mil.
Ferviente investigador
pionero de la educación, del periodismo y la astronomía.
Se quedó en esta tierra para reencontrarse
con el suave rubor de la manzana,
el canto secreto del alhelí
y el himno sagrado del ruiseñor.
Aquí amó el tiempo, la arcilla y el cielo ufano.
Entregó sus primeras páginas
a Angélica, su primer mundo por descubrir
y ella le dio los hijos soñados
que ahora guardan su nombre como efigie sagrada.
Ellos son la continuidad de la lluvia fresca
que aún mojan sus manos en el etéreo.
A él, hombre de campo que sigue viajando
bajo la escolta de miles de estrellas,
hoy nos conversa en su buscador de planetas
y entrega el alma
en ese microcosmos que es Afari.
Maestro
recibe estos versos
y conviértelos en pedacitos de estrellas
en la constelación de tu inmenso corazón.




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