martes, 22 de julio de 2014

MANUEL TEJADA LORÍA [12.441]


Manuel Tejada Loría

Manuel Tejada Loría. (Mérida, Yucatán, 1981). Estudió la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Es articulista en la sección cultural del diario POR ESTO! y del portal Encuentro Digital. En el 2015 obtuvo el Premio Estatal de Poesía “José Díaz Bolio.Es coautor del libro “El éter de las esferas” (Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida, Yucatán, 2006) con el poemario “Lo otro que me habita”. Ha publicado en las revistas Camino Blanco (Instituto de Cultura de Yucatán), Soma (Yucatán), Tropo a la uña (Quintana Roo), La Urbe (Universidad de San Carlos, Guatemala), Arenas Blancas (Universidad de Nuevo México, EUA) y Generación (México).



Mirando la ciudad desde las entrañas 
de una ceiba

1

Afuera:
un millón de luces rojas se alebrestan.

Aquí,
en el vientre de esta Ceiba estilizada,
me observo mirar la urbe iniciando
su elevación arquitectónica
hacia los astros.

Resplandor de acero,
prominencia del cristal y del granito:
¿quién mantendrá la imagen viva
de lo que ahora,
frente al ventanal de la memoria,
observo?

Un murmullo de pasos,
como antigua cabalgata,
resuena en los pasillos interiores
de este gran árbol
levantado a través de los siglos
de alegrías y dolor.

(Porque el dolor es el mismo
en cada uno de nosotros.
Porque el dolor es uno,
y nada más.)

Será la vida
concluyendo su vuelta calendárica,
serán los milenios suspirando
por una pausa, un tiempo muerto:

pero la vida continúa,
vibra la ciudad
bajo el manto incorruptible de la noche.


A pesar de lo fugaz

Crece la ciudad. Crecemos.
Crezco yo.
En el ojal de mis días
asombros e incertidumbres
arden.

Soy. Lo más profundo
lo más edulcorado
en la grisácea voladura
de escandios, vigas y paneles
que suben, trepan, van
llegando al cielo donde mis ojos
aún recuerdan la llanura.

Ven sombra pero no aplaques
la euforia de mi sangre.
Mis ojos se hacen tarde,
mis penas tantas,

pero soy. En la hendidura del aire
lo más profundo.

A pesar de lo fugaz.



Libros de poesía: Lo otro que me habita (en “El éter de las esferas”, Ayuntamiento de Mérida, 2006), “Litografía del aprendiz”.

Lo otro que me habita
(Fragmento)

X

Tengo la certeza de otra voz bajo mi lengua.
A veces pienso hallar una respuesta en el silencio más ciego,
y siempre es la dificultad de mis pulmones
por distinguir la lluvia del derrumbe.

Algo me observa,
me escucha.
Algo me llama.

Puede ocurrir que una mañana me detenga a mirar mi sombra
            y no encuentre a nadie.

Mi liviandad no corresponde con la rabia del azúcar.
¿Será la astilla de mi voz sobre las olas?
No sé muy bien si he sido náufrago o el naufragio de mi mismo,
pero ahora entiendo que de permanecer inmóvil
sólo transformaría este esbozo de mi cuerpo
en un sargazo de estaciones,
                                   o en un pequeño barco de papel.

(De “Lo otro que me habita”)



Litografía del aprendiz
(Fragmentos)

3

Callado en el anverso de la página
es la quietud de un blanco pastizal
donde mis puños se contemplan indelebles.

Sin invocar el orden de los sumandos
fue mi siniestra capaz de interrumpir la nada;

fue mi siniestra capaz de dibujar rayones por caminos,
en las paredes de mi risa,
en las playeras de mi hambre,
en mis pies desnudos y pequeños tras la cortina del baño
pidiendo una galleta de limón para la cena.
Cansado en el reverso de la sábana
no había tiempo para recordar mi nombre.


6

Este silencio huraño
no son las frutas desinfladas en la mesa
o una mosca rondando los perfiles
del aprendiz a punto de romperse.

Será más bien que el grifo descompuesto de la cocina
ya hizo grieta mi serenidad gitana,
ya hizo cáncer mi respiración de sapo;
y estoy por arrancar los dientes de un reloj tan viejo
que en vez de campanadas tose
siempre a las diez y cuarto de mi rabia.
¿Cómo invocar la calma entre estos libros
si en cada palabra habita la memoria armada?

No hay duda que esta conciencia de los nombres
me acerca cada vez más
a la serena putrefacción de las manzanas.


8

Yo me despierto junto al aliento mineral de la incertidumbre.  

Para hablar del tiempo 
he descolgado uno a uno los relojes,
he abierto roperos y ventanas,
he dejado con cierta timidez
un manojo de arroz sobre la mesa.
En esta habitación donde mi infancia corrió
junto al crepúsculo triste de la sangre,
también tengo el recuerdo de otros pasos.

Para hablar de esta memoria
sólo basta recorrer la geometría de los olores
impregnados en la casa,
tal vez porque el hervor de los arroces
           escondió la textura grácil de un juguete
o la sonrisa inquieta de aquellos años.

Con esta cara de Marcel en ascuas
regreso absorto a la perpetuidad de mis primeras letras.

(De “Litografía del aprendiz”)


Cavilación de la galleta

Sólo es pensarte, Viejo
un poco más con el ansia de decirte hoy-no-te-vayas
comeremos de la sopa de los días;

hay una gelatina todavía con mis dedos sucios, y quiero darte de beber
un poco de miel con lágrimas y vino.

Queda una galleta escondida en el rincón de la cocina,
queda una mujer cantando
desde la última arruga de su infancia, y tú no sabes
no sabemos, Viejo, dónde
las palabras nos formaron caries en el rostro.

Chilla una ventana que se niega al mundo,
chilla también el ropero y sus cajones;
vamos a buscar debajo de la escoba
para ver si mis hermanos ya crecieron
o si al menos les nació del llanto una sonrisa maquiavélica
porque entre el polvo se pusieron a sembrar tomates
pero brotaron sueños.
Hace siglos que yo sueño
que mis pantalones crecen más allá de las rodillas,
hace inviernos que las manos tiemblan, que el corazón
me habla y me detesta.

Tengo frío en el tobillo izquierdo. Soy sólo
un aprendiz de Viejo.



Volver a tierra

No extraño el mar. Ni ese viejo armatoste a la deriva.
Vuelvo a tierra en las condiciones más confusas.
La gente a mi lado me recuerda lo irracional que soy
lejos de las olas, el viento, y la ardua tarea
de mirar las estrellas para no perderse nunca.

Lejos de todo y de mí mismo, ninguna brújula despeja
la incógnita que frente a mí se yergue
por el solo hecho de estar vivo. Y bueno,

escribo, porque como aquel otro marino
de tantos nombres dijo, esta es también
mi única manera de estar solo.








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