viernes, 25 de julio de 2014

NABIL VALLES DENA [12.496]



Nabil Valles Dena 

(Ciudad Juárez, México, 1989). Poeta y narradora. Es estudiante de la licenciatura en ciencias de la comunicación en el ITESM campus Ciudad Juárez,  y desde hace dos años integrante del taller literario del ICHICULT, Coordinado por el poeta Edgar Rincón Luna. Sus textos han aparecido en diversas revistas y antologías literarias. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico de la ciudad. Durante el 2010 obtuvo la beca David Alfaro Siqueiros para publicación. 





Litografía del desierto


I  

Junto al barandal entretejido de bolsas de plástico
sigo a una mujer que aprieta el paso.
Recuerdo que pasé por aquí de niña
con una corona de cartón en la cabeza
y todo el mundo era el reino de mi padre


II

Esta vez voy sola.
Tengo miedo por mis cabellos largos,
porque nací rota del centro de mi cuerpo
y pueden quebrarme como a una vara de lila
reventar las serpientes azules de mis venas
camino, y mi bosque se derrumba en avalanchas de arena


III

Llego a tomar el desayuno en un café cercano
ahora soy una viuda o una huérfana
el hombre del negocio habla de su juventud
de los cafetales donde el sol urdía en el verano
la trama de este olor que nos acoge.
Mientras esperamos que el invierno
vuelva y levante espectros de frío
para cuartearnos el rostro
con el beso de los muertos
y entonces sabremos que nuestra sangre es tibia.


IV

Un muchacho me cuenta del sepelio de su amigo
y no le digo nada que sea útil:
toco su frente para borrar la cruz
y su astilla de dolor se me queda en la mano.



El desierto huele a la humedad
a mujeres
ó figuras de papel mojado.

Hace tiempo
una hembra de canario murió en la jaula de un porche
y el día que Sagrario no volvió de la jornada
su madre dejó escapar al macho.
A su regreso entre los médanos
hallaron la osamenta.


VI 

Esta calle que piso me duele
porque he de morir igual:
para cuando abran mi pecho
sacarán un canario de arena.





CAPERUCITA ROJA 

I

Hay un aliento que el frio dispersó en la niebla. El cuerpo de una anciana, como un enorme pez blanco flota en las aguas de un pozo.
La mirada del leñador lo distingue noche adentro, y entonces un mensaje de sombra llega al pueblo contiguo para hablar de la muerte.
De mañana una mujer robusta abre la puerta y el sopor del llanto le encarna las mejillas. Llora, y el leñador que la contempla siente pena  y maldice, la noticia póstuma que entrega.
Lejos, una muchacha vestida de rojo enjuaga en un arroyo sus pies que sangran
enumerando las horas sobre el camino pedregoso
La mujer en la cabaña del pueblo seca su rostro con el delantal y dice al leñador que su hija se ha perdido en un andar inútil.



II

La abuela ha muerto. Caperucita no lo sabe, y todavía camina en el bosque, con el cesto en que lleva, la poción que no curará el delirio de la anciana.



III

La mujer apoya sobre las manos la blanca frente y piensa: “Hace días que mi hija se fue. Vi sus cabellos como espigas fulgurar a la distancia en el amanecer. El viento invernal consteló de la nieve su manto rojo, y no importa el tramo recorrido para llegar a tiempo.
Temo a los buitres que desearán sus ojos, a la sombra que la noche desova, a la jauría que acechará su carne.
Y será, de cualquier forma, tarde...”



IV

En el  bosque la hipotermia muerde el cuerpo de la joven perdida. Se ha escondido en una cueva que encontró, y ahora recuerda el sabor de ciertos dulces que le ofreció su abuela.
Hace tiempo, cuando la adolescencia nació con el dolor de la menarquía. La abuela dio a la muchacha, su manto rojo de mujer mayor y la promesa de llevar para siempre el sabor del caramelo en los labios.



V

Otra vez es de noche. Nada se escucha alrededor. Un lobo, en el silencio vigila el sueño de caperucita. Al despertar un grito desgarra el entramado de lo oscuro. El lobo observa a la muchacha: es hermosa a pesar del polvo que cubre su piel, de la estela apagada que forma, la sangre que ha secado en sus heridas. 
La belleza llama a la piedad, y el lobo hambriento, pide algo a cambio a la huésped para no comerla.
Caperucita saca del canasto los caramelos que un día le dio su abuela y renuncia a ellos narrando su historia.
“sólo puedo darte esto”- dice. Y sus ojos se marchitan esperando morir.
Pero el lobo está cansado y responde: “Quédate y duerme junto a mí esta noche. Mi pelaje mitigará tu frio. Traeré de mañana la carne de un cordero para entregarla a tu hambre”.



VI

La madre de caperucita habla al leñador sobre la enfermedad que consumió a la abuela:
“Por las noches velaba hablando del agua que veía evaporarse desde el piso y formar una humareda que luego dispersaba con la escoba, de un pájaro que veía ahogarse en el pozo, sin poder alcanzarlo…
La curandera del bosque halló en el insomnio la causa, y sólo el sueño de la hibernación podría sanarla.
Caperucita lleva en el canasto ese brebaje y su letargo”



VII

Antes del primer rayo crepuscular caperucita tiene los ojos abiertos.
Siente  la brusca respiración del lobo. Pronto va a amanecer. Retomará el camino hacia la casa de la abuela. Falta poco. Lleva bajo el brazo el sueño extraviado al cansancio de la anciana.



VIII

Con la luz plena del sol, el lobo y la muchacha vestida de rojo comen carne y beben sangre de cordero. Luego se levantan, reconocen el camino y apuran el paso. Transcurren horas. 
A lo lejos el bullicio del pueblo anuncia la llegada. En la cabaña que está junto al pozo hay una flor negra de luto.
Miran impávidos la inscripción que ha dejado la muerte: es tarde y el sueño sigue siendo una posesión anhelada.
Caperucita inclina la cabeza ante la flor. Quiere huir de la memoria: laberinto de humedades, páramo sitiado por la sombra.
Su mirada encuentra los ojos del lobo y se comprenden. Beben el brebaje de la curandera, y entonces duermen largamente, surgirán con el fuego de la primera estación, y entonces nictálopes podrán reconocerse.



IX

Por el camino más corto el leñador y la madre llegaron al mismo pueblo. Se han separado para buscar a Caperucita y los ojos exhaustos se llenan con imágenes nuevas:
El leñador se detiene junto a una zanja en la tierra: la  muchacha envuelta en su manto color de vino yace junto a un lobo y su respiración es una lenta sinfonía de viento.
Ese hombre que la aparta en sus brazos. Observa también al lobo que descansa y la deja, con su sueño bajo un árbol, para afilar su hacha entre las rocas.
Las señoras en el pueblo visten a la abuela para la sepultura, mientras la madre de Caperucita observa  un ave que se hunde en el interior del pozo.





POSTAL

Volvemos. La madrugada es el ala oscura de una mariposa que yace.
No sé cuánto tiempo dormí,
me despertaron la volcadura, un parar súbito, el abandonar la autopista.
En el espacio negro germinó la flor del fuego

Afuera alguien toma fotografías del accidente
y un hombre reconstruye el impacto en la suposición.
Nunca sentí tan cerca la exhalación de la muerte,
nunca esperé la anunciación del día en umbrales derruidos por el fuego.
Esta noche murieron dos conductores

Recuerdo el viaje que abandono con mi regreso,
pienso en la gitana a la que negué mi mano en el puerto,
en los niños que elevaron un papalote en el mar.
Caminé por la arena con el borde de un vestido empapado
y dije: el puerto es la ciudad que diseca sus sirenas en la playa
pero ahora el aire no transporta el rugir de las embarcaciones,
este viento lleva el sonido de huesos que crepitan,
debo regresar a escuchar el ruido de los trenes, al desierto.

El incendio cesó. Hay un empeño inútil de encontrar los cuerpos.
Paso ingrávida sobre lo destruido,
en la autopista quedan restos del vehículo que ardió,
son como el caparazón deshabitado de una tortuga.
Queda también mi piel que no olvida el olor de la ceniza.



CREDO

Creo en la sed, como en una roca golpeada por el mar
en el amor que agoniza como una paloma en la ventana
creo en mi madre escurriendo en el escupitajo del invierno
creo en la promesa de no morir, en esta imagen vacía como una caracola repitiendo la palabra oleaje.
creo en los peces muertos en las costas, en la vejez que mira hacia las redes de pescadores desaparecidos
creo que un día heredaré el silencio, los planos para la demolición de una casa en la arena
me acostumbro a una sed que no pasa
esta es la felicidad que conozco:
mi credo es una risa en el presagio del polvo.





INVOCACIÓN AL REVÉS

Déjame ahí donde me hallaste 
hasta que mi piel desprenda el aroma de los libros antiguos
y la trenza crecida de mis cabellos sea la serpiente que oficie mi asfixia
Que el atrapa sueños disponga sus redes para detener mi paso
Déjame en la palabra abismo que oculta la página en blanco
en el no poder morir de este silencio
Deja mi nombre en una dedicatoria no escrita
en los cascarones de animales muertos antes de nacer
para recordar cómo era el vientre de mi madre
o ser la piedra que en lo alto remonta su incendio.





ORIGEN

El tacto de un hombre dibujó un velero sobre mi espalda
de su cuello emergía un aroma de lirios acuáticos
imaginé un pescador arrojando su red al río
hundiéndose, anegando una barca:
esta noche el pescador se inclinó sobre el agua
para darme el pez robado en el génesis del mundo.




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